El Profesor Stiglitz y Lord Keynes

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El nuevo número de The Nation califica al premio Nobel 2001 Joseph Stiglitz como un “rebelde con causa”. Esa caracterización es sin duda un poco exagerada para un economista que fue primer vicepresidente del Banco Mundial y defiende la doctrina keynesiana ortodoxa, el paradigma económico dominante de la teoría política y económica de la corriente principal de los últimos 50 años.

El keynesianismo de Stiglitz no es solo cuestión de costumbre, como pasa con muchos economistas, sino que equivale a un estricto seguimiento doctrinal. En su reciente artículo, “IMF should take a lesson on Keynesian economics” en Straits Times, Stiglitz llega a resucitar la idea sin fundamento de la era del New Deal de que hay que echar la culpa de los ciclos económicos de auge y declive a las economías de mercado.

Según Stiglitz:

Desde los inicios del capitalismo, la economía de mercado ha estado sometida a fluctuaciones, a auges y declives. Las economías capitalistas no se autoajustan: Las fuerzas mercado podrían acabar restaurando un economía de pleno empleo, como dijo el economista John Maynard Keynes, pero, a largo plazo, estamos todos muertos.

Sin embargo, los ciclos de auge y declive no son causados por la economía de mercado. Son el resultado de las políticas monetarias intervencionistas de las autoridades centrales. La teoría monetaria de los ciclos de auge y declive desarrollada por Ludwig von Mises proporciona una explicación adecuada del fenómeno de dicho ciclo. Son las actividades que se hacen a hombros de políticas monetarias laxas del banco central.

Así que siempre que el banco central relaja su postura monetaria, pone en marcha un auge económico mediante el desvío de la financiación real de los generadores de riqueza a diversas actividades falsas que no facilitaría un mercado libre no intervenido.

Siempre que el banco central invierte su postura monetaria, esto ralentiza o detiene el desvío de financiación hacia actividades falsas y eso a su vez socava su existencia. En resumen, el gatillo de los ciclos de auge y declive son las políticas monetarias del banco central, no el capitalismo. Además, en un mercado no intervenido, los errores humanos se corrigen a sí mismos. Las correcciones tienden a ser bastante rápidas.

Siguiendo los pasos de Keynes, Stiglitz sostiene que deben usarse políticas monetarias y fiscales expansivas en los malos tiempos económicos. También siguiendo a Keynes, Stiglitz cree que las políticas fiscales son más eficaces que las monetarias. Sin embargo, independientemente del estado de una economía, toda actividad económica tiene que financiarse. Ni imprimir dinero ni usar políticas fiscales expansionistas generan riqueza.

Lo que hacen las políticas monetarias y fiscales laxas es desviar la financiación real de los generadores de riqueza a los consumidores de riqueza. Por consiguiente, ni una política monetaria laxa ni una política fiscal laxa pueden levantar una economía si no hay riqueza, capital y ahorro para apoyarla. Es un mito que la política fiscal pueda ser más eficaz que la política monetaria en hacer crecer una economía. Ninguna de ambas políticas puede hacerlo. Solo la expansión de la base de capital, basada en el ahorro y la inversión rentable hace “crecer” a una economía.

Stiglitz es de la opinión de que, en economías desarrolladas, la economía keynesiana es el pan y la sal de la previsión económica y la elaboración de políticas. También sugiere que, debido a las políticas keynesianas, las expansiones son más largas y las crisis más superficiales y cortas en economías desarrolladas.

Es una gran tragedia que e economía keynesiana proporcione el fundamento del pensamiento de la mayoría de economistas y políticos. En economías desarrolladas, las expansiones son más largas y las recesiones más cortas debido al capital acumulado y el poder de la libre empresa, no porque funcionen las recetas keynesianas. Sin embargo, hay indicios de que esto puede no durar. Por ejemplo, el flujo del ahorro es apenas visible y la deuda personal está hoy en máximos.

Como prueba de que los políticas keynesianas son válidas, Stiglitz insiste en que:

Aprendemos tanto de los fracasos en política económica como de los éxitos. Cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) obligó a grandes recortes en el gasto en Asia Oriental, la producción en esos países cayó, tal y como predecía la teoría keynesiana.

Pero la producción en estas economías no cayó debido al recorte en el gasto público, sino porque las previas políticas monetarias y fiscales laxas había disminuido gravemente la cantidad de recursos invertibles. Un recorte en el gasto público ha revelado la realidad de hecho: no queda mucho para invertir.

