Praxeología: La metodología de la economía austriaca

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[Artículo número 13 de la lista de lectura de 30 días de Robert Wenzel que te ayudará a convertirte en un conocedor libertario]

La praxeología es la metodología distintiva de la Escuela Austriaca. El término fue aplicado por primera vez al método austriaco por Ludwig von Mises, que no solo fue el principal arquitecto y desarrollador de esta metodología, sino asimismo el economista que la aplicó más integralmente y con éxito a la construcción de teoría económica. Aunque el método praxeológico esté, como mínimo, pasado de moda en la economía contemporánea, así como en las ciencias sociales en general y en la filosofía de la ciencia, fue el método básico de la primera Escuela Austriaca y también de una parte considerable de la antigua escuela clásica, en particular de J.B. Say y Nassau W. Senior.

La praxeología se basa en el axioma fundamental de que los seres humanos actúan, es decir, en el hecho primordial de que los individuos realizan acciones conscientes hacia objetivos elegidos. Este concepto de acción contrasta con el comportamiento puramente reflexivo o reflejo, que no se dirige a objetivos. El método praxeológico se desarrolla por la deducción verbal de las implicaciones lógicas del hecho de que los individuos actúan. Esta estructura está incluida en el axioma fundamental de la acción y tiene unos pocos axiomas subsidiarios, como que los individuos cambian y que los seres humanos consideran al ocio como un bien valioso. Para quien sea escéptico acerca deducir todo un sistema económico a partir de una base tan sencilla, le dirijo a La acción humana de Mises. Además, como la praxeología parte de un axioma verdadero, A, todas las proposiciones que puedan deducirse de este axioma debe asimismo ser verdaderas. Pues si A implica B y A es verdad, entonces B debe ser también verdad.

Consideremos algunas de las implicaciones inmediatas del axioma de la acción. La acción implica que el comportamiento del individuo tiene un propósito, es decir, que se dirige hacia objetivos. Además, el hecho de su acción implica que haya elegido conscientemente ciertos medios para alcanzar sus objetivos. Como desea alcanzar estos objetivos, deben ser valiosos para él; consecuentemente, de tener valores que dirigen sus elecciones. El que emplee medios implica que cree que tiene en conocimiento tecnológico de que ciertos medios lograrán sus fines deseados. Advirtamos que la praxeología no supone que la elección de valores u objetivos de una persona sea sabia o adecuada o que haya elegido el método tecnológicamente correcto para lograrlos. Todo lo que afirma la praxeología es que el actor individual adopta objetivos y cree, errónea o acertadamente, que puede llegar a ellos por el empleo de ciertos medios.

Además, todas las acciones en el mundo real deben tener lugar en el tiempo: toda acción tiene lugar en algún presente y se dirige hacia alcanzar un fin en el futuro (inmediato o remoto). Si se pudieran conseguir instantáneamente todos los deseos de una persona, no habría ninguna razón en absoluto para que actuara. Además, el que un hombre actúe implica que cree que la acción supondrá una diferencia; en otras palabras, que preferirá el estado de cosas resultante de la acción a de la no acción. Por tanto la acción implica que el hombre no tiene un conocimiento omnisciente del futuro, pues si lo tuviera, ninguna acción suya supondría ninguna diferencia. Por tanto, la acción implica que vivimos en un mundo de incertidumbre, o sin una completa certeza del futuro. Por consiguiente, podemos enmendar nuestro análisis de la acción para decir que un hombre elige emplear medios de acuerdo con un plan tecnológico en el presente porque espera llegar a sus objetivos en algún momento futuro.

El hecho de que la gente actúa implica necesariamente que los medios empleados son escasos en relación con los fines deseados, pues si todos los medios no fueran escasos sino sobreabundantes, los fines ya se habrían alcanzado y no habría necesidad de acción. Dicho de otra forma, los recursos que son sobreabundantes ya no funcionan como medios, pero ya no son objetos de acción. Así, el aire es indispensable para la vida y por tanto para alcanzar objetivo; sin embargo, el aire al ser sobreabundante no es objeto de acción y por tanto no puede considerarse un medio, sino más bien lo que Mises llamaba “condición general del bienestar humano”. Si el aire no fuera sobreabundante, podría convertirse en objeto de acción, por ejemplo, si se desea aire frío y se transforma el aire calienta a través del aire acondicionado. Incluso con la absurda probabilidad de la llegada del Edén (o lo que hace unos años se consideraba en algunos lugares un inminente mundo “postescasez”), en el que todos los deseos pudieran atenderse inmediatamente, seguiría habiendo al menos un medio escaso: el tiempo del individuo, cada unidad del cual si se asigna a un propósito necesariamente no se asigna a algún otro objetivo.

