La traición presupuestaria de Bush

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Jonathan Weisman, del Washington Post, consiguió recientemente una noticia de portada acerca del presidente Bush que habría galvanizado a los conservadores en el DC hace tres años si se hubieran escrito las mismas palabras acerca del presidente Clinton. Weisman escribe:

Frustrando las promesas del presidente Bush de controlar el crecimiento público, el gasto federal discrecional aumentó en un 12,5% en el año fiscal que acabó el 30 de septiembre, rematando un bulto de dos años que mostraba que el gobierno creció en más de un 27%, de acuerdo con las cifras preliminares de gasto de los comités presupuestarios del Congreso. El repentino aumento en el gasto sometido a la discreción anual del Congreso contrasta notablemente con la década de 1990, cuando dicho gasto discrecional aumentó una media del 2,4% anual. Desde 1980 y 1981, el gasto federal no había ascendido a un ritmo semejante. Antes de esos dos años, los aumentos de gasto de esta magnitud se produjeron en plena Guerra de Vietnam, de 1966 a 1968 (…) Mucho del aumento se debió  las guerras en Afganistán e Iraq, así como en los gastos de seguridad nacional después de los ataques del 11 de septiembre de 2001. Pero el gasto ha aumentando también en partidas nacionales, como transporte y agricultura.

Una recuerda la historia del primer presidente Bush cuando estaba rompiendo su promesa de “No nuevos impuestos”: un caso de cobardía que le costaría la relección. Acosado por reporteros acerca de su decisión, les dijo que no dieran tanta importancia a lo que dijo como a lo que hizo. “Leed mis labios”, les dijo, parafraseando una de sus frases características.

Es una lección que debería también aplicarse a George W. Aunque su retórica política va de acuerdo con un electorado que reclama un gobierno más pequeño, sus acciones generan recuerdos ignorantes de ese otro presidente activista de Texas, Lyndon Baines Johnson.

Se suponía que no iba a ser así. ¿Pensaba alguien que votó a Bush que superaría con mucho a Clinton en expandir el estado Leviatán? En 1999, el economista de la Universidad de Harvard, Martin Feldstein, advertía ominosamente en un artículo de opinión en el Wall Street Journal que salvo que los planes presupuestarios del presidente Clinton fueran derrotados por congresistas republicanos, el gasto público aumentaría en 850.000 millones de dólares durante la próxima década, además del aumento de 2,5 billones de dólares ya incluido en la ley actual (mucho del cual era gasto fuera de presupuesto).

Feldstein no sabía que mientras escribía se estaba preparando un gastador aún más agresivo para presentarse a la Casa Blanca bajo la bandera de la limitación fiscal y una política exterior más humilde, pero que, una vez elegido, haría que el insensato Clinton pareciera un modelo de probidad con respecto a la política exterior e interior. Bajo la administración Bush, la deuda nacional aumentará en más de 850.000 millones de dólares en dos años.

Tal vez Feldstein debería haber consultado a su colega en el departamento de economía de Harvard, Jeffrey Frankel, al que no le habría sorprendido un gobierno aún mayor bajo un presidente republicano. En un importante trabajo publicado el año pasado, Frankel apuntaba la discrepancia entre palabras y hechos de los presidentes republicanos, resultante de la retórica republicana que crea una impresión de responsabilidad fiscal (las palabras) y las verdaderas políticas de gran gobierno que siguen los republicanos al llegar al cargo (los hechos). En un artículo en el Financial Times resumiendo los resultados de su investigación, Frankel escribía:

Desde la década de 1960, las administraciones republicana y demócrata han intercambiado lugares en política económica. El patrón está tan bien establecido que ya no puede negarse la generalización: los republicanos se han convertido en el partido de la irresponsabilidad fiscal, la restricción al comercio, el gran gobierno y la mala microeconomía.

