[Parte 3 de “La tradición de la secesión en Estados Unidos”, un escrito presentado en la conferencia de 1995 del Instituto Mises “Secesión, estado y economía”]
En vísperas de la Guerra de Secesión, la mayoría de los norteños parecían haber creído que, o bien un estado podía secesionarse legalmente o que uno debía aceptar pacíficamente la secesión de hecho. El cómo cambió rápidamente la opinión en el norte lo suficiente como para apoyar la invasión es una historia complicada que no puede contarse aquí, pero incluiría los siguientes asuntos.
Lo primero y más esencial fue la temprana decisión de Lincoln de hacer la guerra a los estados del sur si se independizaban. En 1856 había dicho a los sureños que declaraban su derecho de secesión:
No so dejaremos. Con la bolsa y la espada, el ejército y la armada y el tesoro en nuestras manos y bajo nuestras órdenes, no podréis hacerlo.[1]
El presidente James Buchanan, que precedió a Lincoln, había declarado que el gobierno central no tenía ninguna autoridad para obligar a un estado secesionista, pero Lincoln declaró privadamente que recuperaría los fuertes que Buchanan había permitido que devolver al control de los estados. En el primer borrador de su primer discurso de toma de posesión, Lincoln estaba dispuesto a hacer pública esta intención: “Todo el poder a mi disposición se utilizará para reclamar la propiedad y los lugares públicos que se hayan perdido”.[2] Lincoln rechazó negociar con comisionados confederados el pago de propiedades federales y establecer un tratado comercial y así estimulaba la impresión pública de que los confederados eran agresores ilícitos que habían robado propiedad federal y amenazado con invadir el norte.
Segundo, la ineptitud de los líderes del sur y sus belicosos discursos y políticas (como permitirse caer en el anzuelo de disparar en Ft. Sumter), utilizada en manos de Lincoln para encender el nacionalismo en el norte.
Tercero estaba la venalidad de las clases comerciales del norte, que estaban encantadas de que el sur aportara unos tres cuartos de los ingresos federales, pero o estaban dispuestas a permitir que zona de bajos aranceles en su frontera sur. Las diferencias económicas entre norte y sur eran claras. En 1860, la agricultura seguía sumando aproximadamente en 75% de las exportaciones estadounidenses y la mayoría venía del sur. Comerciando en un mercado mundial no protegido, el sur necesitaba una política de libre comercio. El norte, que acababa de industrializarse, estaba guiado por una visión de un vasto mercado continental para las manufacturas, lo que requería una política de aranceles prohibitivos. Durante tres décadas, los sureños se habían quejado por la injusticia de los aranceles que protegían a las manufacturas del norte, porque los aranceles no solo producían una absorción de riqueza del sur por el norte, sino asimismo porque los socios comerciales del sur, cuyas manufacturas se hacían prohibitivamente caras para intercambiarlas por los productos básicos del sur, estaban obligados a comprar dichos productos en otro lugar. Una vez que la sección industrial del norte obtuvo el control del Congreso, la tasa media sobre bienes sujetos a gravamen aumento del tipo de 1860 del 18,84% a un máximo espectacular del 46,56% en 1865. El arancel no cayó por debajo del 40% hasta la Primera Guerra Mundial, excepto durante dos años en que fue del 38%. Después de la guerra, aumentó de nuevo con Harding, Coolidge y Hoover.[3] Esta política brutal e injusta dio un golpe devastador al comercio exportador agrícola del sur, que fue mucho mayor que lo que podían absorber los mercados del norte.
