El establecimiento histórico de la escuela austriaca de economía

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[Este ensayo se publicó por primera vez en 1969. Fue una de las últimas obras que escribió Mises]

I.                   Carl Menger y la escuela austriaca de economía

1.     Los inicios

Lo que se conoce como escuela austriaca de economía se inició en 1871 cuando Carl Menger publicó un pequeño libro bajo el título Grundsätze der Volkswirtschaftslehre.

Es habitual indicar la influencia que el ambiente ejerció sobre los logros de los genios. A la gente le gusta atribuir las resultados de un hombre genial, al menos en cierta medida, al funcionamiento de su entorno y al clima de opinión de su tiempo y su país. Sea lo que sea lo que este método pueda lograr en algunos casos, no hay duda que es inaplicable con respecto a aquellos austriacos cuyos pensamientos, ideas y doctrinas importan a la humanidad. Bernard Bolzano, Gregor Mendel y Sigmund Freud no fueron estimulados por sus parientes, profesores, colegas o amigos. Sus esfuerzos no fueron acogidos con simpatía por parte de sus conciudadanos contemporáneos y el gobierno de su país. Bolzano y Mendel desarrollaron lo principal de su obra en entornos que, en lo que se refiere a sus campos concretos, podrían calificarse como un desierto intelectual y murieron mucho antes de que la gente empezara a descubrir el valor de sus contribuciones. De Freud se rieron cuando hizo públicas por primera vez sus doctrinas en la Asociación Médica de Viena.

Uno puede decir que la teoría del subjetivismo y el marginalismo  que desarrolló Carl Menger estaba en el ambiente. Había sido presentida por varios predecesores. Además, aproximadamente al mismo tiempo que Menger escribía su libro, William Stanley Jevons y Léon Walras también escribían y publicaban libros que exponían el concepto de la utilidad marginal. Sea como sea, es seguro que ninguno de sus maestros, amigos o colegas prestó ningún interés a los problemas que animaban a Menger. Cuando, algún tiempo después de la Primera Guerra Mundial, le hablé acerca de las reuniones informales, pero regulares, en las que los economistas más jóvenes de Viena solíamos discutir problemas de teoría económica, observó pensativamente: “Cuando tenía tu edad, a nadie en Viena le preocupaban estas cosas”. Hasta el final de la década de 1870, no había ninguna “escuela austriaca”. Solo había Carl Menger.

Eugen von Böhm-Bawerk y Friedrich von Wieser nunca estudiaron con Menger. Habían terminado sus estudios en la Universidad de Viena antes de que Menger empezara a enseñar como Privat-Dozent. Lo que aprendieron de Menger, lo hicieron estudiando los Grundsätze. Cuando volvieron a Austria después de un tiempo en universidades alemanas, especialmente en el seminario de Karl Knies en Heidelberg, y publicaron sus primeros libros, fueron nombrados para enseñar economía en las universidades de Innsbruck y Praga, respectivamente. Muy pronto algunos hombres más jóvenes que habían seguido el seminario de Menger y habían estado expuestos a su influencia personal, aumentaron el número de autores que contribuyeron a la investigación económica. La gente en el extranjero empezó a referirse a estos autores como “los austriacos”. Pero la designación “escuela austriaca de economía” solo se usó más tarde, cuando su antagonismo con la escuela histórica alemana se hizo abierto después de la publicación, en 1883, del segundo libro de Menger, Untersuchungen über die Methode der Sozialwissenschaften und der Politischen Oekonomie insbesondere.

2.     La escuela austriaca y las universidades austriacas

El Gabinete austriaco en cuyo departamento periodístico trabajó Menger a principios de la década de 1870 (antes de su nombramiento n 1873 como profesor asistente en la Universidad de Viena) estaba compuesto por miembros del Partido Liberal que defendían las libertades civiles, el gobierno representativo, la igualdad de todos los ciudadanos bajo la ley, la moneda fuerte y el libre comercio. A finales de los 70, el Partido Liberal fue expulsado por una alianza de la Iglesia, los príncipes y condes de la aristocracia checa y polaca y los partidos nacionalistas de varias nacionalidades eslavas. Esta coalición se oponía todos los ideales que habían defendido los liberales. Sin embargo, hasta la desintegración del imperio de los Habsburgo en 1918, la constitución que habían inducido al emperador a aceptar los liberales en 1867 y las leyes fundamentales que la complementaban permanecieron en vigor en líneas generales.

En el clima de libertad que garantizaban estas leyes, Viena se convirtió en un centro de precursores de nuevas formas de pensar. Desde mediados del siglo XVI hasta el final del siglo XVIII, Austria fue ajena al trabajo intelectual de Europa. A nadie en Viena (y aún menos en otras partes de los dominios austriacos) le preocupaba la filosofía, la literatura y la ciencia de Europa occidental. Cuando Leibniz y posteriormente David Hume visitaron Viena, no encontraron allí a ningún indigène que estuviera interesado en sus obras.[1] Con la excepción de Bolzano, ningún austriaco antes de la segunda parte del siglo XIX contribuyó en nada importante a las ciencias filosóficas o históricas.

Pero cuando los liberales hubieron removido los grilletes que habían impedido cualquier esfuerzo intelectual, cuando hubieron abolido la censura y denunciado en concordato, mentes eminentes empezaron a acudir a Viena. Algunas vinieron de Alemania (como el filósofo Franz Brentano y los juristas y filósofos Lorenz von Stein y Rudolf von Jhering), pero la mayoría vinieron de las provincias austriacas; unos pocos eran vieneses. No había conformidad entre estos líderes, ni entre sus seguidores. Brentano, el exdominco, inició una línea de pensamiento que finalmente llevó a la fenomenología de Husserl. Mach fue el exponente de una filosofía que generó el positivismo lógico de Schlick, Carnap y su “Círculo de Viena”. Breuer, Freud y Adler interpretaron fenómenos neuróticos de una forma radicalmente distinta de los métodos de Krafft-Ebing y Wagner-Jauregg.

El “Ministerio de Religión e Instrucción” austriaco miraba con recelo todos estos trabajos. Desde el principio de la década de 1880, el Ministro del Gabinete y el personal de este departamento habían sido elegidos de entre los conservadores y enemigos más fiables de todas las ideas e instituciones políticas modernas. No tenían sino desprecio por lo que eran a sus ojos novedades extravagantes. Les habría gustado prohibir a las universidades acceder a todas estas innovaciones.

Pero el poder de la administración estaba seriamente restringido por tres “privilegios” que habían adquirido las universidades bajo el impacto de las ideas liberales. Los profesores eran funcionarios y, como todos los demás funcionarios, obligados a obedecer las órdenes dictadas por sus superiores, es decir, el Ministro del Gabinete y sus asesores. Sin embargo, estos superiores no tenían derecho a interferir con el contenido de las doctrinas enseñadas en las aulas y seminarios; en este aspecto, los profesores disfrutaban de la muy mencionada “libertad académica”. Además, el Ministro estaba obligado (aunque esta obligación nunca se había expresado sin ambigüedades) a nombrar profesores (o, por decirlo más precisamente, en sugerir al Emperador el nombramiento de un profesor) con las sugerencias realizadas por la facultad afectada. Finalmente, estaba la institución del Privat-Dozent. Un doctor que hubiera publicado un libro de investigación podía pedir a la facultad que le admitiera como maestro gratuito y privado de su disciplina; si la facultad decidía a favor del peticionario, seguía haciendo falta el consentimiento del Ministro; en la práctica, este consentimiento se daba siempre, antes de los días del régimen de Schuschnigg. El ya admitido Privat-Dozent no era, en este sentido, un funcionario. Aunque se le otorgara el título de profesor, no recibía ninguna compensación del gobierno.  Unos pocos Privat-Dozent podían vivir de sus propios fondos. La mayoría trabajaba para vivir. Su derecho a recibir pagos de los alumnos que atendían a sus cursos era en la mayor parte de los casos inútil.