Si aumentar el gasto público favorece una economía, ¿por qué seguimos experimentando muchos problemas económicos? Según la fórmula mágica keynesiana, todo lo que hace falta es aumentar el gasto publicó y todo lo demás vendrá por añadidura. Si esta opinión fuera correcta, la pobreza en el mundo se habría eliminado hace mucho tiempo.

No es así, mantiene Stiglitz:

A principios de 1998, cuando yo era economista jefe del Banco Mundial, debatí con el Tesoro de Estados Unidos y el FMI acerca de Rusia. Decían que cualquier estímulo de la economía rusa incitaría a la inflación.

Era un reconocimiento notable: Mediante sus políticas de transición, se la habían arreglado, en pocos años, para disminuir la capacidad productiva de la segunda superpotencia del mundo en más de un 40%, un resultado devastador mayor que el de cualquier guerra.

En agosto de 1998, con la devaluación del rublo, probamos la hipótesis alternativa keynesiana: La producción aumentó, y relativamente rápido, demostrando que las políticas que se enfocan excesivamente en la austeridad habían causado una ociosidad innecesaria de recursos humanos y físicos y un sufrimiento innecesario.

En realidad, la capacidad productiva se derrumbó, no debido a la austeridad, sino debido a las previas políticas laxas. Por ejemplo, entre enero de 1993 y abril de 1996, la tasa anual de crecimiento monetario M1 fluctuó entre el 120% y el 500%. Las medidas de austeridad solo revelaron el nivel del daño causado por la política monetaria laxa. La recuperación se produjo porque aún quedaba algo en el “bote” y porque la austeridad ayudó a fortalecer la base para un futuro crecimiento sostenible.

Sobre la crisis de Argentina, Stiglitz escribía:

Notablemente, el FMI tardó en aprender la lección. Aunque reconociera con retraso su error en políticas fiscales en Asia Oriental, lo repitió en Argentina, obligando a recortes en el gasto que agudizaron la recesión y aumentaron el desempleo hasta el punto de que todo acabó viniéndose abajo.

Incluso ahora, el FMI sigue sin entender la lección: Sigue insistiendo en mayores recortes como condición para la ayuda. Continúa insistiendo en una “teoría” económica alternativa, una contra la que el Profesor Keynes luchó hace 60 años. En pocas palabras, luchó contra la idea de que si los países recortaran sus déficits, se restauraría la confianza, volvería la inversión y sus economías alcanzarían de nuevo el pleno empleo.

Pero los recortes en el gasto público no causaron la actual crisis económica de Argentina. Hay varios factores responsables de la crisis. Antes de la introducción del consejo monetario y la vinculación de la moneda, la oferta monetaria estaba creciendo en más del 100% anual. Así que hay que culpar al FMI por apoyar una vinculación al dólar mientras el peso estaba extremadamente sobrevalorado. Esto destrozó el sector exportador.

Además, la alta tasa de crecimiento monetario distorsionó gravemente la estructura de producción y redujo la base de capital. El FMI se equivoca al centrarse en la reducción del presupuesto. Debe centrarse en la reducción del gasto público a la que se opone Stiglitz.

Un recorte en el gasto público es una bendición para los generadores de riqueza y libera propiedad para su uso productivo, así que ¿por qué debería verse como una mala noticia? Evidentemente, el recorte en los desembolsos del gobierno es malo para distintas actividades que solo consumen riqueza real sin hacer ninguna contribución a la capacidad productiva. Si el porcentaje de estas actividades excede el porcentaje de generadores de riqueza, la economía sufrirá. Un gasto público agresivo solo reduciría más los recursos invertibles y prolongaría la depresión. Un buen ejemplo de esto es Japón. Se han utilizado políticas keynesianas agresivas durante más de 10 años y la economía a continuado cayendo. Indudablemente los keynesianos deberían reconocer que estas políticas son una receta desastrosa.

En las conclusiones, Stiglitz dice:

La economía es difícil porque no podemos realizar experimentos controlados. Pero sí tenemos una riqueza de experiencias a partir de la cual hacer inferencias. Toda esta riqueza de experiencias apunta en una dirección: La enseñanzas del Profesor Keynes están muy vivas y Argentina estaría hoy en mucho mejor estado si se hubieran puesto en marcha íntegramente sus lecciones.

Es verdad que tenemos una riqueza de experiencias, que indica claramente que las políticas keynesianas, basadas en la opinión de que puede crearse algo de la nada, son responsables de la miseria económica en el mundo. Las enseñanzas del Profesor Keynes pueden seguir estando vivas, pero están matando economías en todo el mundo.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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