[Parte 2 de “La tradición de la secesión en Estados Unidos”, un escrito presentado en la conferencia de 1995 del Instituto Mises “Secesión, estado y economía”]
La noción del americanismo de Hume, que reconoce el derecho de un pueblo autogobernado a secesionarse se recoge en la Declaración de Independencia. La Declaración es principalmente un documento que justifica la secesión, pero se ha corrompido completamente por la lectura de ésta por Lincoln y la repetición y expansión ritualista de esa lectura. La tradición de Lincoln lee la Declaración como afirmadora de una doctrina metafísica de los derechos individuales (todos los hombres son creados iguales) y hace de esto el símbolo fundamental del régimen estadounidense, por encima de todos los demás símbolos, incluyendo el símbolo de la excelencia moral propia de esas comunidades morales heredadas, protegida por los poderes reservados de los estados bajo la Décima Enmienda. De hecho, esta tradición sostiene que la Declaración de Independencia es superior a la propia Constitución, pues al ser una mera ley positiva, esta última siempre puede quedar por debajo de la “superior” ley metafísica de la igualdad.
La Constitución de los Estados Unidos se basó en un pacto federativo entre lo estados, delimitando la autoridad de un gobierno central, habiendo ennumerado los poderes a este delegados por estados soberanos que se reservaban el enorme dominio de los poderes no ennumerados. Por un acto de alquimia filosófica, la tradición de Lincoln ha transmutado este documento esencialmente federativo en un régimen nacionalista consolidado, teniendo como su telos la instanciación de una proposición metafísica abstracta acerca de la igualdad. Una proposición así, en la medida en que se tome en serio, debe dar lugar a interminables interpretaciones antinómicas y, al ser metafísica, estas interpretaciones deben reemplazar una oposición definitiva e implacable. Desde este punto de vista, se desvanecen los poderes reservados de los estados y los propios estados se transforman en recursos y unidades administrativas para un proyecto político nacionalista “dedicado a la proposición de que todos los hombres son creados iguales”. Tan bien establecida se ha hecho esta inversión que Mortimer Adler pudo escribir un libro sobre la Constitución utilizando para el título, no las palabras de la Constitución, sino de las de la Declaración lincolniana: “Sostenemos que estas verdades…”[1]
La visión de Lincoln de un nacionalismo consolidado en busca de una doctrina antinómica de la igualdad tenía sus raíces en la Revolución Francesa, que buscaba unificar el orden tradicional descentralizado de Francia en un nacionalismo consolidado en defensa de los derechos del hombre. Pero la visión de Lincoln miraba más allá. En la década de 1830, las fuerzas del nacionalismo y el industrialismo estaban extendiéndose por Europa y habían empezado a tener un impacto en el norte industrial demasiado ansioso por competir en el escenario mundial con los imperios de Europa. Para este proyecto, eran necesarias centralización y consolidación. La visión de Lincoln de consolidar los estados en un régimen nacionalista era similar a la de Garibaldi en Italia, Bismarck en Alemania, Lenin en Rusia y las fuerzas consolidadoras, industrializadoras e imperializadoras generales en marcha en los siglos XIX y XX.
Pero la Declaración se publicó antes de que hubieran aparecido las fuerzas del industrialismo y el nacionalismo. Retóricamente, el documento es un resumen jurídico pensado para justificar romper los “lazos” que habían ligado políticamente a un pueblo con otro. Y el pueblo en cuestión no era (como afirmarían Story, Webster y Lincoln) el pueblo americano en masa, sino los pueblos de las antiguas colonias ahora declaradas estados separados e independientes, pero unidos en su resolución de resistir a la coacción del imperio británico. En general, la Declaración es una argumentación pensada para justificar la secesión de los recién autoproclamados estados americanos del estado británico. Los derechos declarados no son los derechos de individuos en una sociedad política nacionalista continental, sino el derecho corporativo del pueblo de los estados independientes, ahora maduro, a ocupar su lugar entre las naciones del mundo; en una palabra, que los pueblos de Virginia, Massachusetts, Nueva York, etc. son iguales a los pueblos de Holanda o Francia o Gran Bretaña y han de ser reconocidos como tales.