Esas son algunas de las implicaciones inmediatas del axioma de la acción. Llegamos a ellas deduciendo las implicaciones lógicas del hecho real de la acción humana y por tanto deducimos conclusiones verdaderas a partir de un axioma verdadero. Aparte del hecho de que estas conclusiones no pueden “probarse” por medios históricos o estadísticos, no hay necesidad de probarlos ya que su verdad ya se ha establecido. El hecho histórico solo entra en estas conclusiones determinando que rama de la teoría es aplicable a cualquier caso concreto. Así, para Robinsón y Viernes en su isla desierta, la teoría praxeológica del dinero es solo de interés académico, el lugar de aplicable en la actualidad. Se llevará a cabo más adelante un análisis más completo de la relación entre praxeología e historia.

Por tanto hay dos partes en este método axiomático-deductivo: el proceso de deducción y el estado epistemológico de los propios axiomas. Primero está el proceso de deducción: ¿por qué son los medios verbales, en lugar de usar una lógica matemática? Sin expresar el alegato austriaco completo contra la economía matemática, puede decirse de inmediato una cosa: dejemos que el lector considere las implicaciones del concepto de acción como se han explicado hasta ahora en este escrito y tratemos de darles forma matemática. E incluso si puede hacerse, ¿qué se habría logrado salvo una pérdida drástica  en significado en cada paso del proceso deductivo? La lógica matemática es apropiada para la física, la ciencia que se ha convertido en la ciencia modelo y a al que los positivistas y empiristas modernos creen que deberían emular todas las demás ciencias sociales y físicas. En física, los axiomas, y por tanto las deducciones, son en si mismos puramente formales y solo adquieren significado “operacionalmente” en la medida en que puedan explicar y predecir hechos dados. Por el contrario, en praxeología, en el análisis de la acción humana, los propios axiomas se sabe que son verdaderos y significativos. Por consiguiente, cada deducción verbal paso a paso también es verdadera y significativa, pues la gran cualidad de las proposiciones verbales es que cada una  es significativa, mientras que los símbolos matemáticos no son significativos por sí mismos. Así, Lord Keynes, en modo alguno un austriaco y él mismo un notable matemático, presentaba la siguiente crítica al simbolismo matemático en economía:

Un gran defecto de los métodos simbólicos pseudomatemáticos de formalizar un sistema de análisis económico es que suponen expresamente una estricta independencia entre los factores implicados y pierden toda su fuerza convincente y autoridad si su hipótesis se rebate: sin embargo, en el discurso ordinario, en el que no estamos manipulando a ciegas sino que sabemos todo el tiempo qué estamos haciendo y qué significan las palabras, podemos mantener “en el cogote” las reservas y cualificaciones necesarias y los ajustes que tenemos que hacer luego, de forma que no podamos mantener complicados diferencial parciales “a la espalda” de varias páginas de álgebra que suponemos que todas desaparece. Una proporción demasiado grande reciente economía “matemática” es un simple mejunje tan impreciso como las suposiciones iniciales en las que se basa, que permite al autor perder de vista la complejidades e interdependencias del mundo real en un laberinto de símbolos pretencioso e inútiles.

Además, incluso aunque la economía verbal pudiera traducirse con éxito a símbolos matemáticos y luego retraducirse al inglés para explicar sus conclusiones, el proceso no tiene sentido y viola el gran principio económico de la navaja de Occam: evitar la multiplicación innecesaria de entidades.

Además, como apuntaban el científico político Bruno Leoni y el matemático Eugenio Frola:

A menudo se afirma que la traducción de ese concepto como máximo del lenguaje ordinario al matemático, implica una mejora en la precisión lógica del concepto, así como mayores posibilidades de uso. Pero la falta de precisión matemática en el lenguaje ordinario refleja precisamente el comportamiento de los seres humanos individuales en el mundo real. (…) Podríamos sospechar que la traducción al lenguaje matemático por sí misma implica una transformación sugerida de los operadores económicos humanos en robots virtuales.

Igualmente, uno de los primeros metodologistas en economía, Jean-Baptiste Say, acusaba a los economistas matemáticos de que

no han sido capaces de enunciar estas cuestiones en lenguaje analítico, sin despojarlo de su complicación natural, por medio desimplificaciones y supresiones arbitrarias, de lo que las consecuencias, no estimadas apropiadamente, siempre cambian esencialmente las condiciones del problema y pervierten todos sus resultados.

Más recientemente, Boris Ischboldin ha destacado la diferencia entre lógica verbal, o “de lenguaje” (“el análisis real del pensamiento realizado en lenguaje expresivo de la realidad que entiende la experiencia común”) y lógica “construida”, que es “la aplicación de datos cuantitativos (económicos) del construcción de matemática y lógica simbólica cuyas construcciones pueden o no tener equivalentes reales”.

Aunque era un economista matemático, el hijo matemático de Carl Menger escribió una incisiva crítica a la idea de que la presentación matemática sea en economía necesariamente más precisa que el lenguaje ordinario:

Consideremos por ejemplo las proposiciones:

(2) A un precio más alto de un bien, corresponde una demanda más baja (o en todo caso no una más alta).

