¡Acabemos con esta bobada ahora!

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[End This Depression Now! • Paul Krugman • Norton, 2012 • xii + 259 páginas]

Los partidarios de la economía keynesiana a veces afirman que sería una burda caricatura del Maestro decir que pensaba que el gobierno solo tenía que gastar más dinero para sacarnos de la depresión y que endeudarnos no importa porque nos debemos a nosotros mismos. Alegan que Keynes era un pensador más complejo de cómo lo retrata esta caricatura. Esos defensores pueden encontrar desconcertante End This Depression Now! Krugman, a quien a pesar de sus defectos no le falta complejidad técnica, defiende bastante la versión de dibujos animados del keynesianismo que se nos dice que está excesivamente simplificada.

Deja inequívocamente clara la lección que pretende dar: el gobierno tiene que gastar muchísimo dinero para sacarnos de nuestras deprimidas condiciones económicas:

Pero lo esencial es que lo que realmente necesitamos para salir de esta depresión actual es otra explosión de gasto público. ¿Es realmente tan sencillo? ¿Sería realmente tan fácil? Básicamente, sí. (p. 39)

Para quienes les preocupe que gastar a la escala que tiene en mente se añada al ya enorme déficit público, dice:

Es verdad que gente como yo pensamos que la depresión el que estamos fue causada en gran parte por la acumulación de deuda inmobiliaria, que preparó el terreno para un momento de [Hyman] Minsky en el que la familias endeudadas se vieron obligadas a recortar sus gastos. Entonces, ¿cómo puede más deuda ser parte de la respuesta política apropiada? La clave es que este argumento contra el gasto público supone implícitamente que la deuda es deuda, que no importa quién deba. Pero eso no puede ser verdad: para empezar, si lo fuera, no tendríamos un problema. Después de todo, en una primera aproximación, la deuda es dinero que nos debemos a nosotros mismos; sí, Estados Unidos tiene deudas con China y otros países, pero (…) nuestra deuda neta a extranjeros es relativamente pequeña y no lo importante del problema. (p. 146)

¿Por qué está Krugman a favor de aumentar el gasto público? Después del desplome del mercado inmobiliario y las quiebras de bancos e inversoras inmobiliarias que siguieron a dicho desplome, cayó el gasto de consumo. Ante la perspectiva de un menor gasto de los consumidores, los inversores son reticentes a invertir. Si el gobierno no actuara, la economía estaría amenaza por una espiral descendente. Los programas y acciones de ayuda del gobierno por parte de la Fed impidieron el colapso total, pero el gasto no ha sido suficiente. El gobierno tiene que hacer más. “¿Por qué está tan alto el desempleo y tan baja la producción económica? Porque nosotros (siendo ‘nosotros’ consumidores, negocios y gobiernos combinados) no estamos gastando lo suficiente”. (p. 24)

Uno podría empezar objetando al argumento de Krugman de esta manera. Si el gobierno gasta más pero no aumenta la oferta monetaria, ¿no debería resultar que algún otro ha gastado menos dinero? Desde este punto de vista, no puede haber una caída general de la demanda. Pueden producirse más bienes concretos de los que demanda la gente al precio al que se ofrecen a la venta, pero no puede haber una sobreproducción general.

Krugman rechaza esta contraposición: “Es la falacia a la que Keynes llamó ‘Ley de Say’”. (p. 25)

En pocas palabras, lo malo de la ley de Say es que el dinero tiene o bien que gastarse o bien que invertirse. La gente puede acaparar dinero y si lo hace, puede realmente haber un defecto en la demanda total. Sorprendentemente, no ofrece un relato detallado de cómo el atesoramiento produce este defecto en la demanda total. “Puedes escribir un pequeño modelo matemático para explicar estos temas, pero esto solo funciona con economistas, no con seres humanos normales (y ni siquiera funciona con algunos economistas)”. (p. 26) En su lugar, respalda su crítica de la ley de Say con un ejemplo que ya ha usado en su El retorno de la economía de la depresión. El ejemplo trata de una cooperativa de cuidado de niños, cuyos miembros se encuentran con objetivos diferentes.

No propongo analizar aquí los detalles del ejemplo de Krugman y su relevancia para el caso de la depresión económica.# Miremos por el contrario directamente al análisis keynesiano. ¿Se basa en supuestos realistas? ¿Qué evidencias lo apoyan?

No sorprenderá a los lectores que la explicación keynesiana no me parezca convincente. Por ejemplo, como reconoce el propio Krugman, la depresión empieza con el colapso de mercados concretos, como el de la vivienda. Si es así, ¿por qué se supone que los inversores teman una caída general en demandas futuras de consumidores? ¿No es más bien el problema que haya habido malas inversiones en áreas concretas? La solución sería entonces detraer recursos de esas áreas a otras. Mientras se haga esto, ¿por qué rechazarían invertir los empresarios?

Krugman es conciente de esta respuesta, pero cree que es justo lo que necesitamos evitar. Cita a Joseph Schumpeter, que advertía contra las políticas públicas de estímulo para acabar con las depresiones. Por el contrario, de dejaría fracasar a las malas inversiones:

Pues cualquier reavivamiento que se deba sencillamente a un estímulo artificial deja sin hacer parte del trabajo de las depresiones y añade, ha un remanente no digerido de desajustes, nuevos desajustes propios que tendrán que liquidarse a su vez, amenazando así a los negocios con otra crisis futura. (p. 204, citando a Schumpeter)

Krugman no nos dice qué hay incorrecto en el razonamiento de Schumpeter. Por el contrario, da por sentado que los inversores en una depresión esperan un colapso general de la demanda de los consumidores.