El efecto de esta situación de los asuntos académicos fue que los consejos de los profesores disfrutaban de una autonomía casi ilimitada en la gestión de sus escuelas. La economía se enseñaba en las facultades de Derecho y Ciencias Sociales (Rechts und staatswissenschaftliche Fakultäten) de las universidades. En la mayoría de las universidades había dos cátedras de economía. Si una de estas quedaba vacante, un grupo de juristas tenía que elegir el futuro titular (con la cooperación, como mucho, de un economista). Así que la decisión residía en no economistas. Puede suponerse con justicia que estos profesores de derecho estaban guiados por la mejor de las intenciones. Pero no eran economistas. Tenían que elegir entre dos escuelas opuestas de pensamiento, la “escuela austriaca” por un lado y la escuela histórica supuestamente “moderna” que se enseñaba en las universidades del reich alemán por el otro. Aunque ningún prejuicio político o nacionalista hubiera perturbado su juicio, no podían dejar de sospechar acerca de una línea de pensamiento que los profesores de las universidades del reich alemán consideraban específicamente austriaca. Nunca antes se había creado un nuevo modo de pensar en Austria. Las universidades austriacas habían sido estériles hasta que (tras la revolución de 1848) se habían reorganizado de acuerdo con el modelo de las alemanas. Para gente que no estaba familiarizada con la economía, el predicado “austriaco” aplicado a una doctrina tenía fuertes matices de los días oscuros de la contrarreforma y de Metternich. Para un intelectual austriaco, nada podía parecer más desastroso que una recaída de este país en la inanidad espiritual de los buenos tiempos antiguos.

Carl Menger, Wieser y Böhm-Bawerk habían obtenido sus cátedras en Viena, Praga e Innsbruck antes de que hubiera empezado a aparecer la Methodenstreit en la opinión de los austriacos como un conflicto entre la ciencia “moderna” y el “retraso” austriaco. Sus colegas no tenían ningún rencor personal contra ellos. Pero siempre que era posible trataban de traer a seguidores de la escuela histórica de Alemania a las universidades austriacas. Aquellos a quienes el mundo llamó “economistas austriacos” eran, en las universidades austriacas, extraños tolerados con reticencias.

3.     La escuela austriaca en la vida intelectual de Austria

Las universidades francesas y alemanas más distinguidas no eran, en la gran época del liberalismo, meras instituciones de enseñanza que proporcionaban a las nuevas generaciones de profesionales la instrucción requerida para la práctica satisfactoria de sus profesiones. Eran centros de cultura. Algunos de sus maestros eran conocidos y admirados en todo el mundo. A sus cursos acudían no solo alumnos normales, sino muchos hombres y mujeres maduros activos en sus profesiones, en negocios o en política y no esperaban de las lecciones nada más que satisfacción intelectual. Esa gente externa, que no eran estudiantes en sentido técnico, atestaba en París los cursos de Renan, Fustel de Coulanges y Bergson y, en Berlín, los de Hegel, Helmholtz, Mommsen y Treitschke. El público culto estaba seriamente interesado en la obra de los círculos académicos. La élite leía los libros y revistas publicados por los profesores, se unía a sus sociedades escolásticas y seguía con interés las discusiones de las reuniones.

Algunos de estos aficionados que dedicaban solo horas de ocio a sus estudios superaron con mucho en nivel del diletantismo. La historia de la ciencia moderna registra los nombres de muchos gloriosos “aficionados”. Por ejemplo, es un hecho característico que la única contribución notable, aunque no marcara una época, a la economía que se originó en la Alemania del segundo reich vino de un ocupado consejero corporativo, Heinrich Oswalt, de Frankfurt, una ciudad que cuando escribió su libro no tenía universidad.[2]

También en Viena la asociación cercana de los profesores universitarios con el público culto de la ciudad prevalecía en las últimas décadas del siglo XIX y el principio del siglo. Empezó desvanecerse cuando murieron o se jubilaron los viejos maestros y hombres de menor cultura consiguieron sus cátedras. Fue el periodo en el que la las filas de la Universidad de Viena, así como la eminencia cultural de la ciudad, fue alzada y ampliada por los Privat-Dozents. El caso más importante es el del psicoanálisis. Nunca tuvo ningún respaldo de ninguna institución oficial: creció y prosperó fuera de la universidad y su única relación con la jerarquía burocrática de la enseñanza fue el hecho de que Freud era un Privat-Dozent con el título sin contenido de profesor.

Había en Viena, como una herencia de los años en los que los fundadores de la escuela austriaca habían conseguido por fin reconocimiento, un vivo interés por los problemas en la economía. Este interés permitió al presente escritor organizar un PrivatSeminar en la década de 1920, empezar la Asociación Económica y crear el Instituto Austriaco de Investigación de Ciclo Económico, que posteriormente cambió su nombre al de Instituto Austriaco de Investigación Económica.

El PrivatSeminar no tenía relación alguna con la universidad o cualquier otra institución. Dos veces al mes, el un grupo de intelectuales, entre ellos varios Privat-Dozents, se reunían en la oficina del presente escritor en la Cámara Austriaca de Comercio. La mayoría de los participantes pertenecían al grupo de edad que había empezado estudios universitarios después de fin de la Primera Guerra Mundial. Algunos eran mayores. Estaban unidos en un ardiente interés en todo el campo de las ciencias de la acción humana. En los debates, se trataban problemas de filosofía, epistemología, teoría económica y de las distintas ramas de la investigación histórica. El PrivatSeminar terminó cuando, en 1934, el presente escritor fue nombrado para la cátedra de relaciones económicas internacionales en el Instituto de Grado de Estudios Internacionales en Ginebra, Suiza.

Con la excepción de Richard von Strigl, cuya temprana muerte supuso un fin prematuro a una brillante carrera científica, y Ludwig Bettelheim-Gabillon, sobre quien tendremos más que decir, todos los miembros del PrivatSeminar encontraron un campo adecuado para la continuación de sus trabajos como investigadores, autores y profesores fuera de Austria.

En el campo espiritual, Viena desempeñó un papel importante en los años entre el establecimiento del Parlamento a principios de la década de 1860 y la invasión de los nazis en 1938. El florecimiento llegó repentinamente después de siglos de esterilidad y apatía. La decadencia ya había empezado muchos años antes de la intrusión de los nazis.

En todas las naciones y en todos los periodos de la historia, las explosiones intelectuales fueron obra de unos pocos hombres y fueron apreciadas solo por una pequeña élite. La mayoría veía estas proezas con odio y desdén, como mínimo con indiferencia. En Austria y Viena, la élite era especialmente pequeña y el odio de las masas y sus líderes especialmente vitriólico.

4.     Böhm-Bawerk y Wieser como miembros del Gabinete de Austria

La impopularidad de la economía es el resultado de su análisis de los efectos de los privilegios. Es imposible invalidar la demostración de los economistas de que todos los privilegios dañan a los intereses del resto de la nación o al menos de gran parte de ella, de que las víctimas solo tolerarán la existencia de dichos privilegios si les conceden también a ellas y de que, cuando todos están privilegiados, nadie gana, sino que todos pierden debido a la resultante caída de la productividad del trabajo.[3] Sin embargo, las advertencias de los economistas no son consideradas por la codicia de gente que es completamente consciente de su incapacidad de tener éxito en un mercado competitivo sin la ayuda de privilegios especiales. Confían en que obtendrán más privilegios valiosos que otros grupos o que estarán en disposición de impedir, al menos por un tiempo, cualquier concesión de privilegios compensadores a otros grupos. A sus ojos, el economista es solo un creador de problemas que quiere molestar sus planes.

