El reciclaje es un sistema mediante el cual se recuperan materias primas de un producto ya elaborado y desechado para reutilizarlo en cualquier otro proceso de producción, por lo que es simplemente una forma alternativa de conseguir materias primas. Para adquirir cierta cantidad de cobre por ejemplo, podremos acudir a una explotación minera, o bien a un centro de reciclaje de este material. Los interrogantes a los que intentaremos responder son: ¿realmente merece la pena este esfuerzo? ¿Es necesaria una intervención pública para su gestión?
1.El interrogante económico
La principal pregunta que nos debemos hacer no tiene una respuesta clara y contundente, ¿merece la pena el esfuerzo invertido en el reciclaje? La respuesta dependerá de la industria en que nos encontremos, de la escasez relativa del recurso en cuestión, de la dificultad en separar y aprovechar las materias primas contenidas en los bienes desechados, etc. Es decir, depende de las circunstancias relativas al tiempo y lugar. Lo que ayer pudo ser una combinación muy efectiva para conseguir un fin concreto, hoy puede no serlo ya más.
Las empresas, al dirigir sus esfuerzos hacia la satisfacción de las necesidades de los consumidores, buscan aquellos proveedores de materias primas que les ofrecen mayor calidad al menor coste posible (los trade-off entre calidad y coste también dependen de las valoraciones finales de los consumidores). Que estos proveedores sean los que realicen la extracción primigenia del recurso o los que lo reutilizan de bienes ya inservibles es una decisión económica que depende de unas circunstancias concretas. Debido a que la decisión en última instancia depende de los consumidores, si la utilización de materias recicladas satisface mejor sus necesidades, las empresas que las empleen se lucrarán en mayor medida, actuando estos beneficios como imanes y permitiendo una explotación mayor de las materias recicladas.
Si por el contrario, las materias primas recicladas son capaces de satisfacer las necesidades de consumidores de forma más imperfecta (ejemplo: papel reciclado menor calidad), y mediante una legislación se obliga a utilizar preferentemente materias recicladas, o se subvencionan éstas, entonces estaremos desperdiciando los escasos recursos de que dispone la sociedad para unos usos que no son los más valorados, es decir, estaremos destruyendo riqueza. Utilizamos en plantas de reciclaje un capital que estaría mucho mejor invertido en plantas de extracción del material. La medida legislativa aparentemente inocua ha conseguido o bien aumentar el precio del mismo bien final, haciendo más pobres en términos relativos a sus compradores, además de reducir su número, o bien disminuir su calidad, consiguiendo que el bien satisfaga peor las necesidades, empobreciendo también a sus compradores.
La respuesta por tanto no es reciclaje sí, o reciclaje no, sino reciclaje sí cuando sea económicamente viable. Por consiguiente, los gobernantes se deberían quedar al margen de estas decisiones y dejar que en un régimen de libre competencia sean los consumidores los que elijan qué es más valioso para ellos. Además de ser esta fórmula perfectamente compatible con las inquietudes medioambientales de ciertos colectivos, puesto que podrían comprar a empresas que tan solo utilizasen materias recicladas, siempre que estén dispuestos a pagar el potencial precio más elevado o a soportar la posible peor calidad de los productos. Lo que no es aceptable es hacer recaer estas cargas a quienes no están dispuestos a soportarlas.
A igualdad de circunstancias, cuanto más valorado y escaso sea el recurso, en otras palabras, cuanto más alto sea el precio del mismo, mayores serán los incentivos para reutilizarlo por medio del reciclaje. A pocas personas se les pasa por la cabeza dejar de “reciclar” una joya de oro que ya no utilizan, si para el propietario de la joya, ésta ha dejado de tener valor estético, pudiendo venderla a un valor elevado en el mercado debido al alto precio del oro.
El proceso de reciclaje del recurso en cuestión y la cantidad de capital invertido necesario para llevar a cabo la tarea de separación de la materia prima del resto de componentes inservibles juega un papel importante. Ceteris Paribus cuantos menos recursos sean necesarios para la reutilización de los materiales, más capaces serán las plantas de reciclaje de competir con otros productores, pudiendo perfectamente llegar a desplazar marginalmente a estos.
