El fraude de Reagan… y lo que vino después

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[Extraído de Why American History Is Not What They Say: An Introduction to Revisionism (2009)]

Como la mayoría de los políticos republicanos desde principios de la década de 1930, Ronald Reagan siempre se calificó a sí mismo  lo largo de su carrera política como un defensor del gobierno limitado, los derechos individuales y la libre empresa (los valores liberales-clásicos, que, por supuesto, describía absurdamente como “conservadores”). Pero, como casi todos los políticos republicanos desde principios de la década de 1930, pareció olvidar todo respecto de estos valores una vez asumió el cargo y las riendas del poder. Consideremos, por ejemplo, los ocho años de Reagan (1966-1974) como gobernador de California. Como apuntaba Murray Rothbard en 1980:

A pesar de su bravuconería acerca de haber detenido el crecimiento del gobierno del estado, la verdad es que el presupuesto de California aumento un 122% durante sus ocho años como gobernador, no es una mejora sobre la tasa de crecimiento del 130% durante los dos mandatos anteriores del pródigo liberal de izquierdas Pat Brown. La burocracia del estado aumentó durante la administración de Reagan de 158.000 a 192.000 personas, un aumento de casi el 22%, lo que difícilmente se corresponde con la fanfarronada de Reagan de haber “detenido el frío de burocracia”.

Tampoco “da ninguna seguridad el historial de Reagan con los impuestos. Empezó a los grande aumentando los impuestos estatales en casi 1.000 millones de dólares en su primer año de mandato (el mayor aumento de impuestos en la historia de California). Los impuestos de la renta, a las ventas, de sociedades, bancarios, al alcohol y al tabaco aumentaron radicalmente”. Después de su reelección como  gobernador en 1970, “dos aumentos de impuestos más (en 1971 y 1972) aumentaron los ingresos en otros 500 millones y 700 millones respectivamente”. En total,

al final de los ocho años de Reagan, los impuestos de la renta del estado casi se habían triplicado, de unos meros 7,68$ por cada 1.000$ de renta personal a 19,48$. Durante su administración, California ascendió en la clasificación de estados del vigésimo al decimotercer puesto en recaudación del impuesto de las rentas personales por cabeza y ascendió del cuarto al primer puesto por cabeza en ingresos por el impuesto de sociedades.

Durante su campaña por la relección de 1970, Reagan aseguró a los votantes que sus pies estaban asentado “sobre cemento” en contra de adoptar la retención en las nóminas en el impuesto de la renta en California. Menos de un año después estaba bromeando acerca de que “Puedo escuchar al cemento rompiéndose alrededor de mis pies”, al sancionar exactamente esa disposición en una ley.

Según Rothbard, Reagan “creó setenta y tres nuevos consejos y comisiones en el estado, con un presupuesto total, solo en su último año, de 12 millones de dólares. Estaba incluida la Comisión de la Energía de California, que puso al estado de cabeza en el negocio de la electricidad” y creó un entorno regulatorio bajo el que se requería un proceso de revisión de tres años antes de que pudiera construirse ninguna planta energética en el estado.

Reagan siempre afirmó haber “reformado” el bienestar en California durante sus años en el cargo de gobernador. Y, como advertía Rothbard en 1980, sí eliminó “más de 510.000 personas de las listas de ayuda social (entre otras cosas) obligando a los adultos a sostener a sus padres necesitados”. El problema es que “luego se dio la vuelta y aumentó la cantidad dedicada a pagos sociales a ese 43% restante, así que los coste sociales totales para el contribuyente, no bajaron en absoluto”.[1]