Así que la Declaración es un documento justificando el desmembramiento territorial de un estado moderno en nombre del derecho moral de un pueblo a su autogobierno. No es esencialmente un argumento para los derechos individuales, sino más bien para los derechos corporativos de sociedades distinguibles moral y políticamente. Este tema de la libertad corporativa dio forma a la primera constitución que hicieron los estadounidenses, los Artículos de la Confederación, que se autocalificaba como una “liga de amistad” entre estados soberanos. No se hacía ninguna mención a los derechos individuales, ya que los Artículos no tenían autoridad para aplicarlos. Por supuesto, los derechos individuales eran muy importantes para los estadounidenses, pero cuáles eran y cómo iban a protegerse eran prerrogativas de los estados y estaban claramente especificadas en sus respectivas constituciones.
La nueva Constitución, ratificada en 1789, delegaba numerosos poderes a un gobierno central cuyas leyes serían supremas en asuntos de tratados extranjeros, defensa y regulación del comercio exterior e interestatal. La Declaración de Derechos se añadió, no como una concesión masiva de poder al gobierno central para aplicarla para vigilar supuestas violaciones de los derechos individuales por los estados (como se interpreta corruptamente hoy día), sino principalmente para proteger las sociedades morales y políticas de los estados de la inevitable tendencia del gobierno central a engrosar más poder que el que se le concedió. El remate y significado de la Declaración de Derechos es la Décima Enmienda, que afirma la soberanía de los estados al declarar que los poderes del gobierno centrales están enumerados y “delegados”.
El Oxford English Dictionary identifica el primer significado político de “secesión” en la secesión de los estados del sur de la Unión Americana. La Constitución de Australia se formó con la experiencia estadounidense de federación y secesión en mente.[2] Y los intentos contemporáneos de crear una teoría de la secesión a menudo vuelven a la secesión de los estados del sur como escenario primigenio en el que el concepto moderno aparece por primera vez y del que la teorización toma su orientación. Pero la palabra secesión en este sentido exclusivamente político y moderno se usó mucho antes. A lo largo del periodo prebélico, la secesión se uso, en el norte y el sur, para describir una acción moral y legal a disposición de un estado de Estados Unidos. En este discurso estadounidense, el concepto moderno del derecho de un pueblo a la autodeterminación y el derecho de secesión se teorizan e investigan públicamente por primera vez. Este acto, como hemos visto, fue espiritualizado por Hume en los que llamó el principio americano, que era el derecho de un pueblo “para gobernarse o malgobernarse ellos mismos como consideren apropiado”. Ni Hume ni los americanos, en ese momento, utilizaron el término secesión en su sentido moderno y exclusivamente político. Pero en el siglo XIX los estadounidenses describían la ruptura con Gran Bretaña como secesión y empezaban a plantear la pregunta de las condiciones bajo las que un estado estadounidense podía secesionarse legalmente. Pero las palabras y teoría acerca de la secesión como el último derecho moral y legal disponible para un estado estadounidense y la vibrante vida federal que hacía posible acabaron bruscamente con la derrota de la Confederación y el triunfo de una Unión nacionalista consolidada que empezó la aventura de la construcción imperial en competencia con los imperios europeos. Durante este periodo de “destino manifiesto”, “gran garrote” y construcción imperial, pocos en Estados Unidos o en Europa estarían interesados en pensar acerca de la autodeterminación de los pueblos o el derecho de secesión.
No se produjo de nuevo ningún pensamiento acerca de la secesión y la autodeterminación hasta que Woodrow Wilson planteó el asunto ante la Liga de Naciones. Los resultados no fueron siempre felices, pero el programa se mantuvo. Fue reavivado después de la Segunda Guerra Mundial en la Naciones Unidas y es la forma principal bajo la que se explica hoy en el mundo la autodeterminación de los pueblos. El concepto de secesión legítima, explicado e investigado inicialmente por los estadounidenses, está muy vivo y está poniendo en cuestión el consolidado Leviatán moderno. La política del gobierno de Estados Unidos, sin embargo, ha estado desgraciadamente del lado del status quo. El gobierno de Estados se ha resistido a todo movimiento de secesión en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial y ha estado entre los últimos en reconocer los estados secesionados de la Unión Soviética.