Cuando Menger, Böhm-Bawerk y Wieser empezaron sus carreras científicas, no estaban preocupados por los problemas de las políticas económicas y el rechazo del intervencionismo por la economía clásica. Consideraban como su vocación poner a la teoría económica sobre una base sólida y estaban dispuestos a dedicarse enteramente a esta causa. Menger desaprobaba profundamente las políticas que había adoptado el gobierno austriaco (como la mayoría de los gobiernos de la época). Pero no creía que pudiera contribuir a una vuelta a buenas políticas de ninguna otra forma que exponiendo una buena economía en sus libros y artículos, así como en sus enseñanzas universitarias.

Böhm-Bawerk se unió al personal del Ministerio Austriaco de Finanzas en 1890. Sirvió dos veces durante un corto plazo como Ministro de Finanzas en un gabinete provisional. De 1900 a 1904 fue Ministro de Finanzas en un gabinete encabezado por Ernest von Körber. Los principios de Böhm en la dirección de su ministerio fueron: mantenimiento estricto de la paridad legalmente fijada de la divisa en oro y un presupuesto equilibrado sin ninguna ayuda del banco central. Un eminente intelectual, Ludwig Bettelheim-Gabillon, planificó publicar una obra completa analizando la actividad de Böhm-Bawerk en el Ministerio de Finanzas. Por desgracia, los nazis mataron al autor y destruyeron su manuscrito.[4]

Weiser fue algún tiempo durante la Primera Guerra Mundial, Ministro de Comercio en el Gabinete Austriaco. Sin embargo, su actividad se vio bastante dificultada por poderes de mayor alcance (ya concedidos antes de que Wieser asumiera el cargo) un funcionario del ministro, Richard Riedl. Prácticamente solo quedaron asuntos de importancia secundaria bajo la jurisdicción del propio Wieser.

II.               El conflicto con la escuela histórica alemana

1.     El rechazo alemán de la economía clásica

La hostilidad que encontraron las enseñanzas de la teoría económica clásica en el continente europeo estaba causada principalmente por sus prejuicios políticos. La economía política desarrollada por varias generaciones de pensadores ingleses, brillantemente expuesta por Hume y Adam Smith y perfeccionada por Ricardo, fue el resultado más exquisito de la filosofía de la Ilustración. Era lo esencial de la doctrina liberal que apuntaba al establecimiento de un gobierno representativo y la igualdad de todos los individuos bajo la ley. No es sorprendente que fuera rechazada por todos aquellos a quienes atacaba sus privilegios. La propensión al desdén de la economía se vio reforzada considerablemente en Alemania por el auge del espíritu del nacionalismo. El rechazo estrecho de miras de la civilización occidental (filosofía, ciencia, doctrina e instituciones política s, arte y literatura) que acabó en el nazismo, originó una difamación apasionada de la economía política británica.

Sin embargo uno de debe olvidar que había otras razones para esta revuelta contra la economía política. Esta nueva rama del conocimiento planteaba problemas epistemológicos y filosóficos para los que los intelectuales no encontraban una solución satisfactoria. No podía integrarse en el sistema tradicional de epistemología y metodología. La tendencia empirista que domina la filosofía occidental sugería considerar a la economía como una ciencia experimental como la física y la biología. La misma idea de que una disciplina que se ocupara de problemas “prácticos” como precios y salarios podía haber tenido un carácter epistemológico distinto del de otras disciplinas que se ocupan de asuntos prácticos, estaba más allá de la comprensión de la época. Pero por otro lado, solo los positivistas más radicales dejaban de darse cuenta de que no podían realizarse experimentos en el campo acerca del que la economía trata de proporcionar conocimiento.

No tenemos que ocuparnos aquí de cómo se desarrollo el estado de cosas en la era del neopositivismo y el hiperpositivismo del siglo XX. Hoy, en todo el mundo, pero en primer lugar en Estados Unidos, multitudes de estadísticos se ocupan en institutos dedicados a lo que gente cree que es “investigación económica”, recogen cifras proporcionadas por gobiernos y diversas unidades de negocio, las reorganizan, reajustan y reimprimen calculan medias y dibujan gráficos. Presumen estar “midiendo” así el “comportamiento” de la humanidad y que no hay diferencias dignas de mención entre sus métodos de investigación y los aplicados en los laboratorios de investigación física, química y biológica. Ven con pena y desprecio a aquellos economistas que, como dicen, igual que los botánicos de la “antigüedad”, se basan en “mucho pensamiento especulativo” en lugar de en “experimentos”.[5] Y están completamente convencidos de que de su incansable ejercicio algún día emergerá un conocimiento final y completo que permitirá a la autoridad planificadora del futuro hacer perfectamente feliz a todas las personas.

Pero con los economistas de la primera parte del siglo XIX, los defectos en los fundamentos de las ciencias de la acción humana aún no habían llegado tan lejos. Sus intentos de ocuparse de los problemas epistemológicos de la economía llevaron, por supuesto, a un completo fracaso. Pero, en retrospectiva, podemos decir que esta frustración fue un paso necesario en la vía que llevó a una solución más satisfactoria del problema. Fue el tratamiento fallido de de John Stuart Mill de los métodos de las ciencias morales lo que expuso completamente la futilidad de todos los argumentos aportados a favor de la interpretación empirista de la naturaleza de la economía.

Cuando los alemanes empezaron a estudiar las obras de la economía clásica británica, aceptaron sin recelos la suposición de que la teoría económica deriva de la experiencia. Pero esta sencilla explicación no podía satisfacer a aquellos que estaban en desacuerdo con las conclusiones que, desde la doctrina clásica, habían de interferir por la acción política. Plantearon muy pronto preguntas: ¿No es distinta la experiencia de la que los autores británicos deducían sus teorías, de la experiencia que habría tenido un autor alemán? ¿No es la economía británica defectuosa dado el hecho de que el material del que se deriva la experiencia era solo Gran Bretaña y solo la Gran Bretaña de los Jorge de Hannover? ¿Hay, después de todo, una ciencia económica válida para todos los países, naciones y edades?

Es evidente cómo fueron respondidas estas tres preguntas por quienes consideraban a la economía como una disciplina experimental. Pero una respuesta así es equivalente a la negación apodíctica de la economía como tal. La escuela histórica habría sido coherente si hubiera rechazado la misma idea de que sea posible una ciencia de la economía y si se hubiera abstenido escrupulosamente de hacer ninguna otra declaración que no fueran informes acerca de lo que había ocurrido en un momento concreto del pasado y un lugar concreto de la tierra. Una anticipación de los efectos a esperar de un acontecimiento concreto solo puede realizarse basándose en una teoría que afirme su validez general y no meramente la validez de lo que ocurrió en el pasado en un país concreto. La escuela histórica negaba enfáticamente que hubiera teoremas económicos de tal validez universal. Pero esto no le impidió recomendar o rechazar (en nombre de la ciencia) diversas opiniones o medidas diseñadas necesariamente para afectar a las condiciones futuras.

Estaba, por ejemplo, la doctrina clásica respecto de los efectos del libre comercio y el proteccionismo. Los críticos no se dedicaron a la tarea (inútil) de descubrir algunos silogismos falsos en la cadena de razonamiento de Ricardo. Simplemente afirmaron que no son concebibles soluciones “absolutas” en esos asuntos. Hay situaciones históricas, decían, en las que los efectos producidos por el libre comercio o la protección difieren delos los descritos por la teoría “abstracta” de los autores “de sillón”. Para respaldar su opinión  se referían a diversos precedentes históricos. Al hacerlo, olvidaban alegremente considerar que los hechos históricos, siendo siempre el resultado de la operación de una multitud de factores, no pueden probar o refutar ningún teorema.

