[Incuido en The Bastiat Collection (2011); apareció en Sofismas económicos (1845)]
¿Deseas estar en una situación de decidir entre libertad y protección? ¿Deseas apreciar el impacto de un fenómeno económico? Investiga sus efectos en la abundancia o escasez de productos y no el aumento o caída en los precios. Desconfía de los precios nominales: solo te llevarán a un laberinto inextricable.
D. Matthieu de Dombasle, después de haber demostrado que la protección aumenta los precios, añade:
El aumento de los precios incrementa el coste de la vida y consecuentemente el precio del trabajo y cada hombre recibe, en el precio aumentado de sus productos, compensación por los precios más altos que se ha visto obligado a pagar por las cosas que ha tenido ocasión de comprar. Así que si todos pagan más como consumidores, todos reciben más como productores.
Es evidente que podríamos dar la vuelta a este argumento y decir: “Si todos reciben más como productores, todos pagan más como consumidores”.
Ahora bien, ¿qué prueba esto? Nada, salvo que la protección desplaza inútil e injustamente la riqueza. En esto, sencillamente perpetra expolios.
Repito que para concluir que este enorme aparato lleve a simples compensaciones debemos mantener el “consecuentemente de Msr. de Dombasle y asegurarnos de que el precio del trabajo no caerá o aumentará con el precio de los productos protegidos. Es una cuestión de hecho que remito a D. Moreau de Jonnes, que puede asumir el problema de descubrir si el nivel de los salarios sigue el precio de las acciones en las minas de carbón de Anzin. Por mi parte, no creo que lo haga, porque, en mi opinión, el precio del trabajo, como el precio de todo lo de más, está dirigido por la relación de oferta y demanda. Ahora bien, estoy convencido de que la restricción disminuye la oferta de carbón y por consiguiente aumenta su precio, pero no veo tan claramente que aumente la demanda de mano de obra como para aumentar los salarios y que deba producirse este efecto es mucho menos probable, porque la cantidad de trabajo demandada depende del capital disponible. Ahora bien, la protección bien puede desplazar capital y hacer que se transfiera de un empleo a otro, pero nunca puede aumentarlo en un solo cuarto.
Pero esta cuestión que es del mayor interés e importancia, se examinará en otro lugar. Vuelvo al asunto del precio nominal y mantengo que no es uno de esos absurdos que pueden considerarse engañosos por razonamientos como los de Msr. de Dombasle.
Imaginemos el caso en que una nación esté aislada y posea una cantidad determinada de metales preciosos y que decide divertirse quemando cada año la mitad de los productos que posee. Trataré de probar que, según la teoría de Msr. de Dombasle, no será menos rica.
En realidad, debido al fuego todas las cosas doblarán su precio y los inventarios de propiedades realizados antes y después de la destrucción mostrarán exactamente el mismo valor nominal. ¿Pero entonces qué habrá perdido el país en cuestión? Si Juan compra más cara su ropa, también venderá su grano a un precio superior y si Pedro pierde en su compra de grano, recupera sus pérdidas por la venta de su ropa. “Cada uno recupera, con el precio extra de sus productos, el coste extra de vida que ha perdido y si todos pagan como consumidores, todos reciben una cantidad correspondiente como productores”.
Todo esto es palabrería y no ciencia. La verdad, en términos sencillos, es esta: que los hombres consumen ropas y grano mediante fuego o uso y que el efecto es el mismo con respecto al dinero, pero no con respecto a la riqueza, pues es precisamente en el uso de productos en lo que consiste la riqueza o prosperidad material.
De la misma manera, la restricción, aunque disminuye la abundancia de cosas, puede aumentar su precio en tal grado que cada parte será, hablando pecuniariamente, tan rica como antes. Pero establecer en un inventario tres medidas de grano a 20s o cuatro medidas a 15, como su resultado sigue siendo de 60s ¿sería esto, pregunto, lo mismo en relación con la satisfacción de los deseos humanos?
Es esto, el punto de vista del consumidor, lo que nunca dejaré de recordar a los proteccionistas, pues este es el fin y destino de todo nuestro trabajo y la solución de todos los problemas. Nunca dejaré de decirles: ¿Es verdad o no que la restricción al impedir intercambios, al limitar la división del trabajo, la obligar a la mano de obra a relacionarse con dificultades de clima y situación, disminuye en definitiva la cantidad de bienes producidos por una determinada cantidad de trabajo? ¿Y qué significa esto, se dirá, si la menor cantidad producida bajo el régimen de protección tiene el mismo valor nominal que la producida bajo el régimen de libertad? La respuesta es evidente. El hombre no vive de valores nominales, sino de productos reales y cuantos más productos haya, sea cual sea el precio, más rico es.
La escribir lo anterior, nunca esperé encontrar un antieconomista que fuera tan lógico como para admitir, con tantas palabras, que la riqueza de las naciones dependa del valor de las cosas, aparte de la consideración de su abundancia. Pero he aquí lo que encuentro en la obra de Msr. de Saint-Chamans (p. 210):
Si productos por un valor de quince millones, vendidos a extranjeros, se toman de la producción total, estimada en cincuenta millones, los productos por valor de treinta y cinco millones remanentes, al no ser suficientes para atender la demanda ordinaria, aumentarán de precio y aumentarán el valor a cincuenta millones. En ese caso, los ingresos del país representarían un valor de quince millones adicionales. (…) Habría un aumento en la riqueza del país de hasta quince millones, exactamente la cantidad de metálico importado.
¡Es una agradable visión de las cosas! ¡Si una nación produce en un año, con su agricultura y comercio, por valor de 50 millones solo tiene que vender un cuarto de esto al extranjero para ser un cuarto más rica! ¡Así que si vende la mitad, será la mitad más rica! Y si vende la totalidad, hasta su último copo de algodón y su último grano de trigo, aumentará sus ingresos a 100 millones. ¡Qué forma de hacerse rico, produciendo una carestía infinita mediante escasez absoluta!
Repito, ¿juzgaríais las dos doctrinas? Sometedlas a la prueba de la exageración.
De acuerdo con la doctrina de Msr. de Saint-Chamans, los franceses serían tan ricos (es decir estarían tan bien provistos con todo tipo de cosas) con solo una milésima parte de sus productos anuales, porque valdrían mil veces más.
De acuerdo con nuestra doctrina, los franceses serían infinitamente ricos si sus productos anuales fueran infinitamente abundantes y consecuentemente, sin ningún valor en absoluto.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original en inglés se encuentra aquí.