(2’) Si p indica el precio y q la demanda de un  bien, entonces

q = f(p) y dq/dp = f’ (p) ≤ 0

Quienes consideren que la fórmula (2’) es más precisa o “más matemática” que la frase (2) están completamente equivocados (…) la única diferencia entre (2) y (2’) es esta: como (2’) es limitada a funciones que son diferenciables y cuyos gráficos, por tanto, tienen tangente (lo que desde un punto de vista económico no es más factible que la curvatura), la frase (2) es más general pero en modo alguno menos precisa: es de la misma precisión matemática que (2’).

Pasando del proceso de deducción a los propios axiomas, ¿cuál es su estado epistemológico? Aquí los problemas se oscurecen por una diferencia de opinión dentro del campo praxeológico, particularmente sobre la naturaleza del axioma fundamental de la acción. Ludwig von Mises, como seguidor de la epistemología de Kant, afirmaba que el concepto de acción es apriorístico a toda experiencia, porque es, como la ley de causa y efecto, parte del “carácter esencial y necesario de la estructura lógica de la mente humana”. Sin aventurarnos demasiado profundamente en las fangosas aguas de la epistemología, yo negaría, como aristotélico y neo-tomista, cualquiera de esas supuestas “leyes de la estructura lógica” que impone necesariamente la mente humana en la caótica estructura de la realidad. Por el contrario, llamaría a esas leyes “leyes de la realidad”, que la mente aprende para investigar y relacionar los hechos del mundo real. Mi opinión es que el axioma fundamental y los subsidiarios derivan de la experiencia de la realidad y por tanto son empíricos en su sentido más amplio. Estaría de acuerdo con la visión realista aristotélica de que su doctrina es radicalmente empírica, por tanto mucho más allá del empirismo post-Hume que domina la filosofía moderna. Así, John Wild escribió:

Es imposible reducir la experiencia a una serie de impresiones aisladas y unidades atómicas. La estructura racional está asimismo dada con igual evidencia y certidumbre. Los datos inmediatos están llenos de estructura determinada, que se abstrae fácilmente por la mente y se entiende como esencias y posibilidades universales.

Además, uno de los datos persistentes de toda la existencia humana es la existencia; otros es la consciencia. Frente a la visión kantiana, Harmon Chapman escribe que

la concepción es una forma de conciencia, una forma de aprehender o comprenderlas y no una supuesta manipulación de las llamadas generalidades o universales solamente “mentales” o “lógicos” en su origen y no cognitivos en su naturaleza.

Al penetrar así en los datos de los sentidos, es evidente que la concepción también los sintetiza. Pero la síntesis implicada aquí, al contrario que en la síntesis de Kant, no es una condición a priori de la percepción, un proceso anterior que constituya tanto la percepción como su objeto, sino más bien una síntesis cognitiva en su aprehensión, es decir, una unificación o “comprensión” que es una con la propia aprehensión. En otras palabras, la percepción y la experiencia no son los resultados o productos finales de un proceso sintético a priori, sino que son ellas mismas una aprehensión sintética o comprensiva cuya unidad estructurada se prescribe solamente por la naturaleza de lo real, es decir, por los objetos afectado en su unidad y no por la propia conciencia cuya naturaleza (cognitiva) es aprehender lo real, tal y como es.

Si en el sentido amplio, los axiomas de la praxeología son radicalmente empíricos, están lejos del empirismo post-humeano que prevalece en la metodología moderna de las ciencias sociales. Además de las consideraciones anteriores (1) están tan ampliamente basados en la experiencia humana común que una vez enunciados resultan evidentes y por tanto no cumplen con el criterio moderno de “falsabilidad”; () se basan, especialmente el axioma de la acción, en la experiencia interior universal, así como en la experiencia externa, es decir, la evidencia es reflectiva en lugar de puramente física y (3) son por tanto a priori para los acontecimientos históricos complejos a los que el empirismo moderno limita el concepto de “experiencia”.

Say, tal vez el primer praxeólogo, explicaba la derivación de los axiomas de la teoría económica como sigue:

De ahí la ventaja de la que disfrutan los que, desde una observación distintiva y apropiada, puedan establecer la existencia de estos hechos generales, demostrar su conexión y deducir sus consecuencias. Proceden tan seguramente de la naturaleza de las cosas como las leyes del mundo material. No los imaginamos: son los resultados que nos muestran la observación y análisis juiciosos. (…)

La economía política (…) está compuesta por unos pocos principios fundamentales y un gran número de corolarios o conclusiones, deducidos de estos principios (…) que puede admitir toda mente reflexiva.