Sorprendentemente, los presidentes demócratas se han convertido, en términos relativos, en los defensores de la responsabilidad fiscal, el libre comercio, los mercados competitivos y la microeconomía neoclásica. Esta calificación suene improbable. Indudablemente no se reconocería en las palabras de los dos partidos. Pero comparad los historiales de los presidentes Carter y Clinton con los de los presidentes Reagan, Bush Sr. y Bush Jr. Una simple ojeada a las estadísticas del presupuesto federal muestra una asombrosa tendencia del déficit a aumentar durante las presidencias republicanas.

Aunque Frankel parece ignorar el papel que tuvieron los ingresos fuera del presupuesto en desviar la cifras del déficit a fínales de la década de 1990 y aunque parece aceptar el consenso keynesiano de que los recortes en impuestos son la causa principal de los déficits, su idea de que la actuaciones presupuestarias de que las administraciones republicanas frente a las demócratas son asombrosas sigue siendo válida. ¿Qué pasa aquí?

Históricamente, el Partido Republicano nunca ha sido el partido de las restricciones fiscales (algo dicho en respuesta a Frankel por Thornton y Ekelund). Estuvo definido por una filosofía neomercantilista desde su concepción como el nuevo Partido Whig en la década de 1850 hasta la Era Progresista. Gracias a la masiva realineación del poder de los estados y ciudades hacia el gobierno federal durante la devastadora presidencia de 12 años de Franklin Delano Roosevelt, el Partido Republicano fue capaz de volverse a vender como el partido relativamente más responsable fiscalmente. Pero esa retórica nunca se ha igualado con sus acciones. Esto sigue siendo verdad hoy.

Y hoy Bush simplemente está gobernando dentro de la tradición republicana moderna de permitir que el gobierno crezca apaciguando a una base que valora una forma republicana de gobierno que está en desacuerdo con las necesidades del estado corporativo moderno. Para apaciguar a sus bases, se les dice que los requisitos geopolíticos propios del post-11-S habrían obligado a Bush a convertirse en un gastador más desaforado de lo que habría sido en caso contrario, pero que a pesar de todo, este gasto es mucho menor de que habría ocurrido si un demócrata normal estuviera en el cargo.

Por el contrario, los acontecimientos del 11-S y sus secuelas han sido manipulados por la clase política para debilitar la oposición de un grupo creciente de gente que, durante la década de 1990, cada vez veían más desacreditado al gobierno. Como indica el mapa de las elecciones del 2000 por condados, la expansión de 35 años de los estados de bienestar y guerra ha generado un país radicalmente dividido entre aquellos que dependen de unas transferencias de riqueza en continua expansión y aquellos que las financian.

Los condados de Bush, en rojo, pueden clasificarse (usando un término de Murray Rothbard) como los contribuyentes netos, mientras que los condados de Gore, en azul, podrían clasificarse como los consumidores netos de impuestos. Esta claro que algún bando tenía que ceder para reducir estas tensiones, porque un país tan radicalmente dividido entre los disgustados con el gobierno y los dependientes de este no puede afrontar un futuro estable.

Una de las consecuencias políticas importantes del 11-S y parte de los impulsos de las guerras no declaradas (y por tanto inconstitucionales) en Afganistán e Iraq es la represión de la resistencia al gran gobierno que ha llegado a tal crescendo después de que desapareciera la primera justificación para el gran gobierno con el final de la Guerra Fría. El resultado es que, ahora mismo, el gobierno federal opera con mucho menos control que nunca y que quienes en otro caso alabarían su desmantelamiento se aguantan por imperativos patrióticos para no debilitar a un presidente cuando el país está en guerra.

Que esos imperativos son importantes para el crecimiento del gobierno fue algo apuntado hace más de sesenta años por Ludwig von Miss en su libro clásico Liberalismo. Pero Mises también estaría sin duda de acuerdo con la opinión de James Bovard en su nuevo libro Terrorism and Tyranny de que no ocurrió nada el 11-S para hacer más competente al gobierno federal.

Estas conclusiones se producen cuando uno observa las acciones, en lugar de escuchar las palabras, de los que están en el poder. Leer los labios de los supuestos vigilantes no basta. Debemos ver lo que hacen y apuntar las consecuencias, sabiendo que queda mucho que todavía importa.


Publicado el 19 de noviembre de 2003. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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