Moralidad coercitiva en el Massachusetts puritano

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Quizá la más contundente expresión del ideal Puritano de la teocracia fue la obra del Reverendo Nathaniel Ward “The Simple Cobbler of Aggawam in America” (1647). Al volver a Inglaterra para formar parte allí del fermento Puritano, este teólogo de Massachusetts se espantó al encontrar a los Puritanos Ingleses demasiado blandos y tolerantes, demasiado propensos a permitir la diversidad de opinión en la sociedad. El objetivo tanto de la iglesia como del estado era, según decía Ward, obligar a la virtud a fin de «preservar la unidad del espíritu, la fe y las órdenes, para ser todos de una misma opinión y de un mismo acuerdo; cada hombre tome a su hermano bajo su cristiano cuidado… y de ninguna manera permita la herejía o la opinión errónea.»

Continuaba Ward diciendo:

«En ninguna parte Dios por Su Palabra toleraría que los Estados Cristianos admitieran tales adversarios de Su Verdad, si es que tienen poder en sus manos para suprimirlos (…) Quien voluntariamente consiente el tolerar diferencias de religión (…) su conciencia le dirá si no es un ateo, o un hereje o un hipócrita, o al menos no es cautivo de alguna concupiscencia. La piedad múltiple es la mayor impiedad del mundo (…) Autorizar la falsedad por medio de la tolerancia del Estado, es construir un trinchera contra los muros del Cielo, es derribar a Dios de Su asiento a golpes.»

Así que el clero Puritano se encontraba en el culmen de su dominio en Massachusetts, dispuesto a usar el brazo secular para reforzar sus creencias en contra de los críticos y falsos profetas o incluso contra los simples deslices de la conformidad.

Para reforzar la pureza de la doctrina entre la sociedad, los Puritanos necesitaban una red de escuelas a lo largo de la colonia que adoctrinaran a la generación más joven. Las actitudes individualistas hacia la educación en las colonias del Sur no podían ser toleradas. Los gérmenes de asentamiento urbano hicieron las escuelas más asequibles de lo que lo eran entre la población rural ampliamente dispersa. La primera tarea era una escuela que graduase ministros adecuadamente rigurosos y que entrenase a los maestros de escuela para la enseñanza en colegios menores. Así que la Corte General de Massachusetts estableció un colegio en Cambridge en 1636, que fue denominado el Colegio Harvard al año siguiente, haciéndose con 400 libras para su mantenimiento. En pocos años, una vez preparados los profesores, se estableció una red de escuelas elementales por toda la colonia. En 1647 el gobierno requería que en cada pueblo se creara y mantuviera activa una escuela primaria. Así fue como Massachusetts inventó una red de escuelas gubernamentales que adoctrinaran a la generación más joven en la ortodoxia Puritana. Se escogía el maestro y se le pagaba un salario del gobierno local y desde luego, para seleccionarlo era crucial por parte del clérigo una intensa pesquisa en su pureza doctrinal y de comportamiento. Ciertamente, en 1654 Massachusetts convirtió en ilegal el que una ciudad mantuviera en sus puestos a cualquier maestro que «se hayan manifestado perniciosos en la fe o escandalosos en sus vidas».

Para alimentar la red de escuelas primarias, la colonia obligó en 1645 a que cada ciudad proveyese un maestro para enseñar a leer y escribir.

No valdría para nada el que el gobierno creara escuelas para adoctrinar a las masas si no hubiera masas que adoctrinar, por lo cual era vital para el sistema una ley que obligara a todos los niños de la colonia a ser educados. Esto se puso en vigor en el año 1542 —la primera ley de educación obligatoria de América del Norte— en contraste con el sistema de educación voluntaria que prevalecía en Inglaterra y en las colonias del Sur. Los padres que no hacían caso a la ley eran multados, y en los casos en que los oficiales del gobierno juzgaban que los padres o tutores no eran adecuados para educar a los niños, el gobierno tenía poder para coger a los niños y ponerlos como aprendices con otras personas.

Uno de los objetivos esenciales del dominio Puritano era la aplicación rigurosa del concepto ascético del comportamiento decente. Pero como las personas, cuando tienen libertad para expresar sus opciones, están determinadas por sus convicciones y valores interiores, las reglas morales obligatorias solamente sirven para fabricar hipócritas y no para promover la auténtica moralidad. La coacción solamente fuerza a las personas a cambiar sus acciones, no las persuade de cambiar sus valores o convicciones profundas. Y puesto que los que ya están convencidos de tales reglas morales actuarán según ellas sin coacción, el único impacto real de la moralidad obligatoria es engendrar hipócritas, cuyas acciones no reflejan sus convicciones interiores.

