Hegel y la época romántica

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[An Austrian Perspective on the History of Economic Thought (1995)]

Desgraciadamente, G.W.F. Hegel no era una fuerza aberrante y extravagante en el pensamiento europeo. Solo era uno, aunque fuera la más influyente y más enrevesado e hipertrófico de lo que debe considerarse el paradigma dominante de su época, la celebrada Edad del Romanticismo. En distintas variantes y en distintas maneras, los escritores románticos de la primera parte del siglo XIX, especialmente en Alemania y Gran Bretaña, tanto poetas y novelistas como filósofos estaban dominados por una creatología y escatología similares. Podría calificarse como el mito de la “alienación y retorno” o “reabsorción”. Dios creó el universo de la imperfección y la necesidad sentida, coartando así trágicamente al hombre, a las especies orgánicas de su unidad con Dios antes de la creación. Aunque esta trascendencia, esta Aufhebung, de la creación ha permitido a Dios y al hombre o al hombre-Dios desarrollar sus facultades y progresar, la alienación trágica continuará hasta el día, inevitable y determinado, en que Dios y hombre se fusionarán en una masa cósmica. O, más bien, siendo panteístas como Hegel, hasta que el hombre descubra que es el hombre-Dios y se acabe la alienación del hombre con el hombre, del hombre con la naturaleza, del hombre con Dios  al fusionar todo en la gran masa, el descubrimiento de la realidad y por tanto la mezcla en la Unidad cósmica. La historia, que ha sido predeterminada hacia este objetivo, llegará entonces a su fin. En la metáfora romántica, el “organismo” genérico, por supuesto, no el individuo, acabará “volviendo a casa”. La historia es por tanto una “espiral ascendente” hacia el destino determinado del Hombre, una vuelta a casa, pero en un nivel mucho más alto que la unidad original, o casa, con Dios en la época anterior a la creación.

La dominación de los escritores románticos por este paradigma se ha expuesto brillantemente por parte del principal crítico literario del romanticismo, M.H. Abrams, que apunta esta importante tensión en la literatura inglesa que se extiende de Wordsworth a D.H. Lawrence. Wordsworth, destaca Abrams, dedica prácticamente toda su producción a un “argumento heroico” o “altamente romántico”, a un intento de contrarrestar y trascender el poema de época de Milton de una visión cristiana ortodoxa del hombre y de Dios. Para contrarrestar la visión cristiana de Milton del cielo y el infierno como alternativas para las almas de los individuos y de la segunda venida de Jesús como algo que pondría fin a la historia y devolvería al hombre al paraíso, Wordsworth, en su propia “argumentación” contrapone su visión panteísta de la espiral ascendente de la historia hacia una unificación cósmica y la consecuente vuelta del hombre a casa abandonando la alienación.[1] El estado final, el Reino de Dios, se quita de su emplazamiento cristiano en el cielo y se trae a la tierra, por lo que, como siempre que el estado final se hace inmanente, crea problemas ideológicos, sociales y políticos espectacularmente graves. O, por usar un concepto de Abrams, la visión romántica constituía la secularización de la teología.

La épica griega y romana, afirmaba Wordsworth, cantaba “armas y hombre”, “hasta entonces el único argumento considerado heroico”. Por el contrario, el principio de su gran El paraíso perdido, Milton declara:

Que a la altura de este gran argumento
Puedo afirmar la Eterna providencia
Y justificar las formas de Dios para el hombre.

Wordsworth proclamaba ahora que su propio argumento que sobrepasaba al de Milton le había sido inculcado por los “poderes y facultades sagrados” de Dios, permitiéndole (presagiando los anhelos de Marx) crear su propio mundo, aunque se daba cuenta, en un insólito ataque de realismo, que “algunos lo llamarían locura”. Pues así “pasaron en” él “genio, poder, creación y la propia divinidad”. Wordsworth concluía que “Esto es, en verdad, un argumento heroico”, un “argumento / no menos sino más heroico que la rabia / del severo Aquiles”. Otros ingleses que siguieron el paradigma de Wordsworth fueron su seguidor adorador Coleridge, Shelley, Keats e incluso Blake, que, sin embargo, trató de mezclar cristianismo y panteísmo.

