Control o ley económica

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[Eugen von Böhm-Bawerk fue alumno de Carl Menger y maestro de Ludwig von Mises. Como Menger, rechazaba la idea de la Escuela Histórica de que no había leyes universalmente válidas en la economía. En este incisivo ensayo, publicado por primera vez después de su muerte, en diciembre de 1914, critica la afirmación de que el estado tiene la capacidad de garantizar una economía próspera desdeñando soberanamente las leyes económicas]

1.- El fundamento científico de una política económica racional

La teoría económica, desde sus principios, ha conseguido descubrir y formular las leyes que gobiernan el comportamiento económico. En el primer periodo, que estuvo bajo la influencia de Rousseau y sus doctrinas de las leyes de la naturaleza, era habitual aplicar a estas leyes económicas el nombre y carácter de leyes físicas. En un sentido literal, esta caracterización estaba, por supuesto, abierta a objeciones, pero posiblemente el término de leyes “físicas” o “naturales” pretendía únicamente dar expresión al hecho de que, igual que los fenómenos naturales están gobernados por leyes inmutables eternas, bastante independientes de la voluntad y las leyes humanas, en la esfera de a economía existen ciertas leyes contra las que la voluntad del hombre, e incluso la poderosa voluntad del estado, resultan impotentes y que el flujo de las fuerzas económicas no puede, por interferencia artificial del control de la sociedad, eliminarse de ciertos canales en los que se ve inevitablemente presionada por la fuerza de las leyes económicas.

Una ley, entre otras, que se consideraba como tal era la de la oferta y la demanda, que una y otra vez se ha visto triunfar sobre los intentos de gobiernos poderosos de conseguir pan barato en años de escasez por medio de regulaciones “no naturales” de precios o de conferir al dinero malo el poder adquisitivo del dinero bueno. Y si consideramos el último análisis, la remuneración de los grandes factores de producción (tierra, trabajo y capital), en otras palabras, la distribución de riqueza entre las distintas clases de la sociedad, representa solo un caso, aunque sea el caso práctico más importante de las leyes generales del precio, todo el importantísimo problema de la distribución de la riqueza se convertiría en dependiente de la cuestión de si estaba regulada y dominada por leyes económicas naturales o por la influencia arbitraria del control social.

Los primeros economistas no dudaron en resolver esta cuestión con valiente coherencia a favor de la predominancia exclusiva de las “leyes naturales”. El más famoso, o bastante notorio, ejemplo de esta interpretación fue la “teoría del fondo de los salarios” de las escuelas clásica y postclásica de economistas, según la cual la cantidad de los salarios estaba determinada por una relación natural de propiedades casi matemáticas que se pensaba que existía entre la cantidad de capital disponible en un país para el pago de salarios, el llamado “fondo de los salarios”, y el número de trabajadores. A todos los trabajadores conjuntamente se les consideraba incapaces de recibir nunca más que el “fondo de los salarios” existente y la media se pensaba que resultaba con precisión matemática de la división del fondo de los salarios por el número de trabajadores. Ninguna interferencia artificial, incluyendo las huelgas, podía cambiar la operación de esta ley. Pues si, mediante una huelga con éxito, los salarios de un grupo de trabajadores fueran a aumentar artificialmente, una porción correspondientemente menor del fondo de los salarios estaría disponible para el resto de los trabajadores, cuyos salarios bajarían correspondientemente. Un aumento general o medio de los salarios por encima del “fondo de los salarios” se sostenía que era imposible.

Posteriores generaciones han adoptado una visión distinta de este asunto y de las “leyes” económicas en general y han desarrollado nuevas fórmulas diferentes de acuerdo con sus diferentes opiniones. Siguiendo el ejemplo de Rodbertus y Adolf Wagner, se ha creado una distinción entre “categorías puramente económicas” y “categorías legales históricas”.  Las primeras iban a incluir todo lo que es permanente, generalmente válido y recurrente en los fenómenos económicos bajo cualquier orden social concebible; las segundas iban a representar los tipos históricamente variados, producidos por los cambios en sistemas legales, leyes o instituciones sociales. Por tanto, un determinante, o en cualquier caso una influencia de largo alcance sobre las leyes de la distribución se atribuía a esta última categoría “social”, un término utilizado frecuentemente desde entonces, especialmente por Stolzmann.[1]

Esto puede ser verdad o mentira, pero indudablemente no sin alguna justificación. ¿Pero qué largo es el alcance de la influencia de control y cómo y dónde ha de delimitarse frente a las influencias que emana de otras “categorías”? Estas preguntas no se habían respondido nunca definitivamente  hasta hoy. Hace unos años, en otra ocasión, escribí: “Hoy en día sería idiota tratar de negar la influencia de instituciones y regulaciones de origen social en la distribución de bienes”.

Es evidente que la distribución bajo un orden comunista tendría que ser materialmente diferente de la de una sociedad individualista, basada en el principio de la propiedad privada. Tampoco ninguna persona sensata podría negar que la existencia de organizaciones sindicales con su arma de la huelga ha ejercido una pronunciada influencia en la fijación de los salarios laborales. Pero, por otro lado, ninguna persona inteligente afirmaría que la “regulación social de precios” como algo omnipotente y decisivo en sí mismo.

Uno ha visto demasiado a menudo regulaciones gubernamentales de precios incapaces de proporcionan pan barato en años de escasez. Todos los días podemos ver huelgas fracasadas, cuando se dirigen a alcanzar salarios “no justificados en la situación económica”, como se dice comúnmente. La cuestión, por tanto, no es si las categorías “naturales” o “puramente económicas” por un lado y las categorías “sociales” por otro, ejercen alguna influencia apreciable en términos de distribución: ambas lo hacen, no lo puede negar ninguna persona inteligente.

La única pregunta es esta: ¿cuánta influencia ejercen? O, como he expresado hace varios años, al revisar una obra anterior de Stolzmann titulada “Die Soziale Kategorie”:

El gran problema, no resuelto satisfactoriamente hasta ahora, es determinar el grado exacto y naturaleza de la influencia de ambos factores, demostrar cuánto puede lograr un factor aparte, o quizá en oposición al otro. Este capítulo de la teoría económica aún no se ha escrito satisfactoriamente.

Me gustaría llegar a decir que, hasta bastante recientemente, no se ha hecho ni siquiera un intento serio de desarrollar este problema por alguna de las dos grandes escuelas que compiten entre sí por el perfeccionamiento de nuestra ciencia: la escuela teórica, representada principalmente por la bien conocida “teoría de la utilidad marginal” y la escuela histórica o sociológica, que en su lucha tanto contra los antiguos clásicos como los teóricos modernos del valor marginal, gusta de colocar la influencia del control (Macht) en el mismo corazón de su teoría de la distribución.

La escuela del “valor marginal” no ha ignorado el problema que aquí afrontamos, pero hasta ahora no la ha desarrollado extensamente: ha llevado sus investigaciones hasta los confines de todo el problema, por así decirlo, pero hasta ahora se ha detenido en estos confines. Hasta ahora se ha ocupado principalmente del desarrollo de las leyes de la distribución bajo la suposición de una competencia libre y perfecta, tanto en la teoría como en la práctica, descartando así el predominio de una parte, como implicaría la expresión “influencia de control”.

Bajo esto, y con la otra suposición modificadora de la prevalencia exclusiva de motivos puramente económicos, la teoría del valor marginal ha llegado a la conclusión de que, en el proceso de distribución, cada factor de producción por separado recibe aproximadamente esa cantidad en pagos por su contribución a la producción total que, de acuerdo con las reglas de imputación, se debe a la cooperación en el proceso de producción. La formulación más breve de esta idea se contiene en el concepto familiar de la “productividad marginal” de cada factor.

Pero al hacer esta contribución, la escuela del valor marginal solo había creado un esqueleto incompleto de la teoría de la distribución en su conjunto y era consciente de este defecto. Nunca pretendió haber cubierto completamente la compleja realidad con ese concepto; por el contrario, nunca dejó de destacar, una y otra vez, que sus pasados descubrimientos tenían que completarse con una segunda serie de investigaciones, cuya tarea sería investigar los cambios que se producirían en este concepto fundamental por la llegada de condiciones diferentes, particularmente las de origen “social”.[2]

La razón por la que la escuela del valor marginal tomara esa parte de su investigación primero fue solo que parecía requerir prioridad en el tratamiento metódico, que principalmente uno debería conocer y entender cómo el proceso de distribución,  o más generalmente el de la formación de precios, tiene lugar en ausencia de toda interferencia social externa.[3]

Primero de todo, tenía que alcanzarse un punto de partida o de comparación desde el cual pudieran medirse los cambios que se habrían producido por la llegada de factores externos especiales de origen “social”. Así que la teoría del valor marginal, en conjunto, estableció primero un marco teórico general para el problema al formular su teorías generales de valor y precio y, dentro de ese marco, desarrolló con detalle solo la teoría de la libre competencia, mientras que hasta ahora ha dejado un hueco en el que debería haberse estudiado y descrito la influencia del “control” social.

Esta imperfección siempre se ha sentido como tal y a cada década se siente más, porque en nuestro moderno progreso económico, la intervención de los medios sociales de control está continuamente ganando en importancia. En todas partes, trusts, fondos y monopolios de todo tipo interfieren en la fijación de precios y en la distribución. Por otro lado están las organizaciones sindicales, con sus huelgas y boicots, por no mencionar el igualmente rápido crecimiento de interferencias artificiales derivadas de políticas económicas de los gobiernos. A los ojos de los economistas clásicos, la teoría de la libre competencia podría afirmar ser la base sistemática de todo el problema, así como la teoría de caso normal más importante. Pero actualmente el número e importancia de estos fenómenos que ya no encuentra una explicación adecuada en la teoría de la libre competencia probablemente ya haya excedido el número de aquellos casos que aun pueden explicarse mediante esa fórmula.

Tampoco este hueco dejado abierto por la teoría del valor marginal ha sido nunca ocupado por esa otra escuela de economistas, que pone la al frente la influencia de la categoría “social”.[4] La razón de esto es que también sobreestimaron el poder explicativo de sus fórmulas favoritas. Cuando, con aires de convencimiento, proclamaban que bajo esta o aquella condición, por ejemplo, en la fijación de salarios, era el “poder” el que en definitiva decidía el asunto, pensaban haber dado un contenido a su explicación, que, si es aplicable en absoluto, , iba a suplantar o excluir explicaciones sobre bases puramente económicas. Si el poder o “control” entrara en el precio, no habría ley económica, pensaban, y por tanto la mera mención del control era al tiempo principio y fin de la explicación a dar. Estaba acompañada más  frecuentemente por una feroz denuncia  de las “leyes económicas” desarrolladas por otras escuelas teóricas que por una investigación cuidadosa de la cuestión de dónde y cómo se relacionan entre sí las dos “categorías”. Además, la expresión “dos categorías” era simplemente una frase de un significado bastante vago e indefinido y por tanto en modo alguno apropiada para la realización de investigaciones claras y penetrantes.

Actualmente es probablemente a Stolzmann a quien podemos considerar como el representante típico de esa escuela de pensamiento. Otros autores de un tipo similar, como Stammler o Simmel, pueden haberse hecho más conocidos e influyentes, pero Stolzmann tiene el mérito de haber tratado de seguir, una a una, y desarrollado sistemáticamente las sugerencias hechas por economistas anteriores, desde Rodbertus y Wagner, y además ha tenido el valor adicional de haberse mostrado más familiarizado  con la teoría económica que muchos autores que empezaron desde posturas diferentes. Por tanto pienso que es el representante de esta escuela mejor cualificado para discutir estos principios básicos.

Así que Stolzmann declara como idea fundamental en su teoría de la distribución que no son, como enseña la teoría de la utilidad marginal, las condiciones puramente económicas de imputación, es decir, no es la contribución de cada factor de producción al total la que determina la distribución entre el terrateniente, el capitalista y el trabajador, sino que es el control social. Es “solo el poder el que determina el tamaño de la participación de cada factor”.

Los que determina su distribución no es “lo que cada factor de producción contribuya al producto total, sino de lo que capaces los hombres que hay detrás de los factores de producción, en virtud de su control, para determinar por sí mismos la remuneración de acuerdo con el poder social ejercitado por cada uno. Estas y similares declaraciones se unen a un ataque incesante a la teoría del valor marginal basado en esta misma consideración, que en su teoría de la distribución había fallado al no dar ningún lugar al factor del “poder” y en su lugar había vuelto a la vieja interpretación “naturalista”, la teoría de las leyes eternas e inmutables de la naturaleza.

Pero evidentemente esto no era un método correcto de penetrar en las complejidades del problema que tenemos ante nosotros. Tener “poder” para determinar la manera de la distribución era igual de tendencioso. Era demasiado evidente que el poder no podía determinar todo en la distribución y que los factores puramente económicos también significaban algo. Tampoco podía resolverse este dilema por un compromiso asignando una influencia determinante y decisiva al control y solo una influencia vaga y restringida a las fuerzas naturales. Me parece que una solución real está aún por presentarse, a pesar de las 800 páginas de Stolzmann, y por otros medios que no sean una dialéctica evasiva.

Indiquemos por tanto qué está realmente ante nosotros en esta polémica muy olvidada en la ciencia económica: nada más y nada menos que el fundamento científico de una política económica racional. Pues es evidente que no tendría sentido ningún artificio fuera de la interferencia en la esfera económica, salvo que pueda responderse afirmativamente a la pregunta preliminar de si puede lograrse algo mediante la influencia del “poder” en oposición a las “leyes económicas naturales”. El problema es conseguir una idea clara y correcta del grado y naturaleza de la influencia del “control” frente al decurso natural de los fenómenos económicos. ¡Eso es lo que debemos mirar o buscaremos en la oscuridad! No creo que esta mirada pueda facilitarse o reemplazarse sencillamente intercambiando dos términos para influencias causales distintas o atribuyendo a una influencia meramente condicional a la primera y determinante para la otra.

En lo que sigue intentaré por tanto plantear unas pocas preguntas y sugerir sus respuestas mediante las cuales pienso que debemos llegar al modo de entenderlas. Lo que ofrezco aquí no es nada más que humildes sugerencias, pues soy muy consciente de que un tratamiento sistemático completo requeriría mucho más de lo que se presenta aquí.  Y además, al realizar las sugerencias, tendré que mencionar cosas para las que muchas no tengo la menor pretensión de novedad u originalidad. En su mayor parte, tendrá que empezar con trivialidades evidentes que se encuentran a mano. Simplemente las presentaré con cierta relación y las llevaré a ciertas conclusiones, igualmente tan manifiestas que sencillamente necesitan formularse  con toda claridad y propósito.

2. -¿Conformidad o contradicción?