Las regulaciones del comercio interestatal aprobadas al final del siglo XIX discriminaban a las manufacturas del sur, entre otras cosas, fijando tarifas de ferrocarril y precios del acero de forma que los bienes fabricados en el sur no fueran capaces de venderse más baratos que los fabricados en el norte.[4] No se abolieron hasta la década de 1940, cuando el Tribunal Supremos los declaró inconstitucionales. Las Leyes de Banca Nacional de 1863, 1864 y 1865 crearon una nueva divisa nacional, garantizada con deuda pública y pusieron fuera de la circulación los billetes estatales de banco. Una vez que el gobierno central y sus bancos nacionales tuvieron la autoridad para controlar la oferta de dinero, se completó la destrucción financiera del federalismo estadounidense. Esta revolución en las finanzas desanimó al formación de bancos en comunidades agrarias e hizo que se transfirieran fondos bancarios de la agricultura a la industria. Como escribió el historiador Robert Sharkey:
El ingenio humano habría tenido dificultades en concebir un motor más perfecto para la explotación de clase y sección: los acreedores obteniendo finalmente la mano más alta frente a los deudores y el este desarrollado teniendo el látigo sobre los subdesarrollados oeste y sur.[5]
Todo esto resultó ser mucho peor de lo que John C. Calhoun predijo que pasaría si la federación americana de repúblicas se transformaba en un nacionalismo consolidado dominado por la clase industrial del norte.
La breve historia constitucional que he esquematizado que ve la secesión como parte del sistema de equilibrios y controles del federalismo estadounidense es desconocida por la mayoría de los estadounidenses. La razón es que hemos llegado a creer la absurda teoría nacionalista de la Constitución propuesta por Story y Webster y utilizada por Lincoln para legitimar la invasión del sur. Lincoln dijo que había jurado preservar la Unión, pero se equivocaba. No había jurado preservar la Unión, sino más bien jurado preservar la Constitución y la Constitución en 1861 no prohibía, ni prohíbe ahora, la secesión de un estado estadounidense.
El nacionalismo consolidado que Story, Webster y Lincoln hicieron pasar como Constitución, no era la Constitución que habían heredado. Ese instrumento era un pacto entre estados soberanos que creaba un gobierno central que solo tenía unos podres enumerados. El instrumento que hicieron pasar era una constitución imaginaria al servicio una clase industrial emergente. En este punto de vista, los estados se reducían a poco más que condados en un régimen nacionalista y emergía el gobierno central como ilimitado en poder si estaba apoyado por la mayoría. Tal gobierno no solo podía interferir con la esclavitud, haciéndola desaparecer, podía hacer mucho más. Los aranceles para proteger al industria del norte habían secado el sur acaudalado durante más de treinta años. Además, el sur era la fuente de la mayoría de los ingresos federales y esto era explotado por una mayoría del norte para mejorar sus infraestructuras. El sur en general se había opuesto a las mejoras internas, afirmando que dichos poderes nunca se habían concedido al gobierno central y se pensaba que si se asumían esos poderes, se produciría un panorama de clientelismo y corrupción infinitos sin parangón en la historia.
Las colonias del sur se habían independizado de Gran Bretaña porque rechazaban ser una fuente de ingresos para un imperio británico consolidado centrado en Londres. Esa acción seguía vívida en la memoria histórica de los sureños (por ejemplo, “Lighthorse” Harry Lee, el padre de Robert E. Lee, era un héroe de la Guerra de Independencia y amigo de George Washington). Por tanto, los sureños en 1861 no estaban dispuestos a ser una fuente de ingresos para una versión industrial norteña de un imperio consolidado centrado en Washington. De hecho, la misma idea de Washington como la “capital” vino después del fracaso de la guerra por la independencia del sur. En el periodo prebélico, se pensaba generalmente en Washington como la “sede” del gobierno central, como cuando uno habla de un pueblo como la sede del gobierno del condado o de Estrasburgo y Nueva York como sedes, respectivamente, de la Unión Europea y la ONU. Washington era la sede de un gobierno central que solo tenía poderes enumerados; no era la capital de nada.
Igualmente, es erróneo describir el conflicto de 1861-1865 como la “Guerra Civil”. El ejemplo de una guerra civil es la Guerra Civil Inglesa. Esa guerra fue una lucha, dentro de un estado moderno, de dos facciones (Corona y Parlamento) por el control dl mismo gobierno. Pero la federación de estados americanos no era ella misma un estado moderno más de lo que lo es la Unión Europea. Su gobierno central solo tenía poderes enumerados delegados por los estados soberanos. Pero Virginia, Nueva York, etc. eran estados modernos, aceptando cada uno la presunción contra la secesión de sus partes. Y la lucha que se produjo no fue entre dos facciones buscando el control del mismo gobierno. Por el contrario, fue entre un grupo de estados ejercitando su poder federativo de abandonar la federación y el gobierno y otro grupo de estados pretendiendo conquistarlos y gobernarlos. El Gran Sello de la Confederación muestra una estatua ecuestre de George Washington, el símbolo de la secesión del imperio británico. Al igual que la ruptura con Gran Bretaña no fue una revolución, sino un acto de secesión, la ruptura con el norte no fue un acto de traición que llevó a una guerra civil, sino un acto de secesión que llevó a la conquista por el norte. El que ambos conflictos se describan frecuentemente de forma errónea apunta de nuevo hacía el carácter poco teorizado de la secesión.
