Se echa la culpa de la crisis financiera a muchas cosas. La izquierda dice que Wall Street no estaba suficientemente regulada, mientras que la derecha afirma que los mandatos del gobierno obligaban a los prestamistas a otorgar malos créditos. Se ha dado el argumento de que la Reserva Federal fue demasiado laza, mientras que el otro bando dice que Bernanke no fue suficientemente laxo. Algunos culpan a la avaricia. Otros culpan a los productos de inversión de Wall Street. Y luego están las matemáticas.
Wall Street se ha convertido en un juego de cifras realizado a alta velocidad mediante poderosas computadoras intercambiando derivados complejos utilizando modelos matemáticos aun más complejos. Escribiendo en el Huffington Post, Théo Le Bret pide al lector que
Tome la ecuación de Black-Scholes, utilizada para estimar el valor de un derivado: realmente no es más que una ecuación diferencial parcial del valor financiero del derivado, como función de cuatro variables, incluyendo tiempo y “volatilidad” del activo subyacente (siendo la derivada una ‘apuesta’ sobre el valor futuro del activo). Las ecuaciones diferenciales son muy conocidas entre los físicos, ya que propiedades fundamental de la naturaleza como la ecuación de onda o la ecuación de Schrodinger para la mecánica cuántica se dan en forma de ecuaciones diferenciales y en física sus soluciones parecen ser muy fiable: ¿por qué no es siempre así en el caso de las finanzas?
Mr. Le Bret cita a Albert Einstein por su respuesta: “en la medida en las leyes de las matemáticas se refieren a la realidad, no son ciertas, en la medida en que son ciertas, no se refieren a la realidad”.
Murray Rothbard lo dijo de otra manera:
En física, los hechos de la naturaleza nos vienen dados. Pueden descomponerse en sus elementos simples en el laboratorio y observarse sus movimientos. Por otro lado, no conocemos las leyes que explican los movimientos de las partículas físicas: no tienen motivos.
Rothbard continúa apuntando que la acción humana está motivada y por tanto la economía se construye a partir de axiomas. Podemos después deducir leyes de estos axiomas, pero, como explica Rothbard: “no hay elementos simples de ‘hechos’ en la acción humana: los acontecimientos de la historia son fenómenos complejos que no pueden ‘probar’ nada”.
Utilizando los modelos que funcionan tan bien a los físicos, los matemáticos en Wall Street se equivocaron espectacularmente en los mercados de hipotecas y derivados, igual que los economistas matemáticos nunca pueden predecir el futuro con ninguna precisión. El comportamiento humano motivado no puede modelarse.
Pero los matemáticos o “quants” califican toda la ingeniería financiera de Wall Street, un proceso que requiere unos pocos papeles y agrupa todos sus atributos para crear nuevos productos, la mayoría de las veces esperando evitar impuestos y regulaciones. El autor Brendan Moynihan describe este proceso de ingeniería en su libro Financial Origami: How the Wall Street Model Broke.
El origami es el arte tradicional japonés de papiroflexia en el que se crean asombrosas formas y animales con unos sencillos dobleces de un papel. Moynihan extiende inteligentemente la metáfora al área financiera, apuntando que acciones, bonos y seguros son papeles sencillamente doblados por las fuerzas vendedoras de Wall Street convirtiéndolos en swaps, opciones, futuros, derivados de derivados y similares.
El autor suele describir los derivados en términos que una persona puede entender. Las primas de seguros de salud son una opción de compra para hacer que la aseguradora pague tu atención médica. Las primas de seguros de automóvil son como una opción de venta, permitiendo al asegurado vender su coche, en caso de siniestro total, a la aseguradora por su valor remanente en libros.
Los ganadores del Premio Nobel han tenido un importante papel en la creación de derivados. El trabajo de Milton Friedman sobre la necesidad de mercados de futuros en divisas abrió el camino a ese mercado en 1971. Pero, como apunta Moynihan, fue Nixon al cerrar la ventanilla del oro el que creó la necesidad de mitigar el riesgo divisa y de inflación.
El Premio Nobel Myron Scholes fue co-creador del modelo de precio de opciones Black-Scholes-Merton. Junto con el co-ganador Robert Merton utilizó su modelo para dinamitar Long Term Capital Management.
Pero fue el trabajo del poco conocido economista David X. Li en el Journal of Fixed Income el que proporcionaría el fundamento intelectual para la oleada de Wall Street hacia las hipotecas. “On Default Correlation: A Copula Function Approach” se convirtió en “el estudio académico utilizado para justificar la conversión de Wall Street de títulos de paquetes de hipotecas subprime den títulos con calificación AAA”, escribe Moynihan. “Para cuando acabó, Wall Street habría creado 64.000 títulos con calificación AAA, a pesar de que solo 12 empresas en el mundo tenían esa calificación”.
Robert Stowe England, en su libro Black Box Casino: How Wall Street’s Risky Shadow Banking Crashed Global Finance, dice que el modelo de Li “se basaba en la historia de los precios de los CDS frente a un activo concreto para determinar el grado de correlación en lugar de basarse en los datos históricos del rendimiento de los préstamos”.
“La gente estaba entusiasmada con la campana de Gauss debido a su elegancia matemática”, dice Nassim Nicholas Taleb, “pero la cosa nunca funcionó”. Taleb, el autor de El cisne negro, afirma que cualquier intento de medir la correlación basado en la historia pasada sería “charlatanería”.