En 1974, al acabar su tiempo en Sacramento, Reagan empezó la carrera a la presidencia. Y en el otoño de 1980 había conseguido ganar tanto la nominación republicana como las elecciones contra el titular, Jimmy Carter. En enero de 1981 realizó su primer discurso de toma de posesión. “Durante décadas”, dijo a los estadounidenses

hemos acumulado un déficit tras otro, hipotecando nuestro futuro y el futuro de nuestros hijos por la comodidad temporal del presente. Continuar esta larga tendencia es garantizar tremendas convulsiones sociales, culturales, políticas y económicas. Vosotros y yo, como individuos, podemos, pidiendo prestado, vivir por encima de nuestros medios, pero solo por un periodo limitado de tiempo. ¿Por qué, entonces, deberíamos pensar que colectivamente, como nación, no tenemos esa misma limitación? Debemos actuar hoy para preservar mañana. Y que no haya equívocos: vamos a empezar a actuar, desde hoy.

“Mi intención es recortar el tamaño e influencia del establishment federal”, tronaba Reagan. “Es hora de (…) volver a poner al gobierno dentro sus límites y aligerar nuestra punitiva carga fiscal. Y esas serán nuestras primeras prioridades y sobre estos principios no habrá negociación”.

Pero en realidad tanto los impuestos como los déficits aumentaron con Reagan. Como decía Rothbard en una evaluación retrospectiva de los años de Reagan en la Casa Blanca:

En primer lugar, el famoso “recorte fiscal” de 1981 no rebajó en absoluto los impuestos. Es verdad que se bajaron los tipos impositivos para los tramos de mayores rentas, pero para la persona media los impuestos subieron en lugar de bajar. La razón es que, en general, el recorte en los tipos del impuesto de la renta se vio más que compensado por dos formas de aumento en los impuestos. Una fue el “arrastre de tramos”, un término para la inflación que silenciosa pero efectivamente te hacía subir a tramos superiores, de forma que pagabas más impuestos y proporcionalmente más altos a pesar de que la disposición de los tipos fiscales ha permanecido oficialmente igual. La segunda fuente de impuestos más altos fueron los impuestos de la Seguridad Social, que siguieron aumentando y que ayudaron a que los impuestos subieran en general.

Además, en cada uno de los siete años que siguieron a ese falso “recorte fiscal”, aumentaron los impuestos

con la aprobación de la administración Reagan. Pero para salvaguardar la sensibilidad de la retórica del presidente, no se lo calificó como aumentos en los impuestos. En su lugar, se les puso calificativos ingeniosos: aumento de “tasas”, “tapar agujeros” (y sin duda todos quieren que se tapen los agujeros), “reforzar la actividad de Hacienda” e incluso “mejorar en los ingresos”. Estoy seguro de que todos los buenos reaganistas dormían bien por las noches sabiendo que aunque el ingreso del gobierno se estaba “mejorando”, el presidente había mantenido su postura contra los aumentos en los impuestos.[2]

Respecto de los déficits, Timothy Noah, de Slate, lo indica sucintamente: “El déficit, que estaba en 74.000 millones de dólares en el año final de Carter, se hinchó hasta los 115.000 millones en el año final de Reagan. En palabras del vicepresidente Dick Cheney: “Reagan nos enseñó que los déficits no importan”.[3] En palabras de la columnista Molly Ivins: “Ronald Reagan llegó al cargo en 1980 con el mantra de que libraría a la nación del derroche, el fraude y el abuso. Procedió a aumentar el déficit nacional en 2 billones de dólares con recortes fiscales y gasto militar ante una Unión Soviética que se derrumbaba”.[4]

Luego estaba la política de Reagan en comercio internacional. “Nuestra política comercial”, dijo durante su campaña de 1980, “se apoya firmemente sobre la base de mercados libres y abiertos. Reconozco (…) la inevitable conclusión que ha enseñado toda la historia: cuanto más libre es el flujo del comercio mundial, más fuertes son las mareas del progreso humano y la paz entre naciones”. Luego, como presidente, actuó como si esas ideas nunca hubieran entrado en su cabeza. Según Sheldon Richman, Reagan “impuso un arancel del 100% en determinados productos electrónicos japoneses”, explicando que lo hizo “para aplicar los principios del comercio libre y justo”. Como presidente

