[Conceived in Liberty (1975)]
A pesar de la creciente tensión en el sur, el centro principal e potencial conflicto revolucionario era todavía Massachusetts. Las autoridades británicas, cada vez más atraídas por una línea dura, estaban cada vez más desencantadas con la medrosidad del general Gage, que en realidad había pedido fuertes refuerzos cuando todos sabían que los viles americanos podían ser derrotados con una mera demostración de fuerza del soberbio ejército británico. Se enviaron a Gage cuatrocientos infantes reales de marina y varios nuevos regimientos, pero el rey, uno de los líderes del sentimiento de coacción, consideró seriamente quitar el mando a Gage.
Había unas pocas voces razonables en el gobierno británico, pero no fueron escuchadas. El secretario liberal de la guerra, Lord Barrington, pedía confiar en el método barato y eficiente del bloqueo naval en lugar de en una guerra terrestre en la gran extensión y los bosques de América. Y el general Edward Harvey advertía acerca de cualquier intento de conquistar América por parte de un ejército terrestre. Pero el gabinete estaba convencido de que diez mil regulares británicos, ayudados por los conservadores americanos, podía aplastar cualquier resistencia americana concebible. Tras esta convicción (y consecuente ansia británica por utilizar las fuerzas armadas) hacía un desdén chauvinista y casi racista sobre los americanos. Así, el general James Grant desdeñaba a los “campesinos vagabundos” que se atrevían a resistirse a la Corona. El mayor John Pitcairn, acuartelado en Boston, estaba seguro de que “si sacara de la vaina la mitad de la espada, todos los bandidos de la Bahía de Massachusetts huirían ante él”. Particularmente importante fue el discurso del Parlamento del poderoso bedfordita, el Conde de Sandwich, primer lord del almirantazgo, que preguntaba desdeñosamente: “Supongamos que en las colonias abunden los hombres, ¿qué significa esto? Son hombres bastos, indisciplinados, cobardes. Me gustaría que en lugar de (…) cincuenta mil de estos bravos, produjeran en el campo al menos doscientos mil; cuantos más, mejor; más fácil sería la conquista (…) el mismo sonido de un cañón los ahuyentaría (…) tan rápido como puedan llevarles sus pies”.
Hay que apuntar que había otra razón para la reticencia de Sandwich al uso de la flota en lugar del ejército contra el enemigo. Mientras que el ejército iba a despachar a los americanos, Sandwich quería utilizar la flota contra Francia, que esperaba que estuviera pronto en guerra.
Consecuentemente, la Corona envió órdenes secretas a Gage, que le llegaron el 14 de abril. El Conde de Dartmouth regañaba a Gage por ser demasiado moderado. Se había tomado la decisión: como el pueblo de Nueva Inglaterra estaba claramente comprometido en un “abierta rebelión” y en la independencia de Gran Bretaña, una fuerza máxima y decisiva debería golpear con dureza a los americanos, inmediatamente. Mientras los refuerzos estaban en camino, era importante que las tropas británicas dieran un golpe preventivo, actuando con dureza antes de que pudiera organizarse una revolución americana. Por tanto Gage decidió arrestar a los líderes del congreso provincial de Massachusetts, especialmente Hancock y Sam Adams. Como en tanto otros primeros golpes “preventivos” de la historia, la propia Gran Bretaña precipitó lo que quería evitar más: una revolución con éxito. Es interesante que los radicales de Massachusetts estuvieran el mismo tiempo rechazando planes impulsivos para un primer ataque por las fuerzas rebeldes, que eliminaría así la unidad trabajosamente forjada de los colonos americanos.