Friedrich A. Hayek describía mordazmente el método praxeológico en contraste con la metodología de las ciencias físicas y también subrayaba la naturaleza ampliamente empírica de los axiomas praxeológicos:

La posición del hombre (…) provoca que los hechos básicos esenciales que necesitamos para la explicación de los fenómenos sociales son parte de la experiencia común, parte de nuestro pensamiento. En las ciencias sociales son los elementos de los fenómenos complejos que se conocen más allá de la posibilidad de disputa. En las ciencias naturales solo pueden en el mejor de los casos conjeturarse. La existencia de estos elementos es así mucho más segura que cualquier regularidad en los fenómenos complejos a los que dan lugar, es decir que constituyen el verdadero factor empírico en las ciencias sociales. Pocas dudas puede haber de que es una postura diferente del factor empírico en el proceso de razonamiento en los dos grupos de disciplinas que están en la base de mucha de la confusión respecto de su carácter lógico. La diferencia esencial es que en las ciencias naturales el proceso de deducción debe empezar con algunas hipótesis que son el resultado de generalizaciones inductivas, mientras que en las ciencias sociales se empieza directamente por elementos empíricos conocidos y se utilizan para encontrar las regularidades en los fenómenos complejos que no pueden establecer las observaciones directas. Por decirlo así, son ciencias empíricamente deductivas, que proceden de los elementos conocidos a las regularidades en los fenómenos complejos que no pueden establecerse directamente.

Igualmente, J.E. Cairnes escribía:

El economista empieza con un conocimiento de las causas últimas. Ya al empezar su trabajo está en una posición que el físico solo consigue después de eras de trabajo laborioso. (..) Para el descubrimiento de esas premisas no se necesita un elaborado proceso de inducción (…) por esta razón, lo que tenemos o podemos tener si elegimos prestar nuestra atención al tema, es el conocimiento directo de estas causas en nuestra conciencia de lo que pasa en nuestras mentes y la información que nos proporcionan nuestros sentidos (…) sobre hechos externos.

Nassau W. Senior lo expresaba así:

Las ciencias físicas, al ser solo versadas secundariamente con la mente, elaboran sus premisas casi exclusivamente de la observación o la hipótesis. (…) Por otro lado, las ciencias y las artes mentales elaboran sus premisas principalmente de la conciencia. Los asuntos sobre las que versan principalmente son las obras de la mente humana. [Las premisas son] unas pocas proposiciones generales, que son el resultado de la observación, o de la conciencia y que casi todo hombres, tan pronto como las oye, las admite, al estar familiarizado con este pensamiento, o al menos estar este incluido en su conocimiento previo.

Comentando su completo acuerdo con este pasaje, Mises escribía que estas “proposiciones inmediatamente evidentes” son “una deducción apriorística (…) salvo que uno quiere llamarla experiencia interior cognitiva apriorística”.

A lo cual comenta justamente Marian Bowley, biógrafa de Senior:

La única diferencia fundamental entre la actitud general de Mises y la de Senior radica en la aparente negación de Mises de la posibilidad de utilizar cualquier dato empírico general, es decir, hechos de la observación general, como premisas iniciales. Sin embargo, la diferencia se dirige hacia las ideas básicas de Mises de la naturaleza del pensamiento, y aunque es de importancia filosófica general, tiene poca relevancia especial para el método económico como tal.

Debería advertirse que para Mises solo el axioma fundamental de la acción es apriorístico: reconocía que los axiomas subsidiarios de la diversidad de la humanidad y la naturaleza y del ocio como bien de consumo son en buena parte empíricos.

La moderna filosofía postkantiana ha tenido muchos problemas para abracar las proposiciones autoevindentes, que se caracterizan precisamente por su verdad clara y evidente en lugar de ser las hipótesis verificables que están de moda, consideradas como “falsables”. A veces parece que los empiristas utilizan la dicotomía analítico-sintética de moda, como les acusaba el filósofo Hao Wang, para eliminar teorías que encontraban difíciles de rebatir al rechazarlas por ser necesariamente o bien definiciones disfrazadas o bien hipótesis debatibles e inciertas.

¿Pero qué pasa si sometemos a análisis la pregonada  “evidencia” de los modernos positivistas y empiristas? ¿Qué es? Encontramos que hay dos tipos de esas evidencias ya sea para confirmar o refutar una proposición: (1) si viola las leyes de la lógica, por ejemplo, implica que A = -A o (2) si se confirma por hechos empíricos (como en un laboratorio) que puedan verificar varias personas. ¿Pero cuál es la naturaleza de dicha “evidencia” salvo la transformación, por distintos medios, de proposiciones hasta ahora oscuras en opiniones claras y evidentes, es decir, evidentes para observadores científicos? En resumen, los procesos lógicos o de laboratorio sirven para hacer evidentes para los “egos” de los distintos observadores que estas proposiciones son confirmadas o refutadas o, por usar una terminología pasada de moda, son verdaderas o falsas. Pero en ese caso, las proposiciones que sean inmediatamente evidentes para los observadores tienen al menos tan buen estatus científico como las otras formas de evidencia actualmente más aceptables. O como decía el filósofo tomista John J. Toohey:

Probar significa hacer evidente algo que no es evidente. Si una verdad o proposición es autoevidente, es inútil probarla; intentar probarla sería intentar hacer evidente algo que ya es evidente.

