[Reassessing the Presidency: The Rise of the Executive State and the Decline of Freedom • John V. Denson, editor • Ludwig von Mises Institute, 2001 • 745 páginas]
Imaginemos que hay un equivalente a los Premios de la Academia para políticos. Hemos llegado al gran momento.
“Y el Oscar para el mejor presidente es para… ¿eh?… ¿Martin Van Buren?”
Casi nadie piensa nunca en absoluto en Martin Van Buren, mucho menos como el mejor presidente estadounidense, pero en este magnífico tesoro oculto de iconoclastia histórica, encontraremos el ensayo de Jeffrey Rogers Hummel, “Martin Van Buren: The American Gladstone”, en el que afirma que que el presidente que menos traicionó la filosofía de los Fundadores fue en realidad “el zorro rojo de Kinderhook”.
El logro aquí de John Denson es juntar 23 ensayos ocupándose de diversos presidentes individualmente y del poder presidencial en general. La perspectiva de todos los escritores es clásicamente liberal y eso genera una inversión completa de la visión histórica habitual de la presidencia. La mayoría de los historiadores tiene una inclinación estatista que les hace tender a considerar como “grandes” a presidentes que expandieron el poder del gobierno federal.
Los escritores que ha reunido Denson, por el contrario, analizan a los presidentes por su fidelidad a la Constitución. Si queréis armaros para dedicaros al combate intelectual con gente que sigue las ideas convencionales de la historia presidencial, este libro es una necesidad absoluta.
Hay tanto en este grueso volumen que no es posible hacer más que mencionar unos pocos favoritos personales, aunque ninguno de los ensayos decepciona-
El primer ensayo del libro, “Rating Presidential Performance”, del conocido equipo de economistas, Richard Vedder y Lowell Gallaway, se pregunta si podría darse el caso de que los presidentes se inclinen hacia el “activismo” (lo que equivale a decir, al agrandamiento de poder federal, especialmente el ejecutivo) porque eso es lo apropiado para crearse un legado histórico. Escriben: “Si los investigadores de la presidencia, en general, tienen una inclinación hacia el activismo, supondríamos que habría una relación positiva entre el crecimiento del tamaño relativo del gobierno durante una presidencia y la reputación de ese presidente entre los investigadores de la presidencia”.
Los autores proceden a comparar las clasificaciones de presidentes realizadas por varios investigadores, que invariablemente conceden “grandeza” a quienes expandieron enormemente el poder federal, con su propia clasificación, que da puntuaciones altas por mantener bajo (mejor aún, disminuir) el presupuesto federal. Vedder y Gallaway consideran como nuestros mejores presidentes a gente como Andrew Johnson y Warren Harding, que disminuyeron las bestias federales hinchadas por la guerra.
H. Arthur Scott Trask analiza de nuevo a Thomas Jefferson. Indudablemente, Jefferson no fue uno de los grandes agrandadores, pero tampoco se ajustó estrictamente los principios de la Fundación. Fue elegido con la promesa de una nueva “revolución” que desharía los excesos federalistas. Sin embargo Trask concluye que “El fracaso de Jefferson en institucionalizar su ‘revolución’ se debió a su errónea fe en el buen sentido de la gente. Simplemente no podía creer que nunca descartaran la Constitución y sus restricciones al poder por la atracción de un estado enérgico que podría conseguir ‘grandes’ cosas. Estaba equivocado”.
El ensayo de Richard Gamble “Woodrow Wilson’s Revolution Within the Form” proporciona al lector una visión notablemente aguda de nuestro empalagoso presidente de Princeton. Cita el primer discurso de toma de posesión de Wilson: “Ha habido un cambio de gobierno”, entonaba Wilson. Por tanto, el gobierno de EEUU se “pondría al servicio de la humanidad”.
El desastroso cambio de ocuparte más o menos de tus propios asuntos y dejar que los ciudadanos estadounidenses decidan si quieren hacer algo para ayudar a la “humanidad” al estado metomentodo que tenemos ahora es obra de Wilson. El análisis de Gamble es como una navaja de afeitar. “Wilson era un revolucionario gnóstico al nivel más elemental en el sentido de que quería rechazar el pasado haciendo la guerra contra las instituciones del pasado”.
La estrella de Harry Truman ha estado en ascenso en décadas recientes, con algunos historiadores poniéndole en la categoría de “casi grande”. Ralph Raico aplasta esa idea con su ensayo “Harry S. Truman: Advancing the Revolution”. Lejos del hombre de sentido común que habla claro que pintan sus admiradores modernos, Truman fue un ardiente estatista discípulo de Franklin Roosevelt, que fue contenido en sus muchos escandalosos ataques a la libertad estadounidense solo porque el Congreso los evitó.
Por ejemplo, cuando los trabajadores del ferrocarril fueron a la huelga en 1946, Truman quiso responder enviándoles al ejército. Su Fiscal General le dijo que la Ley de Reclutamiento existente no le daba ese poder, así que se redactó apresuradamente una propuesta de ley que aprobó la Cámara abrumadoramente.
Afortunadamente, el Senado tuvo la sensatez de rechazar la propuesta. Otro claro ejemplo de la mentalidad de Truman fue su propuesta de que el gobierno se apropiara de la industria de empaquetado de carne cuando, debido a la continuación de los controles de precios en tiempo de guerra, la nación afrontó una escasez de carne. Raico escribe: “siempre un demagogo ordinario, [Truman] puso en la picota al sector cárnico como responsable de la escasez”. La idea de nacionalizar el sector cárnico se abandonó solo porque se consideró ‘impracticable’”.
No son sino unos pocos sabrosos bocados. Compre este fabuloso libro para tomarse todo el festín.
Publicado el 22 de octubre de 2002. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.