[El 27 de octubre, mientras los residentes en la Costa Este se preparaban para el huracán Sandy, el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie amenazó a los “aumentadores de precios” con duras sanciones. Como apuntaba David Brown en el Mises Daily del 17 de agosto de 2004, poco después de que el huracán Charley azotara Florida, con pésimo tiempo es cuando necesitamos más los precios del mercado. El capitalismo necesita más amigos del tiempo pésimo, no amigos del buen tiempo como Christie]
En la tarde antes de que el huracán Charley azotara el centro de Florida, los presentadores de noticias, Bob Opsahl y Martie Salt del Canal 9 de Orlando se quejaban de “indudablemente no necesitamos” vendedores que se aprovechen de la inminente tormenta aumentando sus precios para productos de emergencia que se necesitan urgentemente.
En los días anteriores a la llegada del huracán, muchos otros reporteros y cargos públicos han expresado sentimiento similares. Hay leyes contra el aumento de precios durante un desastre natural. Se llama “aumentar precios” (“price gouging”). El fiscal general del estado ha asegurado a los habitantes de Florida que va a ir a por ellos. Hay incluso un teléfono al que puedes llamar si adviertes que una tienda cobra para un bien que necesitas urgentemente un precio superior al que pagaste antes de que su demanda se disparara. Las multas son duras: hasta 25.000$ diarios para violaciones múltiples de la norma.
Pero ofrecer bienes a la venta es en sí mismo “aprovecharse” de los clientes. Los clientes también se “aprovechan” de los vendedores. Ambas partes ganan en el comercio. En un mercado no intervenido, el interés propio de los vendedores que proporcionan bienes que se necesitan urgentemente encaja maravillosamente con el interés propio de los consumidores que de necesitan urgentemente estos bienes. En un mercado, tenemos mecanismos de precios para garantizar que cuando haya cualquier cambio drástico en la oferta de un bien o la demanda de un bien, los actores económicos puedan responder apropiadamente, teniendo en cuenta la nueva información e incentivos. Si eso es rapacidad, que haya rapacidad.
Los precios son como se asignan en los mercados los bienes escasos de acuerdo con las condiciones reales. Cuando aumenta la demanda, los precios suben, si todo lo demás sigue igual. No es inmoral. Si los naranjales se hielan (o los devasta el huracán Charley), lo que lleva a que haya menos naranjas en el mercado, el precio en este va a subir como consecuencia de la menor oferta. Y si la demanda de un bien se interrumpe repentinamente o la oferta de un bien se expande repentinamente, los precios bajan. ¿Debería ser también ilegal rebajar los precios?
En el mismo noticiero, Salt y Opsahl informaban de que una gasolinera local se había quedado sin gasolina y que el propietario esperaba recibir más a medianoche. Otras estaciones del centro de Florida se han quedado también sin gasolina, especialmente en los días posteriores a que el huracán azotara nuestra área. Los cortes de electricidad persisten para muchos hogares y negocios y las carreteras están bloqueadas por árboles, líneas eléctricas y pedazos de tejados, así que es difícil conseguir nuevos suministros. Aun así es ilegal para vendedores de alimentos, agua, hielo y gasolina responder a las escaseces y dificultades de reposición aumentando sus precios.
Si esperamos que los clientes sean capaces de obtener lo que necesitan en una emergencia, cuando se dispara la demanda debe dejarse y animarse a los vendedores a aumentar sus precios. Así es más probable que se mantenga el suministro y que la gente que más urgentemente necesite un bien concreto pueda obtenerlo. Esto es especialmente importante durante una emergencia. El aumento de precios salva vidas.
¿Qué ocurriría si se permitiera subir a los precios desafiando al gobierno?
Bueno, consideremos el hielo. Antes de que llegara Charley, pocos en el centro de Florida habían acumulado hielo. Parecía que la tormenta iba a bordear nuestra parte del estado. Sin embargo, el día de su llegada, viró al este, contra todas las predicciones meteorológicas. Después de que Charley atravesara el centro de Florida, cuantos de miles de residentes allí se vieron inesperadamente privados de energía eléctrica y por tanto de refrigeración. De ahí el enorme aumento en la demanda de hielo.
Supongamos que una pequeña tienda en Orlando tiene diez bolsas de hielo en existencias, antes de la tormenta, y ha estado vendiendo a 4,39$ la bolsa. Con estas existencias, podría normalmente esperar vender una o dos bolsas al día. Sin embargo, tras el huracán Charley, diez vecinos llegan a la tienda a lo largo del día para comprar hielo. La mayoría quieren comprar más de una bolsa.
¿Qué ocurre entonces? Si se mantiene el precio en 4,39$ la bolsa porque el dueño de la tienda teme la ira del Fiscal General del estado, Charlie Crist, y el dedo acusador de los presentadores locales de noticieros, las primeras cinco persona que quieran comprar hielo podrían obtener todas las existencias. La primera persona compra una bolsa, la segunda compra cuatro, la tercera dos, la cuarta dos y la quinta una. Las últimas cinco personas no consiguen ningún hielo. Pero uno o más de los últimos cinco solicitantes puede necesitar el hielo más desesperadamente que cualquier de los cinco primeros.
