La declaración del “no creaste eso” del presidente Obama a los propietarios de negocios de éxito ha creado una importante reacción. En la réplica, sus defensores apuntan a esta declaración más completa para “aclararlo”:
Si tuviste éxito, alguien a los largo del camino te dio alguna ayuda, Hubo un gran maestro en algún momento de tu vida. Alguien ayudó a crear este increíble sistema estadounidense que tenemos que te permitió prosperar. Alguien invirtió en carreteras y puentes. Si has conseguido un negocio, no creaste eso. Alguien hizo que ocurriera. Internet no se inventó sola. La investigación del gobierno creó Internet para que todas las empresas pudieran hacer dinero con Internet.
Su defensa es que los que dijo el presidente Obama de que algún otro hizo que ocurriera no era su éxito, sino que los maestros, carreteras, puentes, etc., proporcionados por el gobierno, que “te dio alguna ayuda”. Sin embargo, la cita más amplia sigue siendo al mismo tiempo confusa y una mala señal para Estados Unidos.
Lo peor es la ecuación errónea del presidente Obama respecto de sociedad y gobierno. A partir de la premisa correcta de que la sociedad de uno desempeña un papel en los éxitos, concluye incorrectamente que por tanto la gente de éxito debe más impuestos al gobierno. Sin embargo, sociedad y gobierno son muy diferentes y en muchos aspectos, “los intereses del estado y los de la sociedad (…) son completamente opuestos”, como escribió Albert Jay Nock.
O como dijo Thomas Paine: “La sociedad en todo estado es una bendición, pero el gobierno, incluso en su mejor estado, no es sino un mal necesario”.
En primer lugar, solo una pequeña parte de lo que hace el gobierno puede justificarse que haga funcionar mejor nuestras disposiciones sociales voluntarias, mejorando el bienestar general. Pero eso solo puede justificar impuesto muy bajos y soportados comúnmente, no impuestos altos y soportados de forma altamente desproporcionada sobre una pequeña minoría que ya paga la parte del león de los impuestos, excepcionando al tiempo a casi una mayoría de ciudadanos de soportar cualquier carga por aquello de lo que también se benefician.
El gobierno también ha desplazado coactivamente los acuerdos voluntarios del mercado en tantas áreas que muchos ni siquiera conciben que el gobierno no haga cosas que antes hacían otros. Los maestros son un ejemplo. Una parte de muchos éxitos se debe a los maestros. Pero son esos maestros “especiales” los que merecen nuestra gratitud, no el gobierno que ha requisado el sistema educativo del control de los padres a su propio control. Esta gratitud no requiere que debemos dar más tarde más dinero a los maestros, ya que enseñan voluntariamente por la remuneración que acordaron. Y no debemos más al gobierno solo porque asumiera una función que no requiere su intervención, particularmente ya que frustra más de lo que mejora la calidad de la educación.
En gobierno con su masiva ineficacia, también sobrecarga enormemente a los ciudadanos en sus servicios, como se demuestra en un estudio tras otro. Carreteras y puentes son ejemplos palmarios, debido a subvenciones pro motivos electorales, normas salariales prevalecientes, restricciones sindicales, acuerdos laborales proyectados, extorsión medioambiental, restricciones para favorecer la compra local y muchas más cosas. Esa ineficacia no puede justificar hacer que la gente de “éxito” pague más para maquillar la sobrecarga por algo que podíamos hacer de forma más barata y voluntariamente, si sencillamente el gobierno nos diera la libertad para hacerlo. Más bien justificaría un reembolso para compensar el “hinchado de precios” del gobierno.
Buena parte del gasto público que supuestamente requiere impuestos más altos se dedica también a inhibir en lugar de favorecer acuerdos sociales voluntario. Mucha de la sopa de letras metastasizada de las agencias regulatorias, como la EPA, se ajustan a este molde, igual que los controles de precios (por ejemplo, las leyes de salarios mínimos), muchas leyes laborales y urbanísticas, requisitos de licencia ocupacional y así hasta el infinito. Esas restricciones no pueden siquiera justificarse por mejorar el bienestar general de los estadounidenses y mucho menos por demostrar la necesidad de que algunos paguen más para crear aun más controles.
Los impuestos (las cargas que ignora continuamente el presidente) también crean controles para los acuerdos voluntarios. Todo dólar que toma el gobierno, lo toma de otros. Pero al palmearse la espalda por las pocas cosas que hace tolerablemente bien, ignora las maravillas que los individuos podían haber realizado con los recursos que les quitaron para financiar todo lo que hace el gobierno. Además, los impuestos distorsionan los incentivos de la gente, lo que impone mayores costes a la sociedad. Igual que, por ejemplo, una carga regulatoria del 30% elimina algunos acuerdos voluntarios que de otra forma habrían creado riqueza para las partes afectadas, lo mismo hace un tipo impositivo marginal del 30%. Las ganancias desaparecidas aumentan radicalmente el coste del gobierno, aumentando al hacerse más grande, reclamando un estándar mucho mayor para el gobierno para cumplir con lo que la actual administración decida que es bueno para nosotros.
La mayor parte de nuestro “increíble sistema estadounidense”, que el presidente considera que proporciona el gobierno y se expande junto con el gobierno, se debe en realidad a siglos de acuerdos voluntarios entre nosotros. Pero estos acuerdos no se debieron al gobierno. Al contrario. El anteriormente inimaginable éxito de Estados Unidos se hizo posible porque limitamos más estrictamente el gobierno que nunca (por ejemplo, la creación de la Constitución de la zona de libre comercio interna más grande del mundo y los límites del “no se hará” de la Carta de Derechos sobre lo que se permite hacer al gobierno federal).
El presidente tiene razón en que hemos heredado un “increíble sistema estadounidense”, pero se equivoca completamente en cuál es su base. No es el gobierno, en particular todo lo que el gobierno decide hoy hacer. Es la coordinación social y la riqueza que se hicieron posibles manteniendo la mayoría de las cosas fuera del alcance de la intromisión y extorsión del gobierno. Y esa incomparable herencia social para refrenar al gobierno de la que disfruta Estados Unidos no puede justificar socavar ese éxito para nosotros y nuestro futuro expandiendo más el gobierno, que en la conclusión que no se sigue y a la que llega el presidente.
El comentario del presidente Obama del “no hiciste que ocurriera eso” ha sido retorcido por algunos. Sin embargo, sin nada de ese retorcimiento, sus palabras reflejan tanto una incomprensión como una amenaza a lo que hizo grande a Estados Unidos. Ha olvidado lo que Albert Jay Nock observaba hace mucho:
Es una curiosa anomalía. El poder del estado tiene un historial constante de incapacidad de hacer nada eficiente, económica, desinteresada u honradamente; pero cuando aparece la más mínima insatisfacción sobre cualquier ejercicio del poder social, se reclamar inmediatamente la ayuda del agente menos cualificado para ayudar.
Dado el crecimiento en el poder y alcance del gobierno federal, el presidente Obama tiene que aprender que la expansión del estado no es una expansión del poder social (voluntario), sino una contracción. Sus comentarios hacen improbable este resultado.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.