La guerra contra las drogas es una guerra contra la libertad

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[The War on Drugs Is a War on Freedom • Laurence M. Vance • Vance Publications, 2012 • Xvi + 103  páginas]

Los esfuerzos, estimulados por el alcalde Bloomberg, de prohibir las latas grandes de refrescos considerados como demasiado azucarados ha estado mucho en las noticias últimamente y un punto peculiar en la defensa del alcalde de esta medida es altamente relevante para el excelente libro de Laurence Vance. Lo que me sorprende por raro en los comentarios del alcalde es que limitaba su defensa a apuntar los peligros para la salud que plantean los refrescos que quiere prohibir, junto a los correspondientes costes monetarios que podrían imponer esas dolencias resultantes del consumo de dichas bebidas.

Parece que nunca se le ocurre al alcalde Bloomberg que el si un individuo decide consumir una sustancia dañina no tendría que estar bajo supervisión gubernamental. La decisión solo la puede tomar la persona. Lo extraño acerca de los comentarios del alcalde no era tanto que rechazara esta opinión, sino más bien que no la considerara digna de mención. El paternalismo del estado no necesita defensa para él.

Como nos recuerda Vance, no son solo los libertarios los que rechazan el paternalismo. Por el contrario, la opinión de que el estado solo puede ocuparse de actos dirigidos contra otros, no a los que solo afecten inmediatamente al propio individuo, forma parte de la tradición liberal-clásica. Recibe su expresión canónica de John Stuart Mill:

La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien a nuestra manera, siempre que no intentemos privar a otros de lo suyo o impidamos sus esfuerzos para alcanzarlo. Cada uno es el guardián de su propia salud, ya sea corporal o mental y espiritual. La humanidad gana más al dejar a los demás vivir como les parezca bien, que obligándoles a cada uno a vivir como le parezca bien al resto. (p. 13, citando a Mill)

Mises aplicó el principio de Mill al tema del libro de Vance, la regulación de las drogas, en su estilo característicamente incisivo. Permitir la regulación de drogas peligrosas abre la puerta a ataques a la libertad de expresión y de prensa:

El opio y la morfina son sin duda peligrosos, drogas adictivas. Pero una vez que se admite el principio de que es tarea del gobierno proteger al individuo de su propia estupidez, no puede darse ninguna objeción seria contra posteriores limitaciones. (…) ¿Y por qué limitar la benevolente providencia del gobierno solamente a la protección del cuerpo del individuo? ¿No es aún más desastroso el daño que un hombre puede infligirse en su mente y espíritu que cualquier mal en su cuerpo? ¿Por qué no impedirle leer malos libros y ver malas películas, ver malas pinturas y estatuas y oír mala música? (p. 24, citando a Mises)

Para Vance, el tema fundamental en la regulación de las drogas es el de los derechos individuales. No niega en absoluto que esas drogas puedan causar un gran daño, pero el asunto de la regulación no ha de resolverse equilibrando los beneficios y daños del acceso abierto a la drogas contra los beneficios y daños de su regulación o prohibición.

Los argumentos prácticos y utilitaristas contra la guerra contra las drogas son importantes, pero no tanto como el argumento moral de la libertad para usar o abusar de las drogas en favor de la libertad. El alegato moral de la libertad para las drogas es sencillamente el alegato para la libertad. La libertad de usar tu propiedad como te parezca. La libertad de disfrutar de los frutos de tu trabajo de cualquier forma que consideres apropiada. La libertad de utilizar tu cuerpo en la forma que elijas. La libertad de seguir tu propio código moral. La libertad ante los impuestos para financiar la tiranía del gobierno. La libertad ante la intrusión del gobierno en tu vida personal. Debe dejarse en paz la libertad. (pp. 12-13)

Este pasaje muestra la fuerza y elocuencia de Vance, a menudo basada, como aquí, en la repetición de una expresión clave.

Si las consecuencias no son para Vance la consideración más importante en la moralidad, no dejan de importar. (Por cierto, es un error común el de que los defensores de una moralidad basada en derechos ignoren las consecuencias y de que para ellos estas no tengan ningún peso moral. Creo que Vance no tendría que haber comparado consideraciones “morales” con “prácticas y utilitaristas”. Tanto los derechos como las consecuencias son partes de la moralidad). Buena parte del libro consiste en un relato conciso aunque completo de los malos efectos de la regulación de las drogas. La guerra contra las drogas ha llevado a la mayor población reclusa de cualquier país del mundo.

