El hombre, la economía y el estado a los 50

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[Esta reseña apareció originalmente en Freeman, septiembre de 2012]

Este año se celebra el 50 aniversario de la publicación en 1962 de la publicación del gran tratado de Murray Rothbard, El hombre, la economía y el estado (HEE). Me sentí abrumado cuando se me pidió escribir una valoración de esta obra indispensable de economía austriaca. En lugar de explicar el evidente papel del libro en el renacimiento moderno de las ideas austriacas, decidí centrarme en el propio libro.

Rothbard originalmente pretendía que su obra fuera un tratamiento de libro de texto de la propia obra magna de Ludwig von Mises, La acción humana, que había aparecido en 1949. De hecho, Herbert C. Cornuelle, el presidente del Fondo Volcker, fue el que lanzó esta idea a Rothbard ese mismo año. Rothbard preparó un esquema y un capítulo de ejemplo sobre dinero, luego recibió las bendiciones de Mises para seguir adelante.

Sin embargo, como relata con exquisito detalle Joseph Stromberg en su prólogo a la Scholar’s Edition de HEE del Instituto Mises (2004), al embarcarse en proyecto Rothbard acabó dándose cuenta de que un simple libre de texto no sería adecuado. Cornuelle había visitado a Rothbard y le había preguntado si pensaba que la obra debería convertirse en un tratado por sí mismo. Rothbard ponderó la cuestión y acabó escribiendo en respuesta (en febrero de 1954):

La concepción original de este proyecto era una versión explicada paso a paso de La acción humana de Mises. Sin embargo, mientras iba avanzando, los desarrollos necesarios del marco a veces escaso de Mises ha llevado inevitablemente a exposiciones nuevas y originales. Ahora que me he estado ocupando de la teoría de la producción en la que hay que afrontar toda la situación de la curva de costes, Mises no es de mucha guía en esta área. Es un área que abarca una gran parte de libros de texto actuales y por tanto debe afrontarse de una forma u otra. (…) Ha aparecido otra complicación. Tradicionalmente, un libro de texto se supone que sencillamente presenta doctrina ya recibida de una forma clara y paso a paso. Pero no solo mi libro de texto desafiaría a la doctrina recibida por el 99% de los economistas actuales, sino que hay un punto especialmente importante en el que Mises y todos los demás economistas tendrán que revisarse: la teoría del monopolio.

Así vemos que Rothbard acabó dándose cuenta de que estaba escribiendo un tratado completamente nuevo, basándose en el edificio misesiano, es verdad, pero uno que era propio de Rothbard. No solo Rothbard difería de Mises en algunos puntos clave (algunos de los cuales explicaremos luego), sino que incluso donde sus tratamientos eran compatibles, Rothbard era más claro y sistemático.

La diferencia fundamental entre La acción humana y HEE es que esta última es completamente autoexplicativa. La persona inteligente media sin conocimiento previo de ninguna economía puede leer solo el tratado de Rothbard y conseguir entender lo esencial de la teoría austriaca ortodoxa. Por el contrario, la obra clásica de Mises asume una gran cantidad de conocimiento previo por parte del lector, incluyendo filosofía kantiana, la teoría clásica del valor y la teoría del capital y el interés de Böhm-Bawerk (!). Nada de esto desmerece la obra Mises sino sencillamente explica que yo personalmente recomiende siempre al recién llegado primero HEE y solo después La acción humana.

Rothbard siguió al principio los pasos de Mises al categorizar a la economía como un subgrupo de la praxeología, que es la ciencia de la acción humana. Según Rothbard, partiendo del axioma básico de que el ser humano actúa (de que utiliza conscientemente medios para alcanzar, o tratar de alcanzar, fines deseados), uno puede deducir lógicamente todo el cuerpo de principios o leyes económicas.

Es interesante leer la descripción de Rothbard (en una carta de marzo de 1951 a Cornuelle) de su método de ataque:

Lo que tengo en mente para un libro de texto sería un proyecto pionero. (…) A cada paso, el lector recibiría ejemplos hipotéticos sencillos, hasta que lenta pero inexorablemente se encuentre equipado para ocuparse de los problemas económicos del momento. (…) Mediante este método, incluso el socialista más recalcitrante, paso a paso, empezando con axiomas praxeológicos sencillos, al final se encontraría repentinamente entendiendo el absurdo de las creencias socialistas e intervencionistas. Se convertiría en un libertario a su pesar.

En este punto, dejadme aclarar algo que sé, por experiencia propia, que ha confundido a muchos estudiosos del movimiento austriaco. A veces, en su celo por la pureza doctrinal, los autocalificados como rothbardianos calificarán a un grupo de economistas como “misesianos” para distinguirlos (supuestamente) de otros economistas que no son misesianos. Esto resulta extraño a algunos, ya que el propio Rothbard discrepaba de Mises en áreas como la teoría del monopolio, la viabilidad de los servicios legales y de defensa en el libre mercado y la posibilidad de crear un sistema ético racional.