Como no quiero repetir cosas evidentes, no me detendré a investigar si el “control” es un factor influyente en la determinación de los precios, hablando en general, y más concretamente en la distribución. Considero que esto es un hecho aceptado, establecido hace tiempo entre todos los economistas modernos. Mi primera pregunta, por tanto, es si esta influencia del control se afirma de conformidad o en contradicción con las leyes económicas de los precios o si contrarresta e invalida las leyes teóricas de los precios o si se armoniza con ellas.

Esta pregunta es análoga a una que tuvo que hacerse, hace un tiempo, en el campo de la producción de bienes económicos:

¿Es la reconocida capacidad del hombre de aumentar artificialmente la producción de bienes un poder que se afirma aparte y en contra de las leyes naturales o algo que puede producirse solo dentro y en cumplimiento de las leyes naturales de la producción?

Por lo que yo sé, todos estamos de acuerdo, respecto a esta cuestión, en que el “poder del hombre sobre la naturaleza” solo puede ejercerse en armonía con las leyes de la naturaleza y en estricta conformidad con ellas. Y estoy convencido de que una vez que la pregunta ante nosotros se indica explícita y claramente, resulta fácil llegar a un consenso análogo de opinión: a saber, en los problemas del precio y la distribución, el “poder” (Macht) evidentemente no se afirma aparte o en contra, sino dentro y en conformidad con las leyes económicas de los precios. Resolvamos esto primero con unos pocos ejemplos familiares en los que el elemento del poder es particularmente patente.

Está primero el caso de la usura: ¿Qué es lo que da al usurero el “control” sobre sus víctimas que está en el fondo de los conocidos precios “extorsionadores” de la usura? Nada menos que esos mismísimos factores que la supuestamente “puramente económica” teoría de la utilidad marginal nos proporciona en su fórmula de los precios: es el deseo urgente del prestatario, que, si no fuera por el usurero, quedaría insatisfecho; es la satisfacción de los deseos más perentorios que dependen de los servicios obtenidos del usurero.

Además, como consecuencia de esto, el valor subjetivo, determinado por la utilidad correspondiente y con ello los límites superiores de los posibles precios, se mueven al alza. Y como el prestatario no encuentra ninguna ayuda por ninguna competencia entre los oferentes de dinero que tendrían que superarse unos a otros, está igualmente falto de esos elementos restrictores de precios más sutiles, que en el caso de la libre competencia, determinan la valoración de los competidores que se enfrentan en el lado de la oferta.[5] El usurero, mediante su inflexibilidad, obtiene así el poder de aumentar el precio a límite superior casi extremo, que corresponde a la alta valoración subjetiva del prestatario bajo presión.

O está el caso típico de los monopolios. Cada propietario de un monopolio completo tiene el “poder” de fijar el precio de su producto en cualquier punto que desee. Debe también ese “poder” a la existencia de ciertas clases de demanda de mayor intensidad por parte de la gente cuyos deseos urgentes y alto poder adquisitivo se combinan para crear una demanda correspondiente de alta intensidad, junto con el factor recién explicado de que la ausencia de competencia no establece ningún límite inferior que pueda interferir con su aprovechamiento de la demanda más intensa entre los compradores.

Pero el hecho de que el “poder” del monopolista se base en estos mismos factores económicos también determinará ciertas limitaciones familiares y explicadas a menudo: el monopolista puede, después de todo, no fijar nunca el precio en un punto superior que ese cercano a la valoración de la clase más alta e intensa de demanda y además, lo que es más importante, debe siempre contar con la restricción de la cantidad que pueda venderse al precio superior. No puede, en otras palabras, escapar nunca a la ley económica según la que el precio se fija en la intersección de la oferta y la demanda, en el punto en el que se ofrecen y toman cantidades iguales. Como puede determinar arbitrariamente la cantidad e intensidad de la oferta que pueda decidir suministrar, puede elegir ese punto de intersección en un punto más bajo o más alto en la escala de posibles precios, pero cuanto más alto sea ese punto, menor será el número de quienes queden en el lado de la demanda y menor será la cantidad a entregar en ese punto.

Así que el monopolista nunca tiene un control ilimitado: simplemente tiene la posibilidad dentro de las leyes de los precios de distintos niveles de precios “económicamente posibles”. Puede seleccionar ese precio al cual la combinación de beneficio para cada artículo y el número de artículos a vender a ese precio, probablemente prometan el mayor beneficio total, pero no puede ejercer su “poder” de otra forma que de conformidad con las leyes de los precios, pues es su comportamiento el que establece la “ley de los precios”, es decir, las condiciones de la cantidad ofrecida a un nivel dado de precios, pero nunca puede evitar las leyes de los precios.

Lo mismo que se ha demostrado en estos ejemplos típicos probablemente sea cierto siempre que se aplique cualquier tipo de llamada “poder económico”, pues es solo este tipo de poder el que concierne a nuestro problema, no la fuerza física o la obligación directa. El bandolerismo o la extorsión, la fuerza de las armas o la esclavización pertenecerían, por supuesto, a una categoría completamente distinta. Pero el ejercicio del control económico nunca introduce ningún elemento nuevo en la determinación de los precios que no haya encontrado previamente un lugar en las leyes puramente teóricas de los precios.

Explicaré después las conclusiones que se derivan de estos hechos. Por ahora, dejadme referirme a una distinción importante que debería hacerse en relación con esto entre la influencia del “control” económico y los “motivos no económicos”.

Pues aunque los efectos de esto último puedan ser contrario o estar en conflicto con las leyes económicas de los precios, el ejercicio del control debe estar siempre en conformidad con ellas. Donde desempeñen su papel en la fijación de precios y distribución motivos no económicos, como la generosidad, la filantropía, el odio de clase o raza, las simpatías y antipatías nacionales, la vanidad, el orgullo y otros, estos pueden llevar a precios distintos o contradictorios con los que se esperarían de acuerdo con la fórmula de los precios. Quien se vea motivado por consideraciones externas no económicas, como la amistad o los impulsos humanitarios para hacer un regalo a la otra parte en la negociación, puede como comprador consentir un precio muy por debajo de su propia valoración de los bienes o quien, por patriotismo o prejuicios nacionales, desee comprar solo a sus compatriotas, puede consentir precios superiores a los ofrecidos por sus competidores en países extranjeros.

El efecto perturbador de los motivos no económicos en conflicto con las leyes de los precios se basa en el hecho familiar de que las leyes económicas de los precios se aplican y afirman su validez solo mientras las condiciones en las que se basan prevalezcan realmente solo por sí mismas, sin interferencia exterior; igual que la ley física de la gravitación, que solo es verdadera bajo al suposición del efecto exclusivo de la gravedad, como existe por ejemplo en el vacío, mientras que cualquier circunstancia que interfiera, como la fricción o la flotabilidad ejercitada por un globo lleno de gas, causaría fenómenos de movimiento contradictorios con la ley de la gravitación. Frente a esto, las influencias en la determinación de los precios que derivan del “control” económico y la preponderancia del “poder”, siempre se mantienen dentro y de conformidad con la fórmula indicada por la teoría económica: nunca constituyen una excepción, sino que siempre aplican la ley económica de los precios.

De aquí se deducen dos cosas que son importantes para nuestro problema: primero, que no deberíamos y ni siquiera podemos hacer ninguna reserva respecto de la validez de las leyes económicas de los precios y de la distribución, cuando entra en juego la influencia del poder. No necesitamos, respecto de las mismas o de los motivos no económicos, resignarnos a la visión de que las leyes económicas sean válidas mientras no intervenga esa influencia, como en el caso de los motivos no económicos, que solo siguen siendo buenas en un mundo imaginario en el que estén ausentes esas influencias, pero no en el mundo de realidades en el que el poder social desempeña un papel más pronunciado día a día. Tampoco deberíamos adoptar esa visión resignada, que disminuiría enormemente la utilidad de nuestras leyes teóricas y reduciría su validez general, de que nuestras leyes económicas no necesitan explicar este caso o aquel en absoluto.

Así que esto lleva a la segunda conclusión: quien desee establecer adecuadamente las influencias del control social en la explicación de la determinación de los precios no debería dejar aparte aquellas leyes que operan sobre los llamados factores “puramente económicos”, sino que debería aceptarlos y desarrollarlos. No debe acusarles, como hace Stolzmann con respecto a las leyes de los precios y la distribución desarrollados por la teoría de la utilidad marginal, de considerar solo los efectos de los “factores naturales”, de forma que estas teoría habrían de descartarse o rechazarse  antes de que uno pudiera presentar adecuadamente lo efectos de las influencias sociales; no, de verdad que no; deberíamos aceptar estas leyes y desarrollarlas mediante un análisis cuidadoso en aquellas direcciones en las que las fuerzas sociales se hacen de verdad operativas, cuando tratamos de formular sus efectos en la fijación de precios y distribución. Nuestra tarea no es descartar sino desarrollar estas leyes de la distribución supuestamente “puramente económicas”. El hecho de que el control económico no pueda afectar a las condiciones de distribución de ninguna otra manera que a través del medio de las categorías de la “utilidad marginal” y el “valor subjetivo” no es realmente una conclusión remota y ha sido indicado explícitamente aquí y allí en el pasado, por ejemplo, no hace mucho tiempo por Schumpeter, que atacó una vaga declaración del Profesor Lexis en su teoría de la distribución, refiriéndose a la influencia del poder, con estas palabras:

La referencia a la fortaleza relativa del poder económico en sí mismo no explica nada. Pues si uno pregunta qué constituye poder económico, la respuesta solo puede ser: el control sobre ciertos bienes. Y es solo a partir de la función económica de estos bienes y la consecuente formación del valor como puede deducirse una explicación real.[6]

¿No es como si alguien fuera a discutir que la velocidad de un barco de vapor no depende del poder sus motores en relación con la resistencia a superar o el peso a impulsar, etc., sino sobre el número de rotaciones de los propulsores, que, por supuesto, a su vez depende exclusivamente del poder de los motores?

Tampoco esta explicación hace justicia a lo que ha declarado Stolzmann en varios otros lugares en sus escritos como la relación entre la “categoría” natural y la social, que es que los factores naturales operan como “condiciones” o “premisas”, simplemente determinando los posibles límites, mientras que dentro de estos límites y premisas son los factores sociales los que “determinan” y “deciden” realmente los asuntos.

Es bastante cierto que, en principio, el efecto de los factores económicos es esencialmente el de delimitar los márgenes del precio, las valoraciones subjetivas de compradores y vendedores sencillamente determinan los límites superior e inferior en el precio. Pero incluso este “establecimiento” de “límites” puede consolidarse como una “fijación” real de precios, siempre y cuando los límites por encima y debajo se conviertan en tan numerosos y se encuentren ubicados tan juntos que reduzcan el intervalo a una pequeña zona o incluso a un punto, como pasa generalmente en casos competencia intensa y al mismo tiempo perfecta entre muchos individuos. Por otro lado, tampoco el “control” “determina” nunca nada. Puede en el mejor de los casos ejercitar una influencia “constrictora”, allí donde las delimitaciones económicas establezcan el margen.

Quien se relacione con un comprador necesitado, en ausencia de competencia, tiene el “poder” de fijar el precio en cualquier punto del probablemente amplio rango que va del valor de los bienes necesitados urgentemente por el comprador ansioso como límite superior y el valor del mismo artículo para el vendedor no ansioso como límite inferior. Pero el punto exacto de este extenso rango de precios al que se acabará fijando el precio no se determina por solo por el “poder” relativo, pues con igual “poder” el filántropo llegará a un precio completamente distinto para el hombre pobre que el usurero. O puede haber distintos grados de habilidad en la negociación o en la comprensión de la posición de la otra parte, de perseverancia, de paciencia, de desconsideración de la opinión pública, de desafío o temor, incluso en el caso de igual “poder” objetivo, que moverán el precio a un punto muy diferente en la escala.

Pero cuando el “poder relativo” de las dos partes parece fijar el precio en un punto bastante definido de la escala, indudablemente no sido de nuevo nada más que la coincidencia de una mayoría de “influencias restrictivas” que estrechan los límites de ambos lados en tal grado que el propio nivel de precios parece estar así “determinado”. No puede esperarse otro resultado, pues entonces, como se ha demostrado antes, el “poder económico” puede convertirse en efectivo solo mediante los determinantes intermedios de la fórmula teórica de los precios y como estos determinantes solo pueden fijar el precio mediante una delimitación consecutiva, es evidente que el “poder” tampoco puede determinar precios de otra forma que mediante la fijación de límites: no posee ninguna “capacidad de fijación de precios” independiente, distinta de su capacidad de “restricción” o “limitación”.

A partir de esto quedaría claro por qué, en la discusión de estos temas, no son suficientes los viejos términos de categorías “puramente económicas” o “legal-históricas”, como las llamó Rodbertus, o de las categorías “naturales” y “sociales”, aplicadas por Stolzmann. Estos términos pueden haber servido a un fin en su momento. Al menos tienen, en términos generales, indicadas ciertas distinciones que deberían asimismo tenerse en cuenta y han sido especialmente útiles para la eliminación de la visión antigua y parcial de que hay solo “leyes naturales” operativas en nuestra vida económica. Pero en la explicación teórica de los fenómenos de los precios y la distribución no desempeñan ese papel que sus autores les atribuyen.

No han conseguido establecer una raya directa y clara de demarcación entre fenómenos sociales, porque estos siempre se han visto influidos por ambos factores. Es seguro que habrá presente cierta cantidad de elementos “histórico-legales” o sociales en todos los fenómenos económicos. No queda espacio para una categoría opuesta “puramente natural”. Literalmente, no existe ningún precio ni forma de “distribución” (salvo tal vez el bandolerismo y similares) que no contenga al menos algún aspecto legal-histórico. Pues en toda comunidad civilizada debe existir siempre algún orden social que se aplicará cuando dos miembros de esa sociedad entren en contacto y determinen así la naturaleza de ese contacto. Por tanto, es decir demasiado o demasiado poco cuando alguien reclama los fenómenos de la distribución para la categoría “social” frente a la “natural” o no es más que un truísmo vacío, que en su mismo concepto, se aplica todos los fenómenos económicos o sociales individuales, pues evidentemente ni siquiera Robinson Crusoe podría “intercambiar” consigo mismo.

Un miembro de una sociedad solo puede comerciar con otro si ambos pueden adquirir la propiedad de los bienes a intercambiar bajo el orden social existente. Cualquier declaración que intente expresar más que esta obviedad es demasiado osada. Así que Rodbertus yerra el tiro cuando con ese énfasis especial define al interés sobre el capital como el fruto típico del orden social existente y niega su justificación “puramente económica”. Y Stolzmann igualmente yerra el tiro cuando sostiene que a “categoría social” “determina” por sí sola la distribución y cuando acusa falsamente a nuestra teoría de la distribución de enseñar leyes puramente naturales de la distribución, porque asimismo hace justicia a los fundamentos económicos del poder social. Sin embargo, un análisis más detallado del poder social, deben inevitablemente llevar a cruzar la línea de delimitación entre las categorías “social” y “natural”: el poder está presente a ambos lados de la línea.