Pero supongamos que el dueño de la tienda está operando en un mercado no intervenido. Dándose cuenta de que mucha más gente de la habitual demanda ahora hielo y también de que con las líneas de suministro temporalmente interrumpidas será difícil o imposible conseguir más hielo durante al menos varios días, recurre al aumento de precios a, digamos, 15,39$ la bolsa.
Ahora los clientes actuarán más económicamente con respecto a la oferta disponible. Ahora la persona con 60$ en la cartera y que ha estado dispuesto a pagar 17$ para comprar 17$ para comprar cuatro bolsas de hielo puede estar dispuesto a pagar por solo una o dos bolsas (porque necesita el efectivo disponible para otras necesidades inmediatas). Algunas de las personas que busquen hielo pueden decidir que tienen una reserva suficientemente grande de comida enlatada en su casa, así que no necesitan preocuparse por conservar la libra de carne de vacuno que hay en su congelador. Pueden dejar de comprar hielo, aunque puedan “permitírselo” en el sentido de que tienen billetes de 20$ en la cartera. Entretanto, los rezagados que en el primer escenario no tenían ninguna oportunidad de comprar hielo serán ahora capaces de hacerlo.
Advirtamos que incluso si el dueño de la tienda se equivoca en qué precio debería tener su hielo, bajo este escenario, los vendedores de todo el centro de Florida estarían compitiendo para encontrar el precio correcto para atender la demanda y maximizar su beneficio. Así que si la décima persona que aparece en la tienda necesita hielo desesperadamente y pierde por poco su posibilidad de comprarlo en la tienda de nuestro ejemplo, sigue teniendo muchas más posibilidades de obtener hielo en la misma calle en algún otro lugar que tenga una pequeña reserva de hielo.
De hecho, bajo este segundo escenario (el escenario del mercado) los vendedores pelean por tener hielo disponible y por anunciar esa disponibilidad por cualquier medio disponible dentro de la falta de energía. Los vendedores que se habrían quedado en casa hasta que la energía se hubiera restaurado completamente podrían ahora trasladarse heroicamente para mantener abiertas sus tiendas y hacer que las existencias que haya estén disponibles para los consumidores.
El “problema” del “aumento de precios” no se resolverá tampoco imponiendo racionamientos junto a controles de precios. El racionamiento del hielo a precios controlados seguiría manteniendo un precio artificialmente bajo para el hielo, así que el día después de que pase la tormenta seguiría sin haber incentivo económico para los vendedores de hielo para tratar de mantener hielo disponible, dado el suministro limitado que no puede reponerse inmediatamente. Y aunque es cierto que el racionamiento podría impedir que la persona pueda comprar fácilmente cuatro bolsas de hielo (al menos en una tienda con un empleado especialmente diligente), también dicho racionamiento impedirá que quien necesite desesperadamente esas cuatro bolsas las pueda conseguir.
Nadie conoce las circunstancias locales y necesidades de los vendedores y compradores mejor que los propios vendedores y compradores individuales. Cuando se les permite responder a la demanda real y la oferta real, los precios y beneficios comunican la información e incentivos que requiere la gente para atender sus necesidades económicamente a partir de todas las circunstancias relevantes. No hay sustitutivo del mercado. Y no debería sorprendernos que la intervención de mando y control en el mercado no pueda reproducir lo que los actores económicos logran por sí mismos si se les permite actuar de acuerdo con su propio interés y conocimiento de su propio caso.
Para ya sabemos todo esto. Sabemos que la gente hizo grandes colas para comprar gasolina durante la década de 1970 porque todo el país fue tratado como si hubiera sido azotado por un huracán que nunca fuera a pasar. Sabemos asimismo que tan pronto como se levantaron los controles de precios a la gasolina, desaparecieron las colas, como si se hubiera pulsado un botón para arrancar toda la economía.
Una cosa con muy poca oferta entre los presentadores de noticieros y cargos oficiales con dedos acusadores es una comprensión de economía elemental. Tal vez la FEMA pueda enviar unas pocas cajas de La economía en una lección de Henry Hazlitt a Bob y Martie y todos los demás presentadores y cargos públicos. A esto debería seguirle un barco lleno de ejemplares de Capitalism: A Treatise on Economics, de George Reisman, que ofrece una maravillosa y convincente explicación de los precios los efectos de interferir en estos. También sería estupendo algo antiguo de Mises y Hayek. Pero al menos Hazlitt.
“Aumentar los precios” no es más que cobrar lo que muestre el mercado. Si eso es inmoral, entonces todos los ajustes del mercado a circunstancias cambiantes son “inmorales” y los mercados son por sí mismos inmorales. Pero no es el caso. Y no creo que el dueño de una tienda que gane dinero satisfaciendo las necesidades urgentes de sus clientes sea tampoco inmoral. Se llama ganarse la vida. Y, tras el huracán Charley, sobrevivir.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.