El derecho del trabajo es un pilar de la política económica del estado. Pocos cuestionan su eficacia como medio para corregir “defectos del mercado” (como salarios insoportables para trabajos importantes) que dejarían a la sociedad en el desastre. De hecho, no existe ningún debate serio entre políticos estadounidenses acerca de los beneficios de esas leyes. Su utilidad simplemente se supone.
Pero las leyes que restringen o estipulan los términos de contratos voluntarios y empleo dificultan el progreso económico y hacen la vida más dura para todos, incluso para aquellos a quienes se pretende ayudar con las leyes.
El salario mínimo es el ejemplo más básico de dicho derecho. Al prohibir el empleo por debajo de cierto nivel salarial, el estado garantiza que nadie trabaja por menos de lo que sus oficiales consideran un “nivel vital”. La primera legislación de salario mínimo fue la Fair Labor Standards Act. [1] Desde su aprobación en 1938, la ley ha sido enmendada muchas veces, normalmente para ajustar el salario mínimo a la inflación. Hoy, el salario mínimo federal es de 7,25$ por hora.
En la ley, el Congreso determina que “la existencia (…) de condiciones laborales en detrimento del mantenimiento del nivel mínimo de vida necesario para la salud, la eficiencia y el bienestar general de los trabajadores” causa desigualdad, supone una carga para el comercio y “el libre flujo de bienes en el comercio” y lleva a disputas laborales para obstaculizan aún más el libre comercio.[2] El salario mínimo es su solución a este problema.
Pero lo que el congreso no sabía (o prefería ignorar) es que los empresarios no pueden pagar a un empleado más que el producto del ingreso marginal descontado del empleado: su contribución a los ingresos de la empresa. Por ejemplo, si un empleado genera 10$ de ingreso para su empresario cada hora, su empleador no le pagará más de 10$ la hora. De otra manera, las contribuciones a la empresa equivaldrían a una pérdida neta. Los empresarios no pueden sencillamente aumentar los salarios de ningún empleado sin considerar el producto del ingreso marginal de dicho empleado.
El efecto que no se ve del salario mínimo queda ahora claro: todos los trabajadores que sean incapaces de generar más ingresos por hora para su empresario que el salario mínimo legal por hora están despedidos. Como escribe Murray Rothbard:
En resumen, si el salario mínimo aumenta de 3,35$ a 4,55$ la hora, la consecuencia es desemplear, permanentemente, a quienes hubieran sido contratados a niveles entre estos dos salarios. Como la curva de demanda para cualquier tipo de trabajo (como para cualquier factor de producción) se establece por la productividad marginal percibida de ese trabajo, esto significa que la gente que se verá desempleada y devastada por esta prohibición serán precisamente los trabajadores ‘marginales’ (de menores salarios) (…) Los mismos trabajadores a los que los defensores del salario mínimo afirman acoger y proteger.
Los trabajadores “marginales” que describe Rothbard incluyen a menudo a jóvenes sin experiencia, inmigrantes y discapacitados. Para esta gente, el empleo es legalmente imposible bajo una ley de salarios mínimos. Están permanentemente desempleados. Negar este efecto, según Ludwig von Mises, es “equivalente a una completa negación de cualquier regularidad en la secuencia e interconexión de los fenómenos del mercado”.
¿Por qué, entonces, tanto continúan defendiendo el salario mínimo como medio para subvencionar a la clase trabajadora?
El hecho es que muchos de esos defensores deciden ignorar la realidad económica a favor de unos argumentos más “matizados”. Fijémonos en la abogada y escritora Carolyn Rosenblatt. En un artículo en Forbes.com publicado el pasado invierno defendiendo el salario mínimo para cuidadores a domicilio, escribe:
Para quien pueda pensar [que extender el salario mínimo a cuidadores a domicilio] no es una buena idea o que recae demasiado en el empresario de pequeños negocios que tiene que pagar más al trabajador, que piense esto: ¿querrías que tus queridos ancianos se mantengan en su casa tanto tiempo como sea posible? ¿Estás dispuesto a realizar todos los quehaceres físicos de cuidado tú mismo?
Para Rosenblatt, no importan las leyes económicas, los pequeños negocios y las fuerzas del mercado. Lo que le importa a ella (y a sus aliados intelectuales) es la resonancia cognitiva: sentir que a los cuidadores a domicilio se les paga tanto como ella se piensa que merecen, rehusando al tiempo reconocer que los salarios y precios del mercado están determinados por la oferta y la demanda.
Argumentos como estos son demasiado comunes entre los defensores del salario mínimo. Reconocen los problemas económicos de sus ideas pero aun así las defienden. No hay otra explicación. Aunque Rosenblatt y otros como ella pueden tener las mejores intenciones, su ignorancia voluntaria de la realidad económica es patente y difícilmente perdonable.
Por supuesto, no todos los defensores del salario mínimo son ignorantes. Por ejemplo, los sindicatos tienen un fuerte interés en apoyar el salario mínimo. Al hacerlo, eliminan la competencia de los que estén dispuestos a trabajar por menos. Racistas y gente con prejuicios se benefician asimismo del salario mínimo. Si los empresarios deben pagar un salario mínimo a cualquiera que contraten, pueden descartar las demandas salariales de potenciales empleados y sencillamente ignorar las solicitudes de aquellos a los que odian. Este era el razonamiento detrás del predominantemente blanco Sindicato de Trabajadores Mineros de Sudáfrica cuando escribió respecto de la aplicación de la igualdad de salario mínimo a blancos y negros:
La realidad es que los blancos han sido desplazados por la mano de obra de color. No es porque el hombre sea blanco o negro, sino debido al hecho de que este último es barato (…) cuando se introduzca ese [salario mínimo], creemos que la mayoría de las dificultades respecto de la cuestión de la gente de color desaparecerá automáticamente.
Así que el salario mínimo difícilmente puede ser la idea inocente que sus defensores sospechan que es. Como todas las demás formas de intervención en el mercado, está secuestrada por gente con malas intenciones: quienes buscan usar la violencia del derecho para servir a sus propios fines.
No hace falta decir que los daños del salario mínimo difícilmente son un misterio para los economistas, especialmente los de inclinación austriaca. ¿Por qué hablar ