¿Qué deben hacer los amantes de la libertad?

2

¿Cómo puede uno combinar la vida profesional con el avance de la libertad? Por supuesto, es presuntuoso ofrecer una respuesta definitiva, ya que todos los trabajos y carreras en la economía de mercado están sujetos a las fuerzas de la división del trabajo. El que una persona se centre en una tarea no significa que no sea bueno en muchas tareas; solo significa que las mayores ganancias productivas para todos provienen de dividir las tareas entre mucha gente con un amplio rango de talentos.

Lo mismo pasa con el movimiento de la libertad. Cuantos más seamos, mejor haremos en especializarnos, en cooperar mediante el intercambio, en potenciar nuestro impacto dividiendo el trabajo. No hay forma de conocer por adelantado qué es lo correcto para una persona concreta. Hay muchos caminos maravillosos de entre los que elegir (y que explicaré después). Pero podemos saber esto. La respuesta habitual (entrar en el gobierno) está mal encaminada. Demasiadas buenas cabezas se han corrompido y perdido siguiendo este infausto camino.

Ocurre a menudo que un movimiento ideológico hace grandes progresos mediante la educación y la organización y la influencia cultural, solo para dar el salto ilógico de creer que la política y la influencia política, que normalmente significa ocupar cargos en la administración, es el siguiente paso en la escala del éxito. Es como tratar de combatir un fuego con cerillas y gasolina. Es lo que ocurrió a la derecha cristiana en la década de 1980. Se implicaron en política para deshacerse del yugo del estado. Veinte años después, mucha de esa gente está trabajando en el Departamento de Educación o para la Casa Blanca, haciendo el trabajo preparatorio para enmendar la Constitución o invadir algún país extranjero. Es un desastroso desperdicio de capital intelectual.

Es especialmente importante que los creyentes en la libertad no sigan este camino. El trabajo público ha sido la vía elegida por socialistas, reformadores sociales y keynesianos durante al menos un siglo. Es su hogar natural porque su ambición es controlar la sociedad a través del gobierno. A ellos les funciona, pero no a nosotros.

En la primera mitad del siglo XX, los libertarios sabían cómo oponerse al estatismo. Se dedicaron a los negocios y el periodismo. Escribieron libros. Se manifestaron en el campo cultural. Generaron fortunas para ayudar a fundar periódicos, escuelas y universidades, fundaciones y organización de educación pública. Expandieron sus actividades comerciales para servir como baluarte contra la planificación centralizada. Se convirtieron en maestros y, cuando fue posible, en profesores de universidad. Educaron familias maravillosas y se centraron en la educación de sus hijos.

Es una lucha larga pero es la forma en la que siempre ha tenido lugar la lucha por la libertad. Pero en algún lugar del camino, alguna gente, tentada por la perspectiva de una vía rápida para la reforma, revisa esta idea. Tal vez deberíamos utilizar la misma técnica que utilizó la izquierda. Deberíamos poner en el poder a nuestra gente y desplazar a la suya y así poder realizar un cambio hacia la libertad. De hecho, ¿no es este el objetivo más importante de todos? Mientras la izquierda controle el estado, se expandirá en formas que son incompatibles con la libertad. Tenemos que recuperar el estado.

Esa es la lógica. ¿Qué tiene de malo? La única función del estado es como aparato de coacción y compulsión. Es su marca distintiva. Es lo que hace que el estado sea estado. En la misma medida en que el estado responde bien a argumentos de que debería ser más grande y poderoso, es institucionalmente hostil a cualquiera que diga que debería ser menos poderoso y menos coactivo. Esto no equivale a decir que algún trabajo desde el “interior” no pueda conseguir algo bueno, alguna vez. Pero es mucho más probable que el estado convierta al libertario que que el libertario convierta al estado.

Hemos visto esto mil veces. Raramente lleva más de unos pocos meses que un intelectual libertario vaya al corazón de Washington para “madurar” y darse cuenta de que sus antiguos ideales eran bastante infantiles e insuficientemente realistas. Un político que promete arrancar los dientes a Washington se convierte después en el principal experto en aplicar esmalte dental. Una vez que se da este infausto paso, no hay límites. Conozco a un burócrata que ayudo a implantar la ley marcial en Iraq y que una vez juró fidelidad a la economía política rothbardiana.

La razón que tiene que ver con la ambición no es normalmente un mal impulso. Sin embargo, la cultura de Washington requiere que la ambición funcione con la máxima deferencia a los poderes existentes. Al principio es fácil de justificar: ¿cómo puede convertirse a un estado excepto siendo amistoso con él? El estado es nuestro enemigo, pero por ahora debemos hacer como que es nuestro colega. Con el tiempo, los sueños se ven desplazados por la necesidad diaria de ganarse favores. La persona acaba convirtiéndose precisamente en el tipo de persona que antes despreciaba. (Para los fans de El señor de los anillos, es como si nos piden llevar el anillo durante un tiempo: no quieres entregarlo).

He conocido a personas que han seguido este camino y un día se miraron honradamente al espejo y no les gustó lo que vieron. Me han dicho que se equivocaron al pensar que podía funcionar. No vieron las formas sutiles en las que se vieron envueltas. Reconocen la inutilidad de pedir educadamente al estado, un día tras otro, que permita un poco más de libertad aquí y allí. Al final debes encuadrar tus argumentos en términos de lo que es bueno para el estado y la realidad es que la libertad no es normalmente buena para el estado. Así que la retórica y finalmente el objetivo empiezan a cambiar.

