Controles de precios y salarios en el mundo antiguo

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[Este artículo se extrajo del libro Forty Centuries of Wage and Price Controls: How Not to Fight Inflation]

Desde los primeros tiempos, desde la misma concepción del gobierno organizado, los gobernantes y sus funcionarios han intentado, en diversos grados y con distinto éxito, “controlar” sus economías. La idea de que hay un precio “justo” para cierto producto, un precio que puede y debe aplicarse por el gobierno, es aparentemente contiguo a la civilización.

Durante los últimos cuarenta y seis siglos (al menos), gobiernos en todo el mundo han tratado de fijar salarios y precios cada cierto tiempo. Cuando fracasaban sus esfuerzos, como pasaba habitualmente, echaban la culpa a maldad y falta de honradez de sus súbditos, en lugar de a la ineficacia de la política oficial. Hoy permanecen las mismas tendencias.

La pasión por la planificación económica, como ha apuntado convincentemente el profesor John Jewkes,[1] es perenne. La planificación centralizada aparece regularmente en cada generación y es igualmente descartada después de varios años de experimentación sin frutos, solo para volver a aparecer en un momento posterior. Normalmente se revelan grandiosos planes para regular inversión, salarios, precios y producción con grandes alharacas y esperanzas. A medida que se impone la realidad, sin embargo, los planes se modifican en las etapas iniciales, luego se modifican un poco más, luego se alteran drásticamente y luego se dejan finalmente desvanecer silenciosamente y sin ceremonias. Siendo como es la naturaleza humana, en cada década aproximadamente se desempolvan los mismos planes antiguos, tal vez se les da un nuevo nombre y el proceso se inicia de nuevo.

En el país del Nilo

Por supuesto, en el mundo antiguo, la autoridad sobre los productos económicos más importantes, los alimentos, era el verdadero poder. “El hombre, o la clase de hombres, que controle el suministro de alimentos esenciales está en posesión del poder supremo. La salvaguarda del suministro de comida ha sido por tanto la preocupación de los gobiernos desde que han existido”, escribía Mary Lacy en 1922.[2] Y ya en la V Dinastía de Egipto, generalmente datada en torno al 2830 a. de C. o antes, el nomarca Henku había inscrito en su tumba: “Fui señor y supervisor del grano del sur en este nomo”.

Durante siglos, el gobierno egipcio luchó por mantener el control de las cosechas de grano, sabiendo que el control de la comida es el control de las vidas. Utilizando el pretexto de prevenir las hambrunas, el gobierno regulaba gradualmente cada vez más sobre los graneros; la regulación llevó a la dirección y finalmente a la abierta apropiación; la tierra se convirtió en propiedad del monarca y se la alquilaba a la clase agrícola.[3]

Bajo la dinastía Lágida (fundada por Ptolomeo I Soter) “hubo una omnipresencia real del estado (…) El estado (…) intervenía empleando ampliamente todas sus prerrogativas del derecho público (…) todos los precios estaban fijados por decreto a todos los niveles”.[4]

Según el historiador francés Jean-Philippe Levy:

El control llegó a proporciones aterradoras. Había todo un ejército de inspectores. No había más que inventarios, censos de hombres y animales (…) estimaciones de las cosechas futuras (…) En las villas, cuando se marchaban los granjeros que estaban disgustados con todas estas vejaciones, los que permanecían eran responsables de la producción de los ausentes (…) [uno de los primeros efectos de los controles duros de precios sobre bienes agrícolas es el abandono de las granjas y la consiguiente caída en los suministros de comida]. La presión que aplicaban [los inspectores] llegaba, en caso de necesidad, a la crueldad y la tortura.[5]

Los trabajadores egipcios durante este periodo sufrieron mucho por los abusos de la intervención del estado en la economía, especialmente por la “ley del bronce”, una teoría económica que mantenía que los salarios no podían nunca superar las necesidades básicas para mantener vivos a los trabajadores.[6] El control de los salarios establecido por el gobierno reflejaba la doctrina económica prevaleciente.