Así que la economía en el segundo reich alemán, representada por los profesores universitarios nombrados por el gobierno, degeneró en una colección asistemática y poco variada de distintos fragmentos de conocimiento tomados de la historia, la geografía, la tecnología, la jurisprudencia y la política de partido, entreverada con comentarios despectivos acerca de los errores en las “abstracciones” de la escuela clásica. La mayoría de los profesores, con más o menos ganas, hacía propaganda en sus escritos y cursos de las políticas del gobierno imperial: conservadurismo autoritario, Sozialpolitik, proteccionismo, enormes armamentos y nacionalismo agresivo. Sería injusto considerar esta inclusión de la política en el tratamiento de la economía como un fenómeno específicamente alemán. Fue causado en definitiva por el defecto de la interpretación epistemológica de la teoría económica, un defecto que no se limitaba a Alemania.

Un segundo factor que hizo de la Alemania del siglo XIX en general y concretamente que las universidades alemanas miraran con recelo a la economía británica fue su preocupación por la riqueza y su relación con la filosofía utilitaria.

Las definiciones de la economía política que prevalecían entonces la describían como una ciencia que se ocupaba de la producción y distribución de riqueza. Esa ciencia no podía ser sino despreciable a los ojos de los profesores alemanes. Los profesores pensaban en sí mismos como gente innegablemente dedicada a la búsqueda del conocimiento puro y no, como los defensores de los interesados de los conseguidores de dinero, preocupándose por posesiones territoriales. La mera mención de esas cosas básicas como la riqueza y el dinero era un tabú entre la gente que alardeaba a de su alta cultura (Bildung). Los profesores de economía podían conservar su categoría en los círculos de sus colegas apuntando solo que el tema de sus estudios no eran los medios relativos al negocio en busca de lucro, sino la investigación histórica, por ejemplo, acerca de las nobles explotaciones de los electores de Brandemburgo y los reyes de Prusia.

No era menos serio el asunto del utilitarismo. La filosofía utilitaria no era tolerada en las universidades alemanas. De los dos principales utilitaristas alemanes, Ludwig Feuerbach nunca consiguió un trabajo con docente, mientras que Rudolf von Jhering fue profesor de derecho romano. Todos los errores que durante más de dos mil años se habían planteado contra el hedonismo y eudemonismo fue readaptado por los profesores de Staatswissenschaften en su crítica de los economistas británicos.[6] Si no hubiera habido nada más que hubiera despertado sospechas en los intelectuales alemanes, habrían condenado a la economía por la única razón de que Bentham y los Mill habían contribuido a ella.

2.     La esterilidad de Alemania en el campo de la economía

Las universidades alemanas eran propiedad de los diversos reinos y grandes ducados que formaban el reich y estaban operadas por ellos.[7] Los profesores eran funcionarios y, como tales, tenían que obedecer estrictamente las órdenes y regulaciones emitidas por sus superiores, los burócratas de los ministerios de instrucción pública. Esta subordinación total e incondicional de las universidades y sus enseñanzas a la supremacía de los gobiernos se vio desafiada (en vano) por la opinión pública liberal alemana, cuando en 1837 el rey de Hanover despidió a siete profesores de la Universidad de Gotinga que protestaban contra el incumplimiento de la constitución por el rey. Los gobiernos no prestaron atención a la reacción popular. Continuaron destituyendo a profesores con cuyas doctrinas políticas o religiosas no estaban de acuerdo. Pero después de algún tiempo recurrieron a métodos más sutiles y eficaces para hacer a los profesores defensores leales de la política oficial. Examinaban cuidadosa y escrupulosamente a los candidatos antes de nombrarlos. Solo los hombres fiables conseguían las cátedras. Así que la cuestión de la libertad académica quedó al fondo. Los profesores por sí mismos enseñaban solo lo que el gobierno les permitía enseñar.

La guerra de 1866 había acabado con el conflicto constitucional prusiano. El partido del rey (el Partido Conservador, de los Junkers, liderado por Bismarck) triunfó sobre el Partido Progresista Prusiano, que defendía un gobierno parlamentario, e igualmente sobre los grupos democráticos del sur de Alemania. En la nueva situación política, primero del Norddeutscher Bund y, después de 1871, del Deutsches Reich, no quedaba espacio para las doctrinas “extranjeras” del manchesterismo y el laissez faire. Los vencedores de Königgrätz y Sedan pensaban que no tenían nada que aprender de la “nación de tenderos” (los británicos) o de los derrotados franceses.

Al iniciarse la guerra de 1870, uno de los científicos alemanes más eminentes, Emil du Bois-Reymond, declaraba que la Universidad de Berlín era “el guardaespaldas intelectual de la Casa de los Hohenzollern”. Esto no significaba mucho para las ciencias naturales. Pero tenía un significado claro y preciso para las ciencias de la acción humana. Los responsables de las cátedras de historia y de Staatswissenschaften (es decir, de ciencia política, incluyendo todo los referido a economía y finanzas) sabían lo que esperaba de ellos su soberano. Y lo hacían.

Desde 1882 a 1907, Friedrich Althoff estuvo en el ministerio de instrucción de Prusia a cargo de los asuntos universitarios. Gobernaba a las universidades como un dictador. Como Prusia tenía la mayor cantidad de profesorado lucrativo y por tanto ofrecía el campo más favorable para intelectuales ambiciosos, los profesores en los demás estados alemanes, e incluso los de Austria y Suiza, aspiraban a conseguir cargos en Prusia. Así que Althoff, por regla general, hacía que prácticamente aceptaran sus principios y opiniones. En todos los asuntos relativos a las ciencias sociales y las disciplinas históricas, Althoff se basaba completamente en el consejo de su amigo Gustav von Schmoller. Schmoller tenía un talento certero para separar ovejas de cabras.

En el segundo y tercer cuarto del siglo XIX, algunos profesores alemanes escribieron contribuciones valiosas a la teoría económica. Es verdad que las contribuciones más notables de este periodo, las de Thünen y Gossen, no fueron obra de profesores, sino de hombres que no tenían trabajo como docentes. Sin embargo, los libros de los profesores Hermann, Mangoldt y Knies se recordarán en la historia del pensamiento económico. Pero después de 1866, los hombres que entraron en la carrera académica solo tenían desdén por las “abstracciones exangües”. Publicaban estudios históricos, preferentemente sobre condiciones de trabajo del pasado reciente. Muchos de ellos estaban firmemente convencidos de que la principal tarea de los economistas era ayudar el “pueblo” en la guerra de liberación que estaban librando contra los “explotadores” y de que los líderes dados al pueblo por Dios eran las dinastías, especialmente los Hohenzollern.

3.     La Methodenstreit

En los Untersuchungen, Menger rechazaba las ideas epistemológicas que subyacen en los escritos de la escuela histórica. Schmoller publicó una reseña bastante desdeñosa de este libro. Menger reaccionó, en 1884, con un panfleto, Die Irrtümer des Historismus in der Deutschen Nationalökonomie. Las distintas publicaciones que engendró esta polémica se conocen bajo el nombre de Methodenstreit, la lucha sobre los métodos.

La Methodenstreit contribuyó poco a la aclaración de los problemas afectados. Menger estaba demasiado bajo la influencia del empirismo de John Stuart Mill como para llevar su propio punto de vista hasta sus completas consecuencias lógicas. Schmoller y sus discípulos, comprometidos en la defensa de una posición insostenible, ni siquiera entendían sobre qué trataba la polémica.

Por supuesto, el término Methodenstreit es equívoco. Pues no se trataba de descubrir el procedimiento más apropiado para el tratamiento de los problemas comúnmente considerados como económicos. El asunto en disputa era esencialmente si podía existir una ciencia que no fuera la historia, que se ocupara de aspectos de la acción humana.