Pero hay otra diferencia entre los conflictos. Durante la Revolución Americana, las colonias americanas podían apelar solo a un argumento moral para legitimar la secesión. Habiéndose gobernado más o menos a sí mismos durante más de un siglo, y habiendo adquirido el carácter de un pueblo, afirmaban que habían adquirido un derecho al completo autogobierno. Pero las colonias no eran y nunca fueron reconocidas como estados soberanos, ni por otros, ni siquiera por ellas mismas. Sin embargo, en el momento de la Guerra de Secesión, los estados el sur habían sido y aún eran estados soberanos, así que podían no solo crear un argumento moral, sino también uno legal. Y fue en el argumento legal en el que insistieron principalmente. Cada estado utilizó la misma forma legal de secesionarse de la Unión que había utilizado para entrar en ella, que era la ratificación en una convención del pueblo. En algunos casos, las decisiones de estas convenciones se sometieron a referéndum. De entre aquellos sureños que se opusieron a la secesión, incluyendo a Robert E. Lee, la gran mayoría reconocía la legitimidad de las convenciones y apoyaba a sus estados, a quienes, bajo la teoría del pacto constitucional, debían su fidelidad principal.
Con la secesión pacífica y legal de los estados del sur, el genio estadounidense del autogobierno llegó a su máxima expresión moral. Aquí había algo sin precedentes en la historia: un vasto imperio continental de repúblicas desgarrado por conflictos regionales, económicos y morales buscando resolver sus diferencias no mediante la guerra, sino mediante la secesión pacífica de once repúblicas contiguas, legitimada por el consentimiento del pueblo. Era lo mismo que, en 1840, dijo John Quincy Adams que podía ser necesario en el futuro y que legitimaría el compromiso estadounidense con el autogobierno de los pueblos, en lugar de una Unión por las bayonetas. Era asimismo lo que tenía en mente el presidente Buchanan cuando, aunque opuesto a la secesión, declaraba que el gobierno central no tenía ninguna autoridad para obligar a un estado secesionista. La misma doctrina fue afirmada por Madison y Hamilton en el Federalist. Sin embargo, Lincoln, como Jorge III, estaba decidido por la coacción, pero al contrario que este último, estaba también dispuesto a iniciar una guerra total contra la población civil del sur para alcanzar el objetivo de un nacionalismo consolidado.
Así que con Lincoln se produce una ruptura radical entre el viejo americanismo que estaba basado en los derechos naturales de comunidades morales sustanciales a gobernarse a sí mismas y un nuevo americanismo basado en la centralización y consolidación del poder y, como en la Revolución Francesa, entregado a una doctrina igualitaria del individualismo. Esta doctrina, dondequiera que se ha aplicado en el mundo, ha requerido la destrucción de autoridades sociales y comunidades morales independientes y la consolidación masiva de poder necesaria para conseguir dicha destrucción. Lincoln fue un hombre de su tiempo y fue un tiempo de una construcción sin vergüenza de un imperio y de coacción a sociedades políticas independientes para consolidar uniones. Los que Bismarck estaba logrando en Alemania con una política de “sangre y hierro” y lo que Lenin lograría en Rusia, lo había conseguido Lincoln en Estados Unidos. Lincoln no preservó de la destrucción una unión indivisible orgánica porque no heredó ninguna; más bien, como Bismarck, creó una.