El “control” no es una abstracción o un producto destilado en el que la influencia de la categoría puramente social se refleje como tal. Tampoco las explicaciones dadas por la teoría del valor marginal (que Stolzmann califica de extremadamente “naturalistas”) son un destilado sin mezclar de solo las influencias naturales y puramente económicas. Por el contrario, siempre tienen en consideración ciertas características del orden económico existente, o uno supuesto. Con una adecuada elaboración se verán capaces de expresar toda la influencia del poder social, pero incluso así, sigue siendo cierto que los precios se determinan más o menos apropiadamente por las valoraciones subjetivas basadas en la utilidad marginal. Y sigue siendo igualmente cierto que el valor de los bienes productivos no depende sino del valor de los productos a obtener de ellos. Por tanto, en un análisis final el valor de los factores de producción depende de la porción del producto atribuible a cada factor en el proceso productivo.

Así que “control social” y “categoría social” no son sinónimos. El último término, como su antítesis, la categoría “natural” o “puramente económica”, se ha confundido y entendido tan mal que preferiría prescindir de su uso completamente para conseguir una presentación clara. Donde usé estos términos en este escrito o en otros anteriores, lo hice, no porque formen parte de mi propio vocabulario, sino más bien porque no podía evitar del todo el uso de un leguaje de aquellos cuya opinión estaba explicando. Tampoco he dejado en anteriores ocasiones de expresar reservas a este respecto.

Y ahora trataré de expresas unos pocos pensamientos respecto de la dirección en la que tendría que desarrollarse la vieja teoría económica para abracar sistemáticamente en sus enseñanzas la influencia del control (Macht o “poder exterior”).

3.- El ejemplo de la huelga

Creo que lo que tengo que decir puede desarrollarse mejor observando un ejemplo típico de determinación de precios mediante control social de una forma particularmente notable: el caso de la resolución de disputas salariales por medio de una huelga.

De acuerdo con la fórmula aceptada de la teoría moderna de los salarios, basada en la teoría de la utilidad marginal, la cantidad de salarios en el caso de una competencia libre y perfecta estaría determinada por la “productividad marginal del trabajo”, es decir, por el valor del producto que el último trabajador, del que sea más fácil prescindir de un tipo concreto produzca para su empresario. Sus salarios no pueden subir, pues si lo hicieran, su empresario ya no obtendría ninguna ventaja por emplear a este “último” trabajador: perdería y por consiguiente preferiría reducir el número de sus trabajadores en uno; tampoco podrían ser sustancialmente menores los salarios, en caso de competencia efectiva en ambas partes, porque el empleo del último trabajador seguiría produciendo una ganancia sustancial de plusvalía. Mientras esto sea cierto, habría un incentivo para una mayor expansión de la empresa y para el empleo de aún más trabajadores. Bajo una competencia efectiva entre empresarios, este incentivo evidentemente actuará y no podrá dejar de eliminar el margen existente entre el valor del producto marginal y los salarios en dos maneras: mediante el aumento de los salarios, causado por la demanda de más trabajadores y por una ligera disminución de valor de la producción adicional, debido al aumento en la oferta de bienes. Si se permitiera operar a estos dos factores sin interferencia exterior, no solo delimitarían los salarios, sino que en realidad los fijarían en un punto concreto, debido a la cercanía de estos límites, digamos por ejemplo en 5,50$ por jornada.

Pero supongamos ahora que la competencia no se demasiado libre en ambas partes, sino que esté restringida o eliminada en el lado de los empresarios, ya sea porque exista solo una empresa de ese ramo concreto de la industria en un gran territorio, dándole así un monopolio natural sobre los trabajadores en busca de empelo o porque haya una coalición de empresarios dentro de ese sector que acuerden mutuamente no pagar a sus trabajadores un salario superior a, digamos, 4,50$. En cualquier caso, esta entrada en juego de un “control”, un poder superior al de los empresarios, bastará indudablemente para llevar a fijar los salarios en un punto por debajo de los 5,50$, digamos a 4,50$, en igualdad de condiciones.

¿Cómo se correspondería esto con la explicación estándar ofrecida por la teoría del valor marginal? La respuesta no es difícil. De hecho, la solución se ha indicado repetidamente en la bastante bien desarrollada teoría de los precios de monopolio. Trataré únicamente de repetir los argumentos familiares de una forma clara y sistemática.

Tenemos ante nosotros un caso de “monopolio de compra”. El margen más amplio dentro del que puede fijarse el precio de monopolio está limitado, por arriba, por el valor del trabajo a comprar por empresario que ejerce ese monopolio y, por debajo, por el valor del trabajo no vendido al propio trabajador. El límite superior se determina por el valor de la producción del último trabajador, pues la razón por la que el empresario no asumirá ninguna pérdida por el último trabajador que emplee y de que la misma cantidad de trabajo no puede pagarse en cantidades desiguales. Este límite superior del posible salario sería, en nuestro ejemplo, de 5,50$.

Hay que decir más cosas respecto del límite inferior. El límite muy inferior está determinado por la utilidad que quedaría al trabajador si no vendiera su trabajo en absoluto. Así que es, principalmente, el valor de uso del trabajador de su propio trabajo, siempre que pueda hacer algún uso de su trabajo solo para sí mismo.

En países poco populosos, con abundancia de terreno deshabitado, en el que todos puedas convertirse en granjeros a voluntad, este valor trabajo podría representar una cantidad bastante considerable. Sin embargo, en los países “viejos” densamente poblados, este límite es extremadamente bajo, porque a la mayoría de los trabajadores les falta capital y difícilmente pueden nunca utilizar su propio trabajo como productores independientes.

Un trabajador que haya acumulado algunos ahorros puede encontrar alguna compensación por no vender su trabajo escapando de las molestias y el trabajo duro o disfrutando del descanso y el ocio. Quienes tengan esos medios de subsistencia sabrán qué salario mínimo les compensaría el esfuerzo de trabajar. Para quienes no tengan nada que les respalde, la utilidad marginal de una renta monetaria a obtener por el trabajo es tan extremadamente alta que se preferiría incluso un salario muy bajo al disfrute del ocio.

Para ilustrar esto con cantidades reales de dinero, supongamos que este límite inferior, el valor uso del trabajo y el disfrute del ocio, sea muy bajo, digamos 1,50$. Esta cantidad puede estar incluso por debajo del nivel de subsistencia, que, por razones bien conocidas, determina el nivel inferior de posibles salarios permanentes, por supuesto sin determinar salarios temporales o los de casa caso individual.

Pero pueden asimismo aparecer otros niveles salariales intermedios. En el ejemplo anterior hemos excluido toda competencia entre empresarios en ese sector concreto de la industria. Si existiera esa competencia, inevitablemente forzaría al alza a los salarios hasta el límite superior de 5,50$, pero incluso en su ausencia seguiría existiendo una cierta cantidad de competencia externa, con empresarios en todas las demás ramas de la industria. Esto significa que el trabajador en nuestra industria concreta sigue teniendo la alternativa de escapar al salario muy bajo que le ofrecen en su línea, trasladándose a otras ramas de la producción, aunque una serie de circunstancias puedan reducir mucho la ganancias esperadas de esta acción. Cambiar de una ocupación para la que uno se ha formado y a la que se ha adaptado, a otra es probable que genere menor productividad y el nivel salarial máximo posible en la nueva ocupación probablemente se encuentre muy por debajo de 5,50$.

El recorte en los salarios variará para cada trabajador que entre en una nueva rama de la producción de acuerdo con su adaptabilidad o su capacidad de llevar a cabo un tipo diferente de trabajo cualificado. Los recortes más dolorosos en salarios los sufriría probablemente esa mayor porción de los trabajadores que no están adecuadamente formados para realizar ningún otro tipo de trabajo cualificado y que tendrían que pasar de trabajos “cualificados” a “no cualificados” y aceptar una posición peor en algún tipo de trabajo común. Otra pequeña rebaja de nivel salarial puede derivarse del hecho de que la entrada de nuevos trabajadores en esa ocupación puede forzar ligeramente a la baja a productividad marginal del último trabajador y por tanto rebajar el nivel salarial para todos.

Bajo la influencia de todas estas circunstancias tendríamos ahora que suponer que los diversos trabajadores establecen por sí mismos una serie de mínimos individuales, por debajo de los cuales nadie permitiría que sus salarios se redujeran por la presión monopolística de los empresarios. Para ilustrar estas diversas gradaciones de los salarios mínimos, supongamos que el mínimo de existencia es de 3,00$, que, como hemos dicho, no representaría el nivel salarial temporal más bajo posible, sino el permanente. Los salarios obtenidos por el tipo más común de trabajo estarían así muy cerca de los 3$, digamos 3,10$. Cada vez un número más pequeño de trabajadores podría encontrar empleo en otras ocupaciones, al aumentar el tipo salarial en la siguiente secuencia ascendente: 3,50$, 3,80$, 4$, 4,20$, 4,50$, 4,80$, 5$. Advirtamos sin embargo que el límite superior de esta escala salarial seguiría permaneciendo por debajo del producto marginal de la ocupación original, por tanto por debajo de 5,50$.

¿Qué efectos y limitaciones producirá este estado de cosas respecto de la fijación monopolista de salarios dentro de la amplia zona original de 1,50$ a 5,50$?

Supongamos, para empezar, que los empresarios monopolistas utilizan su poder con una política sin restricciones, puramente egoísta, no afectada por cualquier consideración altruista o de la opinión pública, no influida por ningún temor a que los trabajadores respondan por medio de un sindicato o huelga y convencidos de estar completamente seguros de una competencia atomizada y efectiva entre los trabajadores individuales. Bajo estas premisas, el tipo salarial se fijaría de acuerdo con la fórmula general aplicable a un monopolio puramente egoísta, ya mencionado antes a otro respecto: estaría fijado en aquel punto que prometa los mayores retornos, después de una cuidadosa consideración de todas las circunstancias y con la atención debida al hecho inevitable de que con precios cambiantes la cantidad de bienes a disponer de forma rentable cambiarán, solo que en caso de un monopolio de compra los resultados son exactamente los contrarios que los de un monopolio de venta. O dicho concretamente: cuanto menor sea el salario fijado por el monopolista, menos será el número de trabajadores disponibles y a partir de un número correspondientemente menor de trabajadores los empresarios serían capaces de conseguir un aumento en los retornos que podría equivaler a colocar la escala salarial por debajo del valor del producto del trabajador marginal, es decir, por debajo de 5,50$; de hecho, este valor podría incluso aumentar mediante una reducción en la producción, lo que causaría un aumento en el precio de los bienes terminados.

Por supuesto pueden de nuevo aparecer ciertas tendencias contrarrestantes, como los aumentos en los costes, con la expansión restringida de la empresa, el crecimiento de los gastos generales, etc. Con un aumento en los salarios (que, sin embargo, siempre suponemos que permanece por debajo del producto marginal de 5,50$), la ganancia por trabajador disminuiría, pero, para compensar esto, el número de trabajadores del que pueda obtenerse esa ganancia aumentará o volverá a la normalidad. A partir de estas consideraciones, lo más improbable sería que los monopolistas pudieran fijar el tipo salarial en 1,80$ o 2,00$ o en cualquier punto por debajo del mínimo de existencia de 3$, tanto porque este tipo no sería probable que permaneciera en vigor y porque sería inferior al salario pagado fuera del trabajo común y por tanto causaría de inmediato que la mayor parte de los trabajadores se trasladaran a aquella ocupaciones no cualificadas que, en nuestro ejemplo, reciben 3,10$. Este peligro disminuirá gradualmente con cada aumento en el tipo salarial y desaparecerá casi completamente en algún momento, digamos a 4,50$, en el que solo unos pocos trabajadores excepcionales podrían encontrar posible obtener salarios superiores en otras ocupaciones cualificadas, si estuvieran disponibles en absoluto para ellos. Bajo las circunstancias supuestas, el peligro de que los hombres renunciaran casi habría desaparecido y podría hacerse un intento con éxito por parte de los empresarios monopolistas de fijar el tipo de los salarios en este punto, sin correr el riesgo de cualquier restricción considerable de la producción causada por una escasez de trabajadores.

Otras dos consideraciones podrían influir en un monopolista inteligente para ejercitar su poder “con cuidado”. Primero, una tasa salarial que se encuentre muy por debajo de la de otras ocupaciones cualificadas puede, aunque solo sea a largo plazo, llevar a una escasez de trabajadores, pues aunque los trabajadores acostumbrados a su ocupación podrían resistirse a cambiar de trabajo debido a las dificultades de la transición, la nueva oferta se desplomaría. En segundo lugar, una tasa de beneficio por trabajador demasiado alta ejercería una tensión demasiado poderosa en la unión de los empresarios y es probable que lleve a una disolución de la coalición por parte de aquellos miembros deseosos de expandir su negocio o a la formación de nuevas empresas fuera de la coalición, creando así nueva competencia, que probablemente recorte a la baja los precios y aumente los salarios. En general, el temor a la competencia externa constituye probablemente la mejor salvaguarda contra un uso demasiado falto de escrúpulos de los monopolios explotando al público en general.

Apenas tengo que recordar el hecho de que si, bajo esas condiciones, mediante el “control” de los monopolistas, el  nivel salarial se fuera a reducir de 5,50$ a 4,50$, esto se produciría, de principio a fin, en virtud y de conformidad con los elementos de la ley de los precios, tal y como la formula la teoría del valor marginal. Es en consideración de estos elementos que ambas partes contendientes fijarían el precio a ese nivel, “delimitándolo” por arriba y por abajo. Mediante esta acción, no se determinaría ningún precio “fijo”, sino meramente un rango de precios más amplio, respecto del caso de la competencia perfecta en ambos lados. Los monopolistas podrían igualmente decidirse por 4,20$ o 4,80$ en lugar de 4,50$. Esta situación se explica por el hecho de que diversos factores que entran en el cálculo, como el número de trabajadoras que probablemente se despidan a cierto nivel salarial o la probabilidad de una competencia externa, no se conocen con certeza, sino solo pueden suponerse. Los monopolistas tratarían naturalmente de seleccionar el punto más favorable de la escala salarial, pero, debido a la incertidumbre de tantos elementos que entran en la fijación de este punto óptimo, se genera una zona más o menos elástica para esta ubicación aproximada, igual que en la competencia del mercado ordinario en precios, cuando se llevan a cabo negociaciones con cartas cubiertas, los comerciantes menos experimentados o menos hábiles cometen errores al evaluar situaciones internas, de forma que los precios reales se hacen fluctuar en un amplio rango en torno al precio “ideal” de mercado.

