¿A la paz mediante un gobierno mundial?

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[Publicado por primera vez en Faith and Freedom, Junio de 1953]

¿Es realmente un gobierno mundial una alternativa a la guerra? Sin duda, si escuchamos a los defensores de una federación mundial y leemos sus escritos y tratamos de analizar sus argumentos. Tópicos y tonterías pías parecen discurrir como un pesado hilo a través de una trama de explicaciones y escritos de muchas personas que parecen pensar que el único obstáculo para el gobierno mundial y la paz es un deseo perverso, por parte de algunos individuos malignos, de dedicarse o beneficiarse de la guerra.

Objeciones al superestado

Yo también creo que la guerra es un horrible desperdicio de vidas y propiedades e igual que todos los demás en el mundo, espero que pueda haber soluciones pacíficas a los problemas mundiales y locales. Pero me opongo al gobierno mundial. Me opongo a cualquier gobierno mundial, primero, porque creo que las realidades de los asuntos internacionales se burlarían de cualquier intento de conseguir la paz mediante un solo superestado. En segundo lugar, me opongo al gobierno mundial por razones idealistas.

Consideremos por separado estas dos objeciones. Primero, ¿cuáles son las realidades que afrontamos? Las realidades son las fuerzas nacionales antagonistas y en conflicto en el mundo actual y las distintas formas de gobierno que prevalecen en este: de sociedades tribales a estados autoritarios colosales y monolíticos. Evidentemente, si vamos a establecer un gobierno mundial, debemos encontrar algún común denominador que permita que todas las formas de sociedad se reúnan bajo el gran paraguas de un derecho, pues salvo que todas las sociedades se sometan al “derecho” mundial, la porción de la sociedad que quede fuera debe considerarse como “ilegal”.

Los defensores del gobierno mundial reconocen por lo general la dificultad de incluir a todos los pueblos dentro de la jurisdicción de un gobierno común. Como norma general, dicen que cada país tendría el derecho exclusivo a crear sus propias leyes que gobiernen a sus ciudadanos, sometidos solo al derecho superior y supremo de un gobierno mundial.

Elementos esenciales para un gobierno mundial

Mr. Clark M. Eichelberger, director de la American Association for the United Nations y la Commission to Study the Organization of Peace, ha declarado que “quienes creen en un gobierno mundial quieren esencialmente una pocas cosas concretas. Primero, el derecho de la comunidad mundial debe estar por encima de la soberanía de la nación individual. Debe haber una ley suprema contra la guerra. Segundo, debe haber una autoridad ejecutiva lo suficientemente fuerte como para usar fuerza policial o las medidas que sean necesarias para conservar la paz. Tercero, debe haber un procedimiento constante para generar esas regulaciones, ya que son necesarias para rebajar las fricciones entre los pueblos del mundo y permitirles crecer y expandirse en su comunidad mundial. Podría llamársele el proceso legislativo”.

Consideremos esa propuesta de una ley suprema contra la guerra y una autoridad ejecutiva lo suficientemente fuerte como para usar fuerza policial o las medidas que sean necesarias para conservar la paz. Dejando de lado por el momento, las contradicciones implícitas en esa propuesta, me parece que la persona o personas al cargo de cualquier gobierno mundial de este tipo necesitarían el poder para decidir cuándo se produce una transgresión. En este tiempo de Pearl Harbors y Coreas, las decisiones tendrían que ser instantáneas y el ejecutivo al cargo de cualquier gobierno mundial tendría que enviar las fuerzas policiales sin demora.

Podemos prever fácilmente el momento en que las hostilidades pueden estallar y la fuerza policial ser enviada a la acción sin considerar quién puede tener razón y quién no. No soy historiador, pero siempre me ha parecido que el gobierno de cualquier nación envuelta en una guerra ha pensado, correcta o incorrectamente, que el otro bando fue el transgresor y la historia parecería indicar que hay muchos casos en los que derecho y poder se han hecho equivalentes. No debería haber ninguna duda de que un ejecutivo fuerte respaldado por la fuerza puede aplicar la voluntad de la soberanía, pero a veces la voluntad de la soberanía no representa la justicia, aunque bien pueda representar la paz.

“La paz de nuestro tiempo”

Todos recordamos que antes de la última guerra, Hitler había clamado acerca de la injusticia cometida con Alemania por el Tratado de Versalles y luego procedió a ocupar Renania. Las potencias aliadas capitularon sin luchar, así que no hubo guerra. Luego, todos recordamos la sincera explicación de Mr. Chamberlain cuando bajo del avión en su vuelta de Múnich: había conseguido “la paz de nuestro tiempo”. Pero todos están de acuerdo en que Hitler no tenía razón, todos salvo los nazis. Sabemos también que Rusia se apropió los estados de Estonia, Letonia y Lituania y que si los naturales de esos países y el resto del mundo no alzan las armas para protestar, no tendremos guerra, al menos no sobre estos asuntos. ¿Deberíamos por tanto defender un superestado soberano que esté listo para recurrir a la guerra siempre que un estado maltratado se rebele contra un estado que le acose?

