El presidente Bush nos dice que conduzcamos menos y limitemos los viajes a los imprescindibles mientras que el programa EnergyStar de la EPA nos pide a todos que “cambiemos una bombilla” en nuestras casas, de las normales a las aprobadas por el gobierno, lo que afirman que ahorrará cientos de millones.
También se supone que has de prestar una promesa: “Prometo hacer lo que me corresponda para ahorrar energía un ayudar a proteger nuestro medio ambiente cambiando una luz en mi hogar por una calificada como ENERGY STAR” y el gobierno te enviará un “extensor de cremallera” gratis.
Podemos ver hacia dónde se dirige esto: de vuelta a los días de incasable maltrato, intimidación, regulación y llamadas al sacrificio nacional (posiblemente incluso reglamentación y control), todo en nombre del ahorro de energía. (¿Cuánta energía se consume en hacer y enviar el extensor de cremallera?)
Justo a tiempo para controlar esta crecientemente manía aparece The Bottomless Well, de Peter W. Huber y Mark P. Mills (Basic Books, 2005). Ofrece nada menos que un cambio total de paradigma para observar las crisis energéticas que han animado los medios durante al menos los últimos 35 años. Para quienes las revelaciones del libro sean en su mayor parte nuevas, unos hábitos de pensamiento de toda la vida sobre el tema de la energía afrontan una refutación completa.
Y aquí está: la energía es abundante, virtualmente omnipresente y, con tecnologías ya en uso, accesible para la apropiación y el uso por el hombre. Y aunque el uso de energía pueda crear contaminación de distintas maneras, toda esa contaminación puede eliminarse mediante… el uso de más energía. Por consiguiente, imponentes corolarios se acumulan entre sí y apoyan esta proposición que es que cuanta más energía se use, más puede encontrarse y explotarse para todos y cada uno de los crecientes ámbitos de propósitos a los que se aplica la energía.
Muchas de las revelaciones del libro se realizan mediante lo que podría llamarse el cambio de punto de vista. Los autores identifican las conocidas máquinas de vapor de Newcomen y luego de Watt como el principio del uso de la energía como poder mecánico. ¿Pero para qué fin se idearon estas máquinas? Bueno, ¡para obtener más energía (en concreto para eliminar el agua de las minas de carbón)! Y no es coincidencia que su combustible fuera el mismo carbón al que ayudaban a extraer.
Los bulos del pensamiento convencional caen como bolos. El principal de entre ellos puede ser la extendida mala suposición de que las mejoras en eficiencia, como las ordenadas para los vehículos a motor de la Corporate Average Fuel Economy (CAFE) Act de 1978, pueden producir reducciones en el consumo total de energía.
Utilizando un razonamiento a priori con el que están familiarizados desde hace tiempo los austriacos y otros economistas ilustrados junto con un tsunami de datos empíricos, los autores demuestran que lo contrario es indiscutiblemente cierto: las mejoras en eficiencia llevan al consumo de más energía, ya sea en motores de vehículos, electrodomésticos, generación de electricidad o computación.
Otro de ellos es que la Tierra acabará ahogada o quemada bajo un creciente manto de dióxido de carbono y otras emisiones del proceso de quema de combustibles fósiles como el carbón y el petróleo. Las teorías del calentamiento global han sido bien y a menudo rebatidas antes de este libro, pero éste aporta a la discusión tres hechos que superan la preocupación, aunque estuviera de hecho justificada en la realidad.
Primero, existen tecnologías para reducir el dióxido de carbono y otras emisiones, que reducen para su implantación poco más que la voluntad de consumir las cantidades adicionales de energía necesarias para su uso.
Segundo, el poder nuclear, una solución evidente y disponible frente las preocupaciones sobre gases de efecto invernadero desde la década de 1960, es hoy más segura (tanto contra el terrorismo como contra percances operativos) y más eficiente de lo que lo ha sido nunca, siendo la contaminación que genera en forma de combustible gastado mucho más fácil de manejar de lo que los intereses antinucleares han llevado a la gente a creer.
Y tercero, tal vez lo más asombroso, Norteamérica, con su masiva quema total y por cabeza de combustibles fósiles, evidentemente no es un productor de carbono para procesos globales, sino que, de acuerdo con mediciones fiables, realmente absorbe carbono en total de otras partes del mundo cuyas cuentas de carbono tienen superávit.
Peter W. Huber es autor de cuatro libros previos sobre políticas públicas y ciencia, incluyendo Hard Green: Saving the Environment from the Environmentalists. Mark P. Mills es un físico cuya obra se ha concentrado en la electricidad y la electrónica y que ha trabajado como personal consultor de la Oficina de Ciencias de la Casa Blanca. Aunque ninguno de estos autores declara ninguna titulación formal en economía, su libro en realidad trata de economía, ya que se desarrolla en un mundo de realidades físicas permanentes condicionadas por las corrientes políticas y legales siempre cambiantes.
El libro contiene pocas prescripciones políticas explícitas, pero, igual que una buena novela conlleva valores sin exponerlos realmente en ningún momento, las instrucciones sencillas y viables de política parecen brillar en cada capítulo de este análisis clarificador.
Respecto de la política, el libro dedica mucha más atención a los efectos reales de las políticas energéticas que se han aplicado.Los efectos de estas políticas son, para cada una de ellas cuando se ven en conjunto, hostiles no solo para el bienestar humano, sino para sus objetivos declarados, normalmente o bien la conservación de fuentes de energía o la reducción de la contaminación o ambos.
Lo que resulta de los casos estudiados, desde el calentamiento global al agotamiento de las fuentes de energía, es la energía equivalente a la profunda noción de Ludwig von Mises de que toda regulación económica es en definitiva e inevitablemente dañina para los mismos objetivos para los que se pensó en el primer momento.
En unos pocos casos, los autores se permiten un aparte en el que expresan esperanza en que un prometedor nuevo descubrimiento no acabe viéndose frustrado por regulaciones futuras o apuntan que algún descubrimiento seminal pasado se produjo sin el beneficio, o a pesar de la regulación pública.
Al final, los autores ponen una luz en el historial de la interferencia pública en los mercados de la energía que descubre las cualidades anti-vida que sus resultados expresan invariablemente. De hecho, como los autores declaran literalmente en más de una ocasión, la energía es vida.
Y viceversa.
Publicado el 6 de octubre de 2005. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.