Adams y Hancock estaban fuera del pueblo y de su alcance, cerca de Concord, así que Gage decidió matar dos pájaros de un tiro enviando una expedición militar a Concord para incautarse de los grandes depósitos rebeldes de suministros militares y arrestar a los líderes radicales. Gage decidió enviar secretamente las fuerzas, para pillar a loa americanos por sorpresa: de esa manera, si el conflicto estallaba, la responsabilidad de iniciar la refriega podría atribuirse a los americanos. Gage usó asimismo a un traidor bien posicionado en las filas radicales. El Dr. Benjamin Church, de Boston, a quien lo británicos proporcionaron fondos para mantener una cara amante, informó de la ubicación de los depósitos y los líderes rebeldes. (La perfidia de Church permaneció in detectarse durante muchos meses más). Gage supo además por Church que el congreso provincial, bajo la insistencia del asustado Joseph Hawley, había resuelto el 30 de marzo no luchar contra ninguna expedición británica armada, salvo que trajera también artillería. Al no enviar artillería, Gage pensaba que los americanos no se resistirían a la expedición.[1]
Sin embargo Gage descubrió inmediatamente que resultaría una enorme dificultad pelear en una guerra de contrainsurgencia para un ejército gobernante en minoría contra fuerzas insurgentes respaldadas por la inmensa mayoría del pueblo. Descubrió que, rodeado por un pueblo hosco y hostil, no podía mantener ocultos ningunos de los movimientos de sus tropas o flota.
El 15 de abril, el día después de recibir sus órdenes, Gage dejó sin tareas a sus mejores tropas, reunió sus barcos y en la noche del 15 de abril envió a 700 bajo las órdenes del teniente coronal Francis Smith al continente, desde donde empezaron a marchar hacia el noroeste hacia Lexington y Concord. Alguien, tal vez el Dr. Joseph Warren, envió a Paul Revere a Lexington a advertir a Adams y Hancock. Hancock, emotivo, quería unirse a los milicianos, acudiendo a las armas, pero la sobria inteligencia de Sam Adams recordó a Hancock su deber revolucionario como líder superior de las fuerzas americanas y ambos huyeron para ponerse a salvo. Revere fue pronto capturado, pero el Dr. Samuel Prescott fue capaz de correr a Concord y llevar la noticia de que los británicos estaban llegando.
Al llegar a los americanos la noticia de la marcha británica, las milicias de Lexington se reunieron bajo el mando del capitán John Parker. Bastante absurdamente, Parker, llevó a su puñado de setenta hombres en formación abierta por el camino británico. Cuando el mayor Pircairn, al cargo de seis compañías de la avanzadilla británica, llegó a enfrentarse con la milicia, ordenó bruscamente a los americanos deponer las armas y dispersarse. Parker, al ver su error, estaba más que dispuesto a dispersarse, pero no a desarmarse. En medio de esta tensa confrontación, sonaron disparos. Nadie sabe quién disparó primero; lo importante es que los británicos, a pesar de las órdenes de detenerse de Pitcairn, dispararon mucho más tiempo y más duramente de lo necesario, disparando sin piedad a los americanos en desbandada mientras estuvieron a su alcance. Ocho americanos murieron en la masacre (incluyendo al bravo pero incapaz Parker, que rechazó huir) y ocho fueron heridos, mientras que solo un soldado británico fue herido levemente. Las exuberantes tropas británicas de gatillo fácil celebraron su victoria, pero la victoria de Lexington resultó ser pírrica. La sangre derramada en Lexington hizo obsoleta la resolución contenida de Joseph Hawley. ¡Había empezado la Guerra de Independencia! Sam Adams, al escuchar los disparos desde cierta distancia, se dio cuenta de inmediato del hecho de que el enfrentamiento abierto era más importante que el quién ganaría la escaramuza. Consciente de que había llegado al fin la hora de la verdad, Adams exclamó: “¡Oh! ¡Qué gloriosa mañana es esta!”