“Después de un periodo de brillantez”, concluye Levy,

La economía egipcia colapsó al final del siglo III, igual que su estabilidad política. La crisis financiera fue permanente. Se devaluó la moneda. En comercio de Alejandría entró en decadencia. Los trabajadores, disgustados por las condiciones que las imponían, abandonaban sus tierras y desaparecían en el país.[7]

Sumeria

En su muy instructiva obra, Must History Repeat Itself? Antony Fisher[8] llama nuestra atención hacia un rey de Sumeria,[9] Urukagina, de Lagash, cuyo reinado empezó hacia el 2350 a. de C. Urukagina, por los escasos registros que nos han llegado, fue aparentemente un precursor de Ludwig Erhard, que empezó su gobierno acabando con las cargas de las excesivas regulaciones públicas sobre la economía, incluyendo los controles sobre salarios y precios.

Un historiador de este periodo nos dice que de Urukagina

tenemos uno de los documentos más preciosos y reveladores en la historia del hombre y su perenne y constante lucha por la libertad ante la tiranía y la opresión.

El documento registra una reforma de gran envergadura de toda una serie de abusos existentes, la mayoría de los cuales pueden atribuirse a una burocracia ubicua y repulsiva (…) es en este documento donde encontramos la palabra “libertad” utilizada por primera vez el los registros históricos del hombre; la palabra es amargi, que (…) significa literalmente “retorno a la madre” (…) seguimos sin saber por qué esta forma de hablar pasó a usarse para “libertad”.[10]

Babilonia

En Babilonia, hace unos cuarenta siglos, el Código de Hammurabi, el primero de los grandes códigos legales escritos, impuso un rígido sistema de controles sobre salarios y precios. Recordando la algo limitada naturaleza de las economías antiguas (particularmente aquellas tan antiguas como la babilónica), es interesante advertir la extensión de los controles salariales impuestos por el Código de Hammurabi y la forma explícita en que se registran. Unos pocos artículos del Código (los estatutos completos sobre salarios y precios se encuentran en el Apéndice A), bastarán como ejemplo de esto:[11]

257. Si un hombre contrata a un trabajador del campo, le dará ocho gur de grano al año.
258. Si un hombre contrata a un pastor, le dará seis gur de grano al año.
261. Si un hombre contrata a un pastor para vacas y ovejas, le dará ocho gur de grano al año.
268. Si un hombre ha contratado un buey para trilla, su alquiler es de veinte qa de grano.
269. Si se ha contratado un asno para trilla, su alquiler es de diez qa de grano.
270. Si se ha contratado un animal joven para trilla, su alquiler es de un qa de grano.
271. Si un hombre contrata ganado, carro y conductor, dará 180 qa de grano al día.
272. Si un hombre ha contratado un carro para él mismo, dará cuarenta qa de grano al día.
273. Si un hombre contrata un trabajador, entonces desde el inicio del año hasta el quinto mes le dará seis granos de plata al día. Desde el sexto mes hasta el final del año le dará cinco granos de plata al día.
274. Si un hombre contrata un hijo del pueblo
Paga de un alfarero cinco granos de plata,
Paga de un sastre cinco granos de plata,
Paga de un carpintero cuatro granos de plata,
Paga de un cordelero cuatro granos de plata,
Los dará diarios.

275. Si un hombre contrata una [ilegible], su contratación son tres granos de plata al día.
276. Si un hombre contrata una makhirtu, le dará dos granos y medio de plata al día por su contratación.
277. Si un hombre contrata un barco de sesenta toneladas, dará una sexta parte de un shekel de plata al día por su contratación.[12]

Es probable que estos controles abarcaran la producción y distribución babilónicas y ahogaran el progreso económico en el imperio, posiblemente durante muchos siglos.[13]

Indudablemente, los registros históricos muestran una decadencia en el comercio en el reino de Hammurabi y sus sucesores. Esto se debe en parte a los controles de salarios y precios y en parte a la influencia de un gobierno central fuerte, que intervenía en la mayoría de los asuntos económicos en general. W.F. Leemans describe la recesión como sigue:

Ya no se encuentran tamkaru (mercaderes) importantes y ricos en el reinado de Hammurabi. Además, se conocen solo unos pocos tamkaru del tiempo de Hammurabi y posterior (…) todos (…) evidentemente comerciantes y prestamistas menores.[14]

En otras palabras, parece que la misma gente que se supone que se beneficiaba de las restricciones de salarios y precios de Hammurabi se quedó fuera del mercado por estos decretos y otros.