Estados Unidos lidera al mundo en tasa de encarcelamiento y en población total en prisión. (…) Casi el 20% de la población de las prisiones estatales está encarcelada debido a acusaciones relacionadas con la droga. Casi la mitad de la población de las prisiones federales está encarcelada debido a acusaciones relacionadas con la droga. Hay casi 350.000 estadounidenses en una prisión estatal o federal en este momento [noviembre de 2011] debido a acusaciones relacionadas con la droga. (p. 71)

La guerra contra las drogas ha tenido multitud de efectos inaceptables en las libertades civiles.

La guerra contras las drogas ha destruido la privacidad financiera. Deposita más de 10.000$ en una cuenta bancaria y serás sospechosos de tráfico de drogas. (…) La guerra contras las drogas ha proporcionado justificación para la militarización de departamentos locales de policía. (…) La guerra contras las drogas ha ocasionado un comportamiento indignante de la policía en su intento de arrestar a los traficantes. (…) La guerra contras las drogas ha eliminado la prohibición de la Cuarta Enmienda contra revisiones e incautaciones no razonables. (pp. 57-58)

En sus nocivos efectos en la libertad, la guerra contra la droga recuerda a los peores excesos de la Ley Seca. Para conocerlos, merece la pena buscar y leer el breve relato contemporáneo del historiador revisionista Harry Elmer Barnes, Prohibition Versus Civilization: Analyzing the Dry Psychosis (Viking Press, 1932).

Estos inmensos costes no han producido resultados demasiado buenos. Por el contrario, la guerra contra las drogas ha sido un fracaso manifiesto. “A pesar de décadas de leyes prohibicionistas, amenazas de multa o prisión y masivas campañas de propaganda, las drogas están disponibles y son asequibles”. (p. 26)

Parece que Vance ha iniciado una notable guerra propia, dirigida con soberbia maestría contra la guerra contra las drogas y uno de los argumentos de su campaña me sorprende por lo especialmente eficaz que resulta. Los daños del tabaco y el alcohol exceden con mucho los efectos malignos de las drogas peligrosas, pero nadie reclama que se prohíban. Si es así, ¿cómo puede justificarse prohibir sustancias menos peligrosas?

El abuso del alcohol y el consumo excesivo de tabaco son dos de las causas principales de muerte en Estados Unidos. Parece bastante ridículo defender la prohibición de las drogas y no la del alcohol y el tabaco. (p. 11)

Vance escribe desde un punto de vista que sorprenderá a muchos lectores. Él mismo no aprueba el uso de drogas peligrosas. Por el contrario, es un intelectual cristiano y bíblico importante y considera su uso como un pecado. “Como seguidor de los principios éticos del Nuevo Testamento, considero que el abuso de las drogas es un vicio, un pecado y un mal que los cristianos deberían evitar aunque eviten apoyar el ‘guerra contra las drogas’ del gobierno”. (p. 79)

Si Vance tiene esta opinión del uso de drogas, ¿por qué es tan firme en que la gente tiene derecho a consumirlas? Su respuesta interesará a todos los estudiantes de teología moral. Sostiene que los cristianos pueden ser perfectamente coherentes sosteniendo la distinción entre vicios y delitos, con solo los últimos como área susceptible de supresión por la fuerza.

Ningún cristiano estaría a favor de criminalizar todos los pecados. No cuando la Biblia dice que “el pensamiento del necio es pecado” (Proverbios 24:9). ¿Por qué entonces algunos cristianos se apresuran a aplaudir hacer criminales los pecados solo porque el estado resulta seleccionar esos y no otros? (p. 84)

Los notables comentarios de Vance sobre este tema sospecho que serán de gran interés incluso para quienes no compartan su fe.

The War on Drugs Is a War on Freedom es una extraordinaria contribución a la batalla contemporánea por la libertad. Tiene potencial para hacer mucho bien y Vance merece grandes alabanzas por su magnífica obra.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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