Todos estos escritores se habían basado en la doctrina cristiana, desde la que podían desarrollar su propia versión herética y panteísta del milenarismo. El propio Wordsworth había sido educado para ser sacerdote anglicano. Coleridge era filósofo y predicador laico, que había estado a punto de ser ministro unitario y se basaba en el neoplatonismo y las obras de Jacob Boehme. Keats fue un discípulo explícito del programa de Wordsworth, al que llamaba un medio para la salvación secular. Y Shelley, aunque era un declarado ateo, idolatraba al “sagrado” Milton sobre todos los demás poetas y se basaba constantemente en el estudio de la Biblia.

También debería señalarse que Wordsworth, como Hegel, fue un joven entusiasmado con la Revolución Francesa y sus ideales liberales y posteriormente, desilusionado, adoptó un estatismo conservador y la versión panteísta de la inevitable redención a través de la historia.

Los románticos alemanes estuvieron aún más inmersos en la religión y el misticismo que sus equivalentes ingleses. Hegel, Friedrich von Schelling, Friedrich von Schiller, Friedrich Hölderlin, Johann Gottlieb Fichte, todos fueron estudiantes de teología, la mayoría con Hegel en la Universidad de Tubinga. Todos ellos trataron de aplicar explícitamente doctrina religiosa a su filosofía. Novalis estaba inmerso en la Biblia. Además, Hegel dedicó una gran atención favorable a Boehme en sus Lecciones sobre la historia de la filosofía y Schelling calificó a Boehme de “fenómeno milagroso en la historia de la humanidad”.

Además, fue Friedrich Schiller, el mentor de Hegel, el que fue influido por el escocés Adam Ferguson para denunciar la especialización y la división del trabajo como alienadoras y fragmentadoras del hombre y fue Schiller quien influyó en Hegel en la década de 1790 al acuñar el concepto explícito de Aufhebung y la dialéctica.[2]

En Inglaterra, varias décadas después, el apasionado escritor estatista conservador, Thomas Carlyle, rindió homenaje a Friedrich Schiller al escribir una biografía de ese escritor romántico en 1825. A partir de entonces, los escritos de Carlyle estuvieron permeados por la visión hegeliana. La unidad es buena y la diversidad o separación es mala y enfermiza. La ciencia, al igual que el individualismo, son división y desmembramiento. El egoísmo, clamaba Carlyle, es alienación de la naturaleza, de otros y de uno mismo. Pero un día llegará el gran cambio, el renacimiento espiritual, encabezado por las figuras históricas mundiales (“los grande shombres”), por el que el hombre volverá a casa a un mundo amistoso por medio de la completa cancelación, la “aniquilación de uno mismo” (Selbst-todtung).

Finalmente, en Pasado y presente (1843), Carlyle aplicó su visión profundamente antiindividualista (y uno podría añadir que anti-humana) a los asuntos económicos. Denunciaba el egoísmo, la avaricia material y el laissez faire, que, al promover la división entre los hombres, había llevado a un mundo “que se ha convertido en algo sin vida” y en la división también de otros seres humanos dentro de un orden social en el que “el pago en efectivo es (…) el único nexo del hombre con el hombre”. En oposición a este metafísicamente malvado “nexo del efectivo” se encuentra la relación familiar con la naturaleza y los demás hombres, la relación del “amor”.  El escenario estaba listo para Karl Marx.


[1] M.H. Abrams, Natural Supernaturalism: Tradition and Revolution in Romantic Literature (Nueva York: Norton, 1971). [Publicado en España como El Romanticismo: tradición y revolución (Madrid: Machado Grupo Distribución, 1992)]. El retrato de Milton de la Caída y el Segundo Adviento es verdaderamente elocuente y conmovedor. Sobre la pérdida del Edén: “Adiós campos felices / Donde la alegría mora por siempre (…)”. Y sobre el Segundo Adviento: “El tiempo volverá atrás y traerá del edad de oro”, “Y entonces por fin nuestra dicha / es completa y perfecta, / pero ahora empieza (…)”

[2] Sobre la influencia de las opiniones de Schiller sobre el organicismo y la alienación en Hegel, Marx y la sociología posterior, ver Leon Bramson, The Political Context of Sociology (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1961), p. 30n. [Publicado en España como El contexto político de la sociología (Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1965)].

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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