Otra cuestión muy relacionada con la anterior son las calidades. El hecho de que en ciertas industrias, las plantas de reciclaje ofrezcan unos materiales de peor calidad que sus competidores hace que en ausencia de otros factores sea menos atractivo para los consumidores el producto realizado con materiales reciclados. Un claro ejemplo es el caso del papel reciclado, que no puede competir en calidad con sus homólogos, debiendo hacerlo en precio, y quedando por tanto penalizado en cierta medida.
Otro factor a tener en cuenta es el coste de deshacernos del bien que no se va a volver a utilizar. Ante la falta de determinación de derechos de propiedad, y mediante la recogida pública de residuos, cargamos a terceros este coste y hacemos marginalmente menos atractivo el reciclaje. Cuando tiramos la batería de un teléfono móvil, altamente contaminante debido al mercurio y cadmio de su composición, estamos provocando costes a la propiedad pública o de terceros, haciendo muy difícil la compensación. La decisión de reciclar se ha visto perjudicada debido a la indefinición de derechos de propiedad así como a la gestión pública de residuos.
2. Recursos finitos
Uno de los principales motivos que se arguyen para justificar el reciclaje es que el consumismo exagerado de los últimos siglos está esquilmando el planeta. Es por ello que debemos explotar menos estos recursos materiales, y dejar “algo” a las generaciones futuras. Pecamos de una falta de “altruismo intergeneracional” que hará que nuestros descendientes vean reducida su calidad de vida. Y es que como nos lo venden, a fin de cuentas un crecimiento infinito es imposible en un mundo finito… ¿Es esto cierto?
En un mundo estático, estas reclamaciones podrían tener algo de sentido. Si para conseguir un fin determinado se necesitara siempre la misma cantidad de recursos, y estos además no pudieran sustituirse entre ellos, la argumentación sería válida. Por fortuna la característica esencial del ser humano es su creatividad y el uso de la razón para resolver los problemas. De esta manera, lo que ayer se hacía con un esfuerzo enorme hoy puede realizarse con una ínfima cantidad de recursos. La producción de una pequeña granja actual en un país desarrollado hubiera necesitado de vastas extensiones y de una ingente cantidad de mano de obra en el neolítico. Sin embargo, el ser humano consigue, gracias a su creatividad, hacer más con menos. Es decir, aumenta su eficiencia en el uso de los recursos.
Además, el hecho de que una misma necesidad pueda ser satisfecha de casi un sinfín de formas, y que muchas veces un mismo producto pueda ser fabricado con diferentes materiales viene a resaltar que la limitación física de los recursos naturales podría no ser tan importante. Cuando un material empieza a ser escaso, o se prevé que lo sea en un futuro, y es muy demandado, su precio comienza a subir, haciendo a los productos fabricados con él menos competitivos y atractivos a los consumidores. Rápidamente empiezan a aparecer sustitutivos que pueden ser elaborados con materiales muy diferentes, cuya escasez no se prevea en el futuro.
De forma que el agotamiento de un recurso natural es altamente improbable, ya que ante el eventual futuro agotamiento, el alza de precios hace que se restrinja su consumo, destinándose a los usos más urgentemente sentidos por los consumidores. Este alza de precios no tiene porqué resultar en un peor nivel de vida de los consumidores afectados, ya que el ingenio empresarial, en su búsqueda de beneficios va a tender a proveerles bienes que en su proceso de fabricación utilicen mucho más eficientemente el recurso o bienes sustitutivos fabricados con otros recursos.
Aunque a los fabricantes de ordenadores les gustaría utilizar como base para sus placas el teflón, se tienen que conformar con un sustituto de menor calidad pero también mucho menos costoso, la fibra de vidrio. Así, el alto precio del primero y la poca disposición de los consumidores a pagar más por esas placas nos indica que existen usos más importantes para ese material. El no hacer caso de las señales del mercado haría posiblemente incurrir en pérdidas empresariales a los fabricantes de placas que se empeñaran en utilizar el teflón . Por lo que esta “sobreexplotación” a buen seguro no durará eternamente.
De la misma manera, un barril de petróleo con un precio estructuralmente muy alto, por ejemplo de 300 o 400 dólares el barril, hace que rápidamente se investiguen con fuerza nuevas energías, entre las que pueden estar las renovables. La hoy ineficiente energía eólica, o la hipersubvencionada energía solar, podrían empezar a ser competitivas, atrayendo nuevas inversiones. Más capitalización es probable que provoque una disminución de los costes de estas energías, desplazando al petróleo, bajando drásticamente su consumo, permitiendo que no se agote este recurso y que pueda seguir utilizándose para otros fines. Todo ello sin intervención pública, en un entorno de libre competencia. De la misma forma que el carbón no se agotó en los siglos pasados, es altamente improbable que lo haga el petróleo en los años, o incluso en los siglos siguientes. El hecho de usar hoy los recursos disponibles no implica una insolidaridad intergeneracional.