Los Puritanos, a pesar de todo, no se quedaban helados ante estas consecuencias. Un destacado teólogo Puritano, el Rev. John Cotton, incluso manifestaba que los hipócritas que tan solo aparentan vivir conforme a las reglas de la iglesia sin convicciones interiores, podrían aún ser útiles a sus miembros. En cuanto a la producción de hipócritas, Cotton declaraba complacientemente «si así fuera, mejor que sean hipócritas que no blasfemos. Los hipócritas dan a Dios parte de lo que le deben, el hombre exterior, pero los blasfemos no dan a Dios ni el hombre interior ni el exterior.»

Un requisito para un eficaz refuerzo de cualquier código de comportamiento es siempre un aparato efectivo de espionaje por parte de chivatos. Este aparato lo proporcionaba en Massachusetts —de manera informal, pero no menos efectiva— el cuidadoso fisgoneo de amigos y vecinos, con detallados informes que se enviaban a los clérigos de todas las desviaciones, incluido el pecado de la pereza. El arracimamiento de pequeñas poblaciones alrededor de ciudades más grandes ayudaba a esta red, y el monto de información personal que cada ministro recogía se añadía a su gran poder político. Por lo demás, la amenaza de excomunión se redoblaba con la consecuencia de castigos seculares.

El cotilleo informal, de todos modos, les parecía demasiado dejado al azar a algunas de las ciudades, por lo que establecieron un cargo de fisgón oficial. Estos eran los llamados “diezmadores”, ya que cada uno supervisaba la vida privada de sus diez vecinos más cercanos.

Un imperativo moral Puritano era la estricta observancia del “Sabbath”, los placeres mundanos a los que uno se abandona en “sabbath” eran una grave ofensa tanto para iglesia como para el estado. La Corte General se asombró al saber que, a finales de los años 50 del s. XVII algunas personas, residentes tanto como extranjeros, perseveraban en «pasear de manera maleducada por las calles y los campos» en domingo, e incluso, «viajar de pueblo en pueblo» y beber en los albergues. Así que la Corte General creó una ley prohibiendo los crímenes de «jugar, pasear descortésmente, beber y viajar de un pueblo a otro» en domingo. Si esos criminales no podían pagar la multa que se les imponía, debían ser azotados por un agente de policía por un máximo de cinco latigazos por cada diez chelines de multa.

Para reforzar las regulaciones e impedir dichos crímenes, las puertas de las poblaciones se cerraban los domingos y no se permitía a nadie salir. Y si dos o más personas se encontraban por casualidad en la calle en domingo, eran rápidamente dispersados por la policía. Y el “sabbath” no era un periodo que apsara rápido bajo ningún concepto, pues bajo la inspiración del Reverendo John Cotton, el “Sabbath” de Nueva Inglaterra empezaba rigurosamente al ponerse el sol del sábado y continuaba hasta la noche del domingo, asegurándose pues de que ninguna parte del fin de semana podía irse en diversiones. En realidad, las diversiones en cualquier momento, aunque no estaban prohibidas legalmente, eran claramente desaprobadas, siendo condenada la ligereza como «inconsistente con la gravedad que debe ser siempre preservada por un Cristiano serio».

Besar a la esposa en público en domingo también estaba fuera de ley. Un capitán de barco, que volvió a casa una mañana de domingo después de un viaje de tres años, cometió la indiscreción de besar a su esposa en la puerta de la calle. Por esto, fue forzado a pasar dos horas en la picota pública por su «comportamiento lascivo e inadecuado en Día de Sabbath».

No solamente las actividades no religiosas eran ilegales en domingo, sino que el asistir a la iglesia Puritana era obligatorio. Se imponían multas a los que faltaran a la iglesia y la policía tenía órdenes de buscar por la ciudad a quienes faltaban y llevarlos a la fuerza a la iglesia. Quedarse dormido en la iglesia también era ilegal y el castigo por varias ofensas de este tipo era el azotamiento.