Estaba, en primer lugar el determinismo materialista radical, una filosofía casi universalmente aceptada en Alemania en este tiempo por físicos, químicos y biólogos, aunque nunca formulada expresa y claramente. Tal y como lo veía esta gente, las ideas, voliciones y acciones humanas se producen por acontecimientos físicos y químicos que las ciencias naturales describirán algún día de la misma forma en que hoy describen la aparición de una componente químico por la combinación de varios ingredientes. Como única vía que podría llevar a este logro científico, defendían la experimentación en laboratorios psicológicos y biológicos.

Schmoller y sus discípulos rechazaban apasionadamente esta filosofía, no porque conocieran sus deficiencias, sino porque era incompatible con las ideas religiosas del gobierno prusiano. Prácticamente preferían una doctrina que era solo un poco distinta del positivismo de Comte (al que, por supuesto, despreciaban por su ateísmo y su origen francés). De hecho, el positivismo, interpretado sensatamente, debe llevar al determinismo materialista. Pero la mayoría de los seguidores de Comte no era francos en este aspecto. Sus explicaciones no siempre llegaban a la conclusión de que las leyes de la física social (sociología), cuyo establecimiento era en su opinión el principal objetivo de la ciencia, podrían descubrirse por lo que llamaban un método más “científico” de ocuparse del material reunido por los procedimientos tradicionales de los historiadores.  Esta era la postura adoptada por Schmoller respecto de la economía. Una y otra vez acusaba a los economistas de haber realizado prematuramente inferencias a partir de material cuantitativamente insuficiente. En su opinión, lo que hacía falta para sustituir con una ciencia realista de la economía a las apresuradas generalizaciones de los economistas británicos “de sillón”, era más estadística, más historia y más recopilación de “material”. De los resultados de esa investigación, mantenía, los economistas del futuro desarrollarían algún día nuevas ideas por “inducción”.

Schmoller estaba tan confundido que no veía la incompatibilidad de su propia doctrina epistemológica con el rechazo del ataque del positivismo a la historia. No se daba cuenta del golfo que separaba sus opiniones de las de los filósofos alemanes que demolieron las ideas del positivismo sobre el uso y tratamiento de la historia (primero Dilthey, y luego Windelband, Rickert y Max Weber). En el mismo artículo en el que censuraba la Grundsätze de Menger, reseñaba también el primer libro importante de Dilthey, su Einleitung in die Geisteswissenschaften. Pero no se daba cuenta del hecho de que el tenor de la doctrina de Dilthey era la aniquilación de la tesis fundamental de su propia epistemología, a saber, que podían deducirse de la experiencia histórica algunas leyes del desarrollo social.

4.     Los aspectos políticos de la Methodenstreit

La filosofía librecambista británica triunfó en el siglo XIX en los países de Europa occidental y central. Acabó con la precaria ideología del estado social autoritario (landesfürstlicher Wohlfahrisstaat) que había guiado las políticas de los principados alemanes en el siglo XVIII. Incluso Prusia giró temporalmente hacia el liberalismo. Los puntos culminantes de su periodo librecambista fueron el arancel de aduanas de Zollverein de 1865 y el Código de Comercio de 1869 (Gewerbeordnung) para el territorio del Norddeutscher Bund (posteriormente el Deutsches Reich). Pero muy pronto el gobierno de Bismarck empezó a crear su Sozialpolitik, el sistema de medidas intervencionistas como legislación laboral, seguridad social, actitudes a favor de los sindicatos, impuestos progresivos, aranceles proteccionistas, cárteles y dumping.[8]

Si uno trata de refutar la devastadora crítica de la economía contra lo apropiado de todos estos programas intervencionistas, uno se ve obligado a negar la misma existencia (por no mencionar las afirmaciones epistemológicas) de una ciencia de la economía, y también de la praxeología. Es lo que han hecho siempre todos los defensores del autoritarismo, la omnipotencia del gobierno y las políticas “sociales”. Culpan a la economía de ser “abstracta” y defienden un modo “visualizador” (anschaulich) de ocuparse de los problemas afectados. Destacan que los asuntos en este campo son demasiado complicados como para describirse en fórmulas y teoremas. Afirman que las diversas naciones y razas son tan diferentes entre sí que sus acciones no pueden abarcarse en una teoría uniforme: hay tantas teorías económicas como naciones y razas. Otros añaden que incluso dentro de la misma nación o raza la acción económica es distinta en diversas épocas de la historia. Estas objeciones y otras similares, a menudo incompatibles entre sí, se aportan para desacreditar a la economía como tal.

En realidad, la economía desapareció completamente de las universidades del Imperio Alemán. Quedó un solo epígono de la economía clásica en la Universidad de Bonn, Heinrich Dietzel, quien, sin embargo, nunca entendió que significaba la teoría del valor subjetivo. En todas las demás universidades, los profesores ansiaban ridiculizar a la economía y a los economistas. No merece la pena preocuparse por lo que produjeron como sustitutivo de la economía en Berlín, Munich y otras universidades del reich. A nadie le importa hoy lo que escribieron Gustav von Schmoller, Adolf Wagner, Lujo Brentano y sus numerosos adeptos en sus voluminosos libros y revistas.

La importancia política de la obra de la escuela histórica consistió en el hecho de que mantuvo en Alemania ideas cuya aceptación hizo popular entre el pueblo alemán todas esas desastrosas políticas que resultaron en grandes catástrofes. El agresivo imperialismo que acabó dos veces en guerra y derrota, la infinita inflación de principios de la década de 1920, el Zwangswirtschaft y todos los horrores  del régimen nazi fueron logros de políticos que actuaban como les habían enseñado los defensores de la escuela histórica.

Schmoller y sus amigos y discípulos defendían lo que se ha llamado socialismo de estado, es decir, un sistema de socialismo (planificación) en la que la alta dirección estaría en manos de la aristocracia Junker. Era a esta rama de socialismo a la que apuntaban Bismarck y sus sucesores. La tímida oposición que encontraron por parte de un pequeño grupo de empresarios era ínfima, no tanto debido al hecho de que estos oponentes no fueran numerosos, sino porque sus esfuerzos no tenían ningún respaldo ideológico. Ya no había pensadores liberales en Alemania. La única resistencia que ofrecía el partido del socialismo de estado provenía del partido marxista de los socialdemócratas. Igual que los socialistas de Schmoller (los socialistas de cátedra o Kathedersozialisten), los marxistas defendían el socialismo. La única diferencia entre ambos grupos era la elección de la gente que debería dirigir el consejo supremo de planificación: los Junkers, los profesores y la burocracia de la Prusia de los Hohenzollern o los funcionarios del partido socialdemócrata y sus sindicatos afiliados.

Así que los únicos adversarios serios contra los que tenía que luchar la escuela de Schmoller en Alemania eran los marxistas. En esta polémica, estos últimos tomaron muy pronto la delantera. Pues al menos tenían un cuerpo de doctrina, por muy defectuoso y contradictoria que fuera, mientras que las enseñanzas de la escuela histórica eran más bien la negación de cualquier teoría. En busca de una pizca de apoyo teórico, la escuela de Schmoller paso a paso fue tomando del fondo espiritual de los marxistas. Finalmente, el propio Schmoller defendía en buena parte la doctrina marxista de la lucha de clases y de la impregnación “ideológica” del pensamiento por los miembros de la clase de los pensadores. Uno de sus amigos y colega en el profesorado, Wilhelm Lexis, desarrolló una teoría del interés que Engels calificó como una paráfrasis de la teoría marxista de la explotación.[9] Fue un efecto de los escritos de los defensores de la Sozialpolitik el que el adjetivo “burgués” (bürgerlich) adquiriera en el idioma alemán una connotación oprobiosa.