Una razón por la que los estadounidenses tienen dificultades para siquiera pensar acerca de la secesión es que desde 1865 se les ha enseñado y han llegado a creer que teoría unionista triunfante de su propio orden constitucional. Según esa teoría, la ruptura con Inglaterra llevó a los colonos a un estado primigenio del que formaron espontáneamente la sociedad política del pueblo estadounidense unidos. Este cuerpo era soberano y creó un gobierno central. Este gobierno, a su vez, autorizó la formación de trece gobiernos estatales como unidades administrativas a través de las cuales la voluntad soberana podía expresarse mejor. En este punto de vista, un estado estadounidense nunca poseyó los atributos de soberanía y por tanto no pudo secesionarse legalmente de la Unión, igual que un condado no puede secesionarse de un estado. La formulación clásica de la teoría nacionalista la proporcionó el juez Story en la década de 1830, fue elocuentemente defendida por Webster y establecida en el mundo con una orden a sangre y fuego por Lincoln.[3] A pesar de su distinguido pedigrí, sin embargo, la teoría no solo es falsa, sino que lo es enormemente.
El principal error de la teoría unionista es la afirmación de que los estados nunca fueron soberanos. Sin embargo, cada estado declaró su soberanía e independencia de Gran Bretaña individualmente, y durante la guerra todos realizaron actos de soberanía. Después de la guerra, cada estado fue reconocido por su nombre como soberano por el gobierno británico. Estos estados soberanos crearon los Artículos de la Confederación en los que se declaraba y reconocía mutuamente de nuevo su soberanía. Aunque los Artículos de la Confederación se suponían perpetuos y no podían cambiarse sin consentimiento unánime, algunos estado pretendieron sin embargo disolver la Unión. Se acordó (aunque no unánimemente, ya que Rhode Island vetó la Convención) que si nueve estados se secesionaban y ratificaban la constitución propuesta, se produciría una nueva Unión entre los nueve estados secesionados. Se hizo esto y por un acto de secesión se disolvió la Unión dejando a Carolina del Norte, Virginia, Rhode Island y Nueva York formar una nueva unión o permanecer como estados independientes. Finalmente, aunque con reticencias, entraron los cuatro. Pero Virginia, Nueva York y Rhode Island declararon en sus ordenanzas de ratificación que, al ser estados soberanos, se reservaban individualmente el derecho de secesión y declaraban este derecho para los demás estados. Esto no tenía que declararse, ya que todos sabían que la ´secesión era una acción disponible para un estado americano.[4] Si se hubiera expresado la teoría de Lincoln en el momento de la ratificación y se hubiera decidido que una vez en la Unión un estado no podía abandonarla, no habría habido Unión.
Se ha dicho que la constitución de la Unión Soviética fue la primera en reconocer explícitamente el derecho legal de secesión en un estado moderno. En términos estrictos, así es. En Artículo 17 de la Constitución Soviética declara que “el derecho a secesionarme libremente de la URSS está reservado a todas la repúblicas de la Unión”. No hay un derecho de secesión escrito en la Constitución de EEUU, pero la autoridad de la Constitución consiste solamente en actos de ratificación de estados soberanos. Al escribir en las ordenanzas de ratificación el derecho de recuperar esos poderes delegados al gobierno central, Virginia, Nueva York y Rhode Island puede decirse que han creado un derecho de secesión en el pacto constitucional. Los juristas marxista de la antigua Unión Soviética y las naciones del Pacto de Varsovia tomaron la delantera en el foro internacional en argumentar a favor de la secesión como un derecho moral y legal.[5] Mucho es esto era hipocresía al servicio de la política soviética, pero no era más hipócrita que el Discurso de Gettysburg de Lincoln, que presentaba al conflicto de 1861-65 como una guerra que sacudiría la tierra para asegurar al mundo el autogobierno, cuando estaba realizando una guerra total contra la población civil del sur y pensada para suprimir sus esfuerzos de autogobierno. La ironía se completa cuando consideramos que los soviéticos sí acabaron permitiendo la secesión de los estados (algo que causó temblores nerviosos a la administración Bush). Tal vez con el tiempo, como ocurre a veces, los soviéticos se vieron parcialmente convencidos por su propia hipocresía.