Las restricciones comerciales establecidas por “Hammurabi, el rey protector (…) el monarca que está por encima de los reyes de las ciudades”, como se llamaba a sí mismo, estaban, en cierta medida, creadas sobre los cimientos del sistema social desarrollado bajo su predecesor, Rim-Sin. Hubo un cambio notable en las fortunas de las gentes de Nippur e Isin y los demás pueblos antiguos que gobernaba, que se produjo en mitad del reinado de Rim-Sin. El inicio del declive económico se corresponde exactamente con una serie de “reformas” iniciadas por este. Parece que el noble monarca, después de una serie de impresionantes victorias militares, consiguió que se le adorara como un dios y por tanto asumió más poder político y económico para su propia administración y quebró la influencia de los comerciantes ricos e influyentes. De ahí que el número de tamkaru y hombres ricos mencionado en los documentos existentes descienda notablemente. El número de transacciones de propiedad de los que existen registro también disminuye. La cifra de documentos administrativos, que hoy podría calificarse como papeleo burocrático, aumenta simultáneamente a un ritmo acelerado.[15]

El otro lado del mundo

En el otro lado del mundo, los gobernantes de la antigua China compartían la misma filosofía paternalista que se encontraba entre los egipcios y babilonios y luego sería compartida por los griegos y romanos. En su estudio, The Economic Principles of Confucius and His School, el investigador chino Dr. Huan-chang Chen, indica que las doctrinas económicas de Confucio sostenían que “la interferencia del gobierno es necesaria para la vida económica y la competencia debería reducirse al mínimo”.[16]

Por ejemplo, El sistema oficial de Chou era un manual de regulaciones públicas para el uso de mandarines de la dinastía Chou bajo la que vivió Confucio (nacido en el año 552 a. de C.). Según el Dr. Chen, había una detallada regulación de la vida comercial y los precios estaban “controlados por el gobierno”. Había una gran burocracia encargada de esta tarea; el Dr. Chen relata que había un maestro de mercaderes para cada veinte tiendas y su tarea era establecer el precio de cada cosa vendida de acuerdo con el coste. “Cuando hay cualquier calamidad natural”, escribe, “no se premite a los mercaderes aumentar sus precios; por ejemplo, durante una hambruna, el grano debía venderse al precio natural [es decir, al precio que el gobierno creía que era “natural”] y durante una gran epidemia, los ataúdes debían venderse de igual manera”.[17]

Los funcionarios del antiguo imperio chino esperaban hacer los que los miembros de su clase han intentado hacer antes y después: reemplazar las leyes naturales de la oferta y la demanda por su propio juicio, supuestamente superior, de cuál tendría que ser la oferta y demanda apropiadas. Según el sistema oficial de Chou (en torno al 1122 a. de C.), se nombraba un superintendente del grano cuyo trabajo era supervisar los campos y determinar el cantidad de grano a recolectar o enviar, de acuerdo con las condiciones de la cosecha, eliminando el déficit de la demanda y ajustando la oferta. De hecho, siguen existiendo “libros de texto” de ese tiempo sobre el tema de la gestión sensata del grano.

El Dr. Chen comenta lacónicamente sobre este sistema en una nota a pie de página: “En tiempos modernos, esta política se ha cambiado a la opuesta. Durante una hambruna, se aumenta el precio del grano para inducir a los mercaderes a traer más grano”.[18]

Las regulaciones antes citadas, según el Dr. Chen, “eran las normas reales bajo la dinastía Chou. De hecho, en el periodo clásico, el gobierno sí interfería muy minuciosamente en la vida comercial”.[19]

Sin embargo, los resultados no fueron muy favorables. “Según la historia”, apunta el Dr. Chen, “siempre que el gobierno adoptaba cualquier medida minuciosa, fracasaba, con pocas excepciones (…) desde la dinastía Ch’in (221-206 a. de C.), el gobierno de la China moderna no ha controlado la vida económica del pueblo como los hacía el gobierno de la China antigua”.[20]Aparentemente, los mandarines chinos sí aprendían de la experiencia.

Incluso en el periodo clásico de la historia china, hay sin embargo una serie de economistas perspicaces que veían la inutilidad de la regulación de precios del gobierno como medio para controlar la inflación. De hecho, echaban la culpa de los altos precios directamente sobre los hombros del propio gobierno. El economista Yeh Shih (1150-1223), por ejemplo, anticipó en varios siglos el principio conocido en occidente como ley de Gresham.

