Guerras de divisas

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[Currency Wars: The Making of the Next Global Crisis • James Rickards • Portfolio, 2011 • 304 páginas]

Solo se habla de empleo, empleo, empleo en Washington y compañía al continuar elevada la tasa de paro y el desempleo a largo plazo más alto que nunca. Como apartar al gobierno del camino no es una opción, los líderes del Congreso a finales del año pasado decidieron subir el volumen mientras gritaban que los trabajadores estadounidenses estaban siendo dañados por la divisa infravalorada de China: el renminbi (o yuan).

Se reclamaba apoyo bipartidista para declarar a China como manipuladora de divisa, disparando aranceles en represalia sobre importaciones chinas esperando que China permita que el renminbi aumente respecto del dólar.

Scott Paul, que encabeza la Alliance for American Manufacturing, dijo a American Public Media: “Si fuéramos capaces de revaluar el yuan, haría a nuestras exportaciones sustancialmente más competitivas, no solo en China sino también globalmente”.

Pero la administración Obama rechazó acusar a China de manipuladora, haciendo que un frustrado Mr. Paul lamentara: “Me apena que el presidente Obama haya rechazado ahora formalmente seis veces citar a China por su manipulación de la divisa, una práctica que ha contribuido a la pérdida de cientos de miles de trabajos en las manufacturas estadounidenses”.

Durante los debates y en la campaña, el candidato presidencial republicano, Mitt Romney ha dicho repetidamente que citaría a China por manipular su divisa el primer día en que asuma el cargo.

La gente razonable suele eliminar el ruido de Washington, creyendo correctamente que la mayoría de esto es fanfarronería sin sentido. Pero la continua intimidación en dirección a China probablemente no sea tan dañina. Combinada con la política declarada de la Reserva Federal de mantener los tipos de interés prácticamente a cero hasta el final de 2014, suena como una Tercera Guerra de Divisas (3GD) en sus etapas iniciales.

El panorama general es que los gobiernos inevitablemente reducen el valor de sus divisas a su valor intrínseco. Pero al tiempo los políticos buscan votos y el gobierno ventajas sobre gobiernos competidores. No solo se lanzan cohetes y bombas: la guerra se hace en el frente económico, la manipulación de divisa como arma principal. Esta brutal guerra económica es el tema del magnífico nuevo libro de James Rickards, Currency Wars: The Making of the Next Global Crisis.

Los fans de la TV financiera reconocerán a Rickards como un experto que habla rápido y directo sobre banca y macroeconomía que realmente habla en serio de que el mundo vuelva a alguna forma de patrón oro. De hecho en Currency Wars expone un plan de vuelta al oro y lo ve como la única vía para que el mundo financiero pueda evitar el colapso en un caos económico total.

Pero, antes de llegar allí, Rickards hace que suba el pulso al lector con la advertencia  de un completo colapso en el prólogo del libro, diciéndole que el jefe de la Fed, Ben Bernanke, “está realizando la mayor apuesta en la historia de las finanzas”.

El intento de Bernanke de que Estados Unidos salga del atasco económico mediante la imprenta es en esencia la declaración de una guerra de divisas en el mundo entero. Los economistas de la corriente principal no son conscientes de la batalla con armas de fuego en el mundo real, descansando confortablemente entre sus ecuaciones y gráficos.

Pero mientras que la universidad puede continuar imperturbable con sus asuntos, la persona media no debería creer que tiene ese lujo: como escribe Rickards, “la nueva guerra de divisas es la lucha más importante hoy en el mundo, la lucha que determina el resultado de todas las demás”.

Antes de hacer la crónica de la 1GD y la 2GD, Rickards habla de participar en un ejercicio de juegos de guerra en el Laboratorio de Física Aplicada  ubicado entre DC y Baltimore. No había simulaciones de lanzamientos de misiles o ataques sobre el terreno en esta falsa batalla: las únicas armas utilizadas eran financieras (divisas, acciones, bonos y derivados).

Casi todos los participantes tenían historiales militares y en think tanks, teniendo los únicos del tipo Wall Street el autor y una pareja que reclutó él mismo.

Cuando el equipo ruso planteó la idea de una divisa respaldada por oro, amenazando la situación del dólar, uno de los compañeros de equipo de Rickards, descrito por el autor como “nuestro chico de Harvard”, no pudo entender las consecuencias del movimiento ruso. “El oro es irrelevante para el comercio y la política monetaria internacional”, desechó el de la Ivy League. “Es una idea boba y una pérdida de tiempo”.

A pesar de ser un ejercicio de juegos de guerra, la célula administrativa llegó a declarar “ilegal” el movimiento de oro de Rusia. Rickards recordó a los participantes que no hacía mucho que el mundo tenía divisas respaldadas por oso y el movimiento fue entonces reconsiderado y considerado simplemente como “desacertado”.

Cuando el Drudge Report habló de Vladimir Putin reclamando una alternativa respaldada por oro para el dólar a la mañana siguiente, Rickards y sus chicos se reivindicaron, pero la universidad seguía sin estar convencida de la relevancia del oro.