Las hipotecas suprime se agrupaban para convertirse en obligaciones con garantía hipotecaria (CMO, por sus siglas en inglés), que eran una forma de obligaciones con garantía deudora (CDO, por sus siglas en inglés). Las CDO no eran nuevas: la primera CDO fue creada por Michael Milken en 1987. Pero en lugar de una mezcla de bonos de alta calidad y bonos basura corporativos, en la burbuja inmobiliaria, las CDO se calificaron como AAA basándose en el trabajo de Li.
England apunta irónicamente: “Un cínico podría decir que las CDO se inventaron para crear un lugar donde echar bonos de baja calidad crediticia o bonos basura y esconderlos entre créditos mejores”.
England cita a Michael Lewis, autor de The Big Short: “La CDO era, en la práctica, un servicio de lavado de crédito para los residentes en la clase media baja de Estados Unidos”. Para Wall Street, era una máquina que “convertía el plomo en oro”.
La fiebre de las CDO en Wall Street sirvió para estimular el apalancamiento de los bancos de inversión. England explica que si se incluyen los títulos de nivel 3 (loas activos de nivel 3, que incluyen las CDO, no pueden valorarse utilizando mediciones observables, como precios y modelos de mercado), Bear Stearns tenía un apalancamiento de 262 a 1 justo antes del desplome. Lehman estaba cerca de 225, Morgan Stanley en 222, Citigroup en 212 y Goldman Sachs estaba apalancado a 200 a 1.
Un apalancamiento como ese requiere bien la perfección o un rescate público final para sobrevivir.
El mercado de CDO creó la necesidad de tener una manera de apostar contra las CDO y se creó el mercado de credit-default-swap (CDS). Aunando los CDS se crearon CDO sintéticas. “Con las CDO sintéticas, Wall Street entró en Matrix”, escribe England, “un mundo en el que la realidad es simulada por computadoras”.
La opinión de England es que el mercado de CDO “era el casino en el que se hacían las apuestas. Wall Street se hizo más grande y arriesgada que Las Vegas y Atlantic City combinadas y más”. Según Richard Zabel, el valor hipotético de todo el mercado de CDS era de 45 billones de dólares al acabar 2007, al mismo tiempo los mercados de bonos y vehículos estructurados solo totalizaban 25 billones de dólares.
Así que la parte especulativa del mercado de CDS era de al menos 20 billones de dólares, con los especuladores apostando sobre la posibilidad de un evento de crédito para títulos que no poseía ninguna de ambas partes. England no ve esto como algo bueno. Para England, los credit-default-swaps concentraban riesgos en ciertas instituciones financieras, en lugar de dispersarlos.
En “Credit Default Swaps from the Viewpoint of Libertarian Property Rights and Contract Credit Default Swaps Theory“, publicado en Libertarian Papers, los autores, Thorsten Polleit y Jonathan Mariano sostenían: “La verdad es que los CDS proporcionan a los inversores un instrumento eficaz y eficiente para sacar a la luz regímenes monetarios fiduciarios económicamente insensatos e insostenibles y la estructura económica de producción que crean”.
Polleit y Mariano explican que los credit-default-swaps hacen comercializable un riesgo de crédito de un prestatario. El CDS es como una póliza de seguro firmada frente a la posibilidad de un acontecimiento crediticio negativo. Estos derivados, aunque demonizados por muchos observadores, sirven para aumentar “la presión disciplinaria sobre los tomadores de préstamos que estén a punto de llegar a niveles de deuda insostenibles para que consoliden o hacen que los tomadores de préstamos que se vean apurados financieramente vayan a la suspensión de pagos”.
England concluye su libro diciendo: “Necesitamos una salida hacia un sistema financiero más seguro y sólido en el que el poder de la luz solar sobre instituciones y mercados financieros ayude a hacer que la disciplina del libre mercado haga funcionar su mano invisibles para el bien de todos”.
Polleit y Mariano explican que es el mercado de CDS el que proporciona esa luz solar.
El pánico de 2008 fue el inevitable colapso de un sistema de moneda fiduciaria y bancario cada vez más desvencijado, un sistema en el que el banco central trata de dirigir y manipular la inversión y producción de la nación con un ojo en la maximización del empleo. En un discurso realizado en el Banco de la Reserva Federal de Nueva York, Jim Grant dijo a los banqueros centrales que los tipos de interés deberían llevar información. “Pero la única información que lleva una curva manipulada de rendimientos es lo que quiere la Fed”.
Los magos de las matemáticas de Wall Street convencieron a los Amos del Universo de que sus cifras no mentían, creyendo que podía modelar el mercado de la casa de espejos de la Reserva Federal. Tal vez los números no mientan, pero las suposiciones sí lo hacen.
Aconsejando sobre economía matemática, escribía Rothbard: “ignora el fárrago de las ecuaciones de moda y mira las suposiciones subyacentes. Invariablemente son pocas en número, simples y erróneas”. Lo mismo podría decirse del modelo de Li y del modelo de Scholes antes que él.
Hasta que no termine la era de inestables regímenes de dinero fiduciario, continuará la búsqueda de cabezas de turco, porque las crisis nunca acabarán.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.