“Los hombres que no investigan la causa fundamental”, escribía, “simplemente piensan que debe usarse papel cuando escasea el dinero. Pero tan pronto como se emplea el papel, el dinero escasea aún más. Por tanto, no es solo que no pueda verse la suficiencia de bienes, sino que tampoco puede verse la suficiencia de dinero”.[21]

Otro economista de aproximadamente el mismo tiempo, Yuan Hsieh (1223), vio el principio incluso con más claridad:

Ahora bien, los funcionarios ansían aumentar la riqueza y quieren poner tanto moneda de hierro como de cobre en circulación. Si el dinero se hiciera súbitamente abundante durante un periodo de escasez, debería ser muy bueno. Pero la realidad nunca puede ser así. Antes, porque el papel dinero era demasiado, la moneda de cobre disminuye. Si ahora añadimos la moneda de hierro, ¿no debería la moneda de cobre ser aún menos? Antes, como el papel dinero era demasiado, el precio de los productos era alto. Si ahora añadimos al mercado la moneda de hierro, ¿no serán los precios aún más altos? (…) cuando vemos las diferentes provincias, los hechos generales son estos. Donde se emplean tanto papel como monedas, el papel es sobreabundante, pero la moneda es siempre insuficiente. Donde la moneda de cobre es la única divisa sin ningún otro dinero, la moneda normalmente abunda. Por tanto, sabemos que el papel solo puede dañar a la moneda de cobre, pero no ayuda en su insuficiencia.[22]

Volviendo a los que sabemos que es una historia ineficaz de intentos del gobierno por controlar la inflación regulando precios y salarios, está claro que estos dos economistas chinos de hace ocho siglos eran completamente conscientes entonces de una ley de la economía que muchos líderes políticos no han aprendido hasta ahora.

Antigua India

Un renombrado filósofo político indio conocido como Kautilia y a veces como Vishnugupta fue un influyente poder en la sombra que puso al gran Maurya Chandragupta en el trono en el año 321 a. de C. Escribió el Arthasastra, el más famoso de los antiguos “manuales para príncipes” de la antigua India como guía para Chandragupta y otros gobernantes; esta colección de pensamientos sobre el arte del gobierno contiene consejos muy sabios y perspicaces.[23] Sin embargo, como la mayoría de cargos de gobierno de su tiempo y posteriores, Kautilia no pudo resistirse a la práctica de tratar de regular la economía en la línea que creía mejor.

En un capítulo titulado “Protección contra los mercaderes”, Kautilia explicaba con cierto detalle cómo debería regularse el comercio del grano y los niveles de precios que se deberían permitir cobrar a los mercaderes:

Solo las personas autorizadas (…) acumularán grano y otras mercancías. La acumulación de dichas cosas sin permiso será confiscada por el superintendente de comercio.

Así los mercaderes tendrán una disposición favorable hacia el pueblo al vender granos y otros productos.

El superintendente de comercio fijará un beneficio del 5% sobre los precios fijados de los productos locales y un 10% sobre la producción extranjera. Los mercaderes que suban el precio para conseguir beneficios aunque sea por medio pana más de lo anterior en la venta o compra de productos será castigados con una multa a partir de cinco panas, en caso de dolo será de 100 a 200 panas.

Las multas por mayores beneficios aumentarán proporcionalmente.[24]

En un capítulo titulado “Protección contra los artesanos”, Kautilia explica los salarios “justos” para una serie de ocupaciones, que van de los músicos a los basureros y concluye diciendo: “Los salarios para los trabajos de otros tipos de artesanos deben determinarse de forma similar”.[25]

Kautilia también recomienda el nombramiento de superintendentes públicos para una amplia variedad de actividades económicas, como mataderos, proveedores de alcohol, agricultura e incluso mujeres de la tarde. Por ejemplo, hay una provisión que dice que “El superintendente determinará las ganancias (…) gastos y futuras ganancias de cada prostituta”. Hay una nota a pie de página de guía que indica muy claramente que “Belleza y talento deben ser las únicas consideraciones en la selección de una prostituta”.[26]

No se sabe exactamente cómo funcionaron en la práctica estas regulaciones de precios y salarios, pero no sería poco razonable suponer que los resultados finales fueran similares a lo que ocurrió en Egipto, Babilonia, Sumeria, China, Grecia y otras civilizaciones.

