El imperio americano es otra burbuja

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Si Ludwig von Mises leyera detenidamente los periódicos actuales, reconocería los síntomas de una burbuja de crédito generada por el banco central a nivel mundial y su inminente colapso.

Lo que caracteriza cada vez más el orden financiero mundial, diría Mises, es una disposición en la que los reguladores animan una mentalidad de “cara, yo gano; cruz, pierden todos los demás”, respaldada por la voluntad de entidades cuasigubernamentales de imprimir y pedir prestado dinero sin límites.

Hombre educado en todos los aspectos, Mises resistiría la tentación de decir: “Os lo dije” y se centraría en cómo evitar una completa catástrofe económica y política global.

El anuncio de la FDIC de que podría tener que tomar prestado dinero “temporalmente” del Tesoro, es decir, de los contribuyentes, es el último canto del cisna de que la época de dinero fiduciario global dolarocéntrica y regulatoria en vigor desde la Segunda Guerra Mundial se está acercando a un triste desenlace final.

La FDIC no cumple ahora su requisito legal mínimo del 1,5% de capital por dólar asegurado en depósitos, debido a la presente carnicería del mercado hipotecario y crediticio, de ahí el aviso del salvavidas lanzado por la FIDC al Departamento del tesoro la última semana de agosto de 2008.

La FDIC, como Fannie y Freddie, dice: “Por supuesto que devolveremos este préstamo cuando todo vuelva a la normalidad”. La “profesión” contable y los “funcionarios” de la CBO y similares probablemente concedan su aprobación a un rescate de la FDIC con la garantía de que “todo está bien” a corto plazo. En realidad, los rescates de Fannie, Freddie y la FDIC a largo plazo probablemente sean por sí mismos tan eficaces como el personaje de Niedermeyer en el final la película Desmadre a la americana intentando detener a una masa en estampida creada por John Belushi, gritando lamentablemente: “Tranquilos, todo está bien”.

Como en el caso de Fannie y Freddie, la promesa de  la FDIC pagar a los contribuyentes cuando las cosas vuelvan a la normalidad es inútil, porque, para empezar, no hay nada normal respecto de la burbuja inmobiliaria y su burbuja asociada del crédito. La FDIC, Fannie y Freddie asegurarán a todos que “la gente recibirá su dinero de vuelta cuando se vendan los activos de los bancos fallidos, etc.”. Es una tontería inútil.

Por definición, una burbuja es un desequilibrio económico causado por una creación excesiva de dinero en relación con el valor intrínseco de la clase de activo hacia la que se dirige el dinero. Por tanto, en el equilibrio a largo plazo, las existencias de dinero (y por tanto los precios de los activos) deben volver a su valor útil productivamente en relación con el tamaño de la producción económica o el nivel general de precios debe subir para restaurar la relación esencial entre las utilidades marginales de los bienes y sus precios: Primero de Mises.

En otras palabras, en el caso de lo efectos de la burbuja inmobiliaria y su burbuja asociada del crédito, los precios de las viviendas y de los bonos deben caer drásticamente o debe haber un aumento drástico en la inflación o una combinación (conexa, si así lo queréis) de ambas cosas. No es mecánica cuántica, aunque los sofistas de la clase política nos lo hagan creer.

Sin querer causar pánico, la situación es realmente mucho peor que de lo que sugerirían los meros rescates de Fannie, Freddie y la FDIC, una vez uno pone a los rescates en sus adecuados contextos históricos y políticos.

Durante los últimos seis años, Estados Unidos ha proporcionado protección militar a las potencias capitalistas europeas y asiáticas, todas con economías gobernadas por aparatos regulatorios análogos en carácter a los aparatos de New Deal de la posguerra estadounidense. Estos aparatos, especialmente cuando se unen al dinero fiduciario, tienen en común el defecto esencial de que crean inestabilidad económica a través del riesgo moral.

Esta provisión de protección militar estadounidense ha sido respaldada por el tributo presidencial de la aceptación de dólares en papel (dólares al principio respaldados teóricamente por oro). Por supuesto, este engaño, descrito por Robert Triffin en 1960, acabó en 1971 con el colapso del sistema de Breton Woods, exponiendo a los tenedores de dólares a pérdidas masivas y causando la Gran Inflación de la década de 1970.

Durante las décadas de 1970 y 1980, Estados Unidos no abandonó el curso del imperio o la regulación estatista, sino que por el contrario expandió, especialmente el lado imperial de la mentalidad intervencionista y especialmente en vísperas del colapso de la Unión Soviética. Fuera cual fuera la desregulación de otros sectores de la economía, el sector financiero (debido a su papel en la financiación imperial) retuvo su peculiar privilegio regulatorio mediante su capacidad de generar pérdidas ilimitadas a costa del contribuyente o tenedor de dólares.

Este imperio americano expandido estuvo, durante un tiempo, extrañamente ayudado por la República Popular de China como parte de una política de industrialización en la que los chinos esterilizaban la compra de dólares mediante ventas de seguridad nacional masiva para enjugar el exceso de liquidez. Es esta estrategia la que está perdiendo fuelle rápidamente y ha creado una peligrosa inflación en los precios inmobiliarios y bursátiles chinos, que es improbable que acabe bien.

Japón, orientado al capitalismo en Extremo Oriente, y en menor medida los bancos centrales occidentales, los estado petrolíferos y Rusia (sí, Rusia) también compraron enormes cantidades de activos en dólares a partir de la década de 1990, con el efecto de subvencionar la “pax americana”, probablemente porque los acuerdos alternativos de seguridad parecían más caros.

