¿Realismo moral frente a biologia evolucionista?

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[Mind and Cosmos: Why the Materialist Neo-Darwinian Conception of Nature Is Almost Certainly Wrong • Thomas Nagel • Oxford University Press, 2012 • x + 130 páginas]

Revisar el nuevo libro de Thomas Nagel para Mises Daily parece a primera vista un esfuerzo innecesario. El libro no tiene nada que decir sobre libertarismo o economía austriaca; además, las propias opiniones políticas de Nagel son decididamente no-libertarias. Escribió la reseña crítica más influyente de Anarquía, estado y utopía, de Nozick y rechaza las teorías lockeanas de propiedad, considerando en su lugar los derechos de propiedad como algo convencional.[1] Sin embargo, un capítulo del libro plantea asuntos de honda preocupación a cualquiera interesado en filosofía política y por esta razón quiero comentarlo aquí.

Supongamos que alguien dice que es incorrecto iniciar fuerza contra otra gente. ¿Qué significa decir que esta afirmación es verdad? ¿Son los juicios morales solo preferencias personales o son más que esto? Mises estaba a favor de la primera alternativa. Podemos juzgar objetivamente que ciertas acciones sean medios apropiados para alcanzar un objetivo, pero los juicios definitivos de valor no pueden valorarse como racionales o irracionales.

Aplicar el concepto de racional o irracional a estos fines últimos elegidos no tiene sentido. Podemos calificar de irracional a los fines dados, es decir, a cosas que nuestro pensamiento no puede analizar ni reducir a otras cosas últimas recibidas. Entonces todo fin último elegido por cualquier hombre será irracional. No es más o menos racional pretender riqueza como Creso que pretender pobreza como un monje budista. (La acción humana)

Sin embargo, para muchos esto parece inadecuado. No es solo que prefiramos no asesinar a niños inocentes, por ejemplo: realmente es incorrecto hacerlo, en un sentido no reducible a las decisiones de la gente o cualquier otra cosa. (Creo que Mises diría que la norma contra el asesinato, combinada con otras normas morales, es un medio por el que podemos alcanzar una sociedad de paz y prosperidad, que quieren casi todos, pero que esta última preferencia es un juicio definitivo de valor que no es verdadero ni falso).

Como dice Nagel:

En lugar de explicar la verdad o falsedad de los juicios de valor en términos de su conformidad con nuestras disposiciones motivacionales consideradas o sentido moral, como hace el subjetivista, el realista [moral] explica nuestro sentido moral como una facultad de trata de identificar aquellos hechos en nuestras circunstancias que van a favor y en contra de ciertas vías de actuación y de descubrir cómo se combinan para determinar qué vía sería la correcta o qué grupo de alternativas sería permisible o recomendable y cuáles descartables. (p. 102)

En resumen, la moralidad es algo a descubrir, no a elegir o sentir.

Nagel piensa que es coherente rechazar el realismo moral, pero sin embargo encuentra más convincente esta opinión que sus competidores subjetivistas:

Es verdad que hay explicaciones de competidores subjetivistas para la aparición de la independencia de criterio en la verdad de la moral y otros juicios de valor. (…) No hay ningún experimento crucial que establezca o rebata el realismo acerca del valor (…) la interpretación realista de lo que estamos haciendo al pensar acerca de estas cosas puede suponer convicción solo si es una explicación mejor que la alternativa subjetivista o constructivista-social y eso va a ser siempre una cuestión comparativa y un asunto de juicio, como pasa en cualquier otro ámbito, ya sean las matemáticas o las ciencias o la historia o la estética. (pp. 104-105)

¿Pero no está expuesto el realismo moral a una objeción decisiva, expresada como se sabe por John L. Mackie? Al sugerir que los valores están “ahí fuera” en el mundo, en lugar de en las preferencias y sentimientos humanos, ¿no postulan los realistas morales objetos abstractos “ontológicamente extraños”, al contrario que todo lo demás en el universo?

Nagel demuestra convincentemente que esta objeción se basa en un equívoco. El realismo moral no sostiene que haya, además de los objetos ordinarios, una clase especial de objetos metafísicos llamados “valores”. Más bien su opinión es que las razones morales no requieren reducción a otra cosa para considerarse como legítimas.