Ocupémonos ahora del otro caso, igualmente interesante y complicado: la influencia del “control” ejercido por los sindicatos, mediante el uso de su instrumento de poder, la huelga. Mantengamos todas las suposiciones previas con las mismas cifras anteriores: 5,50$ para el valor del producto del “último” trabajador, 1,50$ como valoración personal para el trabajador de su labor no vendida, 3$ como mínimo de existencia, etc. e introduzcamos en nuestro caso supuesto solo un elemento nuevo, el que los trabajadores del industria en cuestión no compiten entre sí, sino están sindicalizados y por tanto en disposición de aplicar su demanda conjunta de salarios superiores por medio de una huelga.

Por el momento, no voy a negar que al entrar en juego el “poder” por parte de los trabajadores pueda influir profundamente en el precio del trabajo. Podría incluso aumentarlo no solo por encima del nivel de 4,50$, alcanzado en el caso de competencia reducida entre los monopolistas, sino incluso por encima del nivel de 5,50$, que se habría alcanzado bajo una competencia perfecta. Este último hecho es particularmente notable y chocante, pues hasta ahora habíamos considerado el valor del producto marginal del trabajo, precisamente el de 5,50$, como límite superior del salario económicamente posible y a primera vista podría parecer como si el “poder” pudiera realmente lograr algo en contradicción con la fórmula del precio de la teoría del valor marginal, algo que no es conforme con esta ley, sino que lo desmiente.

Aquí aparece en nuestra explicación la distinción entre utilidad marginal y utilidad total, es decir, el hecho de que el valor agregado de bienes se mayor que la utilidad marginal de cada unidad, multiplicado por el número de unidades contenidas en el total. La cuestión fundamental en la evaluación de un producto o un agregado de bienes es siempre cuánta utilidad puede obtenerse del dominio del bien a valorar. Bajo la suposición de competencia entre todos los trabajadores, lo que ha de evaluar el empresario es siempre la unidad de trabajo de cada empleado. Si el empresario tuviera en su empresa, por ejemplo, 100 trabajadores, sus negociaciones con cada uno de los 100 sobre sus salarios girarían sencillamente sobre la cuestión de cuánto beneficio adicional obtendrían los empresarios empleando a ese trabajador adicional o cuánto perderían sin contratar a este último trabajador. En ese caso estaríamos plenamente justificados para llegar a la utilidad marginal de cada unidad de trabajo, es decir, el aumento en la producción que el último de los 100 empleados añade a la producción total de la empresa, o 5,50$.

Pero esto es ahora diferente: en el caso de una huelga conjunta de todos los 100 trabajadores, el punto en cuestión para el empresario ya no es si va a gestionar su empresa con 100 o 99 trabajadores, lo que para él significaría una diferencia en la producción de 5,50$, sino si va a mantener su empresa en marcha con 100 trabajadores o con ninguno en absoluto. De esto depende no 100 veces 5,50$, sino evidentemente mucho más que eso, aunque solo sea porque ese trabajo es lo que se llama un bien “complementario”, un bien que no puede utilizarse por sí mismo sin los necesarios demás bienes “complementarios” como materias primas, equipos, maquinaria, etc. Si un solo hombre de los cien se despide de la empresa, la utilización de factores complementarios, en general, se verá poco perturbada. Se omitirá o reemplazará una sola operación (aquella de la que se pueda prescindir más fácilmente), en la medida de lo posible, mediante un ligero cambio en la división del trabajo, de forma que con la deducción de un hombre, no se pierda más que el producto marginal del trabajo de un día, que son 5,50$.

El despido de diez hombres causaría una perturbación más grave. Pero un nueva disposición en el empleo de los noventa trabajadores restantes probablemente haría posible encontrar alguna manera para que al menos las funciones más importantes continuaran sin dificultades y la pérdida de nuevo se trasladará al lugar donde menos se sienta. Una falta continua del bien complementario “trabajo” se haría sentir cada vez más gravemente. Mientras que el despido del primer trabajador habría causado una disminución en la producción diaria de solo 5,50$, la del segundo podría suponer una disminución de la producción de 5,55$ y la del tercero, de 5,60$ y la del décimo hasta 6$: Si, como pasaría en una huelga, todos los 100 hombres se van, se causaría una pérdida no solo del producto laboral concreto de estos 100 hombres, sino de los bienes productivos adicionales que dejarían de utilizarse. La maquinaría tendría permanecer parada, las materias primas no se usarían y se depreciarían, etc. La pérdida en el valor del producto aumentaría fuera de toda proporción, mucho más de cien veces el producto marginal del último trabajador.

Por supuesto, la pérdida estaría sujeta a grandes modificaciones, de acuerdo con las condiciones reales existentes en cada caso. Si la maquinaria y el capital ociosos no sufren ningún otro daño por estar en ese estado, las pérdidas consistirían solo en posponer la terminación de los productos respectivos de los bienes de capital, temporalmente no utilizados debido a la falta del factor complementario del trabajo. Su producto se obtendría en una cantidad  no disminuida solo en un periodo posterior, después de reanudar la producción. Esta pérdida debe al menos igualar el interés del capital muerto para el periodo de ociosidad. Puede suponer más, si el retraso debe implicar pérdidas adicionales, como la incapacidad de aprovechar oportunidades favorables de negocio, por medio de las cuales se puede incurrir en depreciaciones indirectas.

Pero el daño aumentaría aún más si el carácter concreto de los bienes ociosos de capital no solo deberían causar un retraso temporal, sino un recorte concreto en los beneficios, como por ejemplo en el caso de materias primas perecederas, como la remolacha en una refinería ociosa de azúcar o productos agrícolas que no puedan cosecharse debido a la huelga del trabajador, poder animal sin utilizar, como el de los caballos, o el poder del agua de una planta de energía eléctrica. El cierre forzoso puede asimismo amenazar las inversiones de capital fijo, como en las minas, en las que la ventilación y las bombas de agua no deben detenerse, ya que toda la instalación puede destruirse.

¿Cómo afecta todo esto a la fijación de salarios en caso de una huelga?

Tengamos en cuenta, en primer lugar, que aunque las disputas salariales se refieren formalmente a los salarios por cabeza para cada trabajador individual, para el fabricante es siempre una cuestión de obtener o no el trabajo total de estos 100 trabajadores. O contratas a todos los trabajadores o a ninguno, de acuerdo con que las negociaciones lleven a un acuerdo o a una ruptura. La decisión respecto de cuánto salario debe pagar como máximo dependerá así del valor que representen conjuntamente los cien trabajadores para él. El salario por cabeza es un asunto secundario y está determinado por dividir el valor total por el número de trabajadores. Para él, esta cuota representa solo un concepto aritmético, no un valor, para él no representa el valor de una unidad de trabajo.

¿Pero qué alto es el valor total? Esto se explica por la teoría de la imputación. El valor de ese agregado del trabajo deriva del valor de esa cantidad de productos que puede atribuirse a la disponibilidad de ese total concreto de trabajo y este de nuevo es idéntico a la cantidad del producto del trabajo.

Aquí entra en juego una fase notable de la teoría de la imputación, que yo había tenido que defender recientemente con detalle contra opiniones divergentes.[7] Pues si la desaparición de esa cantidad de trabajo, cuyo valor estamos tratando de dilucidar, no solo impidiera el uso del propio trabajo, sino asimismo detuviera el uso de otros bienes complementarios, la utilidad de estos bienes tendría que añadirse a la del trabajo, independientemente del hecho de que bajo ciertas circunstancias el uso del trabajo podría tener que imputarse a su correspondiente bien complementario, sin el que los productos no podrían obtenerse.

Me limitaré aquí a recapitular sin una explicación detallada los distintos pasos del argumento que lleva a esta conclusión. Fundamentalmente, el valor total de todo el grupo de bienes complementarios depende de la cantidad de la utilidad (marginal) que poseen conjuntamente y por tanto, en el caso de bienes productivos complementarios, del valor de su producto común.[8]

La distribución de este valor total entre las diversas unidades del grupo complementario puede tomar distintas direcciones según las distintas causas. Si ninguna de las unidades admite de ninguna otra ese uso conjunto y si, al mismo tiempo, ningún miembro que contribuya al uso conjunto es reemplazable, entonces cada miembro individual tiene el valor total completo de todo el grupo, mientras que los demás miembros no tienen valor. Cada unidad complementaria es igualmente capaz de sostener cualquiera de las dos valoraciones y son solo las circunstancias externas las que determinan cuál de ellas debe merecer “todo” al ser absolutamente esencial para completar definitivamente el grupo o cuál no merece “nada” mediante su aislamiento.

En nuestro caso de una huelga inminente de todos los cien trabajadores, el empresario se ve amenazado con la pérdida total de la ganancia conjunta que se deriva del uso de los dos grupos complementarios, trabajo y capital, en la medida antes indicada y es por esto que en ese caso tendríamos que atribuir al trabajo esa utilidad conjunta total, incluyendo la parte que bajo otras condiciones podría tener que atribuirse a los bienes complementarios de capital. Su valoración subjetiva del trabajo debe basarse en todas estas cosas.[9]

Por consiguiente, el límite superior del tipo salarial más alto avanzará. Para todos los cien trabajadores conjuntamente aumentará por encima de la cantidad multiplicada por cien de valor individual del trabajo diario de cada uno, es decir, más de 100 veces 5,50$, al menos en la cantidad del interés del capital que quede ocioso y tal vez incluso por encima de esto, en la cantidad de la pérdida real de la pérdida o deterioro de los bienes complementarios de capital. Así, por ejemplo, en caso de que haya simplemente un retraso o pérdida de intereses, aumentaría por encima de los 550$, hasta, digamos, 700$ por día; en caso de una pérdida directa en la utilización de bienes complementarios, aumentaría en proporción al grado en que tenga lugar una pérdida real, digamos a 1.000$, tal vez incluso a 2.000$ diarios. Y el máximo nivel salarial económicamente posible para cada trabajador individual aumentaría así de 5,50$ a 7$ o incluso a 10$ o 20$. Esto significa que con cualquier nivel salarial por debajo de este máximo, al empresario, al menos de momento, le iría mejor que si fuera a dejar de emplear a todos los cien hombres.

Ese “ir mejor” no necesita sin embargo implicar beneficios reales para el empresario, sino simplemente una pérdida menor de la que incurriría con la otra alternativa: el “mal menor”, que, por supuesto, es preferible al mayor. El aumento  del último salario posible por cabeza de 7$ a 20$, por otro lado, no representa la valoración subjetiva de un día de trabajo para el empresario. Esto ya se ha indicado antes y difícilmente puede ser destacado lo suficiente. El empresario nunca pagaría ese salario, si fuera cosa de emplear solo a un trabajador. Representa la centésima parte del valor total de 100 trabajadores, lo que es una unidad muy diferente del valor individual de cada unidad de trabajo.

En las negociaciones salariales entre un empresario y un sindicato el rango se verá así limitado por el valor para el trabajador de tu trabajo no vendido (es decir, la cantidad de 1,50$ como su límite inferior) y la cuota por cabeza del valor total de todos los 100 trabajadores a 10$ como límite superior, por tomar una de las tres cifras como ejemplo.

En nuestro caso imaginario, estando ausente la competencia directa en ambos lados, el empresario y los trabajadores se encontrarían dentro de sus límites por razones similares, igual que las dos partes de compradores y vendedores se encuentran en el caso del intercambio aislado.[10]

En teoría, no sería impensable ni imposible que los tipos se fijaran en cualquier punto concreto dentro del amplio rango entre 1,50$ y 10$. Por supuesto, tenemos que conocer algunas circunstancias que hacen que parezca bastante improbable, aunque no del todo completamente imposible económicamente, que los salarios se fijen dentro de la sección más baja de la zona que se encuentra entre el límite absolutamente inferior y el mínimo de existencia del trabajo no cualificado y por razones de naturaleza similar no es muy probable que el tipo salarial aumentaría hasta un punto cerca del límite superior de 10$. El que no pueda mantenerse en ese punto durante ningún tiempo, es algo que trataré de demostrar en una investigación posterior que considero de importancia teórica especial. Pero no podría llevarse tan alto ni siquiera temporalmente. Pues cualquier nivel salarial que exceda sustancialmente a la producción del “último trabajador” se encontraría con una fuerte y creciente oposición por parte de los empresarios al suponerles una pérdida. Antes de conceder ese tipo salarial, probablemente preferirían arriesgarse a la sentencia de juicio supremo, que consiste en dejar que lo resuelva un cierre patronal o una huelga, aunque un salario intermedio, que se aproxime al servicio real del último trabajador, podría concebiblemente concederse por los empresarios, ansiosos por evitar el riesgo de ciertas pérdidas que implica una huelga y las incertidumbres añadidas de su resultado. Tampoco los trabajadores encontrarían ventajoso llevar los salarios hasta un nivel que realmente cause pérdidas al empresario, pues esto también podría amenazarles con una restricción o suspensión del trabajo  y obligarles a dejar sus trabajos. Así que aquí aparece la cuestión acerca de la permanencia de los salarios, que se investigarán más adelante.

Por otro lado, las dificultades de los trabajadores se convertirán en mayores con la huelga cuanto más excesivas sean las demandas salariales que hagan. La amenaza de quienes incumplan la huelga o “esquiroles” de otras ramas de la industria aumentarán con los términos más favorables que puede aún conceder el empresario por debajo de los tipos salariales rechazados. Los trabajadores en huelga insistieran en un salario de 9$, puede que un salario de 7$ ya contenga una prima muy tentadora para esquiroles y sustitutos, que en otras ocupaciones que requieran cualificaciones similares puedan obtener solo un salario de 5,50$, correspondientes con la producción del último trabajador. Y una vez se contrate a sustitutos, normalmente se pierde la causa de la huelga, mientras que, en la otra alternativa, el resultado no es seguro en modo alguno.

En una huelga, por norma, gana la parte que, en lenguaje popular, pueda “contener la respiración” durante más tiempo. Para el trabajador, la huelga significa desempleo. Por un tiempo, el trabajador puede afrontar esta pérdida por medio de ahorros acumulados para este fin, subvenciones de fondos para huelgas o incurriendo en deudas hasta donde le permita su crédito. Cuanto más dure la huelga, más pequeños se harán estos ahorros hasta que se agoten. Durante el periodo de disminución gradual de los ahorros, aumenta la utilidad marginal de los medios de subsistencia rápidamente decrecientes, cada vez más deseos esenciales quedan sin satisfacer y cada vez se renuncia a más necesidades vitales, con la creciente escasez de fondos.

Finalmente se llega al punto en el que el mismo mantenimiento de la vida depende de una renovación de la renta mediante el trabajo, aunque sea con un salario modesto: en este punto, incluso la resistencia más obstinada de los huelguistas se rompe, por supuesto, siempre que la resistencia de la parte opuesta, el empresario, no sea aplastada de antemano.

