La vida discurre normalmente y de repente, de la nada y sin previo aviso, te encuentras en el pasado, reducido al nivel de una cazador-recolector, incapaz de disfrutar de las comodidades de la civilización que por otro lado das por descontadas. En todo caso, es como te sientes cuando la nevera deja repentinamente de funcionar.
Aquí tenemos una cosa que no era ni siquiera un electrodoméstico común como lo conocemos hasta la década de 1950, una cosa que solía llamarse la “fresquera” en los primeros años del siglo XX que utilizaba como energía nada más que un bloque de hielo y ahora es esencial para el modo en que vivimos tanto como los desagües interiores e Internet.
Miren todos los desperdicios una vez que se produce el desastre. No hay huevos. No hay leche. La verdura se marchita y muere. Las mermeladas y jaleas y condimentos ya no son de este mundo. La carne debe ser devorada y también el pescado y el pollo. El pan fresco elaborado sin conservantes está en estado terminal. La crema agria estará pronto verde, la mayonesa se convertirá en veneno y la cerveza es repentinamente imbebible. Ni siquiera el queso puede durar una semana.
¿Qué comer entonces? Bueno, hay patatas, arroz, cuscús, pasta y otros productos secos, pero el hombre no puede vivir solo de fécula. Los fideos ramen tienen un historial brillante, pero solo los jóvenes quieren una dieta constante de éstos.
Hay algunos productos enlatados, y gracias a Dios por ellos. En su forma moderna, los productos enlatados se inventaron en la década de 1880. Todo el proceso de enlatar en botes se remonta al gran trabajo de confitero y cocinero francés Nicolás Appert, que perfeccionó el proceso en 1810. Es esto lo que expandió radicalmente el rango de la dieta humana en el siglo XIX, mucho antes de que apareciera la nevera.
El enlatado tiene una bonita historia que está relacionada con el mercado capitalista que acaba distribuyendo todas las cosas buenas a toda la humanidad, pero casi ninguno estamos preparados para revivirla sin previo aviso.
La pregunta más enigmática es la que reconcome a mucha gente estos días: ¿por qué nuestros electrodomésticos duran hoy tan poco tiempo? Las neveras de mis padres duraban décadas y era difícil hacer que dejaran de funcionar. ¡Esta nevera que acaba de estropearse ha durado cuatro años! ¿Qué pasa con esto?
Bueno, consideremos los precios en términos reales. Era posible en 1922 comprar una nevera por 714$, que es aproximadamente lo que pagué por la mía. En términos reales, hoy serían 9.061$. Podrías comprar con eso un modelo de gama increíblemente altísima. En 1980, la nevera típica costaba alrededor de 500$, que hoy son 1.389$. Hoy puedes comprar una nevera de gama alta por ese precio. Un modelo de gama altísima cuesta hoy 2.500$, que son 595$ de 1975, el precio de un modelo ligeramente mejor que el medio.
Así que en general los precios han caído. Hoy podemos comprar uno por 400$, si queremos, que serían solo 95$ en 1975. Esa opción simplemente no existía en aquel entonces. Con el tiempo, con el desarrollo económico, el mercado ha creado lo que llamamos la gama baja.
Así que uno podría decir que si hubiera gastado lo que gastaron mis padres, habría adquirido una nevera que me habría durado 20 años o más. No lo hice. Por el contrario, elegí precio por encima de calidad. ¿Por qué podrían elegir los consumidores productos menos duraderos por encima de productos más duraderos? Cambios más que antes. Queremos cosas estupendas en nuestra máquina, como dispensadores de agua y hielo y valoramos estas cosas por encima de la durabilidad.
Podríamos incluso preferir gastar menos y cambiar nuestros electrodomésticos más a menudo. Esto es indudablemente cierto con las batidoras de mano. El modelo de mi madre, que compró cuando estaba recién casada, sigue funcionando bien. Acabé comprando una nueva cada unos pocos años. Pero mientras que la de mi madre fue una inversión seria, la mía cuesta unos pocos dólares en Walmart.
Aún así, cuatro años es poco en mi opinión. La mayoría de las neveras duran unos 12 años (lo que me parece bastante menos de las hechas en la década de 1970). Idealmente, estaríamos pagando menos por la misma o mejor durabilidad. Y eso genera una pregunta seria acerca de las regulaciones del gobierno que obligan a que estas máquinas funcionen cada vez más eficientemente.
Desde que se fundó la EPA en 1970, ha entablado una guerra incansable contra las neveras. Prohibió los clorofluocarbonos como refrigerantes por dudosas razones ecologistas. Reguló cómo deshacerse de las máquinas viejas. Ha planificado centralizadamente cuánta electricidad utilizan las neveras, de forma que hoy utilizan una cuarta parte de la electricidad que empleaban hace 30 años.
Si el gobierno tiene éxito, todas seguirán el ideal “Energy Star” y utilizarán un 40% menos de electricidad de la que empleaban en 2001. Incluso de acuerdo con los propios datos del gobierno, una máquina Energy Star ahorrará solo 71$ durante la vida media de 12 años de una nevera. No parece un acuerdo que haga saltar de alegría a los consumidores si significa perder funcionalidad o pagar un precio mucho mayor.
¡Y atentos! Lo que ha reemplazado al CFC se conoce como tetrafluoretano. De la misma forma que los ecologistas entablaron una campaña contra los CFC, ahora van contra el tetrafluoretano. Está prohibido en los países de la Eurozona a partir de este año para todos los coches nuevos. California cada vez lo restringe más. Mirando al futuro, podríamos ver que los puritanos lo prohibirán también en las neveras.
¿Ha afectado a la calidad esta fuerza regulatoria? Uno puede ver fácilmente como podría pasar esto. Si una nevera solo puede utilizar tanta electricidad, tiene que asignarse a características que gustan a los consumidores, como el no frost y los cubitos de hielo en lugar de los componentes esenciales de la máquina que hacen que la nevera haga lo que se supone que hace. ¿Recuerdan esas fantásticas ráfagas de aire que salían de las neveras en los viejos tiempos? Han desaparecido. Ahora parecen funcionar más como calculadoras solares y son casi igual de silenciosas.
Si el mercado hubiera elegido esta postura, no sería objetable. Pero las regulaciones públicas sobre el uso de la energía distorsionan los equilibrios entre precio y calidad/durabilidad. Ordenan cuáles deberían ser nuestros valores en lugar de permitirnos informar a los fabricantes cuáles deberían ser.
Obama sostuvo la regulación de las neveras como ejemplo de cómo las regulaciones no tienen que comprometer la calidad en el curso de hacer a nuestros productos más responsables socialmente. Es dudoso. Si fuera posible usar menos energía y ahorrar en las facturas de los consumidores sin aumentar el precio o reducir la calidad, ¿por qué no lo hacen los mismos fabricantes? ¿Por qué hacer que se implique el gobierno con sus campañas de intimidación, subvención y castigo?
La suposición de todas estas regulaciones es inverosímil desde su raíz: la idea de que la empresa privada no sirve al consumidor y no tiene incentivos para fabricar un producto que sea mejor para la gente. Es sencillamente falso y la historia de las neveras lo prueba.
El libre mercado es lo que nos hizo posible mantener enormes cantidades de carne fresca, verduras, productos lácteos y más cosas dentro de esta pequeña máquina en nuestros hogares que también nos proporciona hielo y agua. Con todos los productos del mercado, uno no la aprecia hasta que repentinamente se estropea. Y si el gobierno sigue adelante, podríamos acabar encontrándonos viviendo de patatas, ramen y latas durante todo el año.
Publicado el 29 de agosto de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.