El autor explica que mientras que las guerras de divisas tienen lugar en el escenario mundial, empiezan con una economía doméstica falta de crecimiento, con un alto desempleo, un sector bancario débil y finanzas públicas empeorando. Al impedirse el crecimiento económico, una y otra vez, los países buscan depreciar sus divisas para promover el crecimiento y la inversión exportadora.

Muchos historiadores describen erróneamente buena parte del periodo de 1870 a 1914 como una era oscura de deflación. Rickards no cae en la trampa. Explica que este periodo del patrón oro clásico estuvo marcado por caídas suaves de precios que llevaban a aumentar la productividad y los niveles de vida y a ver los primeros atisbos de globalización.

El patrón oro clásico, además de ser autoequilibrante, operaba como un club, como miembros siguiendo estrictamente las normas no escritas pero comprensibles. Prevalecían las fuerzas del libre mercado, las intervenciones públicas eran mínimas, los tipos de cambio eran estables y no había ningún banco central de EEUU para desordenar los asuntos monetarios.

Esta tranquilidad monetaria se vio sobresaltada con la creación de la Reserva Federal en 1913. En Currency Wars, Rickards se inclina por el relato habitual de que el Pánico de 1907 dio lugar a la creación de la Fed, pero, como explicaba Murray Rothbard en su History of Money and Banking in the United States: The Colonial Era to World War II, la Ley de la Reserva Federal fue solo una parte de una oleada legislativa producida por el movimiento progresista.

Las grandes empresas estaban cansadas de competir e innovar constantemente para adelantarse a los precios más bajos. Los negocios usarían mejor el poder del gobierno para establecer y mantener cárteles en un esfuerzo por asegurarse altos beneficios. El plan era “transformar la economía de un crudo laissez faire a un estatismo centralizado y coordinado”, escribía Rothbard.

Y aunque Rickards tiene razón en advertir que Estados Unidos tiene una larga historia de odio a los bancos centrales, un movimiento de Washington y las élites financieras para formar lo que iba a convertirse en el Sistema de la Reserva Federal se inició realmente con la Convención Monetaria de Indianápolis en 1896. El Pánico de 1907 añadió combustible al fuego, pero ya se había creado mucha de la base política.

Lo que Rickards llama Primera Guerra de Divisas empezó con la hiperinflación alemana en 1921 y acabó con Francia rompiendo con el oro en 1936, al mismo tiempo que Inglaterra devaluaba la libra esterlina. Entretanto hubo continuas reacciones monetarias.

Los cinéfilos de inclinaciones austriacas que hayan visto la candidata al Óscar Medianoche en París de Woody Allen y se hayan preguntado cómo o por qué una asombrosa lista de literatos y creadores expatriados de EEUU acabaron en París a mediados de la década de 1920, no se sorprenderán al saber que hay una respuesta económica. Rickards explica que el franco francés se desplomó en 1923, permitiendo a Ernest Hemingway, Scott y Zelda Fitzgerald y Gertrude Stein mantener niveles de vida confortables en París al convertir sus dólares nacionales.

Hace mucho que desapareció el patrón oro clásico, reemplazado por un patrón cambio oro profundamente defectuoso que permitió inflar a los bancos centrales, causando el auge de la década de 1920 y por tanto la corrección necesaria de la década de 1930, exacerbada por la política del gobierno. FDR empezó su mandato en el cargo cerrando bancos y luego confiscando el oro de la gente. El lenguaje de la orden de FDR es escalofriante, dando a los ciudadanos de plazo hasta el 1 de mayo de 1933 para entregar al Sistema de la Reserva Federal “toda moneda de oro, oro en lingotes y certificado de oro que posean”, con la amenaza de una multa de 10.000$ o diez años de prisión.

Los ciudadanos recibieron del gobierno 20,67$ por onza, solo para ver cómo su presidente subía el precio hasta los 35$ por onza en tres meses, una devaluación del 70%.

Rickards data a la Segunda Guerra de Divisas de 1967 a 1987. Entre la 1GD y la 2GD estuvo la era de Bretton Woods, descrita por el autor como un periodo de “estabilidad en las divisas, baja inflación, bajo desempleo, alto crecimiento y aumento en las rentas”.

Pero, como predijeron Henry Hazlitt y Jacques Rueff, al desentrañarse el tramposo plan de patrón oro creado por John Maynard Keynes, se creó el escenario para la 2GD.

La 2GD empezó con una serie de crisis en la libra esterlina y luego una huida del dólar al oro, con el presidente francés Charles de Gaulle reclamando una vuelta al patrón oro. El presidente francés “se ofreció amablemente a enviar la armada francesa a Estados Unidos para transportar el oro de vuelta a Francia”.