En las filas de los empresarios se ve el mismo fenómeno. Con la creciente duración de la huelga, el deseo de un acuerdo se hace cada vez más in tenso. La planta ociosa no produce ninguna renta. Algunos de los costes de producción y al menos los gastos personales de vida del fabricante continúan y han de atenderse. Si el empresario tiene una gran fortuna, estos gastos pueden cubrirse así. Si no, entonces las presiones de la huelga se sentirán mucho más rápida e intensamente. En todo caso, hay dos fases muy distintas de los efectos de las huelgas que deberían distinguirse. La falta sucesiva y creciente de medios de subsistencia puede amenazar primero al negocio del empresario y luego, si no quedan fondos para los costes de vida más urgentes, a su existencia personal.

Estos últimos y más intensos efectos de las huelgas normalmente solo aparecerán en los casos más excepcionales. Tampoco es probable, por estas razones y otras similares antes expuestas, que en una huelga se fijen los salarios en las regiones marginales más extremas (ni en las muy bajas ni en las muy altas) del amplio rango de lo “económicamente posible”, al menos por ahora. En nuestro ejemplo, esta zona se supone que se extiende de 1,50$ a 10$ y un tipo salarial por debajo de 3$ es tan improbable como uno por encima de 8$, aunque, como quiero destacar especialmente, esos tipos salariales extremos no son impensables, ni están del todo económica fuera de lugar para un periodo breve de tiempo.

La mayoría de lo que se ha dicho se basa en hechos y observaciones  evidentes y casi triviales con las que me he familiarizado suficientemente mediante experiencias comunes con huelgas. Simplemente he reescrito, estos temas, por decirlo así, en los términos de la teoría de la utilidad marginal, para dejar claro los esencial del principio teórico bajo discusión, que es que la “influencia del poder” en el caso de huelgas, tan familiar  para todos los dedicados a la industria, no es en absoluto distinto u opuesto a las fuerzas y leyes de la teoría de la utilidad marginal, sino completamente en conformidad y en armonía con estas y que todo análisis más profundo de la cuestión, respecto de qué agencias intermediarias y en qué puntos marginales puede el “poder” controlar el curso de los acontecimientos en absoluto, debe llevar a la exposición más concreta de la utilidad marginal, a la teoría de la imputación, donde ha de buscarse y encontrarse la explicación definitiva.[11]

Hay otra pregunta mucho más interesante: ¿cuándo serían de efecto duradero los términos de la distribución obtenidos mediante poder?

Esta pregunta la más interesante de todas, en el sentido de que es con mucho la más interesante. Incluso la fijación más efímera de precios o salarios puede tener una importancia considerable para ese grupo de individuos o para ese corto periodo de tiempo que resulta verse afectado por ella. Por otro lado, estas fijaciones temporales significan poco o nada para el bienestar económico permanente de las diversas clases sociales; igual que los economistas clásicos han sostenido que los precios a largo plazo son mucho más importantes y misteriosos que las fluctuaciones momentáneas; así que Ricardo apenas se ocupó de las últimas y encontraba que solo merecía la pena desarrollar la teoría de los precios a largo plazo. Igualmente, en la teoría de la distribución se atribuye una importancia esencial a las tendencias permanentes de acuerdo con las cuales tienden a distribuirse las participaciones de los diversos factores de producción frente a todas las fluctuaciones efímeras y temporales. Deben asimismo entenderse y explicarse incluso los fenómenos más efímeros, aunque solo sea porque las leyes que los controlan no son, en último término, diferentes de las que determinan sus efectos permanentes, pero no hace falta decir que esa fase de nuestra teoría que cubre aquellos casos que sobrevivan a los demás en el tiempo y el espacio serán mucho más importantes para nosotros que la explicación de excepciones que pasan rápidamente.

Pero hay una segunda razón por la que me parece que la consideración de las influencias del “poder” merece una mayor atención desde el punto de vista de su permanencia, pues, hasta donde llega mi conocimiento de la literatura económica, nunca se ha investigado esta fase más importante del asunto.

Como el problema de la influencia del poder en los precios como tal se ha tratado hasta ahora solo escasamente y nunca de una forma sistemática, parecen faltar totalmente investigaciones fundamentales sobre los efectos permanentes de dichas influencias del poder, vamos a entrar, en cierto modo, en un territorio literario virgen.

4.- Las diversas alternativas

Dejadme empezar de nuevo a partir de nuestro ejemplo concreto y explicar, una por una, las diversas alternativas. Lo que es típico y en general cierto en cada caso individual quedará así claro y, además, se destacará y resumirá especialmente al final.

Temporalmente, como hemos visto en nuestro supuesto conflicto entre el poder de los empresarios y los trabajadores, cualquier tipo salarial entre 1,50$ y 10$ era económicamente posible, aunque no era probable que se fijara, ni siquiera para un periodo corto, cerca del posible límite extremo superior o inferior, sino más bien cerca del medio de del rango total de salarios. Para hacer nuestra explicación teóricamente exhaustiva, tendremos que considerar ambos extremos, así como cada uno de los posibles niveles de tipos dentro del rango total de salarios.

  1. No tengo que desperdiciar palabras acerca del hecho de que un tipo salarial por debajo de mínimo de existencia (así en nuestro ejemplo por debajo de 3$) no es posible que sea permanente. Esto se deduce de las razones familiares indicadas a menudo y con detalle en otro lugar, apuntando a la disminución de la oferta laboral como la consecuencia inevitable de un nivel salarial que ya no es suficiente para soportar a las familias de los trabajadores y a el consiguiente aumento de los salarios, necesario por la ley de la oferta y la demanda, permitiendo, por supuesto, por razones con las que estamos familiarizados a favor, o más bien en desfavor, de aquellos tipos excepcionales de ocupaciones que se siguen simplemente como actividad suplementaria por gente que consigue sus medios reales de subsistencia de otras fuentes.
  2. Tampoco pueden fijarse los salarios permanentemente por debajo del tipo del tipo de trabajo más común, en nuestro ejemplo, por debajo de 3,10$. Esto apenas necesita ninguna explicación adicional, ya que todas las causas que se aplican al punto 3 que sigue, se aplicarían evidentemente también aquí, incluso en mayor grado. Las excepciones, familiares desde Adam Smith, para ocupaciones relacionadas con atractivos especiales o privilegios y en las que, por tanto, mucha gente se ve satisfecha con una remuneración menor de que disponible en otras ocupaciones menos atractivas o menos honorables, por supuesto, se aplicaría aquí, aunque sin afectar sin embargo a la teoría general de la distribución.
  3. Salarios más altos que los del trabajo común, pero por debajo del “producto marginal del último trabajador”(en nuestro ejemplo, salarios entre 3,10 y 5,50$) difícilmente podrán mantenerse en vigor, si se imponen mediante una preponderancia temporal del poder, indudablemente no cuando el uso de ese poder esté limitado a un grupo particular, como los trabajadores de una sola fábrica o a un solo sector productivo mientras en un otras ocupaciones que requieran la misma o similar cantidad de habilidad, prevalezcan salarios acordes con la cantidad natural del producto marginal (en nuestro caso, 5,50$). Pues aunque la incomodidad personal relacionada con un cambio de ocupación puede impedir un éxodo a gran escala de toda una generación de trabajadores cualificados de una rama de producción peor remunerada otras ocupación mejor pagadas, el efecto gradual en la selección de ocupaciones entre la generación más joven de trabajadores será mucho mayor. Naturalmente buscarán las ocupaciones mejor pagadas y rehuirán las que tengan salarios excepcionalmente pobres. Las deficiencias normales en las existencias originales de trabajadores ya no se cumplirán y la falta gradual de empleados obligará al final a los empresarios a ofrecer a sus trabajadores un tipo salarial igual al obtenible en otras industrias similares.Tendría que hacerse un análisis más complejo en el caso de una reducción universal de los salarios mediante fuerzas artificiales que afecten a todas las líneas de producción. Sin embargo, esta contingencia es mucho menos probable que se produzca nunca, por la razón de que una coalición universal de empresarios de todos los sectores de la industria que sería la única que podría ejercer dicho control, sería extremadamente difícil de organizar y aún más difícil de mantener unida. Pero supongamos ese caso, al menos para cierto periodo de tiempo, para nuestro análisis teórico. Evidentemente, el trabajador ya no encontraría posible en ese caso escapar a otra rama de producción mejor remunerada y por tanto dejaría de existir ese importantísimo factor influyente, que, en el caso de una reducción parcial de salarios, asegurará antes o después la restauración de tipo salarial original.

    Por el contrario, ahora aparecerían algunos factores nuevos, aunque de funcionamiento lento, dentro de las filas de los empresarios.  Un nivel salarial fijado por debajo de la productividad marginal del trabajo genera una ganancia especial que va al empresario, primero, en forma de un beneficio aumentado, que, sin embargo, en caso de una continuidad prolongada de esta condición, tendrá de entregarse en parte al capitalista en forma de un interés superior, debido a que dependiendo y debido a esta condición se abrirán al capital otros tipos de inversiones igualmente rentables. El mismo hecho de un beneficio aumentado para el empresario trabajará por sí mismo como un incentivo para la expansión de las empresas existentes (este incentivo podría quizá ser temporalmente obstaculizado comprometiendo a los antiguos empresarios con acuerdos de coalición) y también para la formación de nuevas empresas fundadas por otros que no pertenezcan a la coalición, quienes, por supuesto, pueden atraer el número necesario de trabajadores solo ofreciendo salarios algo superiores. Además, el aumento en el tipo de interés, cambiará el margen de beneficio entre los métodos de producción más o menos capitalistas hacia aquellos con más maquinaria, dispositivos de ahorro de mano de obra, etc.

    Un aumento en el interés del capital y una oferta de mano de obra más barata transformará los beneficios más pequeños en pérdidas entre aquellos productores cerca del margen de beneficio, especialmente en estas empresas en las que prevalezca un tipo bajo de interés unido a salarios más altos, de forma que donde se apreciaba antes la existencia de una ligera ventaja en un método más capitalista de producción, se hace ahora más rentable invertir los métodos de producción mediante un aumento en el uso de energía humana y un uso menos intensivo del equipamiento de capital.[12] Naturalmente, este incentivo no llevará a resultados rápidos. El capital invertido de esa forma en instrumentos de producción no se abandonará repentinamente, sino que más bien tenderá a agotarse primero, o al menos a no reemplazarlo, porque el trabajo humano, al haberse convertido en más barato, se preferirá en su lugar. Esto llevaría de nuevo a un aumento en la demanda de mano de obra que solo podría atenderse concediendo salarios algo más altos. Por supuesto, estos no deben neutralizar completamente las ventajas del método menos capitalista de producción. Este motivo puede operar tanto dentro como fuera de la coalición de empresarios y en un grado muy distinto entre los distintos tipos de productores. Difícilmente sería operativo en absoluto entre aquellos que hubieran empleado muy poco capital fijo y mucho trabajo físico; muy poco entre aquellos con lo que predomine el capital generando tal gran avance técnico que incluso cambios considerables  en el nivel de salarios o intereses no producirían ninguna transición hacia un método menos capitalista, sino mucho más entre un tercer grupo de productores, cuyo equipamiento técnico es tal como para dividir los métodos de producción igualmente entre maquinaria y mano de obra. Estas grandes diferencias individuales no se mantendrían sin una profunda influencia en el probable curso de los acontecimientos.

    Las coaliciones industriales que abarcan a los productores de una línea industrial o de industrias similares se basarán por lo general en una armonía de intereses, suficiente como para favorecer una continuación de la coalición que beneficie por igual a todos los miembros. Pero si la coalición debe incluir a ciertos grupos cuyo interés les hace estar en desacuerdo respecto de lo deseable de que esta continúe, por toda experiencia humana, la armonía no puede mantenerse, especialmente no cuando la inevitable aparición de terceros genere un agujero en la victoriosa falange de los empresarios. Por supuesto, todos los empresarios tratan de ganar algo al mantener bajos los salarios, pero estas ganancias diferirán ampliamente en los diversos sectores, de acuerdo con la distribución física del capital y la mano de obra. En aquellas ramas de la producción en que esta ganancia sea comparativamente pequeña, puede neutralizarse por la obligada incapacidad de expandirse o de introducir métodos más rentables de producción. Ahora bien, si un industrial ve que los beneficios que ha sacrificado a favor de la coalición se los apropian inescrupulosamente terceros y siente su competencia cada vez más vivamente, entonces ha llegado el momento psicológico de abandonar las filas de la coalición, pues estos industriales cuya situación particular les permitiría  beneficiarse más de una expansión y un cambio en sus métodos, violando las reglas de la coalición, preferirían obtener para ellos estas ventajas, antes de que los terceros destruyan su última oportunidad. Y ese es el principio del fin de la coalición: la reaparición de una cada vez más amplia serie de competidores con el efecto final de que el nivel salarial de nuevo subirá desde el dictado por el control superior al nivel de libre competencia, es decir ¡al nivel del producto marginal!

    Este tipo de razonamiento deductivo tal vez puede considerarse como convincente solo en parte. Pero debería recordarse que en problemas de esta naturaleza no hay a nuestra disposición nada más que métodos deductivos. Nunca tendremos la suerte de conseguir observaciones directas fiables o de hacer pruebas experimentales. La supuesta coalición de empresarios que abarca a todas las industrias nunca ha existido en la realidad y si hubiera llegado a existir alguna vez, pronto habría desaparecido de nuevo, como todas las agrupaciones sociales y no podría haberse considerado siquiera una prueba empírica de mis deducciones. La cuestión podría seguir siendo si su disolución la causaron los factores citados en mis deducciones o algunos otros nuevos. Las razones dadas en mi argumentación pueden operar solo gradualmente, por su misma naturaleza. Y las condiciones difícilmente permanecerán inalteradas durante un periodo tan largo como podría necesitarse para producir estos efectos.

    Uno nunca sería capaz de determinar más allá de cualquier duda mediante métodos puramente empíricos si el resultado definitivo se debió a la gradual influencia socavadora producida por solo estas dentro del estado original de cosas o si, y en qué grado, podría atribuirse a la llegada de nuevos factores. Pero precisamente porque somos dependientes en estas cuestiones de la deducción como única fuente de nuestro conocimiento y porque no pueden verificarse mediante observación directa, como es posible en otros casos, no tenemos otra alternativa que desarrollar esas deducciones y estas, por supuesto, deben realizarse sobre la base y de acuerdo con los métodos de la teoría económica, que aislados después de todo, como hemos visto, explicarían las influencias del poder externo. Al mismo tiempo, debemos observar que el supremo cuidado y precaución que requiere siempre el uso del método deductivo, particularmente donde las líneas de razonamiento deductivo sean largas y complejas y donde no sea posible verificarlas, paso a paso, mediante observaciones empíricas.[13]

    Es a partir de estas consideraciones que deseo emitir aquí y en las páginas posteriores unas pocas sugerencias que, creo, constituyente solo un esquema rudimentario e inacabado de esos pensamientos deductivos que pueden llevar a una investigación más detallada posteriormente y, de forma general al menos, pueden indicar la dirección en que, en mi opinión, puede encontrarse la cantidad obtenible de conocimiento y comprensión.

    Continuemos por tanto nuestra investigación de los tipos salariales ubicados por encima del producto marginal (dentro del rango de salarios posibles) y, empezando por arriba, ocupémonos primero de los tipos más altos concebibles.

  1. Es evidente que sin ninguna explicación añadida que esos salarios extremadamente altos no pueden durar, porque causaría tan grandes pérdidas de capital para el empresario que su perpetuación le llevaría a la ruina, aunque temporalmente podrían representar el mal menor frente a un cierre prolongado. (Ver antes).
  2. Tampoco el nivel salarial siguiente, como es igualmente evidente, puede aplicarse permanentemente porque, aunque no amenace al empresario con una ruina financiera inminente, seguiría causándole pérdidas reales, aunque en menor medida. Si continuara durante un periodo largo de tiempo. Incluso pérdidas pequeñas deben asimismo llevar en definitiva a la ruina financiera, así que el caso 5 se convertiría en el caso 4 y sin duda en esos casos los empresarios preferirían liquidar sus negocios no rentables o al menos renunciar a las ramas no rentables.
  3. Los mayores intereses teóricos se asocian al siguiente nivel de salarios: ¿puede durar ese tipo salarial que, aunque no cause ninguna pérdida real de capital al empresario, absorba o reduzca los intereses de su inversión de capital?Respondamos primero a una pregunta preliminar. ¿Sería posible que los beneficios apropiados del empresario desaparezcan o se reduzcan permanentemente mientras en otros sectores de negocio, como en el mercado del préstamo o en inversiones improductivas como la inmobiliaria (viviendas de pisos) el tipo de interés permanezca sin cambios?

    La respuesta es claramente ¡no! Los empresarios que trabajen con capital tomado prestado sufrirían una pérdida real por la diferencia entre los tipos más altos de interés que tendrían que pagar a sus acreedores y el tipo más bajo que les proporcionaría el capital en sus negocios y por tanto el asunto volvería a la situación presentada en el punto 5 anterior.

    Tampoco aquellos empresarios que trabajen completamente o en parte con su propio capital serían capaces de mantenerse en el negocio bajo ese estado de cosas. Una vez se invierte capital en una empresa, puede tener que contentarse con un tipo de interés más bajo, siempre y cuando no sea viable ni posible su recuperación sin una gran depreciación del propio capital. Habría poca inducción a reemplazar fondos agotados de capital, si la inversión prometiera un menor retorno de sus propietarios que el que el mismo capital podría producir en otro tipo de inversiones, como en propiedad inmobiliaria o en el mercado del préstamo. Y las causas familiares y explicadas a menudo que, hablando en general, tienden a igualar el tipo de interés en los diversos mercados de capital (no aislados artificialmente) indudablemente tenderá también a impedir una disminución o eliminación unilateral de las ganancias originales de capital del empresario. Si reducción tendría así que extenderse a todos los demás campos del empleo de capital o no podría producirse en absoluto.

    La cuestión bajo investigación asume así la siguiente forma: “¿Puede permanecer en vigor permanentemente ese tipo salarial que, aunque no afecte a la existencia de capital del empresario, elimine los intereses de capital de los negocios o al menos reduzca el tipo ‘natural’ de interés que prevalecería bajo la libre competencia?” En otras palabras. ¿puede un aumento salarial conseguido por el uso del poder absorber permanentemente  el interés sobre el capital o reducirlo por debajo de su nivel natural?

    La bastante difícil respuesta a esta pregunta se verá de alguna manera facilitada si investigamos  por separado las dos etapas implicadas, a saber, la absorción total  y la parcial del interés sobre el capital.

    Considero imposible que el interés pueda desaparecer completamente de la vida económica de una nación, con la excepción del caso casi impensable, difícil de aplicar aquí, de que la acumulación de capital exceda con mucho a la demanda. Esta desaparición de “incentivo para prosperar” contenido en el interés, eliminaría esa porción más importante del capital, que está formada por ahorros realizados solo por el interés. Por supuesto, podría ocurrir que otro tipo de ahorros, considerados como “dinero para días malos” podrían entonces aumentar de alguna manera, si la gente fuera  a proveer para su futuro acumulando solo capital, sin el apoyo del interés. Pero se cree generalmente  que en general resultaría una disminución sustancial de las existencias de capital y la consiguiente escasez  de oferta de capital probablemente ejercería una fuerte presión en la dirección opuesta, es decir, en dirección a un renovado aumento, en lugar de a la de una desaparición permanente del interés.

    Pero aunque la oferta de capital se redujera, lo que podría ser de importancia decisiva es el lado de la demanda de capital. Supongamos por un momento que el interés hubiera desparecido realmente de la vida económica, es decir, que los bienes presentes y futuros pudieran intercambiarse entre sí al mismo nivel sin descuento y que los préstamos pudieran obtenerse sin interés. La consecuencia inevitable de esto sería un aumento que excedería todos los límites en la demanda de bienes presentes. La ley empírica de la mayor productividad de los métodos indirectos de producción que consumen más tiempo y son más altamente capitalistas no podría dejar de sentirse, en el sentido de que los industriales competirían entre sí en el alargamiento de los periodos de producción y adaptarían sus empresas a los métodos de producción técnicamente más económicos, pero al mismo tiempo más extendidos y que consuman más tiempo.

    El control automático que contrarresta ese tremendo alargamiento del proceso productivo en la actualidad habría dejado de existir: ese control es el pago de intereses que crea automáticamente un impuesto progresivo sobre los métodos alargados de producción. Pero una vez que el método más largo de producción se viera liberado de la carga del interés y no costara más que el más corto y al mismo tiempo produjera más que este último, se produciría un incentivo general para una enorme prolongación del proceso productivo. Sin embargo, encontraría su limitación física en el disminuido fondo de subsistencia de los trabajadores durante el mayor periodo de espera, impuesto por el alargamiento del periodo de producción. Con el fondo de subsistencia existente, y probablemente reducido, sería imposible soportar al mismo número de trabajadores para un periodo indefinido prolongado de espera.

    Por el contrario, la tendencia de los salarios se mantendría necesariamente baja en los dos bandos dentro de los márgenes del posible rango de precios.[14] Primero, la duración de los periodos de producción, aunque algo más larga, se restringiría al tiempo más corto posible a lo largo del proceso de selección que se realizaría entre las posibles extensiones del proceso productivo y como esta selección solo puede efectuarse respecto de las parte más efectiva de la demanda concediendo precios más altos, lo que significa en este caso, concediendo una prima correspondientemente superior sobre el fondo de subsistencia reclamado, entonces, al menos con respecto a esta fase del desarrollo inevitable, se restauraría el interés a los negocios, como he descrito más completamente en mi Teoría positiva del capital.[15]

    Pero al mismo tiempo sucedería algo más. El proceso de selección que acabo de describir lleva a una restauración del interés y los periodos de producción ya no se alargarían indefinidamente, aunque seguirían siendo algo más largos. Los empresarios, que obtienen beneficios pagando la mayor prima de interés sobre bienes presentes, bajo circunstancias normales, se verían obligados a recurrir a periodos más largos de producción de los que empleaban originalmente. Pues mientras que antes de que llegaran los aumentos salariales cuya permanencia estamos investigando, tenían que pagar tanto por los intereses y salarios conjuntamente como ahora solo por el pago de los salarios aumentados, además tienen que pagar por el interés restaurado. Esta condición solo puede cumplirse mediante beneficios mayores que los anteriores y estos beneficios aumentados solo pueden conseguirse mediante un correspondiente alargamiento del periodo de producción, salvo que podamos invocar la llegada de nuevos inventos con un consiguiente aumento en la producción, como un deus ex machina, en lugar de cerrar nuestra argumentación manteniendo los supuestos originales. Pero entonces sería imposible proveer para el mismo número de trabajadores a lo largo de este periodo extendido de producción a partir del fondo de subsistencia existente, reducido en lugar de incrementado. Debe haber por tanto una limitación en otro sentido, una restricción en el número de trabajadores empleados, en aproximadamente la misma proporción en la que se ha extendido el fondo de subsistencia. Esta necesidad física se atenderá económicamente debido al propio interés, con salarios altos y tipos de interés bajos bajo un método de producción más capitalista, es decir, el empleo de menos trabajadores en periodos alargados de producción es más rentable.[16]

    Por tanto, mientras que los salarios obligados prevalezcan en ese nivel alto, llegaría un estado provisional de equilibrio de aproximadamente esta descripción: La adopción general del periodo alargado de producción tendería a aumentar la producción por cabeza de los trabajadores. El “producto marginal del trabajo” aumentará así, e igualmente por una reducción en el número de trabajadores y eso corresponderá ahora con la aplicación  de un nivel salarial superior que habría superado el “producto marginal” de la etapa previa. El interés sobre el capital que se ha restaurado es ahora menor que antes. Los empresarios se las arreglan para sobrevivir porque, con la mayor “productividad marginal del trabajo”, incluso el último trabajador empleado seguirá produciéndoles el mayor salario a pagar y también porque la plusvalía de actividad de todo el proceso alargado de producción les dejará una cantidad suficiente  por encima de aumento del salario para compensarles por el interés del capital. Pero este nuevo equilibrio solo es posible a costa de emplear un número menor de trabajadores. Y es por esta razón por lo que, con toda probabilidad, este nuevo equilibrio se verá de nuevo perturbado.

    Ahora el sindicato se dividirá en dos, un grupo empleado con un salario alto y otro grupo sin empleo en absoluto. Cuanto más alto se haya aplicado un aumento en los salarios y cuanto más se prolonguen los nuevos métodos de producción, mayor será el número de parados. Hay dos evoluciones posibles. Ambos grupos de trabajadores pueden permanecer juntos dentro del sindicato, lo que implica que los miembros desempleados tendrían que ser apoyados por contribuciones de sus compañeros empleados. Si estas contribuciones fueran grandes, absorberían el exceso que consigan los trabajadores con el aumento salarial, pues no debería olvidarse que la producción total que puede producirse con un número reducido de trabajadores con el mismo capital debe, incluso con métodos mejorados de producción, permanecer por debajo del obtenible de un empleo completo de capital y trabajo. Así que nadie se beneficiaría del orden nuevo de cosas creado artificialmente, frente al previo orden “natural”; de hecho muchos se vería en desventaja, hecho que de nuevo sería característicamente desfavorable  para el mantenimiento prolongado de una situación creada mediante un fuerte presión combinada del poder. Pero si el patrón de vida de los trabajadores desempleados fuera a disminuir sensiblemente, esto tampoco permitiría que persistiera que persistiera esa condición, habría descontento, discordia y en definitiva disolución del sindicato. Los descontentos  antes o después se convertirán en intrusos y competirán ofreciendo sus servicios a los empresarios; la reaparición de la competencia, con su venta a la baja, podría fin al dictado monopolista de los salarios de vuelta al nivel justificado económicamente bajo el pleno empleo de todos los trabajadores, es decir, al “producto marginal” del último trabajador empleado en un periodo de producción de nuevo reducido.[17] Si al final los trabajadores empleados no proveyeran a sus compañeros trabajadores, tendría lugar el mismo proceso, incluso más rápidamente. La masa de desempleados entraría en competencia y rebajarían aun más agresivamente los salarios.

    Uno podría quizá pensar en una alternativa en otro sentido, a saber, que los trabajadores sindicalizados  podrían aplicar no solo salarios superiores sino asimismo el pleno empleo de todos los trabajadores en ese tipo salarial más alto. Pero aunque los trabajadores podrían tener temporalmente el poder para forzar estas condiciones, no podrían ser permanentes. Pues esto necesariamente llevaría a una de las dos alternativas antes consideradas, bajo los números 4 y 5. Al verse forzados a pagar a los trabajadores no solo un salario que en sí mismo es superior a toda la cantidad del interés original sobre el capital y además de esto un interés restaurado sobre el capital (aunque algo más pequeño en el total), el empresario encontrará que sus costes han aumentado y sufrirá pérdidas y antes o después abandonará la empresa o caerá en la bancarrota.

    Además, es casi impensable que ningún empresario pudiera nunca verse obligado a emplear a todos los trabajadores disponibles en un momento dado. Como mucho, el sindicato puede, mediante violencia, impedir despidos de la antigua existencia de trabajadores. Pero cualquier intento de obligar a la contratación de trabajadores adicionales, en proporción a las deficiencias naturales en sus filas o incluso de que aumente el número de trabajadores, correspondiente con el crecimiento natural de la población, sería prácticamente imposible.

    A partir de todas estas consideraciones, que podrían y probablemente tendrían que desarrollarse con un detalle mucho mayor, creo que una absorción completa del interés y el capital mediante aumentos salariales forzados artificiales queda fuera de lugar en la vida económica de una nación. ¿Pero podría ser al menos permanentemente posible la eliminación parcial del interés natural sobre el capital?

    No veo ninguna razón para asumir un curso de los acontecimientos distinto del supuesto antes. Un aumento menor en los salarios a costa del interés sobre el capital causaría exactamente las mismas reacciones y efectos, solo que en un grado correspondientemente más pequeño. Una mera reducción en el tipo de interés no destruiría al principio la prima del ahorro contenida en el interés, sino que simplemente la disminuiría; el efecto de esto en la cantidad de ahorro futuro no puede predecirse con seguridad.[18]

    Posiblemente disminuiría la cantidad del ahorro o posiblemente no. Pero esto no alteraría la tendencia general de los acontecimientos, como se vio en el capítulo precedente de esta investigación, donde he mencionado a propósito solo incidentalmente la posible reducción en la oferta de capital, sin atribuirle ninguna influencia decisiva. El factor determinante se ha de encontrar en la demanda de capital, y en esta fase del problema es inevitable que cada aumento en los salarios más allá del producto marginal real, seguida por una reducción del tipo de interés, tienda a causar un alargamiento de los métodos de producción y por tanto una disminución en el número de trabajadores. Si el empresario no va a sufrir ninguna pérdida, que podría no asumir para ninguna duración, el aumento salarial debe estar cubierto por una mayor productividad marginal del trabajo, que puede producirse mejor mediante una extensión del tiempo para las diversas etapas de la producción. Esto, bajo circunstancias iguales, solo puede conseguirse por una reducción simultánea en el número de trabajadores, salvo que resulta que se introduzcan mejoras debidas a inventos, etc.,  o tengan lugar otras evoluciones de naturaleza accidental, contingencias que pueden dejar de tenerse en cuenta.

