Seguro social obligatorio

0

La esencia del programa de estatismo alemán es el seguro social. Pero la gente fuera del Imperio Alemán también ha llegado a considerar el seguro social como el punto culminante que puede alcanzar la inteligencia estadista y política. Si alguien alaba los maravillosos resultados de estas instituciones, otros sólo pueden reprocharles por no ir lo suficientemente lejos, por no incluir a todas las clases sociales y por no darles a todos los favorecidos lo que, en su opinión, deberían tener. El seguro social, se dice, se dirige en último término a dar a cada ciudadano la protección adecuada y el mejor tratamiento en la enfermedad y el sustento apropiado si se ve incapaz de trabajar por accidente, enfermedad o vejez, o si no consigue encontrar trabajo en las condiciones que éste considere necesarias.

Ninguna comunidad organizada ha permitido que de forma desalmada sus pobres y discapacitados mueran de hambre. Siempre ha habido algún tipo de institución fundada para salvar de la indigencia a gente incapaz de sostenerse. Como el bienestar general ha aumentado de mano del desarrollo del capitalismo, también ha mejorado la asistencia a los pobres. Al mismo tiempo, la base legal de esta asistencia ha cambiado. Lo que antes era una caridad que los pobres no podían reclamar, es ahora una tarea de la comunidad. Se han adoptado medidas para asegurar la atención a los pobres. Pero en principio la gente cuidó de no dar a la persona pobre un derecho de reclamación ejecutable de atención o sostenimiento. De la misma forma que tampoco pensaron eliminar el más pequeño estigma asociado a quienes se veían así mantenidos por la comunidad. No era crueldad. Las discusiones que generó la Ley de Pobres inglesa en particular, mostraba que la gente era completamente consciente de los grandes peligros sociales que implicaba cualquier extensión de la atención a los pobres.

El seguro social alemán y las instituciones correspondientes de otros estados se fundan sobre bases muy distintas. La manutención es un derecho cuyo titular puede exigir por ley. El reclamante no sufre ningún desdoro en su posición social. Es un pensionista del estado, como el rey o sus ministros o quien recibe una anualidad de un seguro, como cualquier otro que haya firmado un contrato de seguro. Tampoco hay duda de que tiene derecho a considerar que lo que recibe es equivalente a sus propias contribuciones. Pues las contribuciones al seguro son siempre a expensas de los salarios, sin que importe si los recauda del empresario o de los trabajadores. Lo que tiene que pagar el empresario por el seguro es un cargo sobre la productividad marginal del trabajo, tendiendo así a reducir los salarios. Cuando los costes de manutención se pagan con los impuestos, el trabajador contribuye a ellos con claridad, directa o indirectamente.

Para los defensores intelectuales del seguro social y los políticos y estadistas que lo promulgaron, la enfermedad y la salud aparecen como dos condiciones del cuerpo humano claramente diferenciadas entre sí y siempre reconocibles sin dificultad o duda. Cualquier doctor podría diagnosticar las características de la “salud”. Las enfermedad sería un fenómeno corporal que se muestra independientemente de la voluntad humana y no es susceptible de verse influenciado por la voluntad. Habría gente que por una razón u otra simulara la enfermedad, pero un doctor podría descubrir el fingimiento. Sólo la persona sana tendría una eficiencia completa. La eficiencia de la persona enferma se rebajaría de acuerdo con la gravedad y naturaleza de su dolencia y el doctor sería capaz, por medio de pruebas psicológicas revisables objetivamente, de indicar el grado de reducción de la eficiencia.

Pero todas las afirmaciones de esta teoría son falsas. No hay una frontera claramente definida entre la salud y la enfermedad. El estar enfermo no es un fenómeno independiente del deseo consciente y de las fuerzas físicas que operan en el subconsciente. La eficiencia de un hombre no es meramente resultado de su condición física: depende en buena medida de su mente y voluntad. Así que toda la idea de ser capaces de distinguir, mediante examen médico, a los capacitados de los incapacitados de los que fingen y de los que pueden trabajar de los que no, resulta ser insostenible. Quienes creían que el seguro de accidentes y salud podía basarse en medios completamente eficaces de diagnosticar la enfermedad o las lesiones y sus consecuencias, se equivocan seriamente. El aspecto destructivo del seguro de accidentes y salud reside sobre todo en el hecho de que esas instituciones promueven los accidentes y la enfermedad, entorpeciendo la recuperación y creando muy a menudo, o en todo caso intensificando y alargando, los desórdenes funcionales que llevan a la enfermedad o el accidente.

Una dolencia especial, la neurosis traumática, que ya ha aparecido en algunos casos como consecuencia de la regulación legal de las reclamaciones por lesiones, se ha convertido así en una enfermedad nacional gracias al seguro social obligatorio. Ya nadie niega que la neurosis traumática sea un resultado de la legislación social. Estadísticas abrumadoras demuestran que a las personas aseguradas les cuesta más tiempo recuperarse de sus lesiones que a otras personas y que son más propensas a más prórrogas y molestias funcionales permanentes que las no aseguradas. El seguro contra las enfermedades genera enfermedades. La observación individual por doctores, así como las estadísticas, prueban que la recuperación ante enfermedades y lesiones es más lenta en funcionarios y empleados permanentes y gente asegurada obligatoriamente que en miembros de profesiones no aseguradas. El deseo y la necesidad de volver a estar bien y listos para trabajar tan pronto como sea posible ayuda a la recuperación en un grado tan grande como para ser capaz de manifestarlo.

Sentirse sano es algo bastante diferente de estar sano en sentido médico y la capacidad de trabajar de un hombre es en buena medida independiente de los rendimientos verificables y medibles psicológicamente de sus órganos individuales. El hombre que no quiere estar sano no es simplemente un enfermo fingido. En una persona enferma. Si se debilita la voluntad de estar sano y eficiente, se genera enfermedad e incapacidad de trabajar. Al debilitar o destruir completamente la voluntad de estar bien y en condiciones de trabajar, el seguro social crea enfermedad e incapacidad de trabajar: produce el hábito de quejarse (lo que es en sí una neurosis) y neurosis de otros tipos. En resumen, es una institución que tiende a favorecer la enfermedad, no digamos los accidentes, y a intensificar considerablemente los resultados físicos y psíquicos de accidentes y enfermedades. Como institución social hace enfermar a la gente física y mentalmente o al menos ayuda a multiplicar, alargar e intensificar la enfermedad.

Las fuerzas psíquicas que están activas en todo ente viviente, incluyendo al hombre, en forma de voluntad de salud y deseo de trabajar, no son independientes del entorno social. Ciertas circunstancias las fortalecen, otras las debilitan. El entorno social de una tribu cazadora africana está decididamente calculado para estimulas esas fuerzas. Lo mismo pasa en el entorno muy diferente de los ciudadanos de una sociedad capitalista, basada en la división del trabajo y la propiedad privada. Por otro lado, un orden social debilita estas fuerzas cuando promete que si el trabajo individual se ve impedido por la enfermedad o los efectos de un trauma, viviremos sin trabajar o con poco trabajo y no sufriremos ninguna reducción apreciable en nuestros ingresos. Las cosas no son tan simples como parecen a la ingenua patología del doctor del ejército o de la prisión.

Así que el seguro social ha hecho de la neurosis de los asegurados una peligrosa enfermedad pública. Si la institución se extiende y desarrolla, la enfermedad se extenderá. Ninguna reforma puede evitarlo. No podemos debilitar o destruir la voluntad de salud sin producir enfermedad.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email