J.B. Say rescata al empresario

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Si Adam Smith eliminó del pensamiento económico la misma existencia del empresario, J.B. Say, para su eterna gloria, lo trajo de vuelta. Es verdad que no tan lejos como en los días de Cantillon y Turgot, pero suficiente como para continuar irregular y “subterráneamente” en el pensamiento económico continental, a pesar de estar ausente de la corriente principal dominante del clasicismo británico.

El énfasis en el mundo real en lugar de en el equilibrio a largo plazo obligaba a una vuelta al estudio del empresario. Para Say, el empresario, el eje de la economía, asume la responsabilidad, la dirección y el riesgo de gestionar su empresa. Casi siempre posee parte del capital de la misma, estando Say familiarizado con el hecho de que el emprendedor dominante y que toma riesgo en la economía es el que también es un capitalista, un propietario de capital. El propietario de capital o tierra o servicio personal contrata estos servicios al “arrendador” o empresario. A cambio de pagos fijos por estos factores, el empresario asume el riesgo especulativo de obtener beneficios o sufrir pérdidas.

Es una especie de negociación especulativa, en la que el arrendador asume los riesgos de pérdida y ganancia, de acuerdo con los ingresos que pueda conseguir, o el producto obtenido por la agencia transferida, en lo que exceda o quede corta respecto de la renta o alquiler que va a pagar.

El empresario, añade Say, actua como intermediario entre vendedores y compradores, aplicando factores productivos proporcionales a la demanda de productos. La demanda de productos, a su vez, es proporcional a sus utilidades y a la cantidad de otros productos que se intercambian por ellos. El empresario compara constantemente el precio de venta de los productos con sus costes de producción; si decide producir más, aumentará su demanda de factores productivos.

Parte de los beneficios que van a parar al empresario capitalista serán los retornos estándar de capital. Pero aparte de eso, declaraba Say, habrá un retorno por el “carácter peculiar” del empresario. El empresario es un director del negocio, pero su papel es también más amplio en opinión de Say: el empresario debe tener juicio, perseverancia y “un conocimiento del mundo, así como de los negocios”, al aplicar conocimiento al proceso de crear bienes de consumo. Debe emplear a trabajadores, comprar materias primas, intentar mantener bajos los costes y encontrar consumidores de su producto. Sobre todo, debe estimar la importancia del producto, su posible demanda y la disponibilidad de los medios de producción. Y finalmente “debe tener una habilidad para el cálculo para comparar los cargos de la producción con el valor probable del producto cuando se complete y lleve al mercado”. Quienes no tengan estas cualidades, fracasarán como empresarios y sufrirán pérdidas y quiebras; quienes permanezcan serán los hábiles y con éxito que obtengan beneficios.

Say criticaba a Smith y a los smithianos por no distinguir la categoría del beneficio empresarial de la del beneficio del capital, los cuales se entremezclan en los beneficios de las empresas del mundo real.

Say también apreciaba el emprendimiento como la fuerza motriz de las asignaciones y ajustes de la economía de mercado. Resumía este funcionamiento en el mercado diciendo que los deseos de los consumidores determinan lo que se producirá:

El producto más deseado es el que más se demanda y el que se demande más rinde mayor beneficio a la industria, el capital y la tierra, que se emplean por tanto para fabricar preferentemente este producto concreto y viceversa, cuando un producto tiene menos demanda, hay menos beneficio a obtener de su producción, por lo que deja de producirse.
Analistas tan sagaces como Schumpeter y Hébert critican a Say por tener una visión del empresario como un gestor y organizador estático en lugar de un asumidor dinámico de riesgos e incertidumbres. No podemos compartir esa opinión. Nos parece que Say está completamente en línea con la tradición de Cantillon-Turgot del empresario como previsor y asumidor de riesgos.

A partir de su análisis del capital, el emprendimiento y el mercado, J.B. Say concluía para el laissez faire:
Los propios productores son los únicos jueces competentes para la transformación, exportación e importación de estas diversas materias y  productos y todo gobierno que interfiera, todo sistema calculado para influir en la producción solo puede producir daño.


[An Austrian Perspective on the History of Economic Thought (1995)]

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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