La lucha de clases

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[An Austrian Perspective on the History of Economic Thought (1995)]

Incluso asumiendo que existiera la inexplicada incompatibilidad entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, ¿Por qué no debería esta incompatibilidad continuar para siempre? ¿Por qué no debería la economía caer sencillamente en un estancamiento permanente de las fuerzas tecnológicas? La “contradicción”, por decirlo así, era escasamente suficiente como para generar el objetivo de Marx de la inevitable revolución comunista.

La respuesta que proporciona Marx es que el motor de las inevitables revoluciones en la historia, es el inherente conflicto de clase, las luchas inherentes entre clases económicas. Pues, además del sistema de derecho de propiedad, una de las consecuencias de las relaciones de producción, determinadas por las fuerzas productivas, es la “estructura de clase” de la sociedad. Para Marx, las limitaciones son invariablemente aplicadas por las “clases dirigentes” privilegiadas, que de alguna manera sirven como sucedáneas o encarnaciones vivientes de las relaciones sociales de producción y el sistema legal de propiedad. Por el contrario, otra clase económica inevitablemente “en alza” encarna de alguna manera a las tecnologías y modos de producción de los oprimidos o sometidos. La “contradicción” entre las fuerzas productivas materiales sometidas y las relaciones materiales de producción sometidas se encarna así en una determinada lucha de clases entre las clases “en alza” y “dirigente”, que están condenadas, por la dialéctica (materialista) inevitable de la historia a ocasionar una revolución triunfante por parte de la clase en alza. La exitosa revolución proporciona por fin armonía a las relaciones de producción y las fuerzas productivas materiales o sistema tecnológico. Todo es entonces pacífico y armonioso hasta después, cuando posteriores desarrollos tecnológicos dan lugar a nuevas contradicciones, nuevos sometimientos y nuevas luchas de clases que ganarán la clases económicas en alzas. De esa forma, el feudalismo, determinado por el molino manual, da lugar a las clases medias cuando se desarrolla la máquina de vapor, y las clases medias en alza, los sucedáneos vivientes de la máquina de vapor, eliminan el sometimiento impuesto por la clase de los señores feudales. Así, la dialéctica materialista toma un sistema socioeconómico, por ejemplo, el feudalismo, y reclama que “dé lugar” a su opuesto o “negación” y su inevitable remplazamiento por el “capitalismo”, que así “niega” y trasciende al feudalismo. Y de la misma manera, la electricidad (o lo que sea) inevitablemente dará lugar a una revolución proletaria que permitirá que la electricidad triunfe sobre el sometimiento que le impusieron los capitalistas.

Es difícil explicar esta postura sin rechazarla inmediatamente como una tontería. Además de todos los defectos en el materialismo histórico que hemos visto antes, no hay cadena causal que enlace una tecnología a una clase o que permita a las clases económicas encarnar ni tecnología ni sus “relaciones de producción” de sometimiento. No se da ninguna razón por la que estas clases deban o al menos puedan plausiblemente actuar como marionetas determinadas a favor o en contra de las nuevas tecnologías. ¿Por qué deben los señores feudales tratar de suprimir la máquina de vapor? ¿Por qué no pueden los señores feudales invertir en máquinas vapor? ¿Y por qué no pueden los capitalistas invertir alegremente en electricidad como lo hicieron en vapor? De hecho, han invertido encantados en electricidad y en cualquier otra tecnología económica de éxito (así como en crearlas, para empezar). ¿Por qué están los capitalistas inevitablemente oprimidos bajo el feudalismo y por qué el proletariado está igualmente inevitablemente oprimido bajo el capitalismo? (Sobre el intento de Marx de responder a esta última pregunta, ver más abajo).

Si, finalmente, la lucha de clases y la dialéctica materialista producen una inevitable revolución proletaria, ¿por qué la dialéctica, como mantiene por supuesto Marx, llega a su fin en ese punto? Porque algo crucial para el marxismo, como para otros credos milenaristas y apocalípticos, es que la dialéctica no puede continuar eternamente. Por el contrario, el milenarista, pre o postmilenarista, invariablemente ve el final de la dialéctica, o de la historia, como inminente. Muy pronto, inminentemente, la tercera era o la vuelta de Jesús, o el Reino de Dios en la tierra, o el completo autoconocimiento del hombre-Dios, pondrán en la práctica fin a la historia. También la dialéctica atea de Marx veía la inminente revolución proletaria, que, después de la etapa de “crudo comunismo”, producirá un “comunismo superior” o quizá una etapa de “más allá del comunismo”, que sería una sociedad sin clases, una sociedad de total igualdad, sin división del trabajo, una sociedad sin dirigentes. Pero como la historia es una “historia de luchas de clase” para Marx, la fase definitiva del comunismo sería la final, de forma que, en la práctica, la historia llegaría así a su fin.

Los críticos de Marx, de Bakunin a Machajski a Milovan Djilas, por supuesto han apuntado, tanto proféticamente como en retrospectiva, que la revolución proletaria, sea cual sea su etapa, no eliminaría las clases, sino, por el contrario, establecería una nueva clase de gobernantes y gobernados. No habría igualdad, sino otra desigualdad de poder e inevitablemente de riqueza: la élite oligárquica, la vanguardia, como gobernantes, y el resto de la sociedad, como gobernados.

Para redondear su sistema, a Marx le interesaban las obras dialécticas del pasado, los pasajes del despotismo oriental o el “modo asiático de producción” del mundo antiguo, de ahí al feudalismo y del feudalismo al capitalismo. Pero su interés principal, comprensiblemente, era demostrar el mecanismo concreto por el que se suponía que el capitalismo daría paso, inminentemente, a la revolución proletaria. Después de trabajar en este amplio sistema, el resto de la vida de Marx se dedicó principalmente a demostrar y desarrollar estos supuestos mecanismos.


Publicado el 27 de noviembre de 2012. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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