Antigua Grecia

Trasladándonos a otro continente, encontramos que los griegos se comportaron justamente de la misma manera. Jenofonte no dice que en Atenas, el conocimiento del negocio del grano se consideraba una de las cualidades de un estadista.[27] Como ciudad populosa con un pequeño extrarradio, Atenas estaba constantemente escasa de grano, al menos una mitad del cual tenía que importarse de ultramar. No hace falta decir que había una tendencia natural a que aumentara el precio del grano cuando había poco suministro y a que bajar cuando había abundancia. Se nombraba un ejército de inspectores del grano, llamados Sitophylakes, para establecer el precio del grano a un nivel que el gobierno de Atenas pensaba que era justo. Fue una agencia de protección al consumidor de la Edad de Oro (de un tamaño inusualmente grande para el periodo, cuyas tareas fueron definidas por Aristóteles como

ver primero que el grano se vendía en el mercado a un precio justo, que los molineros vendían harina en proporción el precio de la cebada, que los panaderos vendían el pan en proporción al precio del trigo, que el pan tenía el peso que habían fijado.[28]

El profesor de historia antigua en la Universidad de Cambridge, M.I. Finley, comenta en su reciente estudio, The Ancient Economy, que

El precio justo fue un concepto medieval, no antiguo, y esta interferencia del estado, aunque excepcional en su permanencia, es una medición suficiente de la urgencia del problema de la comida. Y cuando fracasaban esta y todas las demás medidas legislativas que he mencionado en otras ocasiones, el estado, como último recurso, nombraba funcionarios, llamados sitonai, compradores de grano, que buscaban suministros allí donde podían encontrarlos, realizaban suscripciones públicas para los fondos necesarios, introducían reducciones de precios y racionamiento.[29]

El resultado fue el que podíamos esperar: el fracaso. A pesar de la pena de muerte, que el gobierno acosado no dudaba en infligir, las leyes que controlaban el comercio del grano eran casi imposibles de aplicar. Tenemos una plegaria superviviente de al menos uno de los políticos atenienses frustrados, que imploraba a un jurado que condenara a muerte a los mercaderes delincuentes:

Pero es necesario, caballeros del jurado, castigarlos no solo por el pasado, sino también como un ejemplo para el futuro; pues tal y como están ahora las cosas, apenas serán soportables en futuro. Y considerad que como consecuencia de esta vocación, muchísimos ya han sido juzgados por sus vidas y tan grandes son los emolumentos que han sido capaces de obtener de ello que prefieren arriesgar su vida todos los días, en lugar de cesar de tomar de vosotros, el público, sus inapropiados beneficios (…) Así que si los condenáis, actuaréis justamente y compraréis grano más barato; de otra manera, el precio será mucho mayor.[30]

Pero Lisias no fue el primero ni el último político en buscar popularidad prometiendo al pueblo precios más bajos en tiempos de escasez con solo poner a algún mercader en el patíbulo. De hecho, el gobierno ateniense llegó a ejecutar a sus propios inspectores cuando flaqueaba su celo en la aplicación de precios. A pesar de las altas tasas de mortalidad tanto de mercaderes como de funcionarios, el precio del grano continuó aumentando cuando los suministros eran pocos y continuó bajando cuando el suministro era abundante.

Las agencias regulatorias han tenido los mismos problemas desde tiempo inmemorial.

T.F. Carney, en su informativo libro, The Economics of Antiquity, ha descrito el auge y el efecto económico de las agencias reguladoras antiguas en los siguientes términos:

Si un gobierno y sus instituciones burocráticas clave pueden crear un entorno favorable para los negocios, por la misma razón puede hacer lo contrario. Históricamente, el desarrollo económico se ha asociado a los organismos públicos (…)

Los burócratas [en el mundo antiguo] eran funcionarios, con una orientación sancionadora hacia sus poblaciones sometidas (…) La burocracia pública era regulativa y extractiva, no desarrollista. Originaria en una cultura de escribas, siempre tendía a favorecer un mandarinato de generalizaciones literarias. No había fuerza para compensarla. Ni corporaciones, ni parlamento, ni partidos políticos existían aún. En la mayoría de los casos, la mayoría de una diminuta élite de cualquier sociedad entraba en el aparto del gobierno. Este gobierno servía a un autócrata cuya palabra era ley. Así que no podía haber salvaguardias constitucionales para hombres de negocios o contra ese aparato.[31]

Y hay otra forma en que esos esfuerzos regulatorios antiguos mostraban grandes paralelismos con los contemporáneos. Los sitonai estaban pensados originalmente como temporales, pero como aparecían escaseces cada cierto tiempo (no reducidas en modo alguno por su trabajo), había un creciente deseo de mantenerlos como funcionarios permanentes.