Es verdad que el estado está abierto a la persuasión, pero normalmente actúa por el temor, no la amistad. Si los burócratas y políticos temen un contragolpe, no aumentarán impuestos o regulaciones. Si sienten un grado suficientemente alto de ira pública, incluso derogarán controles y programas. Un ejemplo es el fin de la ley seca del alcohol o del límite de velocidad de 55 mph. Se echaron atrás porque políticos y burócratas veían un coste demasiado alto en su aplicación continua.

El problema de la estrategia fue algo que fascinó a Murray Rothbard, que escribió varios artículos importantes sobre la necesidad de no comprometer nuca las ganancias a largo plazo por ganancias a corto mediante el proceso político. Eso no significa que no deberíamos alegrarnos por un recorte fiscal del 1% o la derogación de un capítulo de alguna ley. Pero nunca deberíamos permitirnos vernos arrastrados por la trampa de la negociación: por ejemplo, derogar este mal impuesto para imponer este mejor impuesto. Eso sería utilizar un medio (un impuesto) que contradice el objetivo (eliminación de los impuestos).

La aproximación rothbardiana a una estrategia a favor de la libertad se resume en las siguientes afirmaciones:

  1. La victoria de la libertad es el máximo fin político.
  2. El trabajo preparatorio adecuado para este objetivo es una pasión moral por la justicia.
  3. El fin debe buscarse por los medios más rápidos y eficaces posibles.
  4. Los medios tomados nunca deben contradecir el objetivo, “ya sea defendiendo el gradualismo, empleando o defendiendo cualquier agresión contra la libertad, defendiendo programas de planificación, dejando de aprovechar cualquier oportunidad para reducir el poder del Estado o aumentándolo en cualquier área”.

Los libertarios no son la primera gente que ha afrontado la cuestión de la estrategia para su avance social y el cambio cultural y político. Después de la Guerra de Secesión, una gran parte de la población del Sur, los antiguos esclavos, se encontraron en una situación peligrosa. Tenían una urgente necesidad de avanzar socialmente dentro de la sociedad, pero les faltaba formación, habilidades y capital. También soportaban la carga de impulsar el cambio social que les permitiera ser considerados como ciudadanos completos que aprovecharan al máximo su nueva libertad. En muchos sentidos, se encontraron en una posición similar a la de los nuevos inmigrantes, pero con una carga adicional de eliminar un viejo estatus social para conseguir uno nuevo.

La ley marcial aplicada en el periodo de Reconstrucción de la Unión invitaba a muchos negros a participar en política como objetivo principal. Esto resultó ser una terrible tentación para muchos, como dijo el antiguo esclavo de Virginia, Booker t. Washington. “Durante todo el periodo de Reconstrucción, nuestro pueblo en todo el Sur buscaba al Gobierno Federal para todo, igual que un niño busca a su madre”. Rechazaba este modelo político porque “la agitación política general atraía la atención de nuestro pueblo desviándola de asuntos más esenciales de perfeccionarse en las industrias cercanas y conseguir propiedades”.

Washington escribía que “las tentaciones para entrar en la vida política eran tan atractivas que estuve muy cerca de rendirme una vez”, pero lo resistió para “crear las bases del camino hacia una generosa educación de la mano, la cabeza y el corazón”. Más tarde, cundo visitó DC, supo que había tenido razón. “Una gran proporción de esa gente se había ido a Washington porque creía que podía llevar allí una vida fácil”, escribió. “Otros habían conseguido puestos menores en el gobierno y otra clase aún mayor estaba allí esperando conseguir puestos federales”.

Lo mismo que pasaba en la década de 1870 pasa hoy. El estado mastica y come o escupe a quienes tienen pasión por la libertad. El grado en que el impulso marxista de W.E.B. DuBois de agitación política ha prevalecido sobre el de Washington para el avance comercial ha sido trágico para los estadounidenses negros y para toda la sociedad estadounidense. Muchos consiguieron poder político, pero no libertad en sentido clásico.

Podemos aprender de esto. Los miles de jóvenes que están descubriendo las ideas de la libertad por primera vez tendrían que alejarse de Washington y sus atractivos. Por el contrario, deberían seguir su amor y pasión mediante artes, comercio, educación e incluso sacerdocio. Son campos que resultan verdaderamente prometedores con una alta satisfacción.

Cuando un libertario me dice que está haciendo algo bueno como cargo de urbanismo en el gobierno, no dudo de su palabra. ¿Pero cuánto más haría renunciando a su trabajo y escribiendo y exponiendo toda la estafa burocrática? Un golpe bien lanzado contra una agencia puede proporcionar más reformas y hacer más bien que décadas de intentos de subversión desde el interior.

¿Hay políticos que hagan algo bueno? Sin duda, y el nombre de Ron Paul es el primero que viene a la mente. Pero el bien que hace no es como legislador sino como educador con una importante plataforma desde laque hablar. Todo voto negativo es una lección para las multitudes. Necesitamos más Ron Pauls.

Pero Ron es el primero en decir que es más importante tener más profesores universitarios, propietarios de empresas, padres y madres, líderes religiosos y empresarios. El partido de la libertad ama el comercio y la cultura, no el estado. El comercio y la cultura son nuestro hogar y nuestro punto de partida para la reforma y la revolución social.


Publicado el 19 de septiembre de 2004. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email