Una raza para escolarizar a todos

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El gran intelectual antifascista Ludwig von Mises advertía de que las escuelas públicas eran una fuente inevitable de conflictos étnicos, porque las nacionalidades dominantes pueden utilizarlas para adoctrinar a niños de otras culturas, alejándoles de sus padres y comunidades. En Canadá, fue este explícitamente el objetivo de las escuelas residenciales indias, que buscaban “matar al indio en el niño”.

El gobierno canadiense empezó en serio la escolarización de los niños aborígenes creando el programa de escuelas residenciales en 1883. El objetivo era alejar a los niños de sus padres desobedientes y bárbaros y hacer de ellos súbditos británicos sumisos y civilizados.

Para cuando cerró sus puertas la última de las escuelas residenciales indias en 1996, eran tristemente famosas por sus ínfimos niveles educativos y sus altísimas tasas de ataques físicos y sexuales a los niños.

Pero el origen de la brutalidad en las escuelas residenciales fue esencialmente el mismo que en otras escuelas públicas en estados multiculturales. Mises, un judío austriaco, estaba probablemente pensando en los conflictos étnicos en su patria cuando escribió:

En esas áreas extensas en las que pueblos que hablan distintos idiomas viven juntos codo con codo (…) la escuela puede alienar a los niños de la nacionalidad a la que pertenecen sus padres. (…) Quien controla las escuelas tiene el poder de dañar a otras nacionalidades y beneficiar a la suya. (Liberalismo, p. 114)

En Canadá, el abismo cultural entre las culturas inglesa, francesa y escocesa gobernantes y las docenas de culturas aborígenes sometidas era excepcionalmente grande. Muchos europeos creían que era su destino someter este territorio salvaje y el de los nativos desaparecer o asimilarse. Pero los nativos no iban a renunciar tranquilamente.

En 1886, un año después de los levantamientos armados de métis y crees en las praderas occidentales, el inspector de escuelas indias, John McRae, apuntaba: “Es improbable que ninguna tribu o tribus cuyos miembros tenían hijos completamente bajo el control del gobierno produjera un problema de importancia a un gobierno”.

Vienen por la comida. Se quedan por los grilletes

El estado contrató a clérigos para dirigir las escuelas (en parte porque eran baratos) y como consecuencia, muchos antiguos alumnos identifican sus terribles experiencias con el cristianismo misionero en lugar de con el gobierno coactivo. Indudablemente muchos maestros supuestamente cristianos en las escuelas residenciales tienen delitos terribles de los que responder.

Pero el estado nombraba a los directores, construía las escuelas, pagaba el sistema. Y lo más importante: el estado acorralaba a los niños con las puertas de las escuelas.

Las escuelas del gobierno eran obligatorias para todos los indios de menos de 16 años. Los agentes del estado aplicaban esta norma al principio, pero el gobierno tenía otros métodos de persuasión.

La mayoría de los pueblos originales en Canadá a finales del siglo XIX estaban sujetos a una regulación masiva del estado. El estado los confinaba a reservas y les prohibía vender cualquier producto a no indios sin permiso escrito del “agente indio” del gobierno. Los pueblos aborígenes tampoco podía (y en la mayoría de los casos aún no pueden) poseer privadamente ninguna propiedad inmobiliaria en las reservas.

No hay libertad sin libertad económica. Algunos padres aborígenes querían que sus hijos tuvieran una educación occidental. Pero como estaban atrapados económicamente en la vida de la reserva, no podían viajar, ni mucho menos buscar buenas opciones alrededor. Estaban atascados con el proveedor monopolístico, las escuelas residenciales.

En otros casos, las familias sencillamente se morían de hambre debido al control socialista de sus vidas. Pensaban que en la escuela al menos alimentarían a sus niños.

Otros padres mantuvieron como pudieron a sus hijos lejos de las manos de los funcionarios del gobierno. Una niña recordaba que su padre “me envió a esconderme en el bosque. Dijo al agente indio que no estaba en casa, cosa que era verdad. Estaba escondida en el hueco de un tocón”.

Las propias escuelas estaban a menudo ubicadas a muchos kilómetros de cualquier reserva con niños, en parte para ahorrar costes operando en localizaciones centralizadas y en parte para hacer difícil la huida. Muchos niños murieron tratando de volver a casa a través de las tierras salvajes.

Cuando los maestros atrapaban a un fugitivo, podían azotarlo delante de los demás alumnos como ejemplo. O podían encerrarlo en confinamiento solitario durante días o simplemente encadenarlo a su cama por la noche.

Un padre que viajó a visitar a su hija en la escuela vio a una niña con las piernas unidas con grilletes para evitar que fuera lo suficientemente rápida como para escapar.

Reeducación

En su prólogo a Separating School and State, el investigador misesiano Richard Ebeling escribía de las escuelas públicas en general que

Al padre se le ha visto (y sigue viéndosele) como una influencia atrasada y dañina en los años formativos de la educación del niño, una influencia que debe corregirse. (…) Por tanto la escuela pública es un “campo de reeducación”. (p. xiv)

En las escuelas residenciales, la reducación se llevaba a su extremo lógico. Los maestros creían que todo aspecto de la educación de un niño aborigen era una amenaza a sus posibilidades de convertirse en un súbdito británico leal.

La mayoría de las culturas de las que habían sido separados estos niños eran en buena medida sociedades anarquistas y voluntarias. Había guerra, pero no servicio militar. Había comercio, pero no impuestos. Había líderes, pero no gobernantes.

Había ancianos para dar consejos, pero no había reyes o presidentes para dar órdenes. Cada hombre y mujer decidía por sí mismo qué hacer cada día.