Sea útil o no, lo que los rothbardianos quieren decir con “misesiano” afecta al importante asunto del propio fundamento de la ley económica. Si un economista piensa que los principios económicos son deducciones lógicas a partir de axiomas autoevidentes (análogos a los de la geometría), entonces es un “misesiano” en ese sentido.

Por otro lado, si un economista piensa que deben usarse leyes económicas provisionales para generar predicciones falsables que sean luego (si es posible) sometidas a pruebas empíricas (análogas a las ciencias físicas), será clasificado como un positivista (no misesiano), aunque ese economista pueda llegar a conclusiones de políticas de libre mercado similares con este método alternativo.

Siguiendo a Mises, Rothbard y sus discípulos modernos argumentan que la teoría económica sensata es antecedente lógicamente a la investigación empírica. Al tratar de entender las causas de la Gran Depresión, por ejemplo, uno no puede simplemente “dejar que los hechos hablen por sí mismos” porque hay infinitos hechos posibles que uno podría aportar para este fin. (¿Cuál fue la masa de la luna el 16 de febrero de 1923 exactamente a mediodía y podría haber tenido algo que ver con el crash de la bolsa de 1929?) De hecho, los mismos conceptos de dinero, tipos de interés y otros están ellos mismos cargados de teoría: uno necesita tener un fundamento praxeológico para siquiera percibir esas categorías, porque no existen “ahí fuera”, en “el mundo real” en la forma en que podría sugerir un positivista ingenuo.

El profesor Joseph Salerno dijo una vez a Rothbard, que Rothbard había incorporado la teoría del capital de Eugen von Böhm-Bawerk en su exposición mucho más detalladamente de lo que lo había hecho Mises en sus propias obras. Para quienes leímos HEE en nuestra juventud, dábamos esto por supuesto, pero la observación de Salerno es perfectamente correcta: Rothbard toma los tratamientos esenciales aunque a veces abrumadoramente secos de la teoría del capital de los maestros (principalmente Carl Menger, Böhm-Bawerk y F.A. Hayek) y los destila en una explicación muy legible. Remata todo esto con un bonito diagrama (que aparece al principio del capítulo 6, “Producción: El tipo de interés y su determinación”) que he descrito como la versión superior austriaca del “Diagrama del flujo circular” de la corriente principal.

El diagrama de Rothbard toma el famoso triángulo de Hayek mostrando la estructura de producción y lo rota 90º a la derecha, así que lo que se considera la primera etapa de producción, o “superior”, es realmente la barra más alta del diagrama. A cada paso que se avanza hacia abajo, los bienes en proceso se han trasladado a otro periodo de trabajo, donde se han aplicado nuevas entradas de tierra, trabajo y capital, transformando los bienes de capital en cada vez más cercanos a los bienes definitivos de consumo.

La ingeniosa construcción de Rothbard permite una explicación de “toda la economía”, en la que los capitalistas consiguen la tasa de retorno correcta en sus inversiones de cada periodo y en la que las rentas netas ganadas por capitalistas, propietarios de tierras y trabajadores suman cada periodo al total gastado en los bienes acabados de consumo que aparecen al final de la “tubería” de producción de ese periodo.

Digo que el diagrama de Rothbard es la respuesta al “flujo circular” de la corriente principal porque hace todo lo que hace este último (a saber muestra cómo “circula” el dinero alrededor de la economía de forma que el gasto de una persona es el ingreso de otra), pero hace mucho más. En el diagrama de Rothbard, uno puede ver inmediatamente la distinción entre inversión neta y bruta. Como Rothbard quería (inicialmente) mostrar un estado de equilibrio constante (lo que Mises llamaba la “economía en rotación constante” o ERC) no hay ahorro o inversión netos en la economía mostrada en el esquema de Rothbard. Utilizando herramientas tradicionales de la corriente principal (renta = consumo + inversión + gasto público + exportación neta o Y = C+I+G+Nx), concluiríamos por tanto que esta economía hipotética, sin gobierno o mercado exterior, se mueve al 100% mediante el gasto del consumidor nacional. Aun así, como deja muy claro el diagrama, cada periodo hace falta mucha más inversión bruta que gasto de consumo (318 onzas de oro frente a 100 onzas) solo para mantener en funcionamiento correcto el sistema. Si los capitalistas por alguna razón decidieran no reinvertir la mayoría de sus ganancias brutas en reaprovisionar sus suministros y contratar nuevos factores de tierra y trabajo, la compleja estructura pronto se vendría abajo y los bienes de consumo dejarían de salir por la tubería.

Además de mostrar las relaciones de equilibrio a largo plazo entre preferencia temporal (la mayor valoración de los bienes presentes frente a bienes futuros comparables), precios de factores y etapas de producción, la exposición diagramática de Rothbard hace asimismo fácil ver el impacto de una disminución en la preferencia temporal. En este caso, los consumidores restringen su gasto en bienes finales de consumo, el “spread” o margen de beneficio entre los precios de los bienes de capital en cada etapa sucesiva de producción y toda la estructura se hace más alta, de forma que las entradas originales de tierra y trabajo se invierten durante un periodo medio más largo. Estos procesos fueron descritos por Böhm-Bawerk y Hayek, por supuesto, pero la exposición de Rothbard hace todo mucho más comprensible para quien empieza.

