La economía no debe relegarse a las aulas y las oficinas de estadística y no debe dejarse a círculos esotéricos. Es la filosofía de la vida y la acción humanas y afecta a todos y a todo. Es la médula de la civilización y de la existencia humana del hombre.
Mencionar este hecho no es tener la habitualmente ridiculizada debilidad de los especialistas que sobre valoran la importancia de su propia rama de conocimiento. No son los economistas, sino toda la gente la que asigna hoy este lugar preeminente a la economía.
Todos los asuntos políticos actuales se refieren a problemas comúnmente calificados como económicos. Todos los argumentos aportados en las discusiones contemporáneas de asuntos sociales y públicos se ocupan de materia esenciales de praxeología y economía. Filósofos y teólogos parecen estar más interesados en problemas económicos que en aquellos problemas que generaciones anteriores consideraban el tema de la filosofía y la teología. Las novelas y obras teatrales de hoy tratan todos los temas humanos (incluidas las relaciones sexuales) desde el ángulo de las doctrinas económicas. Todos piensan económicamente lo sepan o no. Al unirse a un partido político y ejercer su voto, el ciudadano toma una postura respecto de teorías económicas esenciales.
En los siglos XVI y XVII la religión era el tema principal de las controversias políticas europeas. En los siglos XVIII y XIX en Europa, así como en América, la cuestión principal era el gobierno representativo frente al absolutismo real. Hoy es la economía de mercado frente al socialismo. Por supuesto, es un problema cuya solución depende completamente del análisis económico. El recurso a lemas vacíos o al misticismo del materialismo dialéctico resulta inútil.
No hay modo de que nadie pueda eludir su responsabilidad personal. Quien no examine al máximo de sus capacidades todos los problemas afectados entrega voluntariamente su primogenitura a una élite autonombrada de superhombres. En esos asuntos vitales, una confianza ciega en los “expertos” y una aceptación acrítica de clichés y prejuicios populares equivale al abandono de la autodeterminación y a rendirse a la dominación de otra gente. Tal y como son hoy las condiciones, nada puede ser más importante para todo hombre inteligente que la economía. Su propio destino y el de su progenie están en juego.
Muy pocos son capaces de contribuir con ninguna idea consecuente al cuerpo del pensamiento económico. Pero todos los hombres racionales están llamados a familiarizarse con las enseñanzas de la economía. Es, en nuestros tiempos, la principal tarea cívica.
Nos guste o no, es un hecho que la economía no puede seguir siendo una rama esotérica de conocimiento accesible solo a pequeños grupos de investigadores y especialistas. La economía se ocupa de los problemas fundamentales de la sociedad, afecta a todos y pertenece a todos. Es el estudio principio y apropiado para todo ciudadano.
Economía y libertad
El papel esencial que las ideas económicas desempeñan en la determinación de los asuntos públicos explica por qué gobiernos, partidos políticos y grupos de presión pretenden restringir la libertad de pensamiento económico. Ansían hacer propaganda de la doctrina “buena” y silenciar la voz de las doctrinas “malas”. Tal y como lo ven, la verdad no tiene poder propio que pueda hacer que prevalezca definitivamente solo en virtud de ser verdad. Para conseguirlo, la verdad tiene que estar respaldada por la acción violenta por parte de la policía u otras fuerzas armadas. En este caso, el criterio de verdad de una doctrina es el hecho de que sus defensores tengan éxito en derrotar por la fuerza de las armas a los defensores de opiniones que disienten. Implica que Dios u otra fuerza mítica que dirija el curso de los asuntos humanos otorga la victoria a los que luchan por la causa justa. El gobierno viene de Dios y tiene la sagrada tarea de exterminar a los herejes.
Es inútil insistir en las contradicciones e incoherencias de esta doctrina de intolerancia y persecución de los disidentes. Nunca antes ha conocido el mundo un sistema tan inteligentemente concebido de propaganda y opresión como el instituido por los gobiernos, partidos y grupos de presión contemporáneos. Sin embargo, todas estas construcciones se derrumbarán como castillos de naipes tan pronto como una gran ideología los ataque.
No solo en los países gobernados por déspotas bárbaros y neobárbaros sino igualmente en las llamadas democracias occidentales, el estudio de la economía está hoy prácticamente prohibido. La discusión pública de problemas económicos ignora casi completamente todo lo que han dicho los economistas en los últimos 200 años. Precios, salarios, tipos de interés y beneficios se tratan como si su determinación no estuviera sometida a ninguna ley. Los gobiernos tratan de decretar y aplicar precios máximos de productos y salarios mínimos. Los estadistas exhortan a los empresarios a recortar los beneficios, bajar los precios y aumentar los salarios como si estos fueran dependientes de las laudables intenciones de los individuos. En el tratamiento de las relaciones económicas internacionales, la gente recurre alegremente a las falacias más ingenuas del mercantilismo. Pocos son conscientes de los defectos de todas estas doctrinas populares o se dan cuenta de por qué las políticas basadas en ellas inevitablemente llevan al
desastre.
Son cosas tristes. Sin embargo, solo hay una forma de la que un hombre pueda responder a ellas: no relajándose nunca en la búsqueda de la verdad.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.