    El desempleo forzoso de una porción de los trabajadores también tendería a llevar a una disolución del sindicato, solo que en un grado menos intenso, de acuerdo con el menor grado de aumentos salariales conseguido por el sindicato, bajo este supuesto. El debilitamiento de las fuerzas que compensan  la continuidad de una condición temporal como esa no significa un resulta diferente, sino simplemente él retraso del efecto. No puede significar que un ajuste que exceda los límites naturales, aunque sea muy pequeño, pudiera durar, ni puede significar que la suspensión de un número más pequeño de trabajadores no les obligara a competir por el empleo. Pero significa que esa condición seguirá existiendo durante un periodo más largo frente a la presión de influencias menores, de forma que, por ejemplo, pérdidas insignificantes causadas por esta situación temporal podrían asumirse durante un plazo considerablemente más largo por los empresarios, antes de llegar a la bancarrota o a abandonar los negocios; o si no un número pequeño de desempleados podría estar respaldado por fondos sindicales durante un periodo más largo o, mediante presión moral, impedirse que pidan menos que los miembros del sindicato.

    Y esto puede de nuevo implicar algo más. Como ya he demostrado antes, los periodos prolongados de tiempo es probable que conlleven cambios en otras direcciones. Si se extiende un proceso de cambio económico a lo largo de cierto tiempo, su progreso general, en la mayoría de los casos, se verá afectado por otras causas externas incidentales o independientes, que casi espontáneamente afectarán a la situación general. Durante un periodo de varios años, los métodos de producción o el ciclo económico nunca permanecen sin cambios. El último puede ir arriba o abajo, el primero es más probable que avance, y si el intervalo es muy largo, pueden incluso producirse cambios considerables en la estructura económica general, como la cifra de población y su relación con las existencias de capital.

    Además de esta, es posible otra alternativa. Esos mismos impulsos, cuyos efectos normales estoy tratando de observar e investigar, pueden contener ciertos efectos adicionales, casi accidentales, sobre otros factores externos. Por ejemplo, pueden afectar, aunque no necesariamente, a la técnica de producción. Así que estas alternativas no deberían dejarse del todo sin considerar, pero no deberían insertarse como un factor en la serie de deducciones, ya que no pueden preverse con absoluta certeza. Por ejemplo, en nuestro caso, los empresarios pueden verse presionados por el aumento salarial forzado y esto puede crear un incentivo poderoso y eficaz para la adopción de mejoras técnicas en los métodos de producción, igual que a la libre competencia se le atribuye generalmente la formación de un incentivo poderoso para el progreso industrial. O puede ocurrir que la mejora permanente en el nivel de vida alcanzado por los trabajadores por medio de un aumento salarial forzado pueda retrasar el aumento de la población, como ocurre normalmente entre las clases más acaudaladas, etc. Ahora, si se produce alguna evolución accidental o incidental que aumente directa o indirectamente la productividad marginal del trabajo, podría consiguientemente contrarrestar el aumento inesperado en la productividad marginal y por tanto aplicarse permanentemente. Esto será mas frecuente cuanto menos excesivo haya sido el aumento forzoso de los salarios, es decir, cuanto menos se haya llegado más allá de la productividad marginal del trabajo en ese momento. Pero por supuesto, en el caso de pequeños aumentos salariales es imposible esperar esto con ningún grado de certidumbre, porque estos acontecimientos accidentales pueden no tener lugar o incluso tener efectos opuestos. Los ciclos económicos pueden mostrar una tendencia a la baja, la población puede aumentar más rápidamente que la oferta de capital, etc., en cuyo caso los salarios se reducirían mucho más rápidamente.

    Sin embargo, esos casos en los que un consiguiente cambio del entorno económico puede hacer permanente un aumento salarial originalmente excesivo obtenido mediante la fuerza, podrían tender a confundir el análisis teórico. Parecen dar una prueba empírica del hecho de que, mediante el dictado del poder, los salarios pueden aumentarse por encima de los límites establecidos por la productividad marginal, no solo para ese momento, sino con un efecto duradero. Sin embargo, un examen más cercano no proporciona esta prueba. El aumento salarial original fue el efecto de un dictado del poder. Sin embargo, su duración permanente no es el resultado del poder, sino influencias externas de un tercer orden, que han aumentado la productividad marginal del trabajo y con eso han aumentado el posible nivel salarial superior permanente, bastante independientemente del dictado del poder, o al menos sin una conexión necesaria con él. Tendré que volver más sobre este punto al resumir los resultados de esta investigación.

    Sin embargo, antes de esto, para completar todo, tendré que considerar la séptima posibilidad, tan pequeña, empero, en importancia práctica, como para estar fuera de toda proporción con su complejidad teórica.

  1. En la escala de posibles tipos salariales, aparece aquí entre ese salarios que ya absorbe una parte del interés y ese nivel salarial que coincide con el producto marginal del trabajo, otro tipo salarial que, aunque excede la productividad marginal del trabajo, no recorta la recompensa del capital con esta cantidad en exceso, sino que permanece dentro del producto total del trabajo. Pues cuando un número creciente de trabajadores coopera con unas existencias dadas, cada trabajador adicional que entre en juego contribuiría solo a una adición decreciente al producto conjunto.[19] El último trabajador contratado en un momento dado añade el “producto marginal”; cada uno contratado previamente añade un poco más que cada trabajador previo, dejando fuera de consideración la porción a atribuir a la contribución del capital. Ahora, si los salarios aumentan por encima del producto marginal, el empresario sufrirá una pérdida por la contratación del último trabajador o trabajadores. Sin embargo, esta pérdida puede compensarse hasta cierto punto por la ganancia de los trabajadores antes contratados. Mientras sea el caso, mientras la cantidad total de los salarios no consuma más de lo que cubre la producción conjunta de todos los trabajadores juntos, la porción del capital no tiene que reducirse.[20] La porción de salarios que exceda al producto marginal se pagará entonces a costa de los beneficios puros reales que previamente habían ido al empresario.Para los fines de esta investigación, debemos ahora preguntar si tal aumento salarial, que afecta o absorbe, por decirlo así, solo los beneficios del empresario, si se consigue temporalmente mediante un dictado del poder, podría seguir aplicándose permanentemente. La cuestión parece ser incluso más difícil de responder mediante métodos de razonamiento deductivo que en el caso de partes previas de esta investigación, ya que es completamente inapropiada para una prueba empírica. No habría falta de fuerzas compensando la continuidad del nuevo nivel salarial, sino que serían débiles y solo graduales.

    Los empresarios que sufran pérdidas por el último trabajador empleado se atreverán a reorganizar su empresa a la primera oportunidad, para reducir el número de empelados eliminando esas pérdidas causadas. Puede haber cierta oposición hacia esa reorganización por parte de lo trabajadores que no tolerarán ningún despido y esto puede posponer la eliminación del número excesivo, hasta que se produzcan vacantes naturales que no se reemplacen. Además, la mejor organización posible de la empresa con un número reducido de trabajadores requeriría un cambio en el equipamiento técnico. Si hay que evitar pérdidas extraordinarias mediante la eliminación repentina del equipamiento de capital, esto puede efectuarse también solo gradualmente, agotando el equipamiento antiguo.

    Sin embargo, durante estos periodos prolongados, que contrarrestan así la efectividad de las demás influencias, débiles por sí mismas, puede aparecer todo tipo de cambios en la situación general que afectarán a la tendencia al alza o a la baja mucho más violentamente o a contrarrestarlos completamente; las pequeñas ondas que emanan de estas influencias se desvanecerán imperceptiblemente y sin advertirlas bajo la onda mucho mayor de los nuevos factores económicos. Probar esto en la práctica sería prácticamente imposible y más debido a que los cambios en los salarios afectan solamente a los beneficios, sin afectar a los demás factores de producción, deben ser necesariamente de naturaleza muy limitada. Un aumento salarial general aplicado sobre toda la nación afectaría tanto a las empresas grandes como a las pequeñas, a las fuertes como a las débiles y un aumento que deba afrontarse totalmente con los beneficios netos de los empresarios, incluso en los tipos más débiles de empresas que los beneficios más bajos, difícilmente puede extenderse mucho. Pues tan pronto como sea apreciable, recortaría la ganancia de capital de al menos algunos empresarios, o del propio capital, en cuyo caso estaríamos en uno de los casos antes explicados. Una investigación teórica concluyente, por tanto, no debería olvidar este séptimo caso sin al menos intentar una investigación más detallada, que encontraría dificultades aún mayores que las aquí indicadas. Sin embargo, el mayor interés teórico y práctico no corresponde a este, sino al caso previo, el número seis, que se refiere a la cuestión de si alguna influencia artificial del poder puede o no se capaz de aumentar permanentemente la porción del trabajo a expensas de la del capital.

Como ha visto el lector, no fui capaz de responder afirmativamente a esta pregunta. Sé muy bien que este parte de mi creencia se encontrará probablemente con una muy fuerte oposición y que se me acusará de recaer en la vieja y superada teoría de las “leyes naturales puras” en economía. También sé que muchos encontrarán una fuerte contradicción empírica a mis opiniones en el hecho innegable de que durante las últimas décadas incontables huelgas han llevado a una mejora en el estatus económico de los trabajadores nunca anulado a posteriori y que casi universalmente y en todas partes el nivel de vida del trabajo organizado, que es capaz de aplicar la palanca del poder, es mayor que el de los trabajadores no organizados.

Pero creo que soy capaz de responder a ambas objeciones. Indudablemente nunca se me ocurriría intentar recuperar el viejo concepto de las “leyes naturales puras” en nuestra ciencia económica y por tanto a oponerme a la creencia en la efectividad de la influencia del control. Por el contrario, creo en la efectividad, de hecho en una efectividad considerable y de largo alcance, del poder, pero no creo en su omnipotencia y como un análisis cuidadoso me ha demostrado que estas influencias económicas del poder están en sí mismas basadas en motivos de interés económico propio, no puedo cerrar mis ojos al hecho de que cualquier situación creada por medio del “poder” puede en sí misma poner en juego motivos de interés propio, tendiendo a oponerse a su continuidad.

Si se induce a un empresario, mediante el motivo del interés propio, a seleccionar el “mal menor” y a permitir un aumento salarial a su costa, entonces un motivo análogo de interés propio le hará reorganizar los diversos factores de producción por medio de los cuales produce sus bienes. Si el factor de producción llamado “trabajo” se ha hecho más caro que antes, en comparación con los demás factores de producción, mediante un aumento salarial obtenido mediante amenazas, entonces es casi impensable que la misma porción relativa de los diversos factores de producción sea la más racional en un sentido económico.

Si el empresario encuentra sus manos atadas por el precio del trabajo, pero no respecto del equipamiento físico de su fábrica y desea adoptar la combinación actualmente más barata de factores de producción, preferirá una combinación diferente de la usa antes, una que le permita ahorrar en el factor ahora más caro del trabajo, igual que, por ejemplo, un aumento en el coste de la tierra puede causar una transición de métodos de cultivo extensivos a intensivos. Si, en definitiva, este ahorro en el factor ahora más caro continúa llevando a la reducción en la demanda de trabajo antes descrita, que al final hará insostenible el tipo salarial aplicado, entonces ya no es que la naturaleza haya obtenido una victoria sobre el poder, sino meramente un nuevo motivo de interés propio, producido por las condiciones cambiadas, que ha prevalecido sobre otro motivo de interés propio operativo en otra condición ya inexistente o, dicho más correctamente, el mismo motivo del interés propio que ha llevado a la selección de la combinación más favorable de los medios de producción, bajo las condiciones cambiadas, se habrá hecho sentir en una dirección diferente.

No es una creencia en “leyes económicas naturales” sino simplemente la refutación de la idea miope de que si, después de un cambio profundo en los costes de los diversos factores de producción, la tendencia del interés propio continuara funcionando en la misma dirección que antes, por consiguiente, uno tendría que someterse a los dictados del poder como si fueran impuestos por la providencia y dejar de defender el interés propio de uno. Repito categóricamente que reconozco la efectividad de la influencia del poder externo en la distribución, tanto en la teoría como, en un grado considerable, en la práctica. Y podría asimismo mencionar el hecho de que no supone ninguna diferencia si estas influencias artificiales de control externo derivan del monopolio, como en las coaliciones de sindicatos de empresarios, o de una intervención directa de la autoridad pública. La razón por la que no he mencionado o explicado específicamente este último caso es sencillamente que me parece diferir en motivo más que en método de aplicación respecto del caso mucho más frecuente del control ejercido por partes en conflicto. Creo, por ejemplo, que la fijación legal de un salario mínimo tendría que interpretarse en sus efectos de la misma manera que el dictado de salarios por un sindicato bien organizado.

Pero para no dejar ningún espacio al equívoco, resumiré una vez más los resultados de mi investigación: Temporalmente al menos, la influencia del control externo puede producir efectos intensos y de largo alcance, de hecho muy profundos. Bajo ciertas condiciones, estos efectos pueden convertirse en permanentes, particularmente cuando se apliquen simplemente a neutralizar una influencia opuesta de control que previamente había desviado la línea divisoria de su posición natural. Así, por ejemplo, una huelga puede conseguir un aumento en los salarios hasta el punto del producto marginal, cuando los empresarios hayan mantenido previamente los salarios por debajo del producto por la fuerza de su poder de monopolio. Además, cuando un desarrollo económico consiguiente transforme repentinamente la línea divisoria original artificial en una natural, la llegada del poder simplemente significa una anticipación temporal de un desarrollo que igualmente habría tenido lugar sin dicha intervención, solo que después. Finalmente, el control puede temporalmente tener igualmente éxito cuando lleva a ciertos efectos duraderos y a esfuerzos por parte del bando derrotado por mejorar su estatus económico, de forma que esta condición mejorada pueda de nuevo convertirse en la condición “natural”. Sin embargo, esta circunstancia siempre ocurrirá solo como excepción a la norma general y nunca puede esperarse con seguridad que se produzca, pero sí representa la combinación más favorable e importante de dictados efectivos del poder: Pues en este caso, y probablemente solo en este caso, podemos afirmar con cierto grado de justificación que no solo la llegada, sino asimismo la continuidad de un grado de distribución elevado por encima del tipo natural se haya causado, aunque solo sea indirectamente, a través de la influencia del poder.

Pero aparte de estos casos especiales antes explicados, no hay, en mi opinión, ningún ejemplo en el que la influencia del control pudiera durar frente a la operación suave y  lenta, pero incesante y por tanto con éxito, de las influencias contrarias de orden “puramente económico”, actuando sobre esa interferencia artificial y la nueva situación así creada.