Sin embargo, esa voluntad de subvencionar a Estados Unidos parecería estar desvaneciéndose rápidamente. La firmeza reciente de Rusia es una indicación de lo que va a pasar, mientras cada vez más extranjeros miran con recelo su subvención a unos Estados Unidos viviendo por encima de sus posibilidades. La señal económica es las pérdidas globales cada vez más punitivas relacionadas con el crédito exterior causadas por la última burbuja imperial de la Fed, una burbuja de crédito que ha infectado a todo el planeta.

Fue divertido para Estados Unidos en el corto y medio plazo, desde que, al menos en la década de 1980, tuviera que equilibrar también su pastel y su supermercado imperiales. Así que Estados Unidos evitó tener que ocuparse del desequilibrio esencial entre los gastos comprometidos por el gobierno federal frente a los ingresos previstos, así como del desequilibrio asociado entre los niveles estadounidenses de vida y la productividad económica.

Esa época está acabando, con la creciente amplitud de las oscilaciones financieras de la economía mundial en frecuencia más bajas, demostrando una inestabilidad sistémica que data, como mínimo, de la crisis financiera de 1998.

En respuesta a esa crisis y a las preocupaciones sobre el año 2000 y con una iniciación especialmente intensa en el momento del fiasco de las LTCM (un acontecimiento que por supuesto fue posible por el riesgo moral intrínseco de Greenspan y de la mentalidad regulatoria de la posguerra), la Fed rebajó los tipos, impulsando así la burbuja tecnológica a su frenético final. Al aumentar los tipos de 1999 para combatir la inflación generada por el dinero fiduciario de la Fed, la criatura de Jekyll Island consiguió aplastar el NASDAQ y otros y, en el proceso, generar una recesión económica global.

En 2002, ahora preocupada por la deflación, la Fed llevó a los tipos a niveles absurdamente bajos, generando así la burbuja inmobiliaria. Preocupada por la inflación en 2006, en la que la burbuja inmobiliaria fue la consecuencia inevitable de tratar de mantener los precios de los activos estadounidenses y la valoración de la producción a niveles no equilibrados, el doble de Greensapan, Bernanke subió los tipos, matando la burbuja inmobiliaria, y luego los bajó revolucionando las imprentas para prevenir un colapso del mercado del crédito. Esto nos lleva a la actual encrucijada con Fannie, Freddie y la FDIC y lo que Mises identificaría claramente como la trampa “política”.

Visto aisladamente, la Fed no puede llevar a los tipos sustancialmente arriba ni abajo. Si lucha contra su propia inflación elevando los tipos, envía a la economía a una depresión. Su lucha contra una recesión generada por la contracción del crédito, se arriesga a una hiperinflación y una corrida sobre el dólar. Si el gobierno federal empleara más estímulo fiscal en el lado de los impuestos o los gastos, se aplicaría el teorema ricardiano de la equivalencia a una entidad con un problema de déficit/solvencia del presente presupuesto descontado de 30 billones de dólares. Es decir, tendría un efecto mínimo. Un bache en el PIB del segundo cuatrimestre no cambia nada en el panorama a largo plazo y en el equilibrio realmente solo significa un cambio de producción del futuro al presente; sin embargo, es popular en políticos bajo la batalla electoral y entre los tipos de Wall Street en busca de incautos.

En otras palabras, Mises apuntaría a los rescates de Fannie, Freddie y la FDIC como la indicación de que había llegado un acontecimiento al sistema general, en el que necesitamos una nueva mentalidad política. Mises vería claramente la solución al desequilibrio mundial generado por el dinero fiduciario en un retorno global a un patrón metálico con banca de reserva l 100% como la única norma política monetaria y un orden bancario que evite los desequilibrios generado por la manipulación por motivos políticos de la oferta monetaria.

Aunque el autor fue educado con una mentalidad muy distinta, ahora ve una verdad irreductible en el argumento de que, bajo las actuales disposiciones políticas monetarias discrecionales, seguimos observando los mismos ciclos en una extensión insuficiente o excesiva del crédito, por ser abrumadora la tentación política para hacerlo. A largo plazo, cuando las autoridades monetarias en todo el mundo jueguen al mismo juego (y especialmente cuando el uso de ese crédito se utiliza tan a menudo indirectamente para financiar la guerra) los resultados de las actividades del banco central probablemente sean tan pobres en términos de riesgo del sistema que el paso aparentemente radical de una vuelta a un dinero de base metálica y un nuevo orden de reserva para el sistema bancario podría ser el paso más responsable a dar, siempre que el movimiento se haga ordenadamente.

Dada la necesidad de evitar una implosión del orden político mundial, esa transición probablemente se crearía en conjunción con negociaciones con nuestros acreedores extranjeros para un nuevo orden monetario basado en oro para evitar una corrida del dólar por pánico, entre intentos de atacar una posición imperial estadounidense enormemente extendida en exceso. En el campo regulatorio, lo que hace falta como mínimo es la creación efectiva de un área solo para adultos en la que las pérdidas se vean creíblemente como no sujetas a una acción similar a la de Greenspan para evitar permanentemente la externalidad del sistema financiero del “cara, yo gano; cruz, tú pierdes” que se está haciendo cada vez más cara y perjudicial.

Aunque este análisis del significado del rescate de la FDIC en sus consecuencias generales no puede considerarse como alegre (y para algunos puede parecer radical), a los seres humanos les va mal imitar a los avestruces y cualquiera de las alternativas disponibles para los políticos probablemente sean injustificadamente destructivas en su carácter.


Publicado el 12 de septiembre de 2008. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.