A quien le preocupe la libertad individual, debe empezar a sentir una profunda melancolía cuando realiza incluso un somero examen razonado de la historia del aparato estatal. Y es sin duda aleccionador gastar un par de tardes en leer la obra clásica de Bertrand de Jouvenel sobre este asunto: Sobre el poder: Historia natural de su crecimiento.
El “poder” del que habla Jouvenel es, como nos dice su traductor J.F. Huntington, “la autoridad gubernamental central en estado o comunidades”. La preocupación central de Jouvenel en esta obra no es una historia “periodística” del crecimiento del estado, sino, como él mismo titula la primera sección, “la metafísica del poder”. Pero durante una buena parte del libro, Jouvenel realmente se ocupa de la psicología de la expansión del poder del estado, con temas como “las consecuencias sociales del espíritu bélico”, “autoridad política y autoridad parental”, “formación de la nación en la persona del rey” y “del parasitismo a la simbiosis”. No son más que ejemplos de temas tratados.
Para realizar el examen con perspectiva, consideremos unos pocos hechos tomados de la parte inicial de Sobre el poder. Si tomamos el fenómeno de la guerra como indicador de ámbito del poder del estado y trazamos la historia del aparato del estado desde el siglo XI o XII, cuando los estados modernos empiezan a tomar forma,
“Lo que choca de inmediato es que, en épocas que siempre se han descrito como dedicadas a la guerra, los ejércitos eran muy pequeños y las campañas muy cortas. El rey podía contar con las tropas formadas por sus vasallos, pero su única obligación era servir a su guerra durante no más de cuarenta días. Tenía en el lugar alguna milicia local, pero eran tropas de baja calidad y difícilmente se podía confiar en ella para campañas de más de dos o tres días (…) La guerra en aquel entonces era siempre un asunto a pequeña escala, por la sencilla razón de que el poder era un asunto a pequeña escala y le faltaban completamente esos dos controles esenciales: el reclutamiento de hombres y la fijación de impuestos”.
De hecho, hasta el tiempo de Luis XIV, “el servicio militar no existía y la persona privada vivía al margen de la batalla”. Y
“si colocamos en orden cronológico las distintas guerras que han asolado durante casi mil años nuestro mundo occidental, hay una cosa que debe sorprendernos a la fuerza: que con cada una ha habido un aumento constante en el coeficiente de participación de la sociedad en ellas y que la guerra total de hoy es sólo la conclusión lógica de un avance interrumpido hacia ella, del crecimiento constante de la guerra”.
Jouvenel escribía al final de la Segunda Guerra Mundial, que él advertía
“haber sobrepasado en salvajismo y fuerza destructiva a cualquiera vista hasta ahora en el mundo occidental (…) En esta guerra todos (trabajadores, campesinos y también mujeres) están en la lucha y, en consecuencia, todo, la fábrica, la cosecha, incluso la vivienda se ha convertido en un objetivo. En consecuencia, el enemigo a combatir ha sido toda la carne que haya y todo el terreno y el bombardero se ha esforzado por consumar la destrucción completa de todo ello”.
Jouvenel demuestra que el ámbito de la guerra es proporcional al crecimiento del poder del estado; de hecho el crecimiento de uno va de la mano del crecimiento del otro, reforzando y expandiendo al otro.
Pero la guerra no es un tema esencial en Sobre el poder; quizá fue sólo la ocasión para Jouvenel de reflejar la naturaleza e historia del poder. El libro es un estudio de amplio rango, que utiliza ejemplos tomados de virtualmente todos los aspectos de la historia de Occidente de los tiempo feudales hasta hoy.
Hay seis grandes secciones:
- La metafísica del poder
- Orígenes del poder
- La naturaleza del poder
- El estado de revolución permanente
- El aspecto del poder cambia, pero no su naturaleza
- ¿Poder limitado o poder ilimitado?
Y dentro de estas grandes categorías el autor explica asuntos tan distintos como las teorías de la soberanía, la naturaleza de las revoluciones, el crecimiento de la democracia, la caída de la aristocracia feudal, el desarrollo de la monarquía absoluta, el carácter expansionista del poder y el poder “como agresor al orden social”.
Particularmente interesante es la explicación de Jouvenel del problema de la soberanía: demuestra como cada teoría (como el derecho divino o la soberanía popular) tuvo sus orígenes en un deseo de limitar o restringir el ámbito del poder, pero que “al final cada una de esas teorías, antes o después, ha perdido su propósito original y ha llegado a actuar meramente como un trampolín al poder, al ofrecerle la poderosa ayuda de un soberano invisible con el cual puede en su momento identificarse con éxito”.
Por ejemplo, el derecho divino se transformó en una racionalización de la monarquía absoluta, aunque inicialmente pretendía subordinar el poder del estado a la ley “divina” o “natural” y poner un control al poder del estado mediante l contrapeso del poder de la Iglesia. La teoría de la soberanía popular (que llevó a la democracia ilimitada) se propuso inicialmente para dar al pueblo un “procedimiento de revisión” sobre las políticas y el personal del gobierno.
El resto de Sobre el poder es igual de incisivo, iluminador y desafiante, particularmente en las secciones en que Jouvenel describe los procesos mediante los cuales las autoridades centrales han arrancado el poder lejos de cualquier oposición.
Pero tengo mis desacuerdos. Jouvenel presta insuficiente atención a la tesis de Oppenheimer referida al origen del estado en la conquista y está ni lejanamente preocupado por el papel de los intereses económicos en promover el poder del estado.
Además, le preocupa demasiado el “conflicto [de poderes] con la aristocracia y la alianza con la gente común”. Esto último es absurdo en cualquier sentido que no sea retórico o superficial; la “gente común” ofrece el botín y la carne de cañón para el estado y es su víctima principal. Pero la tesis de Jouvenel es cierta en el sentido de que el estado alimenta la envidia para obtener el apoyo de la “gente común”.
Finalmente, Jouvenel comparte con la mayoría de los progresistas clásicos europeos un prejuicio anti-individualista. Rose Wilder Lane apuntaba en The Lady and the Tycoon que el progresista clásico europeo medio no ha “captado en absoluto nuestro principio individualista básico, su presupuesto básico es comunista”. Pienso que esto es cierto en Jouvenel, que ve el aparato contemporáneo del estado como uno de los “frutos del racionalismo individualista” y habla de las “raíces aristocráticas de la libertad”.
La opinión de que el estatismo es fruto del racionalismo individualista es, por supuesto, algo que Jouvenel comparte con Russell Kirk y F.A. Hayek. Es algo particularmente común entre europeos y conservadores estadounidenses de orientación europea. También es falso y estúpido.
En todo caso, Sobre el poder es un profundísimo trabajo que escarba profundamente en la naturaleza de la autoridad del estado y su crecimiento, mostrando cómo la autoridad central en las comunidades ha llegado a un poder casi ilimitado en el curso de ocho o nueva siglos. Y no hay necesidad de añadir que esto es algo particularmente actual ahora, tras los regímenes de Johnson y Nixon, que han hecho que alguna gente se preocupe, al menos superficialmente, de los crecimientos y abusos concretos del poder. Jouvenel puede ayudarles a ver las cosas algo más en contexto y sus argumentos deben considerarse cuidadosamente.
Ya sea porque quiera entender el problema del creciente poder gubernamental usted mismo o porque intente comunicárselo a otros, Sobre el poder puede recomendarse encarecidamente como un tratado estimulante y profundo.
[Libertarian Review, 1974]
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.