Pero supongamos, contrariamente a los hechos, que los inversores esperaran una caída general en la demanda de los consumidores. ¿Se deduciría de ello que la inversión se detendría, condenando a la economía a una continua depresión? En modo alguno. Como apuntó hace tiempo Friedrich Hayek, la inversión en un negocio puede ser rentable, incluso si ha caído la demanda del producto del sector. Lo que preocupa al hombre de negocios no es la cantidad de su producto que demandan los consumidores a un precio dado, considerada de modo aislado, sino más bien esa cantidad comparada con sus costes. Si los costes también han caído, ¿por qué no puede continuar la inversión?

Como dice Hayek:

Como no es el nivel absoluto de los precios del producto, sino solo su nivel relativo en comparación los precios de los factores, lo que determina la remuneración de la producción, no es, por tanto, nunca el tamaño absoluto de la demanda de bienes de consumo, sino el tamaño relativo de las demandas de los medios de producción a usar por los diversos métodos de producir bienes de consumo lo que determina su rentabilidad relativa.

Krugman podría responder a nuestras objeciones de esta manera: “Puedes cavilar ante diversos detalles de Keynes, pero la evidencia demuestra que tiene razón. El gasto público reaviva de verdad la prosperidad y crea empleos”.

¿No ignora lo evidente esta respuesta? El gobierno bajo Bush y Obama ha gastado una gran cantidad de dinero, pero según la propia opinión de Krugman, la economía ha fracasado completamente en su recuperación. ¿No nos da alguna razón para pensar que la receta keynesiana es inadecuada? Krugman no lo piensa. Dice que el problema con la actual política estadounidense es que el gobierno no ha gastado lo suficiente. Además, no habla aquí con la voz de la experiencia. Nos advertía hace mucho de que la cantidad de dinero que el gobierno proponía gastar no bastaría para producir una recuperación.

Yo estaba más o menos tirándome de los pelos en público a medida que el aspecto del plan de la administración [Obama] empezaba a quedar claro. (…) Temía que un estímulo adecuado fracasaría en producir una recuperación adecuada y además socavaría le defensa política de nuevas acciones. (p. 119)

En casos en que existe una correlación histórica entre gasto público y aumentos en el empleo, la atribuye completamente a Keynes:

Como el gasto militar [en 1940] creó empleos y aumentó las rentas familiares, el gasto en consumo también aumentó (acabaría viéndose restringido por el racionamiento, pero eso sucedió más tarde). Como los negocios veían que sus ventas aumentaban, también respondían aumentando el gasto. Y así se superó la Depresión. (p. 39)

Krugman apenas menciona la obra pionera de Robert Higgs, Depression, War, and Cold War, que cuestiona de forma contundente la idea de que la Segunda Guerra Mundial acabó con la Gran Depresión. Higgs demuestra de forma convincente que la prosperidad solo volvió después de que acabara la guerra. Pero supongamos, muy al contrario de los hechos, que Krugman tenga razón acerca de los efectos del gasto público en los años posteriores a 1940. Su defensa de Keynes seguiría siendo muy deficiente.

Lo que está diciendo en la práctica es esto: “Los ejemplos que resulten confirmar la afirmación de que el gasto público acaba con las depresiones cuentan a favor de Keynes. Pero los casos que van contra Keynes no cuentan, porque no podemos descartar la posibilidad de que un mayor gasto hubiera funcionado”.

Lo que escribió en su ejemplar de la Teoría general de Keynes el amigo de éste, Piero Sraffa, que no puede ser sospechoso de partidismo a favor de la Escuela Austriaca, también es aplicable a Krugman: “como es habitual: cara, yo gano; cruz, tú pierdes”.

Hay un pasaje en el libro que es inintencionadamente revelador. Dado la importancia que atribuye Krugman al potenciar la inversión mediante estímulo público, uno podría haber esperado que estuviera a favor de medidas que potencien la confianza empresarial. Por el contrario, cita aprobadoramente al marxista polaco Michal Kalecki, que advertía de que las apelaciones a la confianza empresarial eran un instrumento por el que la clase capitalista trataba de controlar la política. El gobierno no debería aplacar a los negocios, sino más bien controlar directamente la economía:

Toda ampliación de la actividad del estado es considerada por los negocios con recelo, pero la creación de empleo mediante gasto público tiene un aspecto especial que hace a la oposición particularmente intensa. Bajo un sistema de laissez faire, el nivel de empleo depende en gran medida del llamado estado de confianza. (…) Esto da a los capitalistas un poderoso control indirecto sobre la política pública: todo lo que pueda sacudir el estado de confianza debe evitarse cuidadosamente porque causaría una crisis económica. Pero una vez que el gobierno aprende el truco de aumentar el empleo mediante sus propias compras, este poderoso dispositivo de control pierde su efectividad. (pp. 94-95, citando a Kalecki)

Krugman señala: “Esto me sonaba muy extremista la primera vez que lo leí, pero ahora me parece bastante razonable”. (p. 95)

Krugman añora la gloria que fue Roosevelt y la grandeza que fue Truman, pero evidentemente piensa que su revolución contra el capitalismo tiene que ir más allá.

Krugman no tiene nada que decir acerca de la teoría austriaca del ciclo económico. A Hayek se le menciona una vez (p. 205) en relación con el pasaje de Schumpeter antes citado, pero su nombre no aparece en el índice del libro. A Mises y Rothard no los menciona en absoluto. Dada su manifiesta incomprensión de la teoría austriaca en obras anteriores, mejor que sea así.


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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