¿Por qué se secesionaron los estados del sur? Es una pregunta que se responde mejor examinando de cerca la Constitución de la Confederación, que muestra no solo la impronta de la concepción sureña del autogobierno, sino asimismo sus agravios contra el norte. Aunque no hay espacio para hacerlo aquí, merece la pena señalar unos pocos puntos. Los sureños eran leales a la Constitución de los Fundadores. De lo que se quejaban era de la interpretación norteña de este, que veían cómo se transformaba, en una acción de alquimia filosófica, de un pacto entre estados soberanos creando un gobierno central con poderes enumerados a un nacionalismo consolidado con un gobierno central con poderes ilimitados.
El Preámbulo confederado deja claro que las partes del pacto son los pueblos de los estados y no el pueblo de confederación en su conjunto. Y se dice que cada estado retiene “su carácter soberano e independiente”. En la constitución federal, el iniciativa de enmienda puede venir del Congreso o de los estados. La constitución confederada atribuye este poder solo a los estados. Los sureños consideraban a la secesión un derecho legal disponible para un estado bajo la constitución federal concebida como un pacto entre estados soberanos. Pero no incluyeron a propósito un derecho de secesión en su propia constitución porque hacerlo implicaría un cambio y sería aprovechado por los norteños que sostenían que la secesión era un traición. Sin embargo el derecho de una estado confederado a secesionarse se pensaba que estaba evidentemente contenido en la declaración de que los estados retienen su soberanía e independencia.
Un gobierno central en un sistema federativo no puede ser inadecuadamente opresivo si sus ingresos se restringen cuidadosamente por consenso de los estados o por algo que se aproxima al consenso. Uno de las principales objeciones contra la concepción norteña de la Unión consolidada era el que el gobierno central se convertiría en un centro incontrolable de clientelismo y corrupción que subvertiría la vida moral y política independiente de los estados. Se prohibían los odiados aranceles protectivos a las importaciones. Sin embargo, se permitían los aranceles a la exportación si los aprobaba una mayoría de dos tercios. La financiación de las mejoras internas estaba severamente restringida. Con pocas excepciones, el Congreso podía apropiarse de dinero solo con una mayoría de dos tercios o por una mayoría a solicitud del presidente.
Como en la constitución federal, se reconocía la esclavitud. La constitución confederada prohibía el comercio de esclavos, pero al contrario que la política federal, obligaba al Congreso a aprobar legislación para aplicar la ley. La política estadounidense del momento rechazaba cooperar con los británicos y franceses en permitir que fueran abordados barcos estadounidenses, así que el comercio de esclavos continuó hacia Sudamérica bajo banderas estadounidenses hasta el conflicto de 1861-65. El primer veto de Jefferson Davis fue a un proyecto de ley que permitiría la venta de esclavos capturados por la Armada Confederada. La constitución confederada permitía a estados no esclavistas unirse a la Confederación y dejar a los estados la posible abolición de la esclavitud. Muchas tribus en el territorio indio tenían tratados con los confederados y luchaban por ella ante la promesa de crear un estado indio soberano.
Las reformas principales llevadas a cabo por la constitución confederada, que Lord Acton admiraba, estaban pensadas para proteger y fortalecer las comunidades morales y políticas sustanciales de los estados y para limitar el poder del gobierno central reduciendo sus ingresos, restringiendo un poder de gasto y haciendo difícil aprobar legislación para grupos de intereses especiales.[6]
Igual que sus antepasados dos generaciones antes, actuando como ciudadanos de estados soberanos, se habían secesionado de los Artículos de la Confederación (aunque los Artículos incluían “una unión perpetua” y no podían cambiarse legalmente sin consentimiento unánime) para formar una “unión más perfecta” (una unión que requería solo nueve estados), igualmente once estados contiguos del sur buscaron formar una unión más perfecta, una basada en la conservación de comunidades morales y políticas independientes, en su unión por consentimiento y en el derecho de secesión.
Desde un punto de vista filosófico, la constitución confederada puede verse como la máxima expresión de la aventura del autogobierno empezada por los colonos americanos en 1776. Esa aventura empezó con una declaración del derecho al autogobierno de sociedades morales y políticas sustanciales y este derecho se garantizó mediante un acto de secesión. Los estadounidenses, en sus momento más arriesgados, imaginaron un mundo legal, un estado de derecho, en el que se reconocería este derecho.
Publicado el 29 de enero de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original en inglés se encuentra aquí.