La aplastante derrota en la Primera Guerra Mundial hizo añicos el prestigio de los príncipes, aristócratas y burócratas alemanes. Los adeptos de la escuela histórica y la Sozialpolitik trasladaron su lealtad a varios grupos escindidos, de entre los que acabó emergiendo el Partido Nacional-Socialista de los Trabajadores de Alemania, los nazis.

La línea recta que va de la obra de la escuela histórica al nazismo no puede verse esbozando la evolución de uno de los fundadores de la escuela. Pues los protagonistas de la época de la Methodenstreit habían perdido la vida antes de la derrota en 1918 y el ascenso de Hitler. Pero la vida del principal hombre más importante en la segunda generación de la escuela muestra todas las fases de la economía universitaria alemana en el periodo de Bismarck a Hitler.

Werner Sombart era con mucho en más dotado de los alumnos de Schmoller. Solo tenía veinticinco años cuando su maestro, en medio de la Methodenstreit, le encargó la tarea de revisar y aniquilar el libro de Wieser, Der natürliche Wert. El fiel discípulo condenaba el libro como “completamente insensato”.[10] Veinte años después Sombart alardeaba de haber dedicado buena parte de su vida a luchar por Marx.[11] Cuando estalló la guerra en 1914, Sombart publicó un libro, Händler und Helden (Buhoneros y héroes).[12] Allí, con un lenguaje basto y repugnante, rechazaba todo lo británico o anglosajón, pero sobre todo la filosofía y la economía británicas, como una manifestación de intermediarios. Después de la guerra, Sombart revisó su libro sobre el socialismo. Antes de la guerra se había publicado en nueve ediciones.[13] Mientras que las ediciones anteriores a la guerra habían alabado el marxismo, la décima edición lo atacaba fanáticamente, especialmente debido a su carácter “proletario” y su falta de patriotismo y nacionalismo. Pocos años después, Sombart trato de revivir la Methodenstreit, con un libro lleno de ataques contra economistas cuyo pensamiento era incapaz de entender.[14] Luego, cuando los nazis llegaron al poder, coronó una carrera literaria de cuarenta y cinco años con un libro sobre socialismo alemán. La idea guía de esta obra era que el Führer sigue órdenes de Dios, el Führer supremo del universo y que la Führertum es una revelación permanente.[15]

Esa fue la evolución de la economía académica alemana, desde la glorificación de los electores y reyes Hohenzollern de Schmoller a la canonización de Adolf Hitler de Sombart.

5.     El liberalismo de los economistas austriacos

Platón soñaba con el tirano benevolente que atribuiría el filósofo sabio el poder para establecer el sistema social perfecto. La Ilustración no puso sus esperanzas en la aparición más o menos accidental de gobernantes bienintencionados y eruditos previsores. Su optimismo respecto del futuro de la humanidad se basab en la doble fe en la bondad del hombre y en su mente racional. En el pasado, una minoría de villanos (reyes criminales, sacerdotes sacrílegos, nobles corruptos) podían hacer el mal. Pero ahora (según la doctrina de la Ilustración) al hacerse l hombre consciente del poder de su razón, ya no había que temer una recaída en la oscuridad y los errores de épocas pasadas. Toda nueva generación añadirá algo al bien logrado por sus ancestros. Así que la humanidad está en vísperas de una avance continuo hacia condiciones más satisfactorias. Progresar constantemente es lo natural en el hombre. Es inútil quejarse acerca de la supuesta dicha de una fabulosa edad dorada. El estado ideal de la sociedad está ante nosotros, no detrás de nosotros.

La mayoría de los políticos liberales, progresistas y democráticos del siglo XIX que defendían el gobierno representativo y el sufragio universal estaban guiados por una firme confianza en la infalibilidad de la mente racional del hombre común. A sus ojos, las mayorías no podían equivocarse. Las ideas originadas en el pueblo y aprobadas por los votantes no podrían sino ser beneficiosas para la comunidad.

Es importante darse cuenta de que los argumentos aportados a favor del gobierno representativo por el pequeño grupo de filósofos liberales eran bastante diferentes y no implicaban ninguna referencia a la supuesta infalibilidad de las mayorías. Hume había apuntado que el gobierno se basa siempre en la opinión. A largo plazo, la opinión de los muchos siempre acaba ganando. Un gobierno que no esté respaldado por la opinión de la mayoría debe perder su poder antes o después: si n renuncia, es derrocado violentamente por los muchos. Los pueblos tienen el poder en definitiva de poner al timón a esos hombres que están dispuestos a gobernar de acuerdo con los principios que la mayoría considere adecuados. A largo plazo, no existe un gobierno impopular que mantenga un sistema que la multitud condene como injusto. La justificación del gobierno representativo no es que las mayorías sean infalibles y similares a Dios. Es la voluntad de conseguir mediante métodos pacíficos el ajuste en definitiva inevitable del sistema político  y a los hombres que dirijan su mecanismo hacia la ideología de la mayoría. Los horrores de la revolución y la guerra civil pueden evitarse si un gobierno no querido puede ser desalojado sin traumas en las siguientes elecciones.

Los verdaderos liberales sostenían que la economía de mercado, el único sistema económico que garantiza una mejora en constante progreso del bienestar material de la humanidad, solo puede funcionar en una atmósfera de paz sin perturbaciones.  Defendían el gobierno por los representantes elegidos por el pueblo porque daban por sentado que solo este sistema preservaría de forma duradera la paz tanto en asuntos interiores como exteriores.

Lo que distinguía a estos verdaderos liberales de la adoración ciega de las mayorías de los autodenominados radicales era que basaban su optimismo respecto del futuro de la humanidad, no en una confianza mística en la infalibilidad de las mayorías, sino en la creencia de que el poder de los argumentos lógicos sensatos es irresistible. No dejaban de ver que la inmensa mayoría de los hombres comunes son al tiempo tan desganados y tan indolentes  como para seguir y entender largas cadenas de razonamiento. Pero esperaban que estas masas, precisamente debido a su desgana e indolencia, no podían dejar de apoyar las ideas que las planteaban los intelectuales. A partir del juicio sensato de la minoría culta y de su capacidad para convencer a la mayoría, los grandes líderes del movimiento liberal del siglo XIX esperaban la mejora constante de los asuntos humanos.

En este aspecto, hubo completo acuerdo entre Carl Menger y sus dos primeros seguidores, Wieser y Böhm-Bawerk. Entre los papeles inéditos de Menger, el profesor Hayek descubrió una nota que reza: “No hay mejor medio de descubrir lo absurdo de un método de razonamiento que dejar que siga su curso hasta el final”. A los tres les gustaba referirse al argumento de Spinoza en el primer libro de su Ética que acaba con la famosa frase: “Sane sicut lux se ipsam et tenebras manifestat, sic veritas norma sui et falsi”. [“Así como la luz se manifiesta a sí misma y a la oscuridad, la verdad es la norma de sí misma y de lo falso”]. Se mantuvieron tranquilos ante la apasionada propaganda tanto de la escuela histórica como del marxismo. Estaban completamente convencidos de que los dogmas indefensibles lógicamente de estas facciones acabarían siendo rechazados por todos los hombres razonables precisamente debido a su absurdo y a que las masas de hombres comunes seguirían necesariamente a los intelectuales.[16]