Desde el principio, la secesión se concibió como el último control que tenía un estado estadounidense ante un abuso de esos poderes enumerados en los que había delegado su soberanía al gobierno central. Desde su inicio hasta 1865, se invocó la secesión en todas las secciones de la Unión. Y la sección que planeó primero y más veces la amenaza de secesión no fue el sur, sino Nueva Inglaterra. Se amenazó con la secesión por la compra de Louisiana en 803, el embargo de 1807-09, la guerra de 1812 y la Guerra Mexicana. Nueva Inglaterra se negó a enviar tropas en la segunda guerra con Inglaterra y consideró seriamente forma una Confederación de Nueva Inglaterra en la Convención de Hartford de 1815.[6] Desde la década de 1830 hasta 1861, los abolicionistas de Nueva Inglaterra argumentaron con fuerza a favor de la secesión de la Unión de los estados del norte. Las siguientes resoluciones fueron aprobadas por la Sociedad Antiesclavista Americana: “Resolvió que la secesión del Gobierno de Estados Unidos es el deber de todo abolicionista”. Y resolvió “Que los abolicionistas de este país deberían hacer de ello uno de los objetivos primario de este activismo el disolver la Unión Americana”.[7]
Uno de los primeros estudios de la Constitución fue A View of the Constitution, publicado en 1825 por William Rawle, un federalista líder los abogados de Pennsylvania y al que George Washington le oreció dos veces el puesto de fiscal del distrito, pero que renunció por razones personales. Rawle planteaba la cuestión de si un estado podía formar una monarquía hereditaria. Respondía que como el pueblo de un estado es soberano, podía hacerlo, pero el estado tenía que abandonar la Unión, ya que la Constitución garantiza a todos los estados una forma republicana de gobierno. Luego indicaba las condiciones formales bajo las que un estado podía bandonar unilateral y legalmente la Unión.[8] La obra de Rawle sobre la constitución fue respectada ampliamente y se usó como libro de texto en West Point desde 1825 a 1840.
En 1840, Abel Upshur, un ilustre jurista de Virginia y Secretario de Estado bajo Tyler, publicó A Brief Enquiry into the True Nature and Character of our Federal Government. Era una incuestionable crítica de la teoría del federalismo del juez Joseph Story en Commentaries on the Constitution of the United States (1833). Story invertía sistemáticamente la opinión recibida de que la Constitución es un pacto entre estados soberanos que crea un gobierno central y delega en él solo poderes enumerados. Story argumentaba que la soberanía se atribuye al pueblo estadounidense en su conjunto, que los estados nunca habían sido soberanos y que en realidad era el gobierno central el que había creado los estados. La inversión era imponente y fue esta teoría nacionalista agresiva la que Webster (que empezó su carrera como teórico del pacto y secesionista de Nueva Inglaterra) popularizaría con su elocuencia y que Lincoln trataría de establecer mediante la guerra. A Upshur no le costó demolerla como teoría histórica de la Constitución. Ve claramente a dónde acabaría llevando un régimen centralizado y consolidado en el vasto territorio americano, con sus intereses y culturas heterogéneos, a saber, a la destrucción de los estados como la única protección constitucional para esas comunidades sustancialmente morales, apegos locales y particularidades en las que tiene origen la virtud y donde solo podría probarse y vivirse. Al revertir la inversión de Story y restablecer la teoría tradicional de que la Constitución es un pacto entre estados, Upshur tuvo ocasión de argumentar que un estado estadounidense podía secesionarse legalmente de la Unión.