La disputa entre realismo y subjetivismo no trata de los contenidos del universo. Es una disputa acerca del orden de la explicación normativa. Los realistas creen que la moral y otros juicios valorativos pueden explicarse a menudo por verdades valorativas más generales o básicas, junto con los hechos que los ponen en marcha. (…) Pero no creen que el elemento valorativo en ese juicio pueda explicarse por ninguna otra cosa. El que haya una razón para hacer lo que evite el daño gravoso a una criatura sensible es,  en una visión realista, uno de los tipos de cosa que puede ser verdad por sí misma y no porque sea verdad alguna otra cosa. (p. 102)

Si Nagel rechaza los objetos metafísicos, ¿basta esto para justificar el realismo moral? Una objeción común sostiene que incluso si razones objetivas del tipo de las que favorece Nagel no son metafísicas en un sentido dudoso, siguen siendo inconsistentes desde el punto de vista naturalista del mundo que requiere la biología evolucionista. Allan Gibbard ha presentado una explicación influyente de esta postura:

¿Cómo podríamos estar en disposición de intuir verdades morales, o normativas en general? No hay respuesta a la vista en el cuadro biológico que he pergeñado. Los hechos no-naturales están ausentes en el cuadro y también cualquier poder para llegar a verdades no-naturales por intuición. Interpretar los acontecimientos naturales como pensamientos y juicios no cambia esto. Si el conocimiento moral debe depender de la intuición, nos vemos impelidos al escepticismo moral.[2]

En resumen, la objeción es esta: Puede explicarse con la evolución nuestra atracción por el placer o nuestra aversión al dolor. Pero no sabe nada de razones objetivas: ¿cómo podría haber evolucionado una facultad para entenderlas? Luego, salvo que abandonemos la ciencia, debemos renunciar al realismo moral.  Nagel considera un escrito de Sharon Street argumentando en este sentido y está muy impresionado con él. Pero toma el argumento en una dirección distinta de la tomada por Street y sus compañeros naturalistas. Si la objetividad moral es incoherente con nuestra imagen actual de la evolución, hay razones para pensar que esta imagen nos da una comprensión incompleta e inadecuada del mundo:

Estoy de acuerdo con la postura de Sharon Street de que el realismo moral es incompatible con una explicación darwinista de la influencia evolutiva en nuestras facultades de juicio moral y valorativo. Street sostiene que una explicación darwinista se ve fuertemente respaldada por la ciencia contemporánea, así que concluye que el realismo moral es falso. Sigo la misma inferencia en dirección opuesta: como el realismo moral es verdadero, una explicación darwinista de los motivos que subyacen el juicio moral debe ser falsa, a pesar del consenso científico a su favor. (p. 105)

Si Nagel tiene razón, tiene sentido hablar de razones morales objetivas, pero ¿cómo debe ser el universo para que esto fuera verdad? No debe malinterpretarse la pregunta. No es ¿qué hace en el universo que las razones morales sean objetivamente verdaderas? Preguntar esto sería precisamente rechazar la principal idea de Nagel, que nada hace que las razones morales sean verdaderas: no requieren justificación de otra cosa. Más bien la pregunta a hacer es: ¿cómo debe ser el universo si hay razones morales que se sostienen por sí mismas del tipo de las que acepta Nagel?

Una alternativa a la visión darwiniana que Nigel encuentra falsa para los hechos morales es el teísmo, pero a esto es temperamentalmente adverso. Prefiere lo que califica como visión teleológica.

De acuerdo con la hipótesis de la teleología natural, el mundo natural tendría una tendencia a dar lugar a seres del tipo que tiene un bien, seres para los que las cosas pueden ser buenas o malas. (p. 121)

La visión teleológica de Nagel no se limita en modo alguno al valor y otros capítulos del libro aplican la aproximación teleológica también a la conciencia subjetiva y la cognición.

Pero aunque la selección natural determine parcialmente los detalles de las formas de vida y la conciencia de su existencia y las relaciones entre ellas, la existencia de material genético y las posibles formas que hace disponibles por selección tienen que explicarse de alguna otra manera. La hipótesis teleológica es que estas cosas pueden determinarse no simplemente por una química y físicas libres de valores, sino asimismo por algo más, una predisposición cósmica a la formación de vida, conciencia y el valor que les es inseparable. (p. 123)

El argumento de Nagel es francamente especulativo, pero en su mejor sentido: abre a nuestra consideración nuevas posibilidades, desarrolladas de una forma imaginativa y profunda. Nagel es un gran filósofo y podría con justicia decir a sus adversarios naturalistas:

Hay más cosas en el cielo y la tierra (…)

Que las que se sueñan en tu filosofía.


[1] Para las opiniones de Nagel en filosofía política, ver, por ejemplo, “The Problem of Global Justice” en Secular Philosophy and the Religious Temperament (Oxford 2010) y mi reseña de este en Mises Review.

[2] Allan Gibbard, Reconciling Our Aims (Oxford University Press, 2008), p. 21.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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