Gravando el consumo “darwiniano”

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[The Darwin Economy: Liberty, Competition, and the Common Good • Robert H. Frank • Princeton University Press, 2011 • Xvi + 240 páginas]

Un espectro persigue al último libro de Robert Frank: el espectro del libertarismo. Para él, es una visión doctrinaria con poco que recomendar; aun así parece una y otra vez tratar de refutarlo y desviarlo. Supone equivocado al libertarismo, pero incluso quienes lo acepten, piensa, tendrían que ver que sus propuestas de impuestos progresivos y variadas medidas sociales son razonables. Uno podría al principio inclinarse por explicar el comportamiento de Frank diciendo que responde a la mala influencia, tal y como la ve, que las posturas libertarias tienen en las discusiones sobre políticas públicas. Sospecho, sin embargo, que hay algo más. El libertarismo ejerce una peculiar fascinación en él.

Dice acerca del libertarismo:

Al contrario que la mayoría de los críticos de la izquierda, concederé las suposiciones básicas más importantes de los libertarios sobre el mundo: que los mercados son competitivos, que la gente es racional y que el estado debe afrontar una dura carga de la prueba antes de restringir cualquier libertad individual de acción de los ciudadanos. Aunque hay razones para cuestionar cada una de las suposiciones, las contradicciones internas del marco libertario aparecen claramente incluso si las aceptamos acríticamente.

¿Cuál es la contradicción interna en el centro del libertarismo que Frank afirma encontrar? Aquí Frank repite un tema familiar para los lectores de sus libros anteriores.

El defecto esencial en ese marco [libertario] deriva de una observación que en sí misma no es en absoluto polémica: que en muchos aspectos importantes de la vida, el rendimiento se gradúa en una curva. (…) La dependencia de la recompensa en la clasificación elimina cualquier presunción de armonía entre intereses individuales y colectivos, y con ella el fundamento de la defensa libertaria de un sistema de mercado sin ninguna interferencia en absoluto. (p. 11)

Una noticia reciente ejemplifica lo que tiene en mente Frank. La Agencia Antidopaje de EEUU ha desposeído a Lance Armstrong de sus victorias en el Tour de Francia basándose en que utilizó drogar prohibidas que mejoraban su rendimiento. Las razones de esa polémica no nos preocupan ahora, pero sirve para plantear la pregunta: ¿Por qué ingieren los deportistas sustancias que pueden dañarles? Evidentemente lo hacen para conseguir ventaja sobre sus competidores. Pero mientras un número sustancial de deportistas rivales haga eso, nadie obtendrá ventaja sobre los demás. Conseguirías mejorar mucho en la competición solo si tomaras las sustancias y nadie más lo hiciera, pero esto es irrelevante para lo que ocurre en el mundo real. Los deportistas se han creado problemas inútiles y han puesto en riesgo su salud y el resultado es que están exactamente donde estaban antes en sus batallas entre sí.

La dependencia de la recompensa en la clasificación afecta por supuesto a muchos otros aparte de los deportistas y un caso preocupa en especial a Frank. La gente quiere que sus hijos vayan a las mejores escuelas disponibles y las escuelas en los barrios ricos son mejores que las de las áreas pobres. Esto lleva a los padres a trabajar más tiempo y más duro (y bajo condiciones de mayor riesgo) de lo que harían en otro caso, para poder mudarse a un barrio mejor. Sin embargo tampoco sus esfuerzos les proporcionan el resultado que esperan: cada padre se ve frustrado por los esfuerzos similares de otros padres.

Es posible que un trabajador acepte un trabajo con más riesgo y con mayor salario porque al hacerlo cubriría los pagos mensuales de una casa en un mejor distrito escolar. Pero la misma observación es aplicable a los demás trabajadores. Y como la calidad de la escuela es un concepto propiamente relativo, cuando otros también comercian por salarios más altos, nadie avanzará en términos relativos. Solo tendrán éxito en aumentar los precios de las viviendas en los mejores distritos escolares. (p. 40)

Frank hace una analogía entre este tipo de lucha sutil y un fenómeno estudiado por Charles Darwin. Un ejemplo es el wapití macho, que ha desarrollado cornamentas descomunales. Estas “no funcionan como armas contra depredadores externos, sino en la competencia entre los machos por acceder a las hembras” (p. 21). Las cornamentas les hacen menos rápidos y por tanto hacen más fácil a los lobos atacarles. Es incluso peor que para Lance Armstrong y sus colegas ciclistas. El estudio de Darwin de este fenómeno lleva a Frank a “ofrecer la siguiente predicción. De aquí a un siglo, si se pide a un grupo de economistas profesionales que identifiquen al padre intelectual de su disciplina, una mayoría nombrará a Charles Darwin” (p. 16).