Las tropas británicas marcharon alegremente hacia Concord. Esta vez los americanos no trataron ninguna insensata confrontación abierta con las fuerzas británicas. Por el contrario, se empleó una estrategia infinitamente más sabia. En primer lugar, parte de los depósitos militares fueron alejados por los americanos. Segundo, no se ofreció resistencia a la entrada británica en Concord, dando a las tropas una mayor sensación de seguridad. Mientras los británicos estaban destruyendo los depósitos restantes, de trescientos a cuatrocientos milicianos se reunieron en el puente de Concord y avanzaron hacia la retaguardia británica. Los británicos dispararon primero, pero se vieron forzados a retroceder cruzando el puente, habiendo sufrido tres muertos y nueve heridos. Les despreciados americanos estaban empezando a compensar la masacre en Lexington.
Sin hacer caso de las señales ominosas de la inminente tormenta, el coronel Smith, mandando la expedición, mantuvo a sus hombres en torno a Concord durante horas antes de marchar de vuelta a Boston. Esa marcha iba a convertirse en una de las más famosas en los anales de América. Por el camino, a una milla de Concord, en Meriam’s Corner, los vecinos granjeros y milicianos acosados emplearon tácticas de guerrillas con un efecto devastador. Conociendo íntimamente su tierra, estos americanos indisciplinados e individualistas sometieron a las orgullosas tropas británicas a un continuo fuego devastador y poderoso desde detrás de árboles, muros y casas. La marcha pronto se convirtió en una pesadilla de destrucción para los optimistas británicos: lo que iba a ser una marcha de victoria, era una huida apresurada a través de una lluvia de disparos. El coronel Smith fue herido y Pitcairn perdió su caballo. Los británicos se salvaron de la aniquilación por una brigada de refresco de mil doscientos hombres bajo el mando del Conde de Percy, que les alcanzó en Lexington. Los americanos siguieron aun así disparando a las tropas a pesar de las fuertes pérdidas impuestas por los flancos británicos.
A pesar de los refuerzos británicos, los americanos podían haber masacrado y derrotado a la fuerza británica si (a) no hubieran sufrido escasez de munición, (b) los británicos no hubieran virado hacia Charlestown y embarcado en Boston bajo las armas protectoras de la flota británica y (c) el excesivo cuidado no hubiera contenido a los americanos de dar un golpe definitivo a las tropas en el camino a Charlestown. Aun así, la mortífera marcha de vuelta a Boston fue, física y psicológicamente, una gloriosa victoria para lo americanos. De unos mil quinientos a mil ochocientos casacas rojas, murieron y desaparecieron noventa y nueve y 174 fueron heridos. Los exultantes americanos, que eran entonces unos cuatro mil individuos irregulares, sufrieron 93 bajas. Respecto de los que mandaron ese día a estos individuos, fueron el Dr. Joseph Warren y William Heath, nombrado general por el congreso provincial de Massachusetts.
Los acontecimientos no podían haber ido mejor para la causa americana: agresión u masacre inicial de los arrogantes casacas rojas, convertida luego en una completa derrota por el pueblo levantado y enfurecido de Massachusetts. Era realmente un relato para canciones e historias. Como escribe Willard Wallace: “Incluso ahora, la importancia de Lexington y Concord levanta una respuesta en los estadounidenses que va más allá de los detalles del día o la identidad del enemigo. Un pueblo no militar, al principio aplastado por un poder entrenado, acaba levantándose con ira y consiguiendo un triunfo duro pero espléndido”.[2]
Sobre todo, como se iba a dar cuenta rápidamente Sam Adams, los emotivos acontecimientos del 19 de abril de 1775, despertaron un conflicto armado general: la Revolución Americana. En los versos inmortales e Emerson, escritos en el cincuenta aniversario de ese día:
Por el rudo puente que arquea la corriente
Su bandera desplegada a la brisa de abril,
Aquí se levantaron una vez los acosados granjeros
Y lanzaron el disparo oído en todo el mundo.
[1] Knollenberg, Growth of the American Revolution, pp. 182, 190. [2] Willard M. Wallace, Appeal to Arms: A Military History of the American Revolution (Chicago: Quadrangle Books, 1964), p. 26.
Publicado el 23 de enero de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.