La tercera revolución industrial

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Muchos historiadores económicos están preocupados por la posibilidad de la deslocalización a gran escala de trabajos de Estados Unidos a China, India y otros países. Hablan de otra revolución industrial, la tercera desde el siglo XVIII, que transformará el comercio y la industria y requerirá dolorosos ajustes.

La primera revolución trajo cambios drásticos a Inglaterra de la mitad del siglo XVIII a la mitad del XIX. Unas pocas invenciones e innovaciones tecnológicas dieron paso a un sistema de fábricas y la población trabajadora que antes laboraba en la agricultura encontró mejores empleos en la producción industrial. La revolución se extendió por Europa Occidental y Estados Unidos una generación o dos después. Se ha trasladado a otros países desde entonces.

Es sus vívidas descripciones de los inicios industriales, la mayoría de los historiadores raramente aluden a los cambios ideológicos y políticos que realmente abrieron camino a la revolución. Admiran el desarrollo temprano de la industria del algodón y ven con aprobación la industria del hierro y el acero que buscaba atender una creciente demanda de todo tipo de estructuras. Pero puede que ni siquiera mencionen los escritos de los economistas clásicos, de Adam Smith y sus numerosos maestros y antecesores, como Frances Hutcheson, David Hume, Josiah Tucker y muchos otros. Escribieron numerosos ensayos sobre comercio e impuestos y desarrollaron nuevas ideas en principios básicos de un orden de mercado. Consiguieron persuadir a su gobierno para eliminar las antiguas restricciones y permitir a la gente atender a sus intereses económicos.

Los historiadores económicos hablan también de una segunda revolución industrial que deja su marca en el siglo XX y se está extendiendo a otras partes del mundo industrial. Se refieren al podero cambio de las manufacturas a los servicios. A lo largo del antiguo mundo industrial, el número de trabajos industriales ha declinado lentamente, mientras que el número de puestos en servicios ha aumentado continuamente. Ahora mismo, solo un sexto de los trabajos no agropecuarios de EEUU está en industrias fabricantes de bienes, mientras que cinco sextos proporcionan servicios.

Muchos historiadores raramente mencionan nunca el orden de mercado que impulsó y facilitó el cambio. Se creó sobre la protección de la propiedad privada en la producción; abarcaba el emprendimiento y facilitaba grandes inversiones de capital que aumentaban la productividad del trabajo. Los niveles de vida y salariales aumentaron, lo que permitió a los trabajadores utilizar partes cada vez mayores de sus rentas para servicios como sanidad, ocio y educación.

Además, el New Deal y el Fair Deal introdujeron legislación laboral que aceleró la expansión del sector servicios. Permitía y animaba a los sindicatos industriales a aumentar los costes de la mano de obra por encima de su productividad, lo que ha dado lugar a un fenómeno económico antinatural: el desempleo masivo. La manos de obra industrial desempleadas ha estado buscando empleo productivo en el sector servicios desde entonces: funciona como una gran red, legal e ilegal, que puede poner a todo que esté dispuesto a trabajar en uso productivo.

Una tercera revolución industrial está ahora apareciendo en Estados Unidos y otros países industriales. E igual que las dos primeras, está condenada de introducir muchos cambios y forzar a millones de personas a realizar cambios dolorosos. Es una “revolución de la información” que expande enormemente los servicios comercializables y tiende de trasladar muchos empleos en el sector servicios a India, China y otros recién llegados industriales donde la mano de obra es mucho más barata. Definida por sus consecuencias, puede llamarse asimismo la “revolución deslocalizadora”.

El término “deslocalización” [“offshore”] se usó primero en Estados Unidos para cualquier organización financiera con oficinas centrales fuera del país. Un fondo mutuo con su domicilio en Bahamas es un fondo offshore. El término se amplió para cubrir el movimiento de trabajos industriales desde países de altos costes a lugares donde sean menores. Ahora, en la tercera revolución, cada vez es más probable que se deslocalicen más trabajos en el sector servicios. Es verdad que hay servicios personales que no pueden deslocalizarse: mi peluquería no puede irse a China. Pero las nuevas tecnologías han hecho comercializables muchos trabajos que por tanto pueden ir a donde sea más bajos los costes laborales. Los servicios de contables y programadores informáticos son apropiados para su traslado electrónico y, por tanto, pueden deslocalizarse. Según un reciente estudio de McKinsey, el 11% de los trabajos en EEUU corren el riesgo de deslocalización, que probablemente se convierta en un importante asunto político en el futuro.

Un mercado no intervenido facilitaría inmediatamente los reajustes necesarios. Bajo la presión de la competencia extranjera de bajo coste, los salarios estadounidenses para muchos servicios impersonales deslocalizables indudablemente se estancarían o incluso disminuirían, lo que podría hacer que algunos trabajadores se trasladaran al mercado de servicios personales y rebajaran sus niveles salariales. La programador informático puede tener que convertirse en reparador de ordenadores o barbero. Aun así, su renta puede no disminuir mientras la cantidad de capital invertida por cabeza de población en el país continúe aumentando; los servicios personales pueden expandirse tan rápido o más que los contratos de servicios impersonales.

Los economistas siempre temen que los políticos interfieran en los ajustes económicos necesarios. En Estados Unidos, las fuerzas del proteccionismo pasado de moda no solo pueden encontrar maneras de limitar las importaciones sino asimismo de dificultar que el capital estadounidense trabaje en el extranjero.

Las fuerzas de la intervención política, para defender y beneficiar a la mano de obra, probablemente aumenten los costes del trabajo, lo que invariablemente cusa desempleo. Después de todo, todo penique de coste laboral que exceda la productividad laboral está condenado a crear desempleo. Los países con las leyes de protección laboral más fervientes, como Francia, Alemania e Italia, ya sufren tasas oficiales de desempleo del 10% y mayores. En los próximos años, la tercera revolución industrial requerirá muchos ajustes dolorosos. Las tasas de desempleo nacional y estancamiento económico probablemente sean proporcionales a los poderes políticos de resistencia y control.

El proceso de cambio industrial y ajuste del empleo se hace aún más complejo y doloroso por otro factor político más: la propensión de los gobiernos del bienestar a sufrir enormes déficits que consumen la parte del león de los ahorros de la gente. Todos los gobiernos mencionados antes están consumiendo activamente ahorros que en otro caso se convertirían en inversiones de capital creadoras de empleos y pagadores de salarios.

Sin duda, el mercado laboral estadounidense es más flexible y vibrante que los mercados europeos, lo que lo hace más adaptable a los cambios por venir. Por otro lado, el déficit del presupuesto del gobierno de EEUU es el más grande con mucho en volumen y tamaño relativo. La deuda es siempre la peor forma de pobreza. La tercera revolución industrial puede confirmarlo en los próximos años y décadas.


Publicado el 3 de abril de 2006. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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