En particular, el axioma de la acción debería ser, según la filosofía aristotélica, irrefutable y autoevidente, ya que el crítico que intente refutarlo encuentra que debe usarlo en el proceso de supuesta refutación. Así, el axioma de la existencia de la conciencia humana se demuestra que es autoevidente por el hecho de que el mismo acto de negar la existencia de conciencia debe realizarlo precisamente un ser consciente. El filósofo R.P. Phillips llamaba a este atributo de un axioma autoevidente el “principio del bumerán”, ya que “aunque los lancemos lejos, nos vuelve”. Una contradicción similar afronta el hombre que intenta refutar el axioma de la acción humana. Pues al hacerlo, una persona está ipso facto haciendo una elección consciente de medios para intentar llevar a un fin decidido: en este caso, el fin u objetivo de tratar de refutar el axioma de la acción. Emplea acción para tratar de refutar la idea de la acción.

Por supuesto, una persona puede decir que niega la existencia de principios autoevidentes u otras verdades establecidas en el mundo real, pero esto es sencillamente decir que no tienen validez epistemológica. Como apuntaba Toohey:

Un hombre puede decir lo que quiera, pero no puede pensar o hacer lo que quiera. Puede decir que vio un círculo cuadrado, pero no puede pensar que vio un círculo cuadrado. Puede decir, si quiere, que a un caballo cabalgando sobre su propio lomo, pero sabremos qué pensar de él si lo dice.

La metodología del positivismo y empirismo modernos se da de frente incluso con las ciencias físicas, para las cuales es mucho más apropiada que para las ciencias de la acción humana; en realidad fracasa particularmente donde se interrelacionan los dos tipos de disciplinas. Así, el fenomenólogo Alfred Schütz, alumno de Mises en Viena, que fue pionero en la aplicación de la fenomenología a las ciencias sociales, apuntaba la contradicción en la insistencia empirista en el principio de verificabilidad empírica en la ciencia, negando al mismo tiempo la existencia de “otras mentes” como algo inverificable. ¿Pero quién se supone que haría la verificación de laboratorio salvo las mismas “otras mentes” de los científicos reunidos? Schütz escribía:

No es comprensible que los mismos autores que están convencidos de que no es posible ninguna verificación por la inteligencia de otros seres humanos tengan tanta confianza en el propio principio de verificabilidad, que solo puede llevarse a cabo mediante la cooperación con otros.

De esta manera, los empiristas modernos ignoran las presuposiciones necesarias del mismo método científico que defienden. Para Schütz, el conocimiento de dichas presuposiciones es “empírico” en su sentido más amplio:

siempre que no restrinjamos esta expresión a las percepciones sensoriales de objetos y acontecimientos en el mundo exterior sino que incluyamos la forma experimental, por la cual el pensamiento de sentido común de la vida diaria entiende las acciones humanas u sus resultados en términos de sus motivos y objetivos subyacentes.

Tras ocuparnos de la naturaleza de la praxeología, sus procedimientos y axiomas y su base filosófica, consideremos hora cuál es la relación entre la praxeología y las demás disciplinas que estudian la acción humana. En particular, ¿cuáles son las diferencias entre praxeología y tecnología, psicología, historia y ética (todas las cuales están de alguna manera afectadas por la acción humana)?

En pocas palabras, la praxeología consta de las implicaciones lógicas del hecho formal universal de que la gente actúa, de que emplean medios para tratar de alcanzar fines elegidos. La tecnología se ocupa del problema del contenido de cómo alcanzar fines por la adopción de medios. La psicología se ocupa de la cuestión de por qué la gente adopta diversos fines y cómo hacen para adoptarlos. La ética se ocupa de la cuestión de qué fines o valores debería adoptar la gente. Y la historia se ocupa de los fines adoptados en el pasado, qué medios se usaron para tratar de alcanzarlos y cuáles fueron las consecuencias de estas acciones.

La praxeología, o la teoría económica en particular, es por tanto una disciplina única dentro de las ciencias sociales, pues, frente a las demás, no se ocupa del contenido de los valores, objetivos y acciones de los hombres (no de lo que hayan hecho o como hayan actuado o cómo deberían actuar) sino únicamente del hecho de que tengan objetivos y actúen para alcanzarlos. Las leyes de utilidad, demanda, oferta y precio son aplicables independientemente del tipo de bienes y servicios deseados o producidos. Como escribía Joseph Dorfman de Outlines of Economic Theory (1896) de Herbert J. Davenport:

El carácter ético de los deseos no fue parte fundamental de su investigación. Los hombres trabajaban y sufrían privaciones por “whisky, tabaco y palanquetas”, decía, “así como por comida o adornos o cosechadoras”. Mientras estuvieran dispuestos a comprar y vender “locura y maldad”, los anteriores productos serían factores económicos con presencia en el mercado, pues la utilidad, como término económico, significa simplemente la adaptabilidad a los deseos humanos. Mientras los hombres los desearan, satisfarían una necesidad y habría motivos para producirlos. Por tanto, la economía no necesita investigar el origen de las elecciones.

