Post Hoc, Ergo Propter Hoc

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[Incluido en The Bastiat Collection (2011); se escribió en diciembre de 1846]

Esta es la mayor y más común mentira en el razonamiento.

Por ejemplo, se han manifestado sufrimientos reales en Inglaterra.

Estos sufrimientos vienen detrás de otros dos fenómenos: primero, el arancel reformado; segundo, dos malas cosechas sucesivas.

¿A cuál de estas dos últimas circunstancias vamos a atribuir la primera?

Los proteccionistas exclaman: “Es el execrable libre comercio el que hace todo el daño. Nos prometió cosas maravillosas, lo aceptamos y aquí están nuestras manufacturas paralizadas y la gente sufriendo: Cum hoc, ergo propter hoc”.

El libre comercio distribuye de la forma más uniforme y equitativa los frutos que la Providencia provee al trabajo humano. Si se nos priva de parte de estos frutos por causas naturales, como una sucesión de malas temporadas, el libre comercio no fracasa en distribuir de la misma manera lo que queda. Sin duda los hombres no están tan bien provistos con lo que quieren, pero ¿vamos a atribuir esto al libre comercio o a las malas cosechas?

La libertad actúa sobre el mismo principio que los seguros. Cuando se produce un accidente, como un incendio, el seguro se extiende sobre un gran número de hombres y un gran número de pérdidas anuales, que, en ausencia de seguro, habrían recaído completamente sobre una persona. ¿Pero se atrevería alguien a afirmar que el fuego se ha convertido en el mayor mal desde la creación de los seguros?

En 1842, 1843 y 1844 empezó la reducción de impuestos en Inglaterra. Al mismo tiempo, las cosechas fueron muy abundantes y se nos llevó a concluir que estas dos circunstancias contribuyeron a producir la prosperidad sin parangón de la que disfrutó Inglaterra durante ese periodo.

En 1845 la cosecha fue mala y en 1846 aún peor.

Las provisiones aumentaron su precio y la gente se vio obligada a gastar sus recursos en sus necesidades y a limitar su consumo de otros productos. Se demandó menos ropa, las factorías tuvieron menos trabajo y los salarios tendieron a bajar.

Por suerte, en ese mismo año, las barreras de restricción se eliminaron aún más efectivamente y una enorme cantidad de provisiones llegó al mercado inglés. Si no hubiera sido así, es casi seguro que habría tenido lugar una formidable revolución.

¡Y aun así se acusa al libre comercio de desastres que tiende a impedir y al menos en parte a reparar!

Un pobre leproso vivía en soledad. Cualquier cosa que tocara, no la tocaría nadie. Obligado a penar en soledad, llevaba una existencia miserable. Un eminente médico lo curó y ahora nuestro pobre eremita fue admitido a todos los beneficios del libre comercio y tuvo completa libertad para realizar intercambios. ¡Qué brillantes perspectivas se le abrían! Se deleitaba en calcular las ventajas que, mediante su restaurada interrelación con sus conciudadanos, era capaz de obtener de sus vigorosos esfuerzos.

Se fracturó ambos brazos y acabó  en la pobreza y la miseria.

Los periodistas testigos de esa miseria dijeron: “¡Ved a qué le ha reducido su libertad de realizar intercambios! En verdad, daba menos pena cuando vivía solo”.

“¡Qué!”, dijo el médico, “¿no tenéis en cuenta sus brazos rotos? ¿No tiene ese accidente nada que ver con su actual triste estado? Su desgracia deriva de haber perdido el uso de sus manos y no de haberse curado la lepra. Habría sido un sujeto más apropiado para vuestra compasión si hubiera sido cojo y leproso por si fuera poco”.

Post hoc, ergo propter hoc. Cuidado con esa mentira.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original en inglés se encuentra aquí.

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