El último mártir americano

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[Conceived in Liberty (1975)]

Y los indómitos cuáqueros seguían viniendo. Entre los más decididos a ser testigos estaba William Leddra. Una y otra vez, Leddra había visitado Massachusetts, había sido azotado, privado de comida y expulsado solo para volver. Ahora Leddra estaba siendo arrastrado al tribunal con sus grilletes, habiendo sido encadenado a un tronco durante todo el inverno. Se le acusaba de simpatizar con los cuáqueros ejecutados, de usar el nombre de Dios en vano, de rechazar quitarse el sombrero, en resumen, de ser un cuáquero. Al prometer perdonarle la vida si renegaba de su fe, Leddra respondió: “¡Qué, actuar de forma que cualquier hombre que me vea me diga: ‘Este es el hombre que ha traicionado al Dios de su salvación!’” Cuando un magistrado preguntó a Leddra si estaría de acuerdo en ir a Inglaterra si se le liberaba, el prisionero contestó fríamente: “No tengo nada que hacer allí”. “Entonces seréis colgado”, respondió el magistrado. Leddra apeló a las leyes de Inglaterra, pero el tribunal sostuvo (como cabía esperar) que Inglaterra no tenía jurisdicción en este caso y declaró la sentencia de muerte.

Aún encadenado al tronco, Leddra escribió tranquilamente poco antes de su ejecución:

Testifico (…) que el sonido del látigo en mi espalda, todas las prisiones y rechazos de pánico a la muerte y las ruidosas amenazas de la soga no me asustan más, por la fuerza y el poder de Dios, que si me hubieran amenazado con poner una telaraña en mi dedo. (…) Deseo seguir a mis antecesores en el sufrimiento y la alegría. Mi espíritu espera y adora a los pies de Emanuel.

El 14 de marzo de 1661, William Leddra fue conducido a su ejecución en el Boston Common. De nuevo la guardia fuertemente armada le impidió dirigirse a la multitud. Pero mientras los oficiales le llevaban al patíbulo, Leddra gritó: “Por prestar mi testimonio para el Señor contra engañadores y engañados, se me lleva aquí a sufrir”. La gente estaba tan conmovida por la calma y nobleza de Leddra que de nuevo la multitud amenazó y de nuevo el vigilante reverendo Mr. Wilson aprovechó la oportunidad, explicando a la gente que muchos criminales como ese estaban dispuestos a morir por sus “ilusiones”.

Leddra estaba destinado a ser el último mártir americano, aunque iba a haber varios candidatos a punto de serlo. Wenlock Christison, un cuáquero desterrado, volvió a Massachusetts durante el juicio de Leddra para protestar ante el tribunal. En medio del juicio, Christison había aparecido en el tribunal y advertido a Endecott: “He venido aquí para advertirte de que no derrames más sangre inocente, pues la sangre que ya has derramado, clama al Señor para que la venganza llegue a ti”. Christison, por supuesto, fue arrestado inmediatamente y se quejó en su propio juicio de que la ley vio9laba las leyes de Inglaterra. Al darle una oportunidad de retractarse, Christison respondió desafiante: “No, no cambiaré mi religión ni buscaré salvar mi vida. No pretendo negar a mi Maestro y si pierdo mi vida por Cristo, entonces la salvaré”.

El gobernador Endecott requirió a los magistrados la habitual pena de muerte, pero para entonces la oleada de resentimiento popular contra el baño de sangre se había convertido en amenazante y varios magistrados, liderados por Richard Russell, rechazaron votar la muerte. Enfurecido por la división de los votos y una oposición decidida de dos semanas al “derramamiento de sangre”, Endecott gritaba: “No os consentiré esa voluntad, recordadlo. Doy gracias a Dios de no temer tener que juzgar”, tras lo cual declaraba sumaria e ilegalmente él mismo la sentencia de muerte. Al escuchar su sentencia, Christison advirtió al tribunal: “¿Qué ganáis con ello? ¿Por el último hombre que mandasteis a morir aquí hay cinco por venir a esta sala y si tenéis potestad para quitarme la vida, Dios puede aplicar el mismo principio de vida en diez de sus súbditos y enviarlos entre vosotros en mi lugar, que podéis haber atormentado”.