Los escritores extranjeros que habían estudiado la Constitución concluían que un estado podía abandonar el pacto. Tocqueville escribió:
La Unión se formó por el acuerdo voluntario de los Estados y al unirse no han renunciado a su nacionalidad no se han visto reducidos a la condición de uno y el mismo pueblo. Si uno de los Estados decide abandonar el pacto, sería difícil negarle su derecho a hacerlo y el Gobierno Federal no tendría medio de mantener sus reclamaciones directamente por fuerza ni derecho.[9]
Lord Brougham, en su magistral estudio de las constituciones en varios tomos, publicado en 1849, consideraba a la Constitución como un pacto del que un estado podía secesionarse:
Entre nosotros, no hay solo un gobierno y súbditos a considerar, sino una serie de gobiernos, de estados teniendo una existencia separada y sustantiva, e incluso independiente, que eran originalmente trece y ahora son veintiséis , teniendo cada uno un legislativo propio, con leyes que difieren de las de los demás estados. Es lisa y llanamente imposible considerar a la Constitución que ha de gobernar esta Unión, esta Federación de Estados, como algo distinto de un tratado.[10]
Por tanto se refiere a la Unión como la “Gran Liga”. Y el Dr. Mackay, otro investigador inglés de la Constitución, escribiendo a mediados del siglo XIX, observaba que
El Gobierno Federal existe solo tolerado. Cualquier estado puede en cualquier momento abandonar constitucionalmente la Unión y esto prácticamente la disolvería. Indudablemente no se creó con la idea de que los estados, o varios de ellos, desearan una separación, pero cuando decidan hacerlo, no tendrán un obstáculo en la Constitución.[11]
Durante la década de 1850, esta Gran Liga se estaba dividiendo y apareció un movimiento entre ilustres líderes nacionales y estatales en los estados Atlánticos medios para formar los que se llamó una “Confederación Central”. Esta nueva Unión estaría compuesta por estados como Virginia, Maryland, Delaware, Nueva Jersey, Nueva York, Ohio, Indiana, Pennsylvania, Kentucky, Tennessee y Arkansas. Esta sección constituía el centro conservador dela Unión, se argumentaba y tenía intereses distintos de los radicales de Nueva Inglaterra y los estados del Golfo. La formación de una Confederación Central podía impedir la guerra y servir como punto de partida dentro de la cual podrían los estados desafectos del sur profundo retornar si se independizaran.[12] Es interesante que los proponentes de la nueva Unión mostraran poco interés en incluir a los estados de Nueva Inglaterra. Tal vez una razón fuera su disgusto por la larga historia de movimientos secesionistas que habían aparecido en esa región.
El alcalde de Nueva York, Fernando Wood, y otros argumentaban que si se secesionara el estado de Nueva York, la ciudad debería secesionarse del estado y declararse ciudad libre. El alcalde declaraba:
Como ciudad libre, con solo un arancel nominal sobre importaciones, el gobierno local podría mantenerse sin impuestos sobre su pueblo. Así que podríamos vivir libres de impuestos y tener bienes baratos casi libres de impuestos.[13]
Hasta que se abrió fuego en Fort Sumter, muchos abolicionistas del norte que habían argumentado durante mucho tiempo la secesión del norte, estaban dispuestos a permitir que el sur se secesionara en paz. Era la postura en Nueva York del Douglass Monthly,[14] editado por Frederick Douglass, y de Horace Greeley, editor del republicano New York Tribune, que declaraba el 23 de febrero de 1861, después de que se formara la Confederación:
Hemos dicho repetidamente (…) que el gran principio encarnado por Jefferson en la Declaración de Independencia, de que el gobierno deriva sus poderes del consentimiento de los gobernaos, es sensato y justo y que si los estados esclavistas, los estados del algodón o solo los estados del golfo deciden formar una nación independiente, tienen un claro derecho moral a hacerlo. Siempre que quede claro que el gran cuerpo de los pueblos del sur se han separado concluyentemente de la Unión, y están ansiosos por abandonarla, haremos todo lo que podamos para promover sus opiniones.[15]
Y John Quincy Adams, aunque era un unionista declarado, declaraba en 1839, en un discurso celebrando el aniversario de la constitución:
El vínculo indisoluble de unión entre los pueblos de los diversos estados de esta nación confederada está, después de todo, no en el derecho sino en el corazón. Si llega un día (¡no lo quiera el cielo!) en que los afectos de los pueblos de estos estados se alejen unos de otros, en que el espíritu fraternal deje paso a la fría indiferencia o las colisiones de intereses se enconen en el odio los bandos de las asociaciones políticas no mantengan juntos partidos ya no atraídos por el magnetismo de intereses conciliados y simpatías amables, mucho mejor será para los pueblos de los estados desunidos separarse amistosamente unos de otros que mantenerse juntos por la fuerza. Sería el momento de volver a los precedentes que se produjeron en la formación y adopción de la Constitución, para formar de nuevo una Unión más perfecta, disolviendo lo que ya no puede unir por más tiempo y dejando que las partes separadas se reúnan por la ley de la gravitación universal hacia el centro.[16]
Cuatro años después de este discurso, el antiguo presidente firmaría un documento con otros líderes de Nueva Inglaterra declarando que la anexión de Texas significaría la disolución de la Unión.