Esto me lleva a mi segunda objeción importante a cualquier gobierno mundial. Construir una comunidad mundial bajo la premisa de que una ley contra la guerra acabaría con las guerras se basa en una falsa premisa y mis inclinaciones idealistas se rebelan contra una idea de ese tipo. Una ley no tiene sentido si no puede aplicarse y si la aplicación significa guerra, entonces una ley contra la guerra es peor que una paradoja, pues es un engaño. Llamar a un conflicto que implica a cientos de miles de hombres, una acción policial es algo idiota. Un disturbio local en un estado que implique masas de hombres se llama guerra civil y no acción policial.

La paz no puede aplicarse

Indudablemente, si nuestro objetivo ha de ser la paz, entonces las posibilidades de alcanzar ese objetivo se encuentran en otro lugar que no sea formulando una ley suprema contra la guerra. La propuesta de tener “una autoridad ejecutiva lo suficientemente fuerte como para usar fuerza policial o las medidas que sean necesarias para conservar la paz”, es como la propuesta de beber ácido fénico para librarse de una infección respiratoria. La función de una fuerza policial en una comunidad civilizada es preservar la justicia, no la paz. Si un extraño me roba y llamo a la policía, esta puede tener que romper la paz para restaurarme mi propiedad. No llamo a la policía si deseo dejar que el extranjero mantenga en paz mi propiedad. Aunque la paz puede no ser siempre deseable, la justicia sí lo es. Además, la paz no puede aplicarse nunca, pues la paz es la ausencia de fuerza.

Muchos de nuestros defensores de un gobierno mundial parecen no ser conscientes de que la historia registra la existencia de muchos gobiernos así de poderosos. Por ejemplo, el Imperio Romano en su esplendor constituía realmente una sola potencia soberana cuyo gobierno se extendía, a todos los efectos prácticos, sobre todo el mundo conocido o civilizado de esa época. El gobierno romano no se estaba dirigido por un ejecutivo fuerte, sino que era extremadamente sangriento en el ejercicio de su poder. Uno solo tiene que leer a Tácito para darse cuenta que la bárbara exterminación de masas de gente no fue una innovación hitleriana. Las rebeliones contra la autoridad ejecutiva romana y su fuerza policial no solo estaban justificadas: eran inevitables.

Grandes estados soberanos

En tiempos más recientes, hemos tenido estados soberanos, aunque no mundiales, que sin embargo han cubierto una gran parte del mundo civilizado y podrían considerarse como prototipos bastos de un gobierno mundial. En este país fuimos parte del Imperio Británico, pero ¿quién sería tan imprudente como para decir que nuestra guerra y la Declaración de Independencia no estaban justificadas? España controlaba en un tiempo la mayoría de Sudamérica, Cuba y Filipinas, pero hay pocos fuera de la España de Franco de hoy que afirmarían ahora que la ruptura de ese mundo español fuera un mal. Además, dentro de los últimos años hemos visto como aparecían India y Pakistán como naciones independientes y la mayoría aplaudimos la desaparición de la soberanía británica sobre estas dos naciones.

Sin embargo hay que señalar que detrás de nuestra aprobación de la desintegración de las soberanías antes mencionadas está la sensación de que estos estados ejercían sus poderes de una manera injusta. Los británicos, con quienes el mundo tiene una gran deuda por conceptos como la declaración de derechos, han aprendido que el liderazgo de la Commonwealth se garantiza mejor por medios distintos que una autoridad ejecutiva fuerte sobre los estados miembros. De hecho, la fortaleza de la Commonwealth reside en la debilidad del poder soberano sobre sus miembros.

Los federalistas mundiales a menudo apuntan a nuestro propio país como un ejemplo de cómo podría existir un gobierno mundial. Sería impensable, dicen, que el Estado de Nueva York fuera a la guerra con Wisconsin, pues si Nueva York tuviera una disputa con cualquier otro estado, el gobierno federal intervendría y resolvería cualquier discrepancia.

El argumento no deja de tener valor. Sin embargo, ¿no es igual de impensable que nunca vayamos a una guerra contra Canadá o contra Gran Bretaña? Si se produjera alguna vez una disputa entre nuestro país y Canadá o Gran Bretaña, es impensable que no podamos resolverla sin recurrir a la guerra. Es así, no porque tengamos un gobierno común con ellas, pues no es así. Lo que tenemos es una comprensión común respecto de lo que es correcto y lo que es incorrecto.

Gobierno mundial frente a moralidad

Para tener una federación mundial, tendríamos que determinar primero quién debería ser admitido como miembro y qué debería hacerse con los no admitidos: no podemos aún poner a la gente en cohetes y deportarla a otro planeta. Esto hace evidente que podríamos no tener ninguna organización mundial en absoluto, salvo que pongamos unos requerimientos tan bajos que descartáramos cualquier concepto de moralidad. Pero, por supuesto, eso no preocupa a los defensores del gobierno mundial. Por ejemplo, Mr. Eichelberger quiere “solo gobierno suficiente para lograr tres objetivos: seguridad política, mejora económica y garantía de los derechos humanos”.