A principios de 1661, dos cuáqueros estaban bajo sentencia de muerte. Aparte de Christison, Edward Wharton, de Salem había sido prisionero y compañero de celda de Leddra en sus últimos días.  Wharton había sido multado severamente y recibido 20 latigazos por denunciar la muerte de Robinson y Stevenson y fue posteriormente arrestado por ser un cuáquero. Cuando Leddra fue condenado a muerte, Wharton fue expulsado bajo penda de muerte y se le dieron diez días para abandonar la colonia. Por el contrario, Wharton acompañó a su amigo al cadalso y enterró su cuerpo. Luego fue a Boston y escribió a las autoridades que estaba allí y allí permanecería.

Pero estos dos hombres valientes, además de otros 27 cuáqueros a la espera de juicio, nunca fueron ejecutados. Pues llegó entonces a Massachusetts noticia de un acontecimiento que iba a resultar trascendental para la historia de Nueva Inglaterra y marcar el inicio del larguísimo final del reino de la teocracia puritana de la Bahía de Massachusetts: el restablecimiento de la monarquía en Inglaterra. Ahora ya no había un gobierno puritano indulgente en Inglaterra ni una guerra civil que distrajera al poder imperial de saber que Massachusetts y otras colonias de Nueva Inglaterra estaban completamente autogobernadas.

Así que el conocimiento de la Restauración hizo detenerse a las autoridades de Massachusetts. El año anterior, las crecientes protestas internas dentro de Massachusetts les habían llevado a librar a una pareja cuáquera de una sentencia de muerte. También supieron que ingleses y cuáqueros americanos expulsados habían estado protestando por la persecución ante el gobierno local. De hecho, el libro New-England Judged, de George Bishop, acababa de publicarse y había producido una profunda impresión sobre Carlos II.

El rey estaba particularmente indignado ante el rechazo desdeñoso de Massachusetts de aplicar las leyes de Inglaterra. Los cuáqueros expulsados presentaron una petición al rey detallando la persecución que habían sufrido hasta entonces. Massachusetts contestó con la acusación de que los cuáqueros eran “abiertamente blasfemos” y “malignos promotores de doctrinas que tienden a subvertir tanto la iglesia como el estado”. Edward Burrough replicó por los cuáqueros que nunca “habían levantado una mano o hecho un gesto turbulento” contra la iglesia o el estado, sino que solo habían pedido a los pecadores que se arrepintieran. Fue en este momento cuando llegó a Inglaterra la noticia del martirio de William Leddra. Burrough consiguió una entrevista personal con el rey y le dio la noticia. Burrough advirtió: “Hay una vena de sangre inocente abierta en los dominios que anegará todo si no se detiene”. Para el rey fue la última gota: “Detendré esa vena”. “Detenedla rápidamente, entonces”, imploró Burrough, “porque no sabemos cuántos pueden morir pronto”. El rey envió inmediatamente al cuáquero expulsado Samuel Shattuck a Massachusetts con la orden de detener toda nueva ejecución y tortura de cuáqueros y permitir que todos los cuáqueros encarcelados huyeran a Inglaterra.

Prudentemente, los cuáqueros liberaron a todos los cuáqueros y les ordenaron huir a Inglaterra o abandonar las fronteras de Massachusetts en ocho días. Dos prisioneros recalcitrantes fueron atados a un carro y expulsados fuera de la colonia. Entre los cuáqueros liberados estaban Christison y el anciano Nicholas Upshall, que había estado preso durante dos años.

Sin embargo, Massachusetts rechazó obedecer la orden de trasladar a Inglaterra a los prisioneros cuáqueros para juzgarlos por infringir sus derechos y privilegios concedidos. Además, el Tribunal General envió dos de los líderes más prominentes de la colonia, Simon Bradstreet y el reverendo John Norton, a Inglaterra para justificar la persecución de los cuáqueros. Los dos denunciaron la “peligrosa, impetuosa y desesperada turbulencia [de los cuáqueros], tanto ante la religión como el estado civil y eclesiástico”. El rey cambió entonces de opinión y en la práctica rescindió la orden, excepto en detener la pena de muerte: “Hemos encontrado necesario (…) hacer aquí una ley severa contra ellos y nos contentaremos con que hagáis allí lo mismo”. Carlos añadía el reconocimiento de que los principios cuáqueros eran básicamente incompatibles con la existencia de ningún tipo de estado.