Y espero haber dejado claro que hay una cosa más que ni siquiera el más imponente dictado de poder logrará: Nunca puede realizar nada en contradicción con las leyes económicas del valor, precio y distribución, debe estar siempre en conformidad con las mismas, no puede invalidarlas, solo puede confirmarlas y cumplirlas. Y creo que esto es la más importante, la más segura conclusión del trabajo anterior.

¿Pero qué pasa con la segunda objeción que anticipé, es decir, la supuesta contraprueba empírica de que las experiencias prácticas con huelgas y luchas salariales parecen haber proporcionado durante las pasadas generaciones?

Bueno, si se interpretan correctamente, no proporcionan tal contraprueba. Pues siempre que una huelga ha llevado un proceso resistente, siempre parece haber prevalecido  una u otra circunstancia adicional por la que, en mi opinión, puede explicarse la permanencia de este resultado. En la mayoría de estos casos de éxito, las organizaciones laborales han encontrado muy a menudo una condición favorable para sus esfuerzos, porque la competencia entre empresarios en detrimento de los trabajadores ha estado ausente. Bajo dichas condiciones, cuando las organizaciones de empresarios disfrutan de una gran ventaja sobre los trabajadores no organizados mediante su monopolio o cuasimonopolio, se aplica la influencia del poder, en el sentido de nuestra suposición teórica, simplemente para neutralizar y eliminar para siempre una influencia opuesta del poder. Esto es probablemente como mínimo una explicación razonable de la condición realmente mejorada del trabajo organizado sobre el desorganizado.

Una segunda razón para esto puede encontrarse en el hecho de que, dondequiera que en el mundo económico esté a punto de producirse un aumento en los salarios, el trabajo organizado puede acelerar su llegada utilizando su poder y estar así siempre un paso por delante del trabajo desorganizado. Y, finalmente, uno no debería olvidar el hecho de que a veces solo parece como si las condiciones entre el trabajo organizado hubieran mejorado. Pues como los trabajadores más hábiles o mejor cualificados están más a menudo en la posición ventajosa de organizarse que los trabajadores comunes o no cualificados, el contraste entre trabajo organizado y desorganizado puede a menudo coincidir con el de el trabajo cualificado y no cualificado. El primero, en virtud de leyes económicas generales, tiene en sí mismo una demanda de salarios superiores a los de los trabajadores comunes. El mayor nivel salarial de los sindicatos comparado con el trabajo desorganizado no debe, o al menos no única y exclusivamente, atribuirse a la influencia del poder ejercido por sus sindicatos.

Además, nuestra generación ha pasado y está pasando por un periodo en el que, aparte de fluctuaciones efímeras, la tendencia general del progreso económico fue y es continuamente muy favorable a un aumento en los salarios. Por tanto nunca ha sido realmente posible comprobar por medio de experimentos u observación real si un aumento forzoso en los salarios, conseguido por medio de una huelga, no podría tan vez haber sido de nuevo gradualmente demolido por esas contrafuerzas que funcionan suave y lentamente, a cuyos efectos socavadores me he referido antes. En todo caso, siempre hay una gran cantidad de influencias externas contrapositoras y modificadoras, que, en la mayoría de los casos, en sus resultados netos, fueron favorables a la elevación de la productividad del trabajo y el aumento de su producto marginal, que por sí solo determina finalmente el tipo salarial.

Y así la gran parte de los considerables y duraderos aumentos salariales de la generación pasada pueden explicarse fácilmente por los factores combinados a los que me referí en mi análisis: Al principio, estos aumentos salariales los causaron sindicatos y huelgas. Pero la razón por la que pudieron mantenerse sin ser rescindidos fue que el magnífico progreso de nuestro tiempo produjo constantemente esas grandiosas mejoras técnicas, métodos mejorados de utilización del trabajo humano y coincidió con un aumento sustancial de la población y un aumento del capital aún mayor. Pero no tenemos forma de demostrar cómo hubieran sido las cosas o cómo serían hoy si esas huelgas con éxito hubieran llevado a un periodo de depresión o de progreso lento y moderado, en lugar de coincidir con periodo del mayor magnífico progreso, tan impetuoso que muchos ciegos entusiastas ha empezado a cuestionar seriamente los sólidos fundamente de la “ley de la población” de Malthus.

Y finalmente, también hay un sentido en que solamente se crea la impresión de un aumento salarial duradero, cuando en realidad no ha tenido lugar ningún aumento en absoluto. Muchos aumentos salariales obtenidos mediante huelgas se han neutralizado, no mediante ninguna reducción salarial formal, sino mediante el aumento en el coste de la vida. En qué medida un posterior aumento en los precios de ciertos medios importantes de subsistencia, junto con un aumento general indirecto en el coste de la vida mediante la depreciación del dinero ha privado de su realidad a los aumentos salariales y los ha transformado en aumentos monetarios nominales sin importancia, es una pregunta muy discutida. Personalmente, en modo alguno estoy de acuerdo con la opinión expresada a menudo por los socialistas de que los aumentos salariales obtenidos durante la pasada década prebélica hayan desparecido todos de esta manera. Más bien creo que una considerable parte de ellas han sido de carácter verdadero y permanente, pero esto es verdad solo en parte y respecto de la otra parte, ese proceso de absorción mediante contrafuerzas silenciosas e imperceptibles, al que ya me he referido, ha tenido lugar realmente: es la misma historia de una forma diferente.

Puede ser que mi análisis, que personalmente no considero exhaustivo en modo alguno, pueda tener que ampliarse, desarrollarse y corregirse en muchos puntos. Para mí, lo esencial es que en los problemas aquí explicados necesitamos, en todo caso, un nuevo método de aproximación, libre de la idea preconcebida de que toda esta cuestión se ha resuelto hace mucho tiempo. La lucha entre las categorías natural y social se ha efectuado dos veces en la ciencia económica y en ambos casos se ha decidido por un error en el juicio: la primera vez por los clásicos a favor de un bando que fue el de las leyes naturales; la segunda vez en las teorías modernas de la distribución social con una parcialidad similar a favor del control social. Lo que hace falta es instituir de nuevo todo el procedimiento y acabarlo, sin prejuicios, basándose en la verdad trivial, no reconocida hasta ahora suficientemente, de que la influencia del control social sí armoniza y debe hacerlo con las fórmulas y leyes de la teoría económica pura.

Para evitar finalmente nuevos equívocos, dejadme añadir una última palabra que no debería quedar sin decir aquí. John Bates Clark, a quien tuve que oponerme polémicamente en varias ocasiones sobre cuestiones importantes y a quien considero una de las autoridades más originales y profundas de nuestra ciencia, en cierta ocasión ha establecido una línea de demarcación muy importante y clara con los términos felices y característicos de distribución “funcional” y “personal”.[21]

La distribución “funcional” determina el tipo de acuerdo con el que los factores individuales de producción han de recompensarse por su participación en la producción, independientemente de la persona que haya hecho esa contribución y sin considerar la cuestión de si cualquier persona individual ha contribuido mucho o poco. La distribución funcional explica así la división del dividendo total nacional entre las grandes categorías de salarios, renta, capital y beneficios.

Sin embargo la distribución “personal” explica el tamaño de la participación que cada individuo obtiene por sí mismo del dividendo nacional sin considerar la función de la que lo obtiene y particularmente independientemente de si recibe su participación de una función varias a las que contribuyó simultáneamente.

La distribución funcional explica salarios altos y bajos, tipos de interés altos y bajos, etc.; la distribución personal explica rentas grandes y pequeñas, indicando cómo una y la misma renta de 100.000$ bien puede resultar de salarios de un presidente de banco bien pagado o de una renta o de un interés alto o bajo o de una mezcla de varios tipos funcionales de ingresos o cómo una renta modesta de 1.000$ puede ser igualmente la de un trabajador sin capital o la de un pequeño capitalista o terrateniente.

La distribución funcional explica relativamente unos pocos hechos sencillos de naturaleza general; la distribución personal nos da retratos coloridos, de tipo mosaico, que resultan de la aplicación de esas leyes sencillas y general de la distribución a una vasta variedad de datos y explica la función, cantidades y calidades con las que ha contribuido cada individuo a la producción total. El objeto principal de toda teoría científica de la distribución, y por tanto también el objeto sobre el que se han centrado las viejas disputas referidas antes, es la distribución funcional.

Estas indicaciones que he hecho respecto de las limitaciones del control externo de la distribución se aplican solo a la distribución funcional. Respecto de la influencia del control en la distribución personal, los límites son infinitamente más elásticos, tanto en cuanto a intensidad como a la efectividad duradera de esa influencia. Como el control externo puede también cambiar permanentemente los demás factores a los que se aplican las leyes de distribución funcional, puede ocurrir que ciertos efectos en la esfera de la distribución personal puedan producirse sin limitación temporal. Cuando el gobierno de un país convierte a los proletarios en terratenientes mediante la distribución de tierras, ellos y sus descendientes, para siempre, encuentran su renta aumentada en la renta de la tierra, bastante independientemente cómo se dibuje la línea de división entre la renta de la tierra y los salarios del trabajo en la distribución funcional. Y si un estado socialista debe introducir la propiedad común de todos los medios de producción y transformar todo el capital y toda la tierra en propiedad social, en el producto del que cada miembro de la sociedad participa de una manera u otra, entonces para todo el futuro, o al menos mientras pueda continuar ese orden socialista, todas las participaciones personales estarían, de la misma manera o en una similar, compuestas del producto del trabajo de cada uno y en igual contribución del producto de la propiedad social, de una forma que difiera amplia y permanentemente de nuestro sistema actual de distribución personal.

Este ensayo se publicó por primera vez en diciembre de 1914, pocos meses después de su fallecimiento. Fue traducido del original en alemán al inglés por el Dr. John Richard Mez, de la Universidad de Oregón y publicado pro primera vez en 1931.


[1] “Die Soziale Kategorie in der Volkswirtschaftslehre,” Berlín 1896; “Der Zweck in der Volkswirtschaft,” Berlín 1909.

[2] Puedo referirme, por ejemplo a mi comentario respecto a las dos partes complementarias de la teoría de precios, publicado ya en 1886.

Ver mis “Foundations of the Theory of Economic Value”, en Conrad’s Jahrbuecher, N.F. 1886, Bd. XIII, pp. 486; y mi Teoría positiva del capital, Cap. IV.

[3] Por supuesto debe existir siempre cierto mínimo de interferencia exterior, como se verá posteriormente con detalle, porque siempre debe existir un orden social de algún tipo.

[4] Unos pocos intentos gratificantes de rellenar este hueco han empezado a aparecer en literatura inglesa y estadounidense recientes, particularmente en forma de un estudio cuidadoso de la teoría de los precios de monopolio. Pero estos intentos no bastan para hacer superflua la presentación ofrecida en estas páginas.

[5] Ver Teoría positiva, 3ª ed. Capítulo IV.

[6] Revisión en el Vol. 21 de Zeitschrift für Volkswirtschaft, Sozialpolitik und Verwaltung, 1912, p. 284; de forma similar también en Oswald versus Liefmann en Zeitschrift für Sozialwissenschaften, N.F.

[7] Teoría positiva del capital, Libro III, Capítulo IX sobre la Teoría de los bienes complementarios (Teoría de la imputación).

[8] Teoría positiva, Libro III, Capítulo IX.

[9] Naturalmente, no puedo revisar, de paso, toda la difícil y complicada teoría de la distribución con todos sus detalles y tengo que pedir a los lectores que estén interesados en la explicación completa de las conclusiones anteriores que lean la explicación más completa que doy en mi Teoría positiva del capital.

[10] Teoría positiva, Libro IV, Capítulo II.

[11] Tengo que llamar la atención a quienes estén familiarizados con la teoría hacia el hecho de que todo lo que dicho aquí está completamente conforme con la llamada “teoría de la utilidad marginal”, incluso en las partes donde tuve que ocuparme del concepto de la utilidad total. Pues esto es simplemente una expresión introducida en la teoría moderna del valor, principalmente por la Escuela Austriaca, como uno de sus rasgos especialmente característicos. Por supuesto, esta misma teoría cubre y explica aquellos casos en los que la valoración se basa en la utilidad total como en aquellos casos mucho más frecuentes en los que la valoración tiene lugar literalmente a partir de una “utilidad marginal”. (Ver mi Teoría positiva del capital, Libro III).

[12] He demostrado eso, y cómo  los intereses bajos y los salarios altos tienden a un alargamiento, y los intereses altos y los salarios bajos, a un acortamiento del periodo medio de producción, en mi Teoría positiva del capital, Libro VI, Capítulo X.

[13] Ver el prólogo a mi Teoría positiva del capital.

[14] No quiero tener en cuenta que el supuesto aumento en los precios aumentaría también el nivel de vida al que los trabajadores tendrían que mantenerse; sin embargo, esto se vería compensado por el tipo de interés más bajo con el que las “clases propietarias” tendrían que contentarse después de la eliminación del interés sobre el capital.

[15] Libro VII, Capítulo III.

[16] Sobre este tema, ver mi explicación detallada en la Teoría positiva del capital, particularmente la comparación en la tabla de la p. 451, a la que solo quiero añadir que la suposición de una competencia totalmente perfecta se ha eliminado en este caso por nuestra suposición actual. Al menos en el lado de los trabajadores que han renunciado a pedir  menos cooperando estrictamente entre sí.

[17] Me doy cuenta de que un alargamiento y acortamiento del proceso de producción no se puede llevar a cabo de inmediato, sin problemas, ya que siempre afecta a toda la estructura del capital fijo. Pero, por otro lado, es difícilmente probable que el péndulo oscile al completo extremo  de una completa desaparición del interés y de vuelta al punto de partida original. Sería mucho más probable que esas fuerzas económicas que mueven al péndulo de vuelta desde el extremo hasta el punto de partida intervengan  mucho antes de que se haya llegado a  ese punto y a mantener la oscilación del péndulo dentro de límites mucho más estrechos, restringiendo así  los cambios técnicos en la producción  necesarios en adaptación de los precios respectivos de los factores de producción. Pero como no quiero hacer ninguna omisión en el método de presentación, ansío considerar también los casos extremos, con sus contraefectos, como si ocurrieran realmente en la práctica en la vida.

[18] Comparar este problema con la interesante explicación en Cassel “Nature and Necessity of Interest”, pp. 144 y ss.

[19] De acuerdo con una variación no del todo incontestadas de la ley de los “retornos decrecientes”.

[20] Quiero indicar que, al razonar esto, omito a propósito todas aquellas pérdidas que puedan ser causadas por la eliminación parcial de trabajadores mediante interferencia con la organización existente. Supongo, por decirlo así, una empresa que puede reorganizarse sin dificultad, como se indicó antes, cuando dije que el capital empleado iba a ser constante en su cantidad, aunque no en su composición física.

[21] Distribution of Wealth, p. 5.

Publicado el 24 de noviembre de 2007. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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