  • “obligó a Japón a aceptar restricciones en las exportaciones de automóviles”;
  • “restringió fuertemente las cuotas al azúcar importado”;
  • “requirió a dieciocho países, incluyendo a Brasil, España, Corea del Sur, Japón, México, Sudáfrica, Finlandia, Australia y la Comunidad Europea a aceptar ‘acuerdos voluntarios de restricción’ que redujeron sus importaciones de acero a Estados Unidos”;
  • “impuso un gravamen del 45% en las motocicletas japonesas en beneficio de Harley Davidson, que admitió que la superior gestión japonesa era la causa de sus problemas”;
  • “presionó a Japón para obligar a sus empresas automovilísticas a comprar más recambios fabricados en Estados Unidos”;
  • “reclamó que Taiwán, Alemania Occidental, Japón y Suiza restringieran sus exportaciones de máquinas herramienta”;
  • “extendió las cuotas a las pinzas importadas” y
  • “reforzó el Export-Import Bank, una institución dedicada a distorsionar la economía estadounidense a costa del pueblo estadounidense para promover artificialmente las exportaciones de ocho granes empresas”.

Para cuando Reagan abandonó el cargo, al menos un 25% de todas las importaciones estaban restringidas, “un aumento del 100% respecto de 1980”. Como dijo su Secretario del Tesoro, James A. Baker, Reagan “concedió más alivio importador a la industria de EEUU que cualquiera de sus predecesores en más de medio siglo”.[5]

Luego estuvo el tema del registro militar. En 1979, Reagan decía a Human Events que el servicio militar

se basa en la suposición de que nuestros chicos pertenecen al estado. Si aceptamos esta suposición entonces es el estado (no los padres, la comunidad, las instituciones religiosas o los maestros) el que decide quién tendrá qué valores y quién hará qué trabajo, cuándo, dónde y cómo en nuestra sociedad. Esa suposición no es nueva. Los nazis pensaban que era una gran idea.

Un año más tarde, prometió a los votantes acabar con el registro militar obligatorio, que había resucitado el presidente Jimmy Carter. Pero, como había apuntado Murray Rothbard en una valoración de 1984 del primer mandato de Reagan: “el registro militar obligatorio ha proseguido y los jóvenes objetores han ido a prisión”.

“Reagan”, escribía Rothbard,

ha sido un maestro en maquinar una enorme distancia entre sus palabras y la realidad de sus acciones. Por supuesto, todos los políticos tienen esa distancia, pero en Reagan es cósmica, masiva y amplia como el Océano Pacífico. Su voz cobista parece perfectamente sincera mientras perora lo que viola cada día.[6]

“Dondequiera que miremos”, escribía Rothbard cuatro años después, al dejar Reagan el cargo por última vez,

en el presupuesto, en la economía interna o en el comercio exterior o las relaciones monetarias internacionales, vemos al gobierno a nuestra espalda más que nunca. La carga y el ámbito de la intervención pública con Reagan han aumentado, no disminuido. La retórica de Reagan ha sido pedir reducciones del gobierno; sus acciones han sido precisamente las opuestas.[7]

Durante sus ocho años en el cargo, Ronald Reagan aumentó el gasto federal en un 53%, añadió un cuarto de millón de nuevos funcionarios públicos, intensificó la Guerra contra las Drogas, creó la “oficina del zar de la drogas” y rebajó el valor de vuestro dólar a 73 centavos. Su sucesor republicano, George Herbert Walker Bush, aumentó aún más los impuestos, aumentó aún más el gasto federal y “consiguió quitar trece centavos del valor de vuestro dólar en solo cuatro años”.