A las autoridades de Massachusetts no hacía falta que les animaran más para reanudar su campaña contra los cuáqueros (por supuesto, sin llegar a la ejecución). Fu en ese momento cuando se aprobó la Ley del Carro y el Azote. Este preveía atar a los cuáqueros a un carro y azotarlos expulsándolos de la colonia. La muerte era ahora solo la sanción para el sexto mandamiento, pero nunca iba a aplicarse. Había pasado lo peor de la campaña del terror.

Massachusetts procedió a aplicar la Ley del Carro y el Azote tan duramente como pudo, especialmente contra las mujeres cuáqueras. Muchos cuáqueros,. Incluyendo varios de los prisioneros liberados, fueron azotados y expulsados de la colonia para acabar volviendo a ella. La presión pública obligó a una modificación de los artículos de la Ley del Carro y el Azote en el otoño de 1662, pero la persecución continuaba, sin disminuir. Particularmente importante fue el caso de tres mujeres cuáqueras inglesas (Alice Ambrose, Mary Tomkins y Ann Coleman) que, junto con el liberado Edward Wharton, habían ido al pueblo de Dover en el anexionado New Hampshire y habían hecho un considerable progreso allí entre antiguos hutchinsonianos y baptistas, igual que lo habían hecho en Maine. Finalmente, el reverendo Mr. Rayner, ministro puritano de Dover, indujo a los magistrados de Massachusetts a aplicar la Ley del Carro y el Azote a las tres mujeres. Las mujeres fueron por tanto desnudadas hasta la cintura, atadas a un carro y azotadas a lo largo de 11 pueblos, bajo una copiosa nevada y fustigadas hasta diez veces en cada pueblo. Y aun así las mujeres torturadas afrontaron su destino cantando himnos durante el camino. Finalmente, Walter Barefoot, de Salisbury, no pudo aguantar más lo que veía. Barefoot se había nombrado a sí mismo responsable de policía y asumió la liberación de las tres mujeres, a pesar de la petición del anciano reverendo John Wheelwright, ahora residente en Salisbury, de continuar con los azotes. Wheelwright evidentemente había hecho entonces las paces con Massachusetts en todos los aspectos y estaba ocupado en repudiar su pasado herético y libertario.

Tan pronto como fueron liberadas, las tres valientes mujeres volvieron a Dover a continuar con sus reuniones de oración. Alice Ambrose y Mary Tomkins fueron detenidas inmediatamente, arrastradas por la nieve, encarceladas y luego atadas a una canoa y arrastradas en agua profunda y helada, quedando al borde de la muerte.

Otro caso importante fue el de la desgraciada Elizabeth Hooton, una mujer de edad madura que había sido la primera mujer cuáquera en Inglaterra. Siendo toda su vida una sangrienta hégira de persecuciones y torturas, Elizabeth había nadado prácticamente de Virginia a Boston, donde fue encarcelada inmediatamente, llevada a la frontera y abandonada en tierra salvaje, desde donde anduvo hasta Rhode Island. Tras volver por mar a Boston, fue arrestada y enviada a Virginia. Después de ser perseguida en Virginia, fue a Inglaterra. Tras obtener una licencia especial del rey para construir una casa en América, navegó de nuevo a Boston. Aquí Massachusetts rechazó que los Amigos se reunieran en su casa y se mudó a los prometedores pueblos de Piscataqua. En Hampton fue encarcelada y en Dover puesta en el cepo. Luego Elizabeth Hooton regresó a Cambridge donde fue arrojada a una mazmorra y mantenida dos días sin comida. Un cuáquero, al conocer sus sufrimientos, le llevó algo de leche, por lo que fue multado con la enorme cifra de cinco libras. A pesar de su carta del rey, Elizabeth recibió diez latigazos en Cambridge, luego fue llevada a Watertown y fustigada otras diez veces y, finalmente, atado a un carro en Dedham y azotada por todo el pueblo con diez latigazos más. Tras esto, fue abandonada en el bosque de noche; desde allí consiguió caminar hasta Seekonk y de ahí a Newport.