La sabiduría de este modo de argumentar ha de verse evitando la práctica popular de aplicar una supuesta psicología frente al razonamiento lógico. Es verdad que a menudo los errores de razonamiento son causados por la disposición del individuo a preferir una conclusión errónea a la correcta. Hay incluso grupos de gente cuyos afectos sencillamente les impiden pensar rectamente. Pero no tienen nada que ver con el establecimiento de estos hechos las doctrinas que se enseñaron en la última generación bajo la etiqueta de “sociología del conocimiento”. El pensamiento y razonamiento humanos, la ciencia humana y la tecnología son el producto de un proceso social en la medida en que el pensador individual afronta tanto los aciertos como los errores de sus predecesores y entra en un discusión virtual con ellos, ya sea asintiendo o disintiendo. Es posible para la historia de las ideas hacer comprensible un error humano, así como sus aciertos analizando las condiciones bajo las que vivió y trabajó. En este sentido, solo es permisible referirse a lo que se llama el espíritu de una época, una nación, un ambiente. Pero es razonamiento circular si uno trata de explicar la aparición de una idea, y menos de justificarla, refiriéndose al entorno del autor. Las ideas siempre derivan de la mente de un individuo y la historia no puede decir más acerca de ellas que que fueron generadas en un instante concreto de tiempo por un individuo concreto. No hay otra excusa para el pensamiento erróneo de un hombre que lo que el gobierno austriaco declaró una vez con respecto al caso de un general derrotado: que no puede pedirse a nadie ser un genio. La psicología puede ayudarnos a explicar por qué un hombre se equivoca al pensar. Pero esa explicación no puede convertir en verdad lo que es falso.

Los economistas austriacos rechazaban incondicionalmente el relativismo lógico implícito en las enseñanzas de la escuela histórica prusiana. Frente a las declaraciones de Schmoller y sus seguidores, mantenían que hay un cuerpo de teoremas económicos que son válidos para toda acción humana, independientemente del tiempo y el lugar, las características nacionales y raciales de los actores y sus ideologías religiosas, filosóficas y éticas.

La grandeza de los servicios prestados por estos tres economistas austriacos al mantener la causa de la economía contra la vana crítica del historicismo no puede exagerarse. Ni infirieron de sus convicciones epistemológicas ningún optimismo respecto de la evolución futura de la humanidad. Lo que haya que decir a favor del pensamiento lógico correcto no prueba que las próximas generaciones de hombres sobrepasen a sus antecesores en esfuerzos y logros intelectuales. La historia muestra una y otra vez que periodos de maravillosos logros intelectuales se vieron seguidos por periodos de decadencia y retroceso. No sabemos si la próxima generación engendrará gente que sea capaz de continuar en la línea de los genios que hicieron tan gloriosos los últimos siglos. No sabemos nada acerca de las condiciones biológicas que permiten a un hombre dar un paso adelante en el camino del progreso intelectual. No podemos descartar la suposición de que pueda haber límites a un mayor ascenso intelectual del hombre. Y sin duda no sabemos si en este ascenso no hay un punto más allá del cual los líderes intelectuales ya no puedan convencer a las masas y hacerlas seguir su liderazgo.

La inferencia a partir de estas premisas por parte de los economistas austriacos fue que aunque es tarea de una mente pionera hacer todo lo que sus facultades le permitan realizar, no le incumbe propagar sus ideas y menos aún usar métodos cuestionables para hacer que sus pensamientos sean entendibles por el pueblo. No les preocupaba la divulgación de sus escritos. Menger no publicó una segunda edición de su famoso Grundsätze, aunque durante mucho tiempo estuvo sin imprimir, las copias de segunda mano se vendían a altos precios y el editor se pedía una y otra vez su consentimiento.

La principal y única preocupación de los economistas austriacos era contribuir al desarrollo de la economía. Nunca trataron de conseguir el apoyo de nadie por otros medios que el poder de convicción desarrollado en sus libros y artículos. Veían con indiferencia el hecho de que las universidades de los países de habla alemana, incluso muchas universidades austriacas, fueran hostiles a la economía como tal y aún más a las nuevas doctrinas económicas del subjetivismo.

III.            El lugar de la escuela austriaca de economía en la evolución de la economía

1.     La “escuela austriaca” y Austria

Cuando los profesores alemanes añadieron el calificativo “austriaca” a las teorías de Menger y sus primeros seguidores y continuadores, lo hicieron en una sentido peyorativo. Después de la batalla de Königgrätz, la calificación de algo como austriaco siempre tenía ese matiz en Berlín, esos “cuarteles generales del Geist”, como lo llamaba Herbert Spencer.[17] Pero el intento de burla se volvió contra ellos. Muy pronto el nombre “escuela austriaca” fue famoso en todo el mundo.

Por supuesto, la práctica de asociar un calificativo nacional a una línea de pensamiento resulta necesariamente equívoca. Solo unos pocos austriacos (e incluso no austriacos) sabían algo de economía y era todavía menor el número de esos austriacos a los que uno podría calificar como economistas, por muy generoso que se sea al conferir esta calificación. Además, había entre los economistas austriacos algunos que no seguían las líneas de la llamada “escuela austriaca”: los más conocidos eran los matemáticos Rudolf Auspitz y Richard Lieben, y posteriormente Alfred Amonn y Josef Schumpeter. Por otro lado, la cifra de economistas extranjeros que se dedicaron a la continuación de la obra iniciada por los “austriacos” crecía constantemente. Al principio icurría a veces que los trabajos de estos economistas británicos, estadounidenses y otros no austriacos encontraban oposición en sus propios países y eran llamados irónicamente “austriacos” por sus críticos. Pero después de algunos años todas las ideas esenciales de la escuela austriaca fueron en buena medida aceptadas como parte integral de la teoría económica. Para cuando Menger se retiró (1921), uno ya no distinguía la escuela austriaca de otras economías. El calificativo “escuela austriaca” se convirtió en el nombre dado a un importante capítulo de la historia del pensamiento económico; ya no era el nombre de un grupo concreto de doctrinas distinto de otras mantenidas por otros economistas.

Por supuesto, había una excepción. La interpretación de las causas y el discurrir del ciclo económico que el presente autor proporcionó, primero en su Teoría del dinero y del crédito[18] y finalmente en su tratado La acción humana,[19] bajo  el nombre de teoría monetaria o de la circulación del crédito del ciclo económico, fue llamada por algunos autores la teoría austriaca del ciclo económico. Como todas esas etiquetas nacionales, también es objetable. La Teoría de la circulación del crédito es una continuación, aumentada y generalizada de ideas desarrolladas primero por la escuela británica de la divisa y de algunos añadidos a ellas realizadas por economistas posteriores, entre los cuales estaba también el sueco Knut Wicksell.

Al haber sido inevitable referirse a la etiqueta nacional, “la escuela austriaca”, uno puede añadir unas pocas palabras acerca del grupo lingüístico al que pertenecían los economistas austriacos. Menger, Böhm-Bawerk y Wiser eran austroalemanes: su idioma era el alemán y escribieron sus libros en alemán. Lo mismo pasa on sus alumnos más eminentes: Johann von Komorzynski, Hans Mayer, Robert Meyer, Richard Schiffler, Richard von Strigl y Robert Zuckerkandl. En este sentido, la obra de la “escuela austriaca” es un logro de la filosofía y ciencia alemanas. Pero entre los alumnos de Menger, Böhm-Bawerk y Wiser también había austriacos no germánicos. Dos de ellos se han distinguido por contribuciones importantes: los checos Franz Cuhel y Karel Englis.

2.     La importancia histórica de la Methodenstreit

El peculiar estado de las condiciones ideológicas y políticas de Alemania en el último cuarto del siglo XIX generó el conflicto entre dos escuelas de pensamiento del que resultaron la Methodenstreit y la calificación de “escuela austriaca”. Pero el antagonismo que se manifestó en este debate no se limitó a un periodo o país concreto. Es perenne. Tal y como es la naturaleza humana, es inevitable en cualquier sociedad en la que la división del trabajo y su corolario, el intercambio del mercado, hayan llegado a tal intensidad que la subsistencia de todos dependa de la conducta de otros. En dicha sociedad, todos son servidos por sus conciudadanos y, a su vez, ellos sirven a todos. Los servicios se prestan voluntariamente: para hacer que alguien haga algo por mí, tengo que ofrecerle algo que prefiera a abstenerse de hacer ese algo. Todo el sistema se construye sobre esta voluntariedad de los servicios intercambiados. Condiciones naturales inexorables impiden que el hombre se dedique a disfrutar descuidadamente de su existencia. Pero esta integración en la comunidad dela economía de mercado es espontánea, el resultado de la idea de que no tiene método mejor de supervivencia, o ninguno en absoluto, a su disposición.