Ponderando los movimiento secesionistas en Nueva Inglaterra, Thomas Jefferson escribió en 1816 con su característica liberalidad: “Si algún estado de la Unión declarara que prefiere la separación (…) a una continuidad en la unión (…) no tengo reparos en decir: separémonos”.[17] En vísperas de la Guerra de Secesión, la mayoría de los norteños parece haber creído que, o bien que un estado podía secesionarse legalmente, o bien uno debería aceptar en paz la secesión de hecho.
[1] Mortimer Adler, We Hold These Truths: Understanding the Ideas and Ideals of the Constitution (Nueva York: MacMillan, 1987).
[2] Gregory Craven, Secession: The Ultimate States Right (Carlton, Vic.: Melbourne University Press, 1986).
[3] Joseph Story, Commentaries on the Constitution of the United States (Boston: Little, Brown, 1851), vol. 1, lib. 3, cap. 3. También, The Writings and Speeches of Daniel Webster (Boston: Little, Brown, 1903), vol. 6, pp. 196-221.
[4] La mejor defensa de la tesis de que los estados eran soberanos y que la secesión era un derecho a disposición de un estado estadounidense se encuentra en Albert Taylor Bledsoe Davis a Traitor, or Was Secession a Constitutional Right Previous to the War of 1861? (Charleston, S.C.: Fletcher and Fletcher, [1866] 1995). Fue reimpresa por Fletcher and Fletcher, Charleston, S.C., 1995. La primera refutación sistemática de la tesis de Story de que los estados nunca fueron soberanos la dio Abel Upshur, un ilustre jurista de Virginia y Secretario de Estado bajo Tyler, en A Brief Enquiry into the True Nature and Character of our Federal Government, Being a Review of Judge Story’s Commentaries (Petersburg, Va.: E. and J.C. Ruffin, 1840). Sobre la soberanía de los estados, ver también C.H. Van Tyne, “Sovereignty in the American Revolution: An Historical Study”, American Historical Review 12 (Abril de 1907): 529-545.
[5] Buchheit, Secession, The Legitimacy of Self-Determination, pp. 100 y ss.
[6] Ver Documents Relating to New-England Federalism, 1800–1815, Henry Adams, ed. (Nueva York: B. Franklin, 1905). Esta contiene la narración de John Quincy Adams de la Convención de Hartford y otros movimientos de secesión en Nueva Inglaterra.
[7] Citado en Bledsoe, Is Davis a Traitor? p. 149.
[8] William Rawle, A View of the Constitution (Philadelphia: H.C. Carey and I. Lea, 1825), ver especialmente el ultimo capítulo, “Of the Union”.
[9] Alexis de Tocqueville, Democracy in America, Henry Reeve, trans. (New Rochelle, N.Y.: Arlington House), vol. 1, cap. 18, p. 381. [En español, La democracia en América].
[10] Henry Lord Brougham, Political Philosophy, 2ª ed. (Londres, 1849), vol. 3, p. 336.
[11] Citado en Bledsoe, Is Davis a Traitor? p. 155.
[12] William C. Wright, The Secession Movement in the Middle Atlantic States (Rutherford, N.J.: Fairleigh Dickinson University Press, 1973).
[13] Citado en ibíd., pp. 177-178.
[14] Ibíd., p. 199.
[15] Citado en Bledsoe, Is Davis a Traitor? p. 146.
[16] John Quincy Adams, The Jubilee of the Constitution (Nueva York: Samuel Coleman, 1839), pp. 66-69.
[17] Thomas Jefferson, carta a W. Crawford, 20 de junio de 1816, en The Writings of Thomas Jefferson, Albert Bergh, ed. (Washington, D.C.: Thomas Jefferson Memorial Association of the United States, 1905), vol. 15, p. 27.
Publicado el 18 de enero de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original en inglés se encuentra aquí.