Estaba estrictamente prohibido el juego de cualquier clase. La ley decía «Ninguna persona en ningún momento jugará o apostará por dinero (…) bajo pena de perder tres veces el valor (apostado) yendo una mitad a quien informe del hecho y otra mitad al tesoro (público)». De todos modos, como pasa a menudo en el mundo, lo que estaba tan terminantemente prohibido a los individuos, estaba permitido al gobierno. Así, el gobierno tenía permitido obtener ingresos para sí mismo mediante sorteos de lotería. En resumen: el gobierno tenía el monopolio obligatorio de los negocios de juego y lotería. Las cartas y los dados, desde luego, estaban prohibidos. También lo estaban los juegos de habilidad en las casas abiertas al público, por ejemplo los bolos y el tejo, siendo consideradas tales actividades una pérdida de tiempo por los guardianes gubernamentales de la moral popular.

Estar sin hacer nada era, de hecho, no solamente un pecado sino también un mal comportamiento castigable —en cualquier momento, no solo en domingo. Si el oficial de justicia descubría que alguien, solo o en grupo, practicaba abominables comportamientos tales como deslizarse por el hielo, nadar o fumar un poco a escondidas, se le ordenaba presentarse al magistrado. El tiempo, parece ser, era un don de Dios y debía siempre ser usado en Su servicio. Un pecado contra el tiempo de Dios era un crimen contra la iglesia y el estado.

Beber, extrañamente, no era del todo ilegal, pero emborracharse lo era y estaba sujeto a una multa. La práctica de los brindis fue ilegalizada en 1639 a causa de su supuesto origen pagano y porque, una vez que un hombre ha bebido a la salud de otro, está en el camino de la perdición «la embriaguez, la suciedad y otros pecados le siguen rápidamente». Y aún así, los estrictos guardianes de la moralidad pública tenían problemas porque varias décadas más tarde encontramos quejas por parte de los ministros de que «la práctica casi pagana e idólatra de brindar a la salud de alguien es demasiado frecuente».

Como podía esperarse, las mujeres y los niños eran tratados de una forma extremadamente dura por la comunidad Puritana. Los niños se contemplaban como la propiedad absoluta de sus padres y esta reclamación de propiedad era rigurosamente reforzada por el estado. Si un niño desobedecía a sus padres, cualquier magistrado podía llevarlo ante un tribunal y castigar al pequeño criminal con un máximo de diez azotes por cada ofensa. Si el hábito de desobedecer llegaba hasta la adolescencia, los padres, como se proveía en una ley de 1646, podían llevar al joven ante el magistrado. Si se le consideraba culpable del alto crimen de tozudez y de rebeldía, el hijo debía ser rápidamente ejecutado. Por fortuna, parece que esta ley particular, que se mantuvo en los libros durante más de 30 años, fue raramente —si no nunca— llevada a efecto por los padres.

Las mujeres se veían por los Puritanos como los instrumentos de Satanás y se aprobaron severas leyes prohibiendo la vestimenta de mujer que era inmodesta o tan ostentosa que indicara el pecado de “orgullo en la vestimenta”. La inmodestia incluía el llevar vestidos con mangas cortas «en los que la desnudez del brazo esté al descubierto» —una práctica que estaba fuera de la ley en 1656.

Al dejar fuera de la ley el “orgullo en la vestimenta”, no se discriminaba a las mujeres ante los Puritanos: los hombres también podían sentir el pesado brazo del estado. En 1639 el Corte General comenzó la práctica de ilegalizar refinamiento en el vestido de ambos sexos, tales como «estilos inmodestos (…) con lazos, plata, oro o cordones» en los sombreros, cinturones, golas y las gorras de piel de castor así como muchas otras prendas de vestir. En 1639 se añadieron más prendas pecaminosas, como por ejemplo cintas, pañuelos para el cuello y puños —tildándose estas prendas no utilitarias como «de poco uso o beneficio, sino para nutrir el orgullo». Las galas excesivas estaban sujetas a duras multas y la ley se aplicaba extensamente. Así, en un año el Condado de Hampshire llevó a juicio a 38 mujeres y 30 hombres por lucir galas ilegales, siendo la seda un pecado especialmente popular. Una mujer fue castigada «por llevar seda en un ostentoso vestido, para gran ofensa de varias personas severas».

