El hecho más notable de la historia de nuestra época es la sublevación contra el racionalismo, la economía y la filosofía social utilitaria; es la mismo tiempo una sublevación contra la libertad, la democracia y el gobierno representativo. Es habitual distinguir dentro de este movimiento un ala derecha y un ala izquierda. La distinción es falsa. La prueba es que es imposible clasificar en ninguno de estos grupos a los líderes del movimiento.
¿Era Hegel un hombre de la izquierda o de la derecha? Tanto los hegelianos de izquierdas como los de derechas tenían indudablemente razón al referirse a Hegel como su maestro. ¿Era Geroge Sorel un izquierdista o un derechista? Tanto Lenin como Mussolini fueron sus discípulos intelectuales. A Bismarck se le considera normalmente como un reaccionario. Pero su plan de seguridad social es el súmmum del progresismo actual. Si Ferdinand Lassalle no hubiera sido hijo de judíos, los nazis le llamarían el primer líder laborista alemán y fundador del partido socialista alemán, uno de sus grandes hombres. Desde el punto de vista del verdadero liberalismo, todos los defensores de la doctrina del conflicto forman un partido homogéneo.
La principal arma aplicada tanto por los antiliberales de derechas como por los de izquierdas es acudir a los nombres de sus adversarios. Al racionalismo se lo califica como superficial y antihistórico. Al utilitarismo se lo etiqueta como el sistema principal de una ética de corredor de bolsa. Además, en los países no anglosajones, se lo califica como producto de la “mentalidad del buhonero” británica y de la “filosofía del dólar” estadounidense. Se desdeña la economía como “ortodoxa”, “reaccionaria”, “realismo económico” e “ideología de Wall Street”.
Es triste que la mayoría de nuestros contemporáneos no estén familiarizados con la economía. Todos los grandes temas de las disputas políticas actuales son económicos. Incluso si no tenemos en cuenta el problema fundamental del capitalismo y socialismo, debemos darnos cuenta de que los asuntos discutidos diariamente en la escena política solo pueden entenderse por medio del razonamiento económico. Pero la gente, incluso los líderes cívicos, políticos y editores, rehúyen ocuparse seriamente de los estudios económicos. Están orgullosos de su ignorancia. Temen que familiarizarse con la economía pueda interferir con la ingenua confianza y complacencia en sí mismos con la que repiten lemas recogidos sobre la marcha.
Es altamente probable que no más de uno de cada mil votantes conozca lo que dicen los economistas acerca de los efectos del salario mínimo, ya sea fijado por decreto del gobierno o por presión y fuerza de los sindicatos. La mayoría de la gente da por sentado que aplicar salarios mínimos por encima de los niveles salariales que se habrían establecido en un mercado laboral no intervenido es una política beneficiosa para todos lo que quieren ganarse un sueldo. No sospechan que esos salarios mínimos deben generar un desempleo permanente de una parte considerable de la fuerza laboral potencial. No saben que incluso Marx negaba categóricamente que los sindicatos puedan aumentar las rentas de todos los trabajadores ni que los marxistas coherentes en los primeros tiempos se oponían por tanto a cualquier intento de decretar salarios mínimos.
Tampoco se dan cuenta de que el plan de Lord Keynes para alcanzar el pleno empleo, tan entusiastamente apoyado por todos los “progresistas”, se basa esencialmente en una reducción del nivel de los salarios reales. Keynes recomienda una política del expansión del crédito porque cree que “una rebaja gradual y automática de los salarios reales como consecuencia de los precios crecientes” no sería tan contestada por los trabajadores como cualquier intento de rebajar los salarios monetarios.#
No es exagerado afirmar que en relación con este problema primordial los expertos “progresistas” no difieren de aquéllos despreciados popularmente como “reaccionarios hostiles a los trabajadores”. Pero entonces la doctrina de que prevalece un conflicto irreconciliable de intereses entre empresarios y empleados está desprovista de cualquier fundamento científico. Un aumento final en los salarios de todos lo que estén dispuestos a ganárselos solo puede conseguirse por la acumulación de capital adicional y la mejora de los métodos técnicos de producción que hace viable esta riqueza adicional. Coinciden los intereses correctamente entendidos de empresarios y empleados.
No es menos probable que solo pequeños grupos se den cuenta del hecho de que los comerciantes libres se opongan a las distintas medidas de nacionalismo económico porque consideran que dichas medidas son perjudiciales para el bienestar de su propia nación, no porque estén dispuestos a sacrificar los intereses de sus conciudadanos a los de los extranjeros. Está fuera de duda que difícilmente ningún alemán, en los años críticos que precedieron a la subida al poder de Hitler, entendieran que quienes luchaban contra el nacionalismo agresivo y estaban dispuestos a impedir una nueva guerra no eran traidores, dispuestos a vender los intereses vitales de la nación alemana al capitalismo extranjero, sino patriotas que querían evitar a sus conciudadanos la terrible experiencia de una carnicería sin sentido.
La terminología usual clasificando a la gente como amigo o enemigos de de los trabajadores y como nacionalistas o internacionalistas es indicativo del hecho de que esta ignorancia de las enseñanzas elementales de la economía es un fenómeno casi universal. La filosofía del conflicto está firmemente asentada en las mentes de nuestros contemporáneos.
Una de las objeciones presentadas contra la filosofía liberal que recomienda una sociedad de libre mercado sigue esta fórmula: “La humanidad nunca puede volver a ningún sistema del pasado. El capitalismo está acabado porque era la organización social del siglo XIX, una época que ya ha pasado”.
Sin embargo, lo que estos supuestos progresistas están apoyando es equivalente a una vuelta a la organización social de las épocas que precedieron a la “revolución industrial”. Las distintas medidas de nacionalismo económico son una réplica de las políticas del mercantilismo. Los conflictos jurisdiccionales entre sindicatos no difieren esencialmente de las luchas entre gremios y posaderos. Como los príncipes absolutos de la Europa de los siglos XVII y XVIII, esta gente moderna busca un sistema bajo el cual el gobierno asume la dirección de todas las actividades económicas de sus ciudadanos. No es coherente con excluir de antemano la vuelta de las políticas de Cobden y Bright si uno no encuentra nada malo en volver a las políticas de Luis XIV y Colbert.
Traducido del inglés por Marian Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.