¿Debe ser recíproco el libre comercio?

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[Este artículo, titulado originalmente “Reciprocidad”, está extraído de The Bastiat Collection (2011); apareció en Sofismas económicos (1845)]

Acabamos de ver que lo que aumente el gasto de trasladara productos de un país a otro (en otras palabras, lo que hace al transporte más oneroso)  actúa de la misma manera que una carga proteccionista, o si prefieren darle otra forma, una carga proteccionista actúa de la misma forma que un transporte más oneroso.

Así que un arancel puede considerarse desde la misma perspectiva que un pantano, un surco, una obstrucción, un declive en pendiente, en una palabra, es un obstáculo cuyo efecto es aumentar la diferencia entre el precio que recibe el fabricante de un producto y el que el consumidor paga por él. De la misma manera, es indudablemente cierto que pantanos y barrizales han de considerarse a la misma luz que los aranceles proteccionistas.

Hay mucha gente (poca en número, es verdad, pero existe esa gente), que empieza a entender que los obstáculos no son menos obstáculos porque sean artificiales y que nuestras perspectivas mercantiles tienen más que ganar con la libertad que con la protección y exactamente por la misma razón que hace que un canal sea más favorable al tráfico que una cuesta, una rotonda o un camino incómodo.

Pero mantienen que esta libertad debe ser recíproca. Si eliminamos las barreras que hemos erigido contra la admisión de bienes españoles, por ejemplo, España debe eliminar las barreras que ha erigido contra la admisión de los nuestros. Por tanto son los defensores de los tratados comerciales, basándose en la exacta reciprocidad, concesión por concesión; hagamos el sacrificio de comprar, dicen, para conseguir la ventaja de vender.

La gente que razona de esta manera, siento decirlo, son, lo sepan o no, proteccionistas en principio, solo que son un poco más incoherentes que los proteccionistas puros, igual que estos últimos son más incoherentes que los proteccionistas absolutos.

El siguiente apólogo lo demostrará.

Stulta y Puera

Había, no importa dónde, dos pueblos llamados Stulta y Puera. Construyeron con un gran coste una carretera de un pueblo a otro. Cuando se hizo, Stulta se dijo: “Mira cómo Puera nos inunda con sus productos, debemos resolver eso”. Por consiguiente, crearon y pagaron a un cuerpo de obstructores, llamados así porque se trabajo era poner obstáculos en el camino del tráfico que venía desde Puera. Poco después, Puera hizo lo mismo.

Tras varios siglos, al haber progresado mucho el conocimiento que se tenía mientras tanto,  el sentido común de Puera le permitió ver que esos obstáculos recíprocos solo podían ser recíprocamente dañinos. Por tanto enviaron a alguien a Stulta, que, dejando de lado la fraseología oficial, habló de esta manera: “Hemos construido una carretera y ahora ponemos obstáculos en la forma de usarla. Es absurdo. Habría sido mejor dejar las cosas como estaban. En ese caso, no deberíamos haber tenido que pagar por construir la carretera en primer lugar, ni después haber incurrido en el gasto de mantener obstructores. En nombre de Puera, vengo a proponeros, no dejar de oponernos del todo (sería actuar según un principio y despreciamos tanto los principios como vosotros), sino disminuir algo los obstáculos actuales, procurando estimar equitativamente los sacrificios respectivos que hicimos para este fin”. Así habló el enviado. Stulta pidió tiempo para considerar la propuesta y procedió a consultar, sucesivamente, a sus fabricantes y agricultores. Al final, después de algunos años, declaró que se rompían las negociaciones.

Al recibir esta indicación, se reunieron los habitantes de Puera. Un viejo caballero (siempre habían sospechado que había sido comprado en secreto por Stulta) se levantó y dijo: “Los obstáculos creados por Stulta dañan nuestras ventas, lo que es una desgracia. Los que hemos creado dañan nuestras compras, lo que es otra desgracia. Con referencia a los primeros somos impotentes, pero los segundos dependen de nosotros mismos. Al menos librémonos de unos, ya que no podemos librarnos de ambos males. Eliminemos a nuestros obstructores sin solicitar a Stulta que haga lo mismo. Algún día, sin duda, acabará entendiendo mejor sus intereses”.

Un segundo consejero, un hombre práctico y realista, inocente de cualquier conocimiento de los principios y criado en la misma forma que sus antepasados replicó: “No escuchéis a ese soñador utópico, ese teórico, ese innovador, ese economista, ese stultomaníaco. Estaríamos listos si las obstrucciones del camino no se igualaran, sopesaran y equilibraran entre Stulta y Puera. Habría mayor dificultad en ir que en venir, en exportar que en importar. Nos encontraríamos en la misma condición de inferioridad relativa con Stulta que la que tienen El Havre, Nantes, Burdeos, Lisboa, Londres, Hamburgo y Nueva Orleáns en relación con los pueblos situados en las fuentes del Sena, el Loira, el Garona, el Tajo, el Támesis, el Elba y el Mississippi, pues es más difícil para un barco ascender que descender un río”. (Una voz: Los pueblos en las desembocaduras de los ríos prosperan más que los pueblos que están en sus fuentes).

“Es imposible”. (La misma voz: Pero es así). “Bueno, si es así, han prosperado en contra de las normas”. Un razonamiento tan concluyente convenció a la asamblea y el orador concluyó su victoria hablando largamente de la independencia nacional, el honor nacional, la dignidad nacional, el trabajo nacional, la inundación de productos, los tributos, la competencia asesina. En resumen, ganó la votación a favor del mantenimiento de los obstáculos y si tenéis curiosidad respecto del asunto, puedo apuntaros países en los que veríais con vuestros propios ojos constructores de caminos y obstructores trabajando juntos en los términos más amistosos posibles, bajo las órdenes de la misma asamblea legislativa y a costa de los mismos contribuyentes, unos tratando de habilitar el camino y los otros haciendo todo lo posible por hacer impracticable.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original en inglés se encuentra aquí aquí.

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