Además, la temida especulación viene en ayuda de las más inquietas mentes ecologistas. Ante la potencial escasez futura de cualquier recurso, los empresarios especuladores siempre deseosos de obtener beneficios se guardarán mucho de desperdiciar el recurso hoy en cualquier rama productiva si prevén que mañana este recurso va a multiplicar su valor. Es decir, tienen un poderoso incentivo a guardarlo, e incluso a reproducirlo en la medida de lo posible. En otras palabras, los especuladores guardan, conservan e incluso si pueden multiplican los recursos naturales más escasos. Además, al sacar del mercado grandes cantidades del recurso, provocan un alza en su valor, desatando los mecanismos descritos anteriormente de búsqueda de eficiencia y de recursos alternativos, con lo que la función beneficiosa de estos especuladores para la conservación de los recursos es doble.
Así, los precios van indicando a los empresarios donde existen más escaseces de recursos y permiten que estos recursos sean utilizados en los usos más urgentemente sentidos por los consumidores, además de posibilitar una explotación que proporciona una garantía de no agotamiento. Pero, ¿Qué ocurre si no existen precios de mercado?
3. Gestión pública
La gestión pública adolece en todo lugar de una falta de visión económica completa. Sin embargo, no se puede esperar que los gestores de la cosa pública actúen de otra manera puesto que el problema no es de las personas, sino de los incentivos que proporcionan las instituciones. Los problemas no se eliminan cuando cambian las personas al mando, sino cuando cambia el marco institucional en el que estas se mueven. El único marco institucional que puede proveer un uso adecuado de los recursos es el de la propiedad privada y el de la libertad de intercambios.
Si por cualquier razón, las autoridades no permitiesen a los mecanismos de mercado funcionar sin injerencias externas, o bien los precios no se formarían, o bien transmitirían información errónea a la sociedad sobre la escasez relativa de los diferentes recursos. Si, por ejemplo, el Estado venezolano subsidia la compra de gasolina o de cualquier producto derivado del petróleo, tanto consumidores como empresarios actuarán como si este recurso no fuese escaso, es decir, la señal enviada al mercado será “este recurso es muy abundante: no restrinjan su consumo, no busquen sustitutivos, no lo guarden para el futuro”.
Ante estas señales erróneas provocadas por la intervención estatal, sí es posible la sobreexplotación de recursos e incluso su completo agotamiento, si es que el Estado, tiene suficiente solvencia para ir pagando subsidios cada vez mayores, y si las presiones de los contribuyentes no son suficientemente fuertes para paralizar el subsidio. Luego el agotamiento de recursos no es algo inherente al sistema capitalista, sino algo muy enraizado al estatismo
Los administradores públicos no actúan por norma general buscando la rentabilidad de las inversiones, es decir, no buscan dar el uso más adecuado a los recursos escasos. El incentivo es de proporcionar cada vez mayores bienes y servicios a determinados grupos de presión, a un coste muy por debajo del de mercado, lo que provoca que atraigan cada vez mayores recursos para aumentar sus plantillas, poder de influencia y rentas. Es muy extraño escuchar a una agencia ministerial admitir lo poco necesario de su trabajo y pedir su disolución. Por desgracia, el ambiente de incentivos en el que se mueve, lleva al gerente público a gastar todo el presupuesto, y pedir un aumento de éste en años venideros.
Por lo tanto, la administración de cualquier recurso debería hacerse de manera privada. La única manera de conseguir un crecimiento sostenible y la conservación de los recursos naturales es evitar que las administraciones públicas los expropien y nos impongan los usos más convenientes de éstos.
Bibliografía
Terry L. Anderson y Donald R. Leal (1991): “Ecología de Mercado”, Unión Editorial 1993
Ludwig Von Mises (1949), “La Acción Humana”, Unión Editorial 2009
Jesús Huerta de Soto (1992), “Socialismo, cálculo económico y función empresarial”, Unión Editorial 2010