SE objetará que presidentes demócratas como Johnson y Carter también aumentaron el gobierno federal, que también aumentaron los impuestos y las regulaciones, que también hicieron al gobierno cada vez más intrusivo y al individuo cada vez menos libre. Se objetará que al Partido Republicano se le está aquí aislando para recibir un ataque injusto. Pero en realidad la situación es muy distinta. Como apuntaba James Ostrowski en 2002, “Durante los últimos cien años, de los cinco presidentes que realizaron los mayores aumentos en el gasto interno, cuatro fueron republicanos. Incluid regulaciones y política exterior, así como presupuestos aprobados por un Congreso republicano y empieza a aparecer una imagen del Partido Republicano como una maquinaria fiable de crecimiento del gobierno”.[8]

De hecho, a pesar de la apostasía liberal de Franklin Delano Roosevelt y de prácticamente todos los políticos demócratas tras él, a pesar de elegir tratar de derrotar a los republicanos en su propio juego, promoviendo el mercantilismo, el estado del bienestar y la guerra, y llamarlo “liberalismo”; a pesar de todo esto, el partido conservador, el GOP, siegue siendo el más devoto al mercantilismo, al estado del bienestar y a la guerra de los dos grandes partidos. A lo largo de las décadas de 1970 y 1980, los republicanos calificaban a la filosofía de sus oponentes democráticos como “gravar y gastar, gravar y gastar”. Pero en realidad son los republicanos, los conservadores, los mayores grabadores y los mayores gastadores de todos.

Los años desde George Herbert Walker Bush no han visto nada que podría hacer que uno desee o suavice esta frase, pues el hijo de George H.W. Bush, el antiguo gobernador de Texas, George W. Bush, que ganó la presidencia en unas elecciones muy polémicas en el año 200 y fue reelegido en 2004, había gastado más dinero federal al final de su tercer año en el cargo que lo que consiguió gastar Bill Clinton, el demócrata de “gravamen y gasto” que le precedió, en ocho años completos.

Tampoco esto debería parecer sorprendente. El historiador de la Universidad de Princeton, Sean Wilentz, apuntaba a finales de 2005 que “muchas de las ideas y lemas centrales del conservadurismo contemporáneo renuevan viejas reclamaciones whig” y que “la receta política y económica de la administración [de George W.] Bush la inventó (…) una institución estadounidense casi olvidada: el Partido Whig de las décadas de 1830 y 1840”.[9]

Así que, “a pesar de excepciones ocasionales”, escribía el columnista Doug Bandow, en menos de tres años del primer mandato de George W. Bush en el cargo,

la administración Bush, respaldada por el Congreso controlado por los republicanos, ha estado promoviendo un gobierno mayor casi a cada paso. Sus políticas de gasto han sido irresponsables y sus estrategias comerciales han sido destructivas. El presidente ha estado muy dispuesto a vender el interés nacional a cambio de perspectivas de ganancias políticas, buscando los votos ya sea entre jubilados o granjeros. Los ataques terroristas del 11-S animaron a la administración a hacer legales restricciones a las libertades civiles que deberían preocupar a todos, independientemente de que fueran ejercidas por una administración de Bush o de Clinton.[10]

El periodista Steven Greenhut estaba de acuerdo. “Este presidente”, escribió a finales de 2003, “no ha vetado una sola ley, lo que significa que ha aprobado como ley todo proyecto de gran gasto que haya irrumpido. El gasto federal, incluso en asuntos no militares, se ha disparado. Sus experimentos de construcción nacional son dignos de Wilson, muy distintos de la política exterior ‘más humilde’ que prometió cuando se presentó para el cargo”.

Greenhut se apresura a añadir, para que nadie tenga una idea equivocada, que

hay críticas desde la derecha, así que ahorraros para otro vuestros correos electrónicos de “apestoso rojo amigo de los demócratas”. Defendí ante los libertarios que votaran por Bush en un artículo antes de las elecciones, creyendo que sus peticiones de un gobierno limitado y una política exterior restringida eran muy superiores al cuasi-socialismo, el loco ecologismo y el amor por la construcción nacional al estilo de Clinto de Al Gore.[11]

Está claro que Greenhut se considera un hombre de derechas. También está claro que se considera un defensor del gobierno pequeño, una “política exterior más humilde” y el tipo de ecologismo que reconoce el lugar correcto del animal humano en la naturaleza. Pero esos valores y objetivos son valores y objetivos “liberales”. Son valores y objetivos históricos de la izquierda, no de la derecha.