La praxeología, igual que los aspectos sensatos de las demás ciencias sociales, se basa en el individualismo metodológico, en el hecho de que solo los individuos, sientes, valoran, piensan y actúan. Al individualismo, sus críticos siempre le han acusado (y siempre incorrectamente) con la suposición de que para él cada individuo es un “átomo” herméticamente sellado, alejado y no influido por otras personas. Esta absurda interpretación del individualismo metodológico está en la base de la demostración triunfante de J.K. Galbraith en La sociedad opulenta (Barcelona: Austral, 1958, 2012) de que los valores y elecciones de los individuos están influidos por otras personas y supuestamente esa teoría económica es inválida. Galbraith también concluía en su demostración que estas elecciones, al estar influenciadas, son artificiales e ilegítimas. El hecho de que la teoría económica praxeológica se base en el hecho universal de los valores y elecciones individuales significa, por repetir el resumen de Dorfman del pensamiento de Davenport, que la teoría económica “no necesita investigar el origen de las elecciones”. La teoría económica no se basa en la absurda suposición de que cada individuo llega a sus valores y elecciones en un vacío, aislado de influencia humana. Evidentemente, los individuos están constantemente aprendiendo de otros e influyendo en otros. Como escribía F.A. Hayek en su famosa crítica a Galbraith, “The Non Sequitur of the ‘Dependence Effect'”:

El argumento del Profesor Galbraith podría emplearse fácilmente sin ningún cambio de los términos esenciales, para demostrar la inutilidad de la literatura o cualquier otra forma de arte. Indudablemente el deseo de literatura de un individuo no es original en él en el sentido que la experimentaría si la literatura no se hubiera producido. ¿Significa entonces que no puede defenderse la producción de literatura como satisfacción de un deseo porque es solo la producción la que provoca la demanda?

El que la Escuela Austriaca de economía se base firmemente desde el principio en un análisis del hecho de que los valores y elecciones del sujeto individual llevó desafortunadamente a los primeros austriacos a adoptar el término escuela psicológica. El resultado fue una serie de críticas erróneas de que los últimos hallazgos de la psicología no se hubieran incorporado a la teoría económica. También llevó a equívocos como el que la ley de la utilidad marginal decreciente se basara en una ley psicológica de la satisfacción de deseos. En realidad, como apuntaba firmemente Mises, esa ley es praxeológica en lugar de psicológica y no tiene nada que ver con el contenido de los deseos, por ejemplo, de que la décima cucharada de helado pueda tener un sabor menos agradable que la novena. Por el contrario, es una verdad praxeológica, derivada de la naturaleza de la acción, el que la primera unidad de un bien se asigne a su uso más valioso, la siguiente al siguiente más valioso y así sucesivamente. Sin embargo, en un punto, y solo en uno, la praxeología y las ciencias relacionadas de la acción humana adoptan una postura de psicología filosófica: en la proposición de que la mente humana, la conciencia y la subjetividad existen y por tanto existe la acción. En esto se opone a la base filosófica del conductivismo y doctrinas similares y se une a todas las ramas de la filosofía clásica y con la fenomenología. En todas las demás cuestiones, sin embargo, praxeología y psicología son disciplinas distintas y separadas.

Una cuestión particularmente vital es la relación entre teoría económica e historia. De nuevo, como en muchas otras áreas de la economía austriaca, Ludwig von Mises hizo la principal contribución, particularmente en su Teoría e historia. Es especialmente curioso que a Mises y otros praxeologistas, como supuestos “aprioristas”, se les haya acusado de “oponerse” a la historia. En realidad Mises sostenía no solo que la teoría económica no necesitaba “probarse” por hechos históricos, sino asimismo que no podía probarse así. Para que un hecho sea utilizable para probar teorías, debe ser un hecho simple, homogéneo con otros hechos en clases accesibles y repetibles. En pocas palabras, la teoría de que un átomo de cobre, un átomo de azufre y cuatro átomos de oxígeno se combinarán en una entidad reconocible llamada sulfato, con propiedades conocidas, se comprueba fácilmente en el laboratorio. Cada uno de estos átomos es homogéneo y por tanto la prueba puede repetirse eternamente. Pero un acontecimiento histórico, como apuntaba Mises, no es simple y repetible; cada acontecimiento es un resultante complejo de una variedad cambiante de múltiples causas, ninguna de las cuales permanece nunca en relaciones constantes con las demás. Por tanto, cada acontecimiento histórico es heterogéneo y por tanto, los acontecimientos históricos no pueden usarse ni para probar ni para crear leyes históricas, cuantitativas o de otro tipo. Podemos poner cada átomo de cobre en una clase homogénea de átomos de cobre; no podemos hacerlo con los acontecimientos de la historia humana.

Por supuesto, esto no quiere decir que no haya similitudes entre acontecimientos históricos. Hay muchas similitudes, pero no hay homogeneidad. Así que hay muchas similitudes entre las elecciones presidenciales de 1968 y las de 1972, pero apenas son acontecimientos homogéneos, ya que están marcados por diferencias importantes e inevitables. Tampoco las próximas lecciones serán un acontecimiento repetible en una clase homogénea de “elecciones”. De ahí que no pueda deducirse de estos acontecimientos ninguna ley científica, e indudablemente ninguna cualitativa.