Tradicionalmente, lo importante de la educación de un niño en esa cultura era prepararle para tomar decisiones sensatas por sí mismo para ayudar a que su familia sobreviviera y creciera. Para los cazadores cree de los bosques boreales, por ejemplo, los momentos más importantes en la vida económica de un hombre se producían cuando estaba acechando a un animal en la maleza, sin nadie en kilómetros a la redonda que le dijera dónde ir y qué hacer después.

Así que los métodos de educación de estas culturas formaban a los niños para ser radicalmente independientes. Enseñaban a los niños a manejar sus propias emociones y tomar sus propias decisiones.

No sorprende que los maestros públicos pensaran que esta gente eran salvajes indisciplinados. Nunca habían aprendido a obedecer.

El famoso funcionario de Asuntos Indios y poeta, Duncan Campbell Scott, se preocupaba porque “sin educación y con descuido los indios producirían un elemento indeseable y a menudo peligroso en la sociedad”.

Para neutralizar este peligroso elemento, los maestros de las escuelas residenciales destruían todo símbolo de pertenencia del niño a su cultura original. Los maestros cortaban el pelo largo y trenzado y confiscaban sus pieles y abalorios. Vestían a todos sus alumnos con uniformes escolares.

Los siguientes retratos de “antes y después” del alumno cree “Thomas Moore” (ca. 1897) demuestran la transición pretendida de salvaje amenazante a estudiante obediente.

Sí, en la imagen de “antes” lleva un revolver.

Los maestros también eliminaban los nombres que los padres habían dado a sus hijos y les daban nuevos nombres, unos que los maestros podían pronunciar. (En algunas escuelas simplemente usaban números).Y los maestros usaban la correa o algo peor sobre cualquier niño que hablara una sola palabra en su lengua nativa (a menudo, la única lengua que conocían).

De hecho, el personal de la escuela utilizaba castigos corporales para casi cualquier falta concebible. Un agente indio indicaba en 1896 que los métodos violentos de los maestros “no se tolerarían en una escuela de blancos durante un solo día en ningún lugar de Canadá”.

Pero los niños de los salvajes necesitaban aprender, lo que significaba obedecer bajo la amenaza de la fuerza. Entraban ahora en un mundo de control total: los maestros les indicaban, como dijo un antiguo alumno:

cuándo ir al baño, cuándo comer, cuando hacer esto y aquello, cuando rezar. Incluso nos indicaban cuando bostezar y toser. Los niños no pueden evitar toser, pero nos decían: “¡Deja de ladrar!”

Se suponía que estas escuelas separarían irrevocablemente a cada niño de la cultura de su familia. Un alumno, Charlie Bigknife,

recordaba que se le dijo, después de que se le rapara el pelo en la escuela File Hills en Saskatchewan: “Ahora ya no eres un indio”.

Por encima de todo esto, los maestros (y los alumnos veteranos que ya habían sido ahormados por las escuelas) abusaron sexualmente de muchísimos  niños y niñas. La vergüenza y la confusión de las víctimas solo eran parte del ataque psicológico a sus identidades.

“Esto nunca debe volver a ocurrir”

Los alumnos idearon medios complejos de resistencia. Utilizaban lenguajes de signos para comunicarse entre sí, organizaban expediciones a las cocinas para robar la mejor comida de los maestros, se agrupaban en bandas para protegerse ante los abusos, trataban repetidamente de escapar y a veces incluso incendiaban las escuelas.

Pero al final, las escuelas residenciales tenían normalmente éxito en inutilizar la capacidad de sus alumnos de funcionar dentro de las culturas de sus padres. Al prohibirles hablar sus lenguas nativas durante diez meses seguidos, los niños a menudo veían cuando volvían a su casa en verano que no podían entender a sus padres o mayores, ni podían explicar lo que había ocurrido en la escuela. Los niños tampoco habían aprendido ninguna de las habilidades que necesitaban para tener éxito económica o social o incluso emocionalmente en las comunidades de sus padres.

En Canadá, así se conquistó el Oeste.

Para muchos niños, las escuelas tampoco les dieron las habilidades que podían haberles ayudado a actuar en la economía general canadiense (aunque se hubieran derogado todas las regulaciones de la vida india). No sorprende que como proveedor monopolista de una población encarcelada, el sistema escolar mantuviera bajísimos estándares educativos. El abuso, el aislamiento y la falta de formación real dejaban a muchos graduados incapaces de ser miembros sanos de cualquier sociedad.

Hoy está de moda en Canadá decir que la principal causa de esta pesadilla era la creencia racista europea en la inferioridad india. Es un pensamiento tranquilizador: el racismo explícito ha estado desapareciendo durante buena parte del siglo pasado.

Pero persiste el peligro real. Mientras tenga el poder de llevarme a vuestros hijos lejos de vosotros durante diez meses al año, enseñándoles lo que creo y tratándoles como crea oportuno, ni vosotros ni vuestro modo de vida pueden estar nunca a salvo. Si por el contrario, tenéis ese poder sobre mis hijos, entonces yo y mis tradiciones nunca podremos estar a salvo.

Como nos enseñó Mises:

En todas las áreas de nacionalidad mixta, la escuela es un premio político de la mayor importancia. No puede privársele de su carácter político mientras siga siendo una institución pública y obligatoria. (Liberalismo, p. 115)

El informe de la reciente Comisión de Verdad y Reconciliación del gobierno canadiense sobre estas horrorosas escuelas concluye: “Eso nunca debe volver a ocurrir”.

La mejor forma de garantizarlo es hacer caso de las palabras de Mises:

De hecho, solo hay una solución: el estado, el gobierno, las leyes no deben en modo algunos preocuparse por la escolarización o la educación.


Publicado el 7 de septiembre de 2012. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.