Praxeología y liberalismo

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[La acción humana (1949)]

El liberalismo en su sentido del siglo XIX, es una doctrina política. No es una teoría, sino una aplicación de las teorías desarrolladas por la praxeología y especialmente por la economía  para problemas concretos de la acción humana dentro  de la sociedad.

Como doctrina política, el liberalismo no es neutral respecto de los valores y los fines últimos que busca la acción. Supone que todos los hombres, o al menos la mayoría de la gente, trata de alcanzar ciertos objetivos. Les da información acerca de los medios disponibles para la realización de sus planes. Los defensores de las doctrinas liberales son completamente conscientes del hecho de que sus enseñanzas solo son válidas para gente que esté comprometida con estos principios valorativos.

Mientras que la praxeología, y por tanto también la economía, utiliza las palabras felicidad y eliminación de la incomodidad en un sentido puramente formal, el liberalismo les atribuye un significado concreto. Presupone que la gente prefiere la vida a la muerte, la salud a la enfermedad, la alimentación al hambre, la abundancia a la pobreza. Enseña al hombre cómo actuar de acuerdo con estas valoraciones.

Es habitual calificar a estas preocupaciones como materialistas y acusar al liberalismo de un supuesto crudo materialismo y un olvido de los objetivos más “altos” y “nobles” de la humanidad. No solo de pan vive el hombre, dicen los críticos, y estos desprecian la base mezquina y miserable de la filosofía utilitaria. Sin embargo, estas apasionadas diatribas están equivocadas porque distorsionan de mala manera las enseñanzas del liberalismo.

Primero: Los liberales no afirman que los hombres tengan que buscar los objetivos antes mencionados. Lo que mantienen que es que la inmensa mayoría prefiere una vida de salud y abundancia a la miseria, al hambre y la muerte. Lo correcto de esta afirmación no admite discusión. Lo prueba el hecho de que todas las doctrinas antiliberales (las ideas teocráticas de los distintos partidos religiosos, estatistas, nacionalistas y socialistas) adoptan la misma actitud con respecto a estos asuntos. Todos prometen a sus seguidores una vida de abundancia. Nunca se han atrevido a decir a la gente que el cumplimiento de su programa empeorará su bienestar material. Insisten, por el contrario, en que mientras que el cumplimiento de los planes de sus partidos rivales generaría indigencia para la mayoría, ellos quieren proporcionar abundancia a sus partidarios. Los partidos cristianos no están menos dispuestos que los nacionalistas y los socialistas a prometer a las masas un nivel de vida superior. Las iglesias de hoy en día a menudo hablan más acerca de aumentar los salarios y las rentas agrarias que de los dogmas de la doctrina cristiana.

En segundo lugar: Los liberales no desdeñan las aspiraciones intelectuales y espirituales del hombre. Todo lo contrario. Les impulsa un apasionado ardor por la perfección intelectual y moral, por la sabiduría y la excelencia estética. Pero su visión de estas cosas altas y nobles está lejos de la vulgar representación de sus adversarios. No comparten la ingenua opinión de que cualquier sistema de organización social puede tener directamente éxito en estimular el pensamiento filosófico o científico, en producir obras maestras de arte y literatura y en hacer más cultas a las masas.

Saben que todo lo que puede conseguir una sociedad en estos campos es proporcionar un entorno que no ponga obstáculos insuperables en el camino del genio y haga al hombre común lo suficientemente libre de las preocupaciones materiales como para interesarse en cosas distintas de ganarse el pan. En su opinión, el principal medio social para hacer más humano al hombre es la lucha contra la pobreza. La sabiduría, la ciencia y las artes prosperan mejor en un mundo de riqueza que entre pueblos necesitados.

Es una distorsión de los hechos culpar a la era del liberalismo por un supuesto materialismo. El siglo XIX no solo fue un siglo de una mejora sin precedentes en los métodos técnicos de producción y en el bienestar material de las masas. Hizo mucho más que ampliar la duración media de la vida humana. Sus logros científicos y artísticos son imperecederos.

Fue una época de músicos, escritores poetas, pintores y escultores inmortales: revolucionó la filosofía, las matemáticas, la física, la química y la biología. Y, por primera vez en la historia, hizo accesibles al hombre común las grandes obras y los grandes pensamientos.


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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