Si he dedicado una cantidad inusual de tiempo explicando un solo diagrama del volumen de más de mil páginas de Rothbard, es porque pienso que resume literalmente semanas de estudio de la aproximación austriaca a la economía. He dedicado clases casi completas repasando con mis alumnos el diagrama para asegurarme de que entienden exactamente cómo funciona y ver cuánto conocimiento se encierra en su engañosamente sencilla apariencia. No creo que sea una exageración decir que si uno comprende exactamente lo que está haciendo Rothbard es ese sencillo diagrama, uno entenderá la crítica austriaca a Alan Greenspan y Ben Bernanke.

A lo largo del libro, Rothbard hace contribuciones originales, pero están a menudo en forma de hacer un punto común un poco más importante o rellenado un hueco en el caso habitual para una conclusión familiar. Sin embargo, cuando se ocupa de la teoría del monopolio, Rothbard borra la pizarra y empieza desde el principio.

Empieza su tratamiento poniendo en cuestión la misma idea de “soberanía del consumidor” desarrollada por Wiliam Hutt. Hutt (y posteriormente Mises) utilizaba el término para dar la idea de que el “cliente siempre tiene razón” y de que mediante sus decisiones de gasto los consumidores en una economía de mercado asignan en definitiva recursos a fines en competencia.

Rothbard rechazaba la expresión tanto por su exactitud como por estrategia. Hablando estrictamente, sencillamente no era cierto decir que los consumidores fueran en modo algunos “soberanos” sobre los productores. Sí, los consumidores eran libres de quedarse con su dinero, pero por la misma razón los propietarios de empresas eran libres de quedarse con sus productos y los trabajadores eran libres de quedarse con su trabajo. En lugar de exponer la soberanía de los consumidores, Rothbard creía que el libre mercado mostraba la autosoberanía del individuo.

A Rothbard también le disgustaba la expresión por razones estratégicas, porque la idea de “soberanía del consumidor” podía usarse como un marco ideal con el que criticar el rendimiento del mercado en el mundo real. Eso es precisamente lo que ocurrió (con la idea relacionada de la “competencia perfecta”) en la economía del bienestar de la corriente principal.

Durante su explicación preliminar del monopolio, Rothbard hace algunas observaciones brillantes. Por ejemplo, apunta que la mayoría de los economistas y el público en general están horrorizados por la formación de un cártel, pero ven favorablemente la creación de una gran empresa. Aun así, los procesos son bastante similares, incluyendo a individuos agrupando sus recursos para una empresa unificada. Rothbard también generaliza el argumento del cálculo de Mises aplicado originalmente a un estado socialista para demostrar que ninguna empresa individual podría nunca abarcar toda la economía.

Después de esta y otras secciones de calentamiento, Rothbard se lanza al cuello: Niega la misma existencia del llamado precio competitivo con el que contrastar el supuestamente ineficiente “precio de monopolio”. En su lugar, Rothbard propone el precio de libre mercado, el único contraste que puede explicarse coherentemente.

Además de su positiva exposición de sólida economía austriaca, Rothbard llena HEE con críticas a doctrinas rivales. Me gusta especialmente su explicación de el economía keynesiana. Las críticas han perdido parte de su fuerza a lo largo de las décadas, porque un libro de texto keynesiano típico ya no basa sus conclusiones políticas en argumentos que eran comunes cuando escribía Rothbard. Aun así, las explicaciones de Rothbard, son algo de lo que disfrutar.

Personalmente, mi favorita es su reducción al absurdo del multiplicador (basada en una argumentación similar de Henry Hazlitt). Después de revisar el caso keynesiano estándar (en ese momento) de que el nuevo gasto en inversión tendrá un impacto “multiplicador” en la renta total, Rothbard emplea la misma aproximación para “demostrar” que el lector de su libro tiene un multiplicador aún mayor. En concreto, Rothbard aporta una pocas ecuaciones demostrando que la “renta social” es igual a la “renta del lector” más la “renta de todos los demás”. Luego emplea alguna observación empírica para descubrir que la “renta de todos los demás” es 0,99999 veces la “renta social”. Después de algo de álgebra, Rothbard concluye que la “renta social” es 100.000 veces la “renta del lector”. El keynesiano coherente, apunta Rothbard, debería por tanto defender que el gobierno imprima dólares y se los entregue al lector del libro de Rothbard, porque “el gasto del lector primará la inyección de un aumento multiplicado por 100.000 en la renta nacional”.

Cincuenta años después de su primera publicación, el gran tratado de Murray Rothbard sigue resistiendo. Si alguien se aun tiene que probar El hombre, la economía y el estado, le prometo que le gustará.


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.