Así queda clara la oposición radicalmente fundamental de Mises a la econometría. La econometría no solo intenta imitar las ciencias naturales utilizando hechos históricos heterogéneos y complejos como si fueran hechos de laboratorio homogéneos y repetibles; también resume la complejidad cualitativa de cada acontecimiento en una cifra cuantitativa y luego acrecienta la falacia actuando como si estas relaciones cuantitativas permanecieran constantes en la historia humana. En un chocante contraste con las ciencias físicas, que se basan en el descubrimiento empírico de constantes cuantitativas, la econometría, como destacaba repetidamente Mises, no ha conseguido descubrir una sola constante en la historia humana. Y dadas las siempre cambiantes condiciones de la voluntad, el conocimiento y los valores humanos y las diferencias entre hombres, es inconcebible que la econometría pueda hacerlo alguna vez.

Lejos de oponerse a la historia, el praxeologista, y no los supuestos admiradores de la historia, tiene un profundo respeto por los hechos irreductibles y únicos de la historia humana. Además, es el praxeologista el que reconoce que los seres humanos individuales no pueden tratarse legítimamente por el científico social como si no fueran hombres que tienen mentes  actúan de acuerdo con sus valores y expectativas, sino piedras o moléculas cuyo curso puede trazarse científicamente en supuestas constantes o leyes cuantitativas. Además, como corolario de la ironía, es el praxeologista el que es verdaderamente empírico porque reconoce la naturaleza única y heterogénea de los hechos históricos: es el autoproclamado “empirista” el que viola groseramente los hechos de la historia al intentar reducirlos a leyes cuantitativas. Así que Mises escribía acerca de los econometras y otras formas de “economistas cuantitativos”:

En el campo de la economía, no hay relaciones constantes y por consiguiente no es posible ninguna medición. Si un estadístico determina que un aumento del 10% en la oferta de patatas en Atlantis en un momento concreto se vio seguido por una caída en el precio del 8%, no establece nada acerca de lo que ocurrió o pudo ocurrir con un cambio en la oferta de patatas en otro país o en otro momento en el tiempo. No ha “medido” la “elasticidad de la demanda” de patatas. Ha establecido un hecho histórico individual único. Ningún hombre inteligente puede dudar de que el comportamiento de los hombres con respecto a las patatas y cualquier otro producto es variable. Distintos individuos valoran las mismas cosas de forma diferente y las valoraciones cambian con los mismos individuos al cambiar las condiciones. (…)

La imposibilidad de medición no se debe a la falta de métodos técnicos para determinar la medida. Se debe a la ausencia de relaciones constantes. (…) La economía no está, como (…) repiten una y otra vez los positivistas, atrasada porque no es “cuantitativa”. No es cuantitativa y no mide porque no hay constantes. Las cifras estadísticas referidas a acontecimientos económicos son datos históricos. Nos dicen lo que pasó en un caso histórico irrepetible. Los eventos físicos pueden interpretarse basándonos en nuestro conocimiento respecto de las relaciones constantes establecidas por los experimentos. Los acontecimientos históricos no están abiertos a una interpretación así. (…)

La experiencia de la historia económica es siempre una experiencia de fenómenos complejos. Nunca puede conllevar conocimiento del tipo que obtiene el experimentador en un laboratorio. La estadística es un método de presentación de hechos históricos. (…) La estadística de precios es historia económica. La idea de que, ceteris paribus, un aumento en la demanda debe producir un aumento en los precios no deriva de la experiencia. Nadie ha estado ni estará nunca en disposición de observar un cambio en uno de los datos del mercado ceteris paribus. No existe la economía cuantitativa. Todas las cantidades económicas que conocemos son datos de historia económica. (…) Nadie es tan audaz como para mantener que un aumento de un A% en la oferta de cualquier producto deba siempre (en todos los países y tiempos) generar una caída del B% en el precio. Pero como ningún economista cuantitativo se ha aventurado nunca a definir con precisión sobre la base de la experiencia estadística las condiciones especiales que producen una desviación definida de la relación A:B, queda de manifiesto la inutilidad de sus trabajos.

A partir de su crítica de las constantes, Mises añadía:

Las cantidades que observamos en el campo de la acción humana (…) son manifiestamente variables. Los cambios que se producen en ellas afectan directamente al resultado de nuestras acciones. Toda cantidad que podamos observar es un acontecimiento histórico, un hecho que no puede describirse completamente sin especificar el tiempo y punto geográfico.