Increíblemente, y a pesar de esta sangrienta odisea, Elizabeth Hooton no se rindió. De nuevo volvió a Cambridge, donde después de sufrir abusos verbales de un grupo de estudiantes de Harvard fue azotada en tres pueblos hasta la frontera de Rhode Island. Elizabeth volvió otra vez a Massachusetts para ser testigo de su fe. De nuevo fue azotada diez veces, puesta en prisión, azotada en un carro en tres pueblos más y amenazada de muerte si volvía. Pero Elizabeth continuó volviendo y las autoridades no se atrevieron a llegar hasta el final: fue azotada en varios pueblos más y llevada de nuevo a Rhode Island.

En protesta por estos castigos, muchas mujeres cuáqueras empezaron a aparecer desnudas en público como “señal desnuda” de la persecución, por cuyo comportamiento fueron, por supuesto, azotadas en los pueblos.

Otro punto de inflexión en la persecución de Massachusetts de los cuáqueros llegó a mediados de la década de 1660. Como se explicará más detalle posteriormente, el rey Carlos II envió una comisión a Nueva Inglaterra en 1664 con instrucciones para restablecer el poder real. Los comisionados inmediatamente ordenaron a Massachusetts que detuvieran toda persecución a los cuáqueros, de forma que pudieran “pasar tranquilamente a sus ocasiones legales”. Añadieron que era sorprendente que los puritanos, que habían recibido ellos mismos una completa libertad de conciencia, se la negaran a otros grupos religiosos. Aunque Massachusetts en modo alguno se sometió al gobierno de la comisión, los puritanos no se atrevieron a ir demasiado lejos en perseguir a los cuáqueros por medio a perder su preciosa concesión. Además, la generación anterior de la oligarquía puritana manchada de sangre había empezado a morir y a ser remplazada por una generación mucho más moderada. En 1663, el líder espiritual de la colonia y de sus persecuciones, el reverendo John Norton, moría a la edad de 57 años y puede perdonarse a los cuáqueros por proclamar que esto tuvo lugar “por el poder inmediato del Señor”. Dos años más tarde, el líder temporal de la colonia, el gobernador John Endecott, siguió en la muerte a Norton- Por cierto que es curioso que nada menos que Elizabeth Hooton acudiera al funeral de Endecott y tratará de dirigirse a la multitud.

Así que el implacable intento de erradicar a los cuáqueros de la Bahía de Massachusetts había fracasado finalmente. Como había advertido Roger Williams a Massachusetts cuando llegaron por primera vez lo cuáqueros, cuanto más salvaje fuera la persecución, más se multiplicaría el apoyo a los cuáqueros. No solo ocurrió esto, sino que también se multiplicó la oposición interna a la oligarquía. En la década de 1670, preocupados por su fracaso y por la creciente oposición interna y externa, las autoridades de Massachusetts decidieron aminorar su campaña de terror. A pesar de las demandas de radicales como el reverendo Thomas Shepard, se permitió que se realizara una reunión abierta de cuáqueros en Boston en 1674. En 1676 el reverendo Mr. Hubbard concluía que “demasiada severidad” en la persecución solo podría llevar a “una oposición y contumacia incurables”. El último caso de persecución cuáquera se produjo en 1677, cuando Margaret Brewster se levantó de su lecho enferma dándose golpes de pecho “para dar testimonio y ser una señal que advierta al sangriento pueblo de Boston para que acabe con sus leyes crueles”. Fue consiguientemente azotada en Boston atada a un carro.

La sangrienta persecución a los cuáqueros había terminado. La teocracia de Massachusetts, aunque tuvo éxito en expulsar a Roger Williams y los hutchinsonianos, había fracasado completamente en extirpar a los indomables Amigos.


Publicado el 14 de agosto de 2012. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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