Sin embargo, el significado y aspecto de esta espontaneidad solo es entendido por los economistas. Los que no están familiarizados con la economía, es decir, la inmensa mayoría, no ven ninguna razón por la que no deban por medio de fuerza obligar a otras personas a hacer lo que ellos no están dispuestos a hacer por sí mismos. No importa cuál sea el aparato de compulsión física al que se recurra en esas acciones: el poder de policía del gobierno o la fuerza de un “piquete” ilegal cuya violencia tolere el gobierno. Lo que importa es la sustitución de la acción voluntaria por la compulsión.

Debido a una conjunción de condiciones políticas que podría calificarse de accidental, el rechazo de la filosofía de la cooperación pacífica fue, en los tiempos modernos, desarrollada primero en una doctrina completa por miembros del estado prusiano. Las victorias en las tres guerras de Bismarck habían intoxicado a los intelectuales alemanes, la mayoría de los cuales eran funcionarios del gobierno. Algunos consideraban un hecho característico que la adopción de las ideas de la escuela de Schmoller fuera más lenta en los países cuyos ejércitos fueron derrotados en 1866 y 1870. Por supuesto, es absurdo buscar ninguna relación entre la aparición de la teoría económica austriaca y las derrotas, fracasos y frustraciones del régimen de los Habsburgo. Aun así, el hecho de que las universidades públicas francesas se alejaran del historicismo y la Sozialpolitik durante más tiempo que esas otras naciones, fue causado indudablemente, al menos en cierta medida, por la calificación de prusianas asociada a estas doctrinas. Pero este retraso tuvo poca importancia práctica. Francia, como todos los demás países, se convirtió en un bastión del intervencionismo y desterró a la economía.

La consumación filosófica de las ideas glorificadoras de la interferencia del gobierno, es decir, la acción de los agentes armados, la alcanzaron Nietzsche y Georges Sorel. Ambos acuñaron la mayoría de los lemas que guiaron las carnicerías del bolchevismo, el fascismo y el nazismo. Intelectuales exaltando las delicias del asesinato, escritores defendiendo la censura, filósofos juzgando los méritos de pensadores y autores, no de acuerdo con el valor de sus contribuciones, sino de los logros en los campos de batalla,[20] son los líderes espirituales de nuestra época de conflicto perpetuo. ¡Qué espectáculo ofrecieron esos autores y profesores estadounidenses que atribuían el origen de la independencia política de su propia nación y de su constitución a una astuta trampa de los “intereses” y lanzaban miradas añorantes al paraíso soviético de Rusia!

La grandeza del siglo XIX se basó en el hecho de que hasta cierto punto las ideas de la economía clásica se convirtieron en la filosofía dominante del estado y la sociedad. Transformaron la tradicional sociedad estamental en naciones de ciudadanos libres, el absolutismo real en gobierno representativo y, sobre todo, la pobreza de las masas bajo en ancien regime en el bienestar de muchos bajo el laissez faire capitalista. Hoy la reacción del estatismo y el socialismo está minando los cimientos de la civilización occidental y el bienestar. Tal vez tengan razón quienes afirman que es demasiado tarde para impedir el triunfo final de a barbarie y la destrucción. Sea como sea, algo es seguro. La sociedad, es decir, la cooperación pacífica de los hombres bajo el principio de la división del trabajo, solo puede existir y funcionar si adopta políticas que el análisis económico declare apropiadas para alcanzar los fines buscados. La peor ilusión de nuestra época es la confianza supersticiosa puesta en panaceas que (como han demostrado irrefutablemente los economistas) son contrarias al fin propuesto.

Gobiernos, partidos políticos, grupos de presión y burócratas de la jerarquía educativa piensan que pueden eludir las consecuencias inevitables de medidas inapropiadas boicoteando y silenciando a los economistas independientes. Pero la verdad persiste y funciona, aunque no quede nadie para decirlo.


[1] El único vienés contemporáneo que apreciaba la obra filosófica de Leibniz era el Príncipe Eugenio de Saboya, descendiente de una familia francesa, nacido y educado en Francia.

[2] Cf. H. Oswalt, Vorträge über wirtschaftliche Grundbegriffe, 3ª ed. (Jena, 1920).

[3] Cf. Mises, La acción humana. 3ª edición (1966), pp. 716-861.

[4] Solo se han conservado dos capítulos, que el autor había publicado antes del Anschluss: “Böhm-Bawerk und die Brüsseler Zuckerkonvention” y “Böhm-Bawerk und die Konvertierung von Obligationen der einheitlichen Staatsschuld” en Zeitschrift fur Nationalokonomie, Vols. VII y VIII (1936 y 1937).

[5] Cf. Arthur F. Burns, The Frontiers of Economic Knowledge (Princeton University Press, 1954), p. 189. [Publicado en España como Las fronteras del conocimiento económico (Madrid: Aguilar, 1960)].

[6] Más tarde se emplearon argumentos similares para desacreditar el pragmatismo. Se citaba la frase de  William James según la cual el método pragmático trata de extraer de cada palabra “su valor en efectivo en la práctica” (Pragmatism, 1907, p. 53) para caracterizar la mezquindad de la “filosofía del dólar”.

[7] El propio reich poseía y operaba solo la Universidad de Estrasburgo. Las tres ciudades-repúblicas alemanas no tenían en esa época ninguna universidad.

[8] Cf. Mises, Omnipotent Government (Yale University Press, 1944), pp. 149 y ss. [Publicado en España como Gobierno omnipotente (Madrid: Unión Editorial, 2002)].

[9] Cf. el análisis más detallado de Mises en Kritik des interventionismus, (Jena, 1929), pp. 92 y ss.

[10] Cf. Schmoller Jahrbuch, Vol. 13 (1889), pp. 1488-1490.

[11] Cf. Sombart, Das Lebenswerk von Karl Marx (Jena, 1909), p. 3.

[12] Cf. Sombart, Händler und Helden (Munich, 1915).

[13] Cf. Sombart, Der proletarische Sozialismus, 10ª ed. (Jena, 1924), 2 vol.

[14] Cf. Sombart, Die drei Nationalökonomien (Munich, 1930).

[15] Cf. Sombart, Deutscher Sozialismus (Charlottenburg, 1934), p. 213. (Edición estadounidense: A  New Social Philosophy, traducido y editado por K. F. Geiser, Princeton, 1937, p. 149). Los logros de Sombart eran apreciados en el extranjero. Así, por ejemplo, en 1929 fue elegido como miembro honorario de la American Economic Association.

[16] No hace falta añadir que Menger, Böhm-Bawerk y Wieser veían con completo pesimismo el futuro político del Imperio Austriaco. Pero no podemos ocuparnos de este problema en este ensayo.

[17] Cf. Herbert Spencer, The Study of Sociology, 9ª ed. (Londres, 1880), p. 217.

[18] Primera edición en alemán de 1912, segunda edición en alemán de 1924. Ediciones en inglés de 1934 y 1953.

[19] Yale University Press, 1949.

[20] Cf. los pasajes citados en Julien Benda, La trahison des clercs (París, 1927), Nota 0, pp. 192-295.


Publicado el 1 de septiembre de 2007. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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