Todo esto está muy bien, podéis decir (o realmente, como veremos enseguida, no tan bien), pero ¿qué tiene que ver con el libertarismo. La respuesta es sencilla. El gobierno puede rescatarnos de estas inútiles luchas competitivas fijando un fuerte impuesto progresivo al consumo. Así la gente tendría menos dinero para desperdiciar en tratar de ponerse por delante de otros, pero no estaría peor: recordemos que el dinero que gastamos en arañar nuestro camino a la cumbre no nos hace bien. Todos nuestros esfuerzos nos dejan donde estábamos antes de gastar el dinero. Dados los buenos oficios del gobierno, la gente podrían aún intentar sobrepasar a otros, pero el gobierno puede ahora gastar el dinero obtenido en todo tipo de proyectos útiles.

Por desgracia, los molestos libertarios bloquean el camino. Profesan la asombrosa idea de que la gente tiene derecho a gastar su dinero como desee y de que el gobierno no tiene ningún derecho a quitárselo sin su consentimiento. ¿No ven que se interponen en el camino de la eficacia? ¡Fuera con ellos!

El argumento de Frank a favor de un impuesto al consumo no funciona, por varias razones. Me he ocupado de algunas de ellas en reseñas anteriores, así que seré breve, pero para evitar acusaciones de reciclar material viejo, añadiré un punto nuevo. El fallo esencial del análisis de Frank de las luchas competitivas es que no tiene por qué ser verdad que gastar dinero en esfuerzos por superar a otros lleve a una situación en la que nadie mejore. La gente no tiene que acabar exactamente como habría estado si nadie hubiera dedicado recursos a la lucha.

Dedicarse a una lucha competitiva puede cambiar el orden de clasificación de la gente frente al que habría habido en otro caso. Supongamos por ejemplo que las acusaciones contra Lance Armstrong sean verdaderas: sí se dopó, igual que sus competidores. Si no se dopó ninguno de los ciclistas, podría no ser cierto que un Armstrong no dopado hubiera seguido ganando. Tal vez se benefició del dopaje más que sus competidores.

Además, alguna gente gana luchas competitivas gastando más dinero que sus rivales. Frank ofrece un ejemplo de esto:

La oposición de [l propietario de los New York Yankees, George] Steinbrenner a los límites salariales impuso costes sustanciales a los demás propietarios de equipos y en definitiva a los fans. En jerga económica, estas políticas crearon “externalidades posicionales”. (p. 68)

Puede que a Frank no le gusten las actividades de Steinbrenner, pero no puede decir que gravar recursos para impedir luchas competitivas entre los propietarios no habría dejado peor a nadie. Steinbrenner podría no haber prevalecido si se hubiera restringido el gasto de todos los propietarios y, dado su intenso deseo de ganar, habría acabado peor.

Esto lleva a un nuevo punto que quiero plantear contra Frank. ¿Qué pasa si la gente disfruta con el tipo de lucha que lleva a Frank a tirarse de los pelos? ¿Qué pasa si sencillamente lo que quiere hacer es gastar todo el dinero que pueda para ganar? Es verdad que aun puede, bajo la propuesta fiscal de Frank, gastar lo que el gobierno decida dejarle, pero no puede dedicarse a la lucha con el estilo de ir a muerte que desea. Uno sospecha fuertemente que Frank ha sustituido los deseos de los que considera pródigos y derrochadores por sus preferencias más frugales. No ha llegado a una propuesta fiscal neutral que beneficie a todos y no perjudique a nadie.

¿Importa esto? Frank podría responder a mi objeción que aunque gastar dinero en luchas competitivas cambie el orden de clasificación de quienes se dedican a ellas, sigue siendo cierto que estas luchas no aumentan el bienestar agregado. Las luchas no llevan a más ganadores y menos perdedores que antes. Si es así, ¿no podría Frank decir que las cosas irían mejor a la mayoría de la gente si el dinero utilizado en estas luchas fuera gravado y gastado en otras cosas?

Para decir esto, Frank tendría que presentar sus propias opiniones acerca de cómo “debería” gastar la gente su dinero. Ya no podría hacer la afirmación de valor neutral de que estaba enseñando a la gente cómo podría estar mejor, dadas sus propias preferencias. Si Frank desea dar este paso, nos debe una explicación moral y no parece pretender hacerlo.

Aunque el análisis de Frank fuera correcto, su alegato contra el libertarismo no funcionaría. La gente que cree que las diversas luchas competitivas costarían más de lo que valen es libre de acordar voluntariamente abandonarlas o restringirlas. El acuerdo voluntario puede ser más lento y más incómodo, en algunos caos, que recurrir al gobierno.  Pero respeta los derechos de la gente sobre su propiedad, algo que preocupa poco a Frank. Por el contrario, la idea libertaria de los derechos de propiedad le desconcierta.


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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