¿Acabaría una guerra con la recesión?

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En su entrada de blog en el New York Times del día 28 de septiembre, Paul Krugman anunció que la economía no tiene nada que ver con la moral. Con dicho enunciado pretendía defender la idea de que en tiempos inusuales, tales como la profunda crisis en que nos hallamos, se pueden encontrar extrañas relaciones entre causa y efecto. La consecuencia es que acciones que pueden ser consideradas profundamente desagradables pueden tener efectos positivos y que por lo tanto, no podemos permitirnos aceptar estar demasiado preocupados por la moral si el objetivo es salir de la recesión.

Específicamente, Krugman defiende la postura de que la Segunda Guerra Mundial nos sacó de la Gran Depresión por ser una situación en la que “la virtud se vuelve vicio y la prudencia locura; lo que se necesita es sobre todo que alguien gaste más, incluso si el gasto no es particularmente sabio”.

Incluso gastar en algo destructivo como la guerra, el argumenta, es lo que se necesita para resolver el problema, especialmente cuando no existe un “consenso político para gasto [doméstico] en una escala suficiente”. En la versión de Krugman de la Neolengua de Orwell, la destrucción crea riqueza, y la guerra, a pesar de no ser un ideal, es aceptable moralmente por producir riqueza económica.

Afortunadamente, es posible mirar detrás de su Neolengua para ver la falacia de su perspectiva económica. Creer que el gasto–cualquier tipo de gasto–es la cura para lo que nos enferma significa ignorar la naturaleza subjetiva de la riqueza y la base microecnómica del crecimiento económico a favor de una cosificación de los agregados económicos tales como el PIB y el desempleo. Gastar billones de dólares combatiendo una guerra ciertamente puede poner en uso capital y trabajo, elevando el PIB y bajando el desempleo. Pero esto no equivale a que seamos más ricos que antes.

La riqueza crece cuando las personas son capaces de llevar a cabo intercambios que consideran mutuamente beneficiosos. La producción de nuevos bienes que los consumidores desean comprar está al inicio de este proceso. Cuando en vez de esto, pedimos prestado a las generaciones futuras para gastar en bienes y servicios conectados no a los deseos de los consumidores sino a los de los relacionados políticamente, para producir una lluvia de muerte y destrucción en otras partes del mundo, no estamos reconociendo a los individuos la libertad para hacer las cosas que ellos consideran que mejorarán su situación. Y ciertamente no estamos extendiendo tal libertad a los muertos en el nombre de “crecimiento económico”. En un nivel muy básico, la idea de que cualquier tipo de gasto es deseable ignora el hecho de que gastar en guerra (y, yo argumentaría, trabajos públicos también) activamente impide a la gente incrementar su riqueza a través de la producción y el intercambio ligados a la demanda de los consumidores.

Contratar gente para cavar agujeros y llenarlos de nuevo, o para construir bombas que matarán iraquíes, ciertamente reducirá el desempleo e incrementará el PIB, pero no aumentará la riqueza. El problema de la ciencia económica es el problema de coordinar productores y consumidores, y esta coordinación tiene lugar cuando se produce lo que los consumidores quieren usando los recursos más baratos. Es por ello que es creador de riqueza cavar un canal usando excavadoras con unos pocos conductores mientras que no lo es que millones de personas lo hagan usando cucharas, incluso si lo último generaría más empleo.

Enviar soldados a una guerra es un desperdicio de recursos humanos y materiales, y es casi por definición destructor de riqueza, independientemente de lo que pase con los índices del PIB y del desempleo. La única manera para que alguien pueda ver la ciencia económica de manera amoral, como Krugman desea, es si uno solamente está interesado en el GDP total y no en su composición. No obstante, es la composición del GDP, en el sentido de comprobar que lo que hemos producido coincide con lo que quiere el consumidor, lo que en última instancia importa para el bienestar humano. Es fácil crear trabajos y generar gasto, pero estos no constituyen crecimiento económico, y no son necesariamente indicadores de la prosperidad humana.

Por lo que sí, Profesor Krugman, sí importa como intentamos salir de las depresiones. El mundo no está al revés y los vicios no son virtudes. La guerra no es paz y la destrucción no es creación. La solución real a la depresión es eliminar las barreras al libre intercambio y producción las cuales realmente implican la creación de riqueza. Pidiendo prestado más millones a nuestros nietos para construir lo equivalente a las pirámides o para aniquilar inocentes en el extranjero, sólo hacemos el agujero más profundo. Y cuando alguien se limita a decir que “necesitábamos a Hitler e Hirohito” para salir salir del agujero en los años treinta, es que ha abandonado la moral para pasar a adorar el altar de los agregados económicos.

Ningún crítico de la economía de libre mercado puede volver a acusarnos de ser irracionales e inmorales cuando es Paul Krugman quien dice que la destrucción crea riqueza, y que la guerra es el aceptable segundo mejor camino hacia el crecimiento económico. No deje que su Neolengua le engañe: guerra y destrucción son exactamente lo que parecen ser. Argumentar como Krugman implica abandonar ambas economía y moral.

El Gran Hermano estaría orgulloso.


Traducido del inglés por Celia Cobo-Losey R. El artículo original se encuentra aquí.

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