La posición peculiar y única de la economía

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[La acción humana (1949)]

La singularidad de la economía

Lo que atribuye a la economía su posición peculiar y única en la órbita tanto del conocimiento puro como de la utilización práctica del conocimiento es el hecho de que sus teorías concretas no están abiertas a cualquier verificación o falsación sobre la base de la experiencia. Por supuesto, una medida sugerida por un razonamiento económico sensato genera los efectos buscados y una medida sugerida por un razonamiento económico defectuoso no consigue producir los fines pretendidos. Pero esa experiencia sigue siendo siempre una experiencia histórica, es decir, la experiencia de fenómenos complejos. Como se ha apuntado, nunca puede probar o refutar ninguna teoría concreta. La aplicación de teorías económicas espurias genera consecuencias no deseadas. Pero estos efectos nunca tienen el indiscutible poder de convicción que proporcionan los hechos experimentales en el campo de las ciencias naturales. La vara de medir definitiva de la corrección de una teoría económica es solamente la razón sin auxilio de la experiencia.

El ominoso significado de este estado de cosas es que impide que una mente ingenua reconozca la realidad de las cosas de las que se ocupa la economía. “Real” es, a los ojos del hombre, todo lo que no puede alterar y cuya existencia debe ajustar sus acciones si quiere alcanzar sus fines. El conocimiento de la realidad es una experiencia triste. Enseña los límites de la satisfacción de los deseos propios. Solo reticentemente se resigna un hombre a la idea de que hay cosas, como todo el complejo de relaciones causales entre acontecimiento, que no puede alterar el pensamiento ilusorio. Aún así, la experiencia sensorial habla un lenguaje fácilmente perceptible. No tiene sentido discutir sobre experimentos. No puede discutirse la realidad de hechos establecidos experimentalmente.

Pero en el campo del conocimiento praxeológico, ni el éxito ni el fracaso hablan un lenguaje distintivo audible para todos. La experiencia derivada exclusivamente de los fenómenos complejos no impide escaparse a interpretaciones basadas en pensamiento ilusorio. La ingenua propensión del hombre a atribuir omnipotencia a sus pensamientos, por muy confundidos y contradictorios que sean, nunca se falsa manifiestamente y sin ambigüedades por la experiencia. El economista nunca puede rebatir las rarezas y palabrería en economía de la forma en que un doctor rebate al curandero y el charlatán. La historia solo habla de aquella gente que sabe cómo interpretarla basándose en teorías correctas.

Economía y opinión pública

La significación de esta diferencia epistemológica fundamental queda clara si nos damos cuenta de que la utilización práctica de las enseñanzas de la economía presupone su aceptación por la opinión pública. En la economía de mercado, la puesta en marcha de innovaciones tecnológicas no requiere nada más que el conocimiento de su razonabilidad por uno o unos pocos espíritus ilustrados. Ninguna estupidez ni torpeza por parte de las masas puede detener a los pioneros de las mejoras. Para ellos no hay necesidad de conseguir la aprobación previa de la gente inerte. Son libres de dedicarse a sus proyectos, incluso si todos los demás se ríen de ellos. Posteriormente, cuando los productos nuevos, mejores y más baratos aparezcan en el mercado, los burlones se pelearán por ellos. Por muy estúpido que sea un hombre, sabe cómo explicar la diferencia entre un zapato más barato y otro más caro y cómo apreciar la utilidad de los nuevos productos.

Pero es distinto en el campo de la organización social y las políticas económicas. Aquí las mejores teorías son inútiles si no están respaldadas por la opinión pública. No pueden funcionar si no son aceptadas por una mayoría del pueblo. Cualquiera que pueda ser el sistema de gobierno, no puede haber ninguna posibilidad de gobernar una nación de forma duradera siguiendo doctrinas en contra de la opinión pública. Al final, prevalece la filosofía de la mayoría. A largo plazo no puede existir un sistema de gobierno impopular. La diferencia entre la democracia y el despotismo no afecta al resultado final. Se refiere solo al método por el que se consigue el ajuste del sistema de gobierno a la ideología que mantiene la opinión pública. Los autócratas impopulares solo pueden ser derrocados por levantamientos revolucionarios, mientras que los gobernantes democráticos impopulares son expulsados pacíficamente en las siguientes elecciones.

La supremacía de la opinión pública no determina solo el papel singular que ocupa la economía en el complejo de pensamiento y conocimiento. Determina todo el proceso de la historia humana.

Las habituales discusiones respecto del papel que desempeña el individuo en la historia yerran el blanco. Todo lo que se piensa, hace y consigue es resultado de individuos. Las nuevas ideas e innovaciones son siempre un logro de hombres no comunes. Pero estos grandes hombres no pueden tener éxito en ajustar las condiciones sociales a sus planes si no convencen a la opinión pública.

El florecimiento de la sociedad humana depende de dos factores: el poder intelectual de hombres extraordinarios para concebir teorías sociales y económicas sensatas y la capacidad de éstos y otros hombres para hacer estas ideologías comprensibles para la mayoría.


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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