El llevar el pelo largo —una vieja costumbre de los “Caballeros” condenada por los Puritanos, a quienes por eso se les llamaba “Roundheads”— fue puesta en entredicho. La Corte General condenaba repetidamente el cabello ondulante como una peligrosa vanidad. Muchos teólogos Puritanos contemplaban el “orgullo del cabello largo” tan pecaminoso como el juego, el beber y la holgazanería. A un ciudadano, multado por haber osado construir en suelo no utilizado del gobierno, se le ofreció dejar la multa en la mitad si solamente «se cortaba el pelo de una manera decente». La virtuosidad del pelo, de todos modos, nunca tuvo mucho predicamento en el bienaventurado Massachusetts pues algunos de los principales líderes de la colonia, lo que incluía al Gobernador Winthrop y a John Endecott, eran pertinaces en el pecado del pelo largo.

Aunque el baile para ambos sexos llegó a la colonia más tarde en aquel siglo, rápidamente fue condenado como frivolidad, inmoralidad y pérdida de tiempo. Una vez escuchadas estas quejas, en Boston se cerró una escuela de danza.

Las medidas tomadas por la teocracia fanática Puritana no estaban solamente motivadas por el celo religioso. Parte del motivo tenía fundamentos en la clase económica. A medida que pasaba el siglo, los trabajadores más bajos y los no abonados formaban una minoría creciente de la población; aunque no eran admitidos a los privilegios sociales y políticos de ser miembros de la iglesia, eran, naturalmente, los miembros más hostiles del cuerpo social. Las medidas que hemos mencionado arriba estaban diseñadas para preservar a las bajas clases sociales en su sitio. Así que las autoridades se enfadaban sobre todo si veían a los siervos o a las familias de trabajadores que tenían la osadía de llevar ropa fina. La Corte General de 1658 anunció severamente «detestamos profundamente (…) que hombres o mujeres de baja condición lleven encima la vestimenta de los caballeros, vistiendo lazos dorados o de seda, o botones o caperuzas de sedan o tafetán, tapabocas, que aunque están al alcance de personas de mayor estado y más liberal educación, no podemos sino juzgar intolerables en quienes son de menor condición».

En resumen: las clases bajas deben permanecer en su sitio y los restrictivos requerimientos de un código moral fanático se inclinaban hacia los estratos superiores de la sociedad.

De la misma manera, los requerimientos de la educación obligatoria eran particularmente aplicados sobre los trabajadores no abonados, ya que muchos dueños creían que sus criados estarían menos inclinados a ser independientes o “crear problemas” si se les imbuían las enseñanzas Puritanas.

Ciertamente, los dirigentes de la colonia no dudaban en justificar el dominio oligárquico de los ricos sobre los pobres. Como expresaba el Gobernador Winthrop en su obra A Model of Christian Charity de 1630

«Dios Todopoderoso en su Más Sabia y Santa providencia ha establecido que la condición de la humanidad en todo tiempo debe ser que algunos sean ricos y algunos, pobres; algunos estén por encima y sean eminentes en poder y dignidad y otros humildes y vivan en sujeción»

Así que generalmente eran los órdenes inferiores quienes tenían que soportar lo más duro de las reglas “morales” del código Puritano severamente aplicadas. Ciertamente, Massachusetts imponía techos máximos en las tasas de los salarios a fin de mantener a la baja los costes del salario para los empleadores. Los trabajadores no abonados, temporalmente esclavizados, estaban particularmente oprimidos por los Puritanos que intentaban mantenerlos como la propiedad eficiente de sus dueños; ellos, entonces, intentaban suprimir toda tendencia que se desviara de la norma. Muchos siervos eran marcados lo mismo que el ganado con sus iniciales y la fecha de su compra, para asegurar su rápida identificación en caso de huida. Si resultaban insatisfactorios o daban problemas, los criados eran generalmente castigados, azotados y encarcelados, o se ampliaba la caducidad de su servicio. Los niños huérfanos eran empleados como siervos por el estado hasta que alcanzaban la edad de 20 años, mientras que los hijos ilegítimos eran especialmente castigados siendo entregados hasta la edad de 30. Además, los trabajadores no abonados podían ser vendidos por sus dueños a otros, como los esclavos, siendo así separados de sus familias a la fuerza. Los siervos que se escapaban, a menudo eran castigados cortándoles las orejas.

Este artículo es un extracto del capítulo 18 de Conceived in Liberty (1975).

Traducido del inglés por Carmen Leal. El artículo original se encuentra aquí.

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