Si fallaba todo lo demás, la política colonial ateniense hacía bastante cómodo librarse de excesos de ciudadanos que la economía regulada no podía sostener. Algunos cínicos podrían preguntar por qué algunos economistas actuales no han pensado en esta solución para las escaseces de productos que inevitablemente siguen a los controles de precios.[32]


[1] John Jewkes, The New Ordeal By Planning (Londres: MacMillan, 1948) passim.

[2] Mary G. Lacy, Food Control During Forty-Six Centuries (Discurso ante la Agricultural History Society, Washington DC, 16 de marzo de 1922) reimpreso (Irvington-on-Hudson, Nueva York: Foundation for Economic Education, Inc.) p. 2.

[3] Ibíd., pp. 3-4.

[4] Jean-Philippe Levy, The Economic Life of the Ancient World (Chicago: University of Chicago, 1967) pp. 40-41.

[5] Ibíd., pp. 41-42.

[6] Ibíd., pp. 42-43.

[7] Ibíd., pp. 43. Para más información sobre la economía egipcia antigua, ver también M.I. Finley, The Ancient Economy (Londres: Chatto & Windus, 1973).

[8] Para más información muy útil sobre la triste historia de las intervenciones del gobierno en todos los aspectos de la economía (no solo en controles de salarios y precios) consultar Antony Fisher Must History Repeat Itself? (Londres: Churchill Press, 1974). (Publicado en Estados Unidos en 1978 por Caroline House, Ottawa, Ill.).

[9] El congresista Edward J. Derwinski, de Illinois, que s eoponía a la “Ley de Estabilización Económica” de 1971, insertó una interesante columna de Jenkin Lloyd Jones (Washington Star-News, 10 de noviembre de 1973) en el Registro del Congreso para el 12 de noviembre de 1973 (E7245). Jones apuntaba algunos fracasos históricos de controles, advirtiendo que “los esfuerzos por fijar precios para todos se remontan 41 siglos a los reyes del antiguo Sumer”.

[10] S.N. Kramer, The Sumerians (Chicago: University of Chicago, 1963) p. 79.

[11] Las provisiones parcialmente legibles se han omitido.

[12] Chilperic Edwards, The Hammurabi Code and the Sinaitic Legislation (Port Washington, N.Y.: Kennikat Press, 1904) pp. 69-72. Para los estatutos completes sobre salaries y precios del Código, ver Apéndice A.

[13] Irving S. Old, The Price of Price Controls (Irvington-on-Hudson, Nueva York: Foundation for Economic Education, 1952) p. 4.

[14] W.F. Leemans, The Old Babylonian Merchant, Studia et Documenta (Leiden: E. F. Brill, 1950) p. 122.

[15] Ibíd., pp. 114-115. Ver también James Wellard, Babylon (Nueva York: Saturday Review Press, 1972).

[16] Huan-chang Chen, The Economic Principles of Confucius and His School (Nueva York: Longmans, 1911) p. 168.

[17] Ibíd., p. 448.

[18] Ibíd.

[19] Ibíd., p. 449.

[20] Ibíd., p. 174.

[21] Ibíd., p. 444.

[22] Ibíd., p. 444-445.

[23] Kautilya’s Arthasastra (Mysore: Wesleyan Mission Press, 1923) p. v.

[24] Ibíd., p. 252.

[25] Ibíd., p. 249.

[26] Ibíd., p. 148.

[27] August Boeckh, The Public Economy of the Athenians, trducido por Anthony Lamb (Boston: Little Brown & Co., 1857) Libro 1, capítulo 15.

[28] Aristóteles, La constitución de Atenas, 51.3.

[29] Finley, op. cit., p. 170.

[30] Lisias, “Contra los comerciantes del grano” en Morris Morgan (ed.), Eight Orations of Lysias (Boston: Ginn & Co., 1895) pp. 89-103.

[31] T. F. Carney, The Economies of Antiquity (Lawrence, Kansas: Coronado Press, 1973) pp. 35-36.

[32] Sobre la regulación en la economía helénica, ver Finley, op. cit., capítulo VI.


Publicado el 27 de febrero de 2009. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original en inglés se encuentra aquí aquí.

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