La garantía de los derechos humanos y el objetivo de seguridad política no significan la misma cosa en nuestro tiempo: hay muchos países en los que no coinciden. Un gobierno federal que incluyera estados como Rusia y los países del Telón de Acero, la España de Franco, Argentina, la República Dominicana y otros estados totalitarios parece ser el tipo de gobierno del que querrías escapar. Un estado en el que el individuo es responsable ante el gobierno en lugar del gobierno responsable ante el individuo, me parece un estado odioso.

¿Qué tipo de moralidad puede tener un gobierno mundial y qué tipo de libertad tendrían los ciudadanos mundiales si el gobierno mundial permitiera a sus miembros realizar prácticas como las de la policía secreta en los países del Telón de Acero o las políticas coloniales de los franceses en África, por mencionar solo unos pocos de los horrores más evidentes? ¿Vamos a abandonar nuestros esfuerzos, por muy débiles que sean, por combatir estas prácticas al comprometernos a trabajar por la seguridad política?

¿Quién va a determinar si debería garantizarse a un estado concreto su seguridad política? Estados Unidos se enorgullece mucho de su programa del Punto Cuatro. Pensamos que estamos ayudando a países desfavorecidos en el mundo. Al hacerlo, somos demasiado cuidadosos en la administración de este programa como para no interferir con la disposición política en el país ayudado.

¿Por qué nos tomamos esas molestias para dejar aparte la política? Probablemente por la razón de que si fuéramos a intervenir en asuntos internos, nuestra ayuda sería rechazada bajo una acusación de imperialismo. Pero el Juez del Tribunal Supremo, William O. Douglas, que viajó mucho por algunos países orientales, sugirió que animamos revueltas campesinas, porque la disposición política en algunos de estos países era tal que no importa la ayuda que demos al país, el pueblo, frente a la clase dirigente, obtendrá muy pocos beneficios.

La causa de la guerra

Me parece que antes de que pueda haber un mundo pacífico, sería necesario que entendiéramos por qué no hay paz. Es demasiado superficial e inmaduro responder diciendo que la guerra la causan los Hitler y Stalin del mundo. Si no hubiera un Hitler, habría un Goering o un Goebbels y si no hubiera un Stalin, habría un Malenkov o un Molotov. La guerra ha sido un mal propio de la sociedad civilizada desde que existe la historia. ¿Cuáles son entonces las condiciones que dan lugar a las guerras? Indudablemente no son sencillamente las diferentes filosofías políticas que están hoy de moda, pues tuvimos guerra mucho antes de que Karl Marx viera la luz del día.

Creo firmemente que los males de la guerra y de la pobreza, el totalitarismo y una serie de otras enfermedades sociales, no son sino supuraciones de un sistema económico podrido y que el camino hacia la guerra está en proporción directa con lo enferma que esté la sociedad. Un estado autoritario nunca puede ser pacífico porque nunca puede estar sano: incluso si una nación así es incapaz de llevar a cabo una guerra contra otras naciones, sigue estando en guerra con sus propios ciudadanos.

¡La competencia mundial entre hombres libres es la condición a estimular, pues lleva a una sociedad viril y fuerte! Por ejemplo, este país debe su fortaleza en no pequeña medida al libre mercado que nos proporcionaron con nuestra Constitución los padres fundadores.

Es una desgracia, pero es real, que estemos perdiendo rápidamente nuestra libertad en este país: hay muchos dentro y fuera del gobierno que siguen debilitando nuestra herencia. Estamos tan aturdidos que tendemos a perder la fe en la libertad y a confundir libertad con libertinaje; parecemos haber perdido nuestros ideales y ya no parecemos conocer qué significan las palabras “sociedad libre”.

Necesidad de libertarios

En nuestro miedo casi psicótico al comunismo y otras filosofías totalitarias, tendemos a adoptar algunos de sus métodos y pensamientos. Esencialmente, el comunismo y el fascismo son ideas y, salvo que tengamos una idea mejor, nunca seremos capaces de ganar las mentes de los hombres. La Ley Smith, la Ley McCarran y todos los ejércitos del mundo nunca podrán aislarnos de los ataques del totalitarismo. Como nunca antes en nuestra historia, necesitamos en este país hombres que estén dispuestos a defender su libertad apoyando las condiciones que constituyen esa libertad.

Salvo que creemos una economía libre y sana, continuaremos teniendo conflictos y ninguna cantidad de gobierno, mundial o de otro tipo, va a producir una paz duradera. Si lleva a algo, más gobierno llevaría a más dolor. Quiero un mundo en que haya menos leyes, y no más; en el que haya más libertad, y no menos; en el que la gente viaje de un país a otro con menos restricciones a la inmigración, no con más; un mundo en el que el comercio sea libre y no esté regulado por aranceles y cuotas; en el que un hombre pueda pasear al aire libre sin temer a la policía y en el que sus ideas sean libres y no estén censuradas; un mundo en el que el individuo sea supremo y el estado sea servidor y no al contrario.

Publicado el 17 de septiembre de 2009. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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