Por eso cualquier libertario que lea los argumentos de Greenhut a favor de Bush antes de las elecciones casi seguro que los rechazaría como poco sólidos. Si fueran libertarios (es decir, liberales clásicos) y si su comprensión histórica de la política estadounidense se remontara más allá de medio siglo, sabrían que es difícilmente posible que un libertario apoye a un republicano. Los republicanos han sido siempre el partido del gobierno mercantilista y grande y de una política exterior, agresiva y entrometida, exactamente aquello a lo que los liberales (libertarios) se han opuesto históricamente. Es “centrándonos en la historia del siglo XIX”, escribía Murray Rothbard, como “conocemos los verdaderos orígenes de varios ‘ismos’ actuales, así como la naturaleza ilógica y mítica del intento de fusión ‘conservadora-libertaria’”.

Cómo, se preguntaba Rothbard, podría un libertario considerarse un hombre o mujer de la derecha, cuando “en todas partes de la derecha se condena la ‘sociedad abierta’ y se afirma una moralidad obligatoria. Se supone que debe reponerse a Dios en el gobierno. La libertad de expresión se trata con sospecha y desconfianza y se aplaude a los militares como los mayores patriotas y se mantiene el servicio militar. El imperialismo occidental se alaba como la forma apropiada de tratar a los pueblos subdesarrollados”.[12]

Es chocante lo contemporáneo que suena este pasaje que se escribió hace más de 40 años. Es chocante lo bien que las palabras del líder conservador William F. Buckley, Jr., citado por Rothbard, siguen sirviendo para captar la esencia de la derecha estadounidense en nuestro propio tiempo: “Donde no pueda lograrse la conciliación de los intereses de un individuo y los del gobierno, hay que dar consideración exclusiva a los intereses del gobierno”.

El GOP es el partido conservador en la política estadounidense, el partido que desde Lincoln (y Henry Clay y Alexander Hamilton antes de él) ha defendido el mercantilismo, el estado del bienestar y la guerra. Los libertarios no son conservadores, no están en la derecha. Están en la izquierda, el último residuo de los liberales originales. Aunque quedan algunos verdaderos liberales en el Partido Demócrata de hoy, casi todos han cometido el error de perseguir objetivos liberales con medios conservadores. Y la mayoría en el partido ha sido liberal del New Deal  (falsos liberales, conservadores vestidos de liberales) desde la década de 1930. En la práctica, Estados Unidos está ahora gobernado por uno u otro de los dos partidos conservadores.


[1] Murray N. Rothbard, “The Two Faces of Ronald Reagan” (1980).

[2] Murray N. Rothbard, “The Myths of Reaganomics” (1988).

[3] Timothy Noah, “Ronald Reagan, Party Animal“, Slate 5 de junio de 2004.

[4] Molly Ivins, “Baghdad on the Bayou“, 28 de septiembre de 2005.

[5] Sheldon Richman, “Ronald Reagan, Protectionist“.

[6] Murray N. Rothbard, “The Reagan Phenomenon” (1984).

[7] Murray N. Rothbard, “The Myths of Reaganomics” (1988).

[8] Ostrowski, “Republicans and Big Government” (2002).

[9] Sean Wilentz, “Reconsideration: Bush’s Ancestors“, New York Times Magazine, 16 de octubre de 2005.

[10] Citado en Steven Greenhut, “Mr. Right?Orange County Register (Calif.), 7 de diciembre de 2003.

[11] Steven Greenhut, “Mr. Right?Orange County Register (Calif.), 7 de diciembre de 2003.

[12] Rothbard, “La transformación de la derecha estadounidense” (1964).


Publicado el 4 de febrero de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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