El econometra es incapaz de rebatir este hecho, que elimina su razonamiento. No la ayuda admitir que no hay “constantes de comportamiento”. Sin embargo, quiere presentar algunas cifras, elegidas arbitrariamente sobre la base de un hecho histórico como “constantes desconocidas de comportamiento”. La mera excusa que expone es que sus hipótesis “dicen solo que estas cifras desconocidas permanecen razonablemente constantes a través de un periodo de años”. El que tal periodo de supuesta constancia de una cifra concreta siga durando o ya se haya producido un cambio en la cifra solo puede establecerse más adelante. En retrospectiva, puede ser posible, aunque solo en casos raros, declarar que durante un periodo (probablemente bastante corto), una relación aproximadamente estable que el econometra decide calificar como una relación “razonablemente” constante prevalezca entre los valores numéricos de dos factores. Pero esto es algo esencialmente diferente de las constantes de la física. Es la afirmación de un hecho histórico, no de una constante a la que pueda recurrirse al intentar predecir acontecimientos futuros. Las muy alabadas ecuaciones son, en la medida en que se aplican al futuro, simplemente ecuaciones en las que se desconocen todas las cantidades.

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En el tratamiento matemático de la física, tiene sentido la distinción entre constantes y variables: es esencial en cada caso de cálculo tecnológico. En economía no hay relaciones constantes entre diversas magnitudes. Por consiguiente, todos los datos establecidos son variables o, lo que equivale a lo mismo, son datos históricos. El economista matemático reitera que la dificultad de la economía matemática consiste en el hecho de que hay una gran cantidad de variables. La verdad es que solo hay variables y no constantes. No tiene sentido hablar de variables donde no hay invariables.

¿Cuál es entonces la relación adecuada entre teoría e historia económica o, más concretamente, la historia en general? La función del historiador es tratar de explicar los hechos históricos únicos de su competencia; para hacerlo adecuadamente, debe emplear todas las teorías relevantes de todas las diversas disciplinas que afectan a su problema. Pues los hechos históricos son resultantes complejas de una multitud de causas que derivan de distintos aspectos de la condición humana. Así que el historiador debe estar preparado para usar no solo teoría económica praxeológica, sino asimismo ideas de física, psicología, tecnología y estrategia militar junto con una comprensión interpretativa de los motivos y objetivos de los individuos. Debe emplear estas herramientas para entender tanto los objetivos de las diversas acciones de la historia como las consecuencias de dichas acciones. Como esto implica entender a las diversas personas y sus interacciones, así como el contexto histórico, el historiador que use las herramientas de las ciencias naturales y sociales es en último término un “artista” y por tanto no hay garantía o siquiera probabilidad de que dos historiadores juzguen una situación exactamente del mismo modo. Aunque pueden estar de acuerdo en una serie de factores para explicar la génesis y consecuencias de un acontecimiento, es improbable que estén de acuerdo en el peso concreto a dar a cada factor causal. Al emplear diversas teorías científicas, tienen que hacer juicios de relevancia sobre los que se aplican las teorías en cualquier caso concreto; por referirnos a un ejemplo utilizado antes en este escrito, un historiador de Robinson Crusoe apenas utilizará la teoría del dinero en una explicación histórica de sus acciones en una isla desierta. Para el historiador económico, la ley económica no se confirma ni se prueba por hechos históricos; por el contrario, la ley, cuando sea relevante, se aplica para ayudar a explicar los hechos. Así que los hechos ilustran el funcionamiento de la ley. Las relaciones entre teoría económica praxeológica y comprensión de la historia económica fue sutilmente resumida por Alfred Schütz:

Ningún acto económico es concebible sin alguna referencia a un factor económico, pero este último es completamente anónimo; no eres tú, ni yo, ni un empresario, ni siquiera un “hombre económico” como tal, sino un “uno” puramente universal. Por esta razón las proposiciones de economía teórica tiene solo esa “validez universal” que les da el ideal de “y así sucesivamente” y “puedo hacerlo de nuevo”. Sin embargo, uno puede estudiar al actor económico como tal y tratar de descubrir qué pasa en su mente; por supuesto, uno no se dedica entonces a la economía teórica, sino a la historia o la sociología económicas. (…) Sin embargo, las afirmaciones de estas ciencias no pueden reclamar ninguna validez universal, pues se ocupan, o bien de opiniones económicas de individuos históricos concretos o de tipos de actividad económica de los cuales son evidencias los actos económicos en cuestión. (…)

En nuestra opinión, la economía pura es un ejemplo perfecto de un significado complejo objetivo sobre significados complejos subjetivos, en otras palabras, de una configuración objetiva de significados que estipula las experiencias subjetivas típicas e invariadas de cualquiera que actúe dentro de un marco económico. (…) Excluido de un esquema así tendría que estar cualquier consideración de los usos a los que se van a poner los “bienes” después de requeridos. Pero una vez que dirigimos nuestra atención al significado subjetivo de una persona individual real, dejando atrás al anónimo “cualquiera”, entonces por supuesto tiene sentido hablar de un comportamiento que es atípico. (…) Es verdad que ese comportamiento es irrelevante desde el punto de vista de la economía y es en este sentido en que los principios económicos son, en palabras de Mises, “no una declaración de lo que sucede habitualmente, sino de lo que necesariamente debe suceder”.


Este artículo está extraído de Economic Controversies (2011). Apareció originalmente en The Foundations of Modern Austrian Economics (1976).


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí: aquí.

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