Esto llevó a Richard Nixon a adelantarse a Hoss y Little Joe el 15 de agosto de 1971, diciendo a la nación que iba a cerrar la ventanilla del oro. El presidente acusaba a los especuladores internacionales de tener que interrumpir el programa de TV favorito de Estados Unidos, pero había que haber echado la culpa a la impresión de dinero y a los déficits presupuestarios. Nixon creó asimismo una tasa adicional del 10% en todas las importaciones, devaluando en la práctica el dólar en el ámbito comercial.

La devaluación era para estimular el empleo, pero en dos años Estados Unidos estaba inmerso en una recesión. Estados Unidos sufrió tres recesiones de 1973 a 1981, mientras que el poder adquisitivo cayó a la mitad de 1977 a 1981. Repentinamente, la “estanflación” estaba en boca de todos.

Paul Volcker asumió como presidente de la Fed y rápidamente subió los tipos de interés, buscando detener la inflación e precios. El precio del oro se desplomó junto con la tasa de inflación y el dólar se fortaleció. Según Rickards, debería atribuirse tanto a Volcker como a Ronald Reagan el giro en el dólar.

Pero el fortalecimiento del dólar finalmente se interpuso en el camino de los trabajos exportadores y el Acuerdo del Plaza de septiembre de 1985 fue un intento de rebajar principalmente el valor del billete verde frente al yen y al marco. Y funcionó, de 1985 a 1988: el dólar cayó un 40% frente al franco francés, bajó a la mitad frente al yen y cayó un 20% frente al marco.

Sin embargo, la devaluación hizo poco por la economía de EEUU y en 1987 las autoridades monetarias se reunieron en París en el Louvre. El Acuerdo del Louvre nació para detener la caída del dólar. La voluntad del Banco de Japón de expandir su oferta monetaria para depreciar el yen alimentaría una de las mayores burbujas bursátiles de todos los tiempos, con el índice Nikkei saltando de en torno a 10.000 en 1985 a un máximo de 38.957,44 el 29 de diciembre de 1989. Más de dos décadas después, el mercado aún no se ha recuperado.

Acaba de empezar la Tercera Guerra de Divisas y el autor sostiene que, además de los emisores nacionales de divisas, los participantes incluyen asimismo al FMI, el Banco Mundial, las Naciones Unidas, los fondos de cobertura, las multinacionales y las organizaciones privadas familiares de los super ricos. Después de 40 años de imprimir masivamente dinero y de la explosión de los derivados, la 3GD se producirá a escala masiva, con un verdadero riesgo de colapso de todo el sistema monetario.

Así  que ¿cómo va a ser esta guerra de divisas para acabar con todas las guerras de divisas? El autor dibuja un cuadro  temible, utilizando la teoría de la complejidad y la economía conductista. Aunque el marco sea diferente, los resultados siguen el esquema de Ludwig von Mises de las tres etapas de la inflación.

En la etapa uno de Mises, el gobierno imprime todo el dinero que puede, porque los precios no aumentan tanto como la oferta monetaria. En la etapa dos, cae la demanda de dinero, lo que intensifica la inflación de precios. Finalmente, en la etapa tres, los precios suben más rápido que la oferta monetaria. Se desarrolla una escasez de dinero y la gente pide al gobierno que imprima más; cuando el gobierno lo hace, precios y oferta monetaria empiezan una espiral al alza.

Rickards desarrolla umbrales hipotéticos en los que se rechaza el dólar. Hasta una cierta cifra, la gente puede empezar a rechazar el dólar in efecto en los precios o el valor del dólar. Pero una vez se supera un umbral crítico, se dispara el colapso (como escribió una vez Hemingway acerca de cómo se produce la quiebra), primero lentamente, luego todo a la vez.

Un pequeño cambio en las preferencias en solo una poca gente podría llevar a un colapso, porque el marco financiero es un artilugio keynesiano débilmente construido de dinero fiduciario y déficits públicos. Cualquiera de miles de acontecimientos podría disparar el colapso y, como apunta el autor, la última gota no se conocerá hasta después de que pase.

Rickards investiga cuatro posibles resultados para el dólar: divisas de reserva múltiples, derechos especiales de giro, oro y caos. Para lo interesados en cuál debería ser el precio del oro, bajo varias relaciones de cobertura del oro para distintos agregados monetarios, esta parte del libro es especialmente interesante, recordándome lo que solía decir Murray Rothbard a quienes afirmaban que no había suficiente oro en el mundo para tener un patrón oro. “Podrías tener un patrón oro con una sola onza”, decía. No se trata de la cantidad, se trata del precio.

Rickards llega a un precio de 7.500$ la onza, muy por encima del precio actual. Pero, como apunta el autor, el cambio en el valor del dólar “ya se ha producido en lo esencial. Simplemente no ha sido reconocido por mercados, bancos centrales o economistas”.

Inevitablemente, el caos es el resultado más probable de la última guerra de divisas y aunque el autor aporte posibles escenarios de cómo podría evolucionar, nadie lo sabe realmente. Baste con decir que no será agradable. Por desgracia, una guerra de divisas no es un espectáculo deportivo ni un juego. Todos tenemos que participar y hacer todo lo que podamos para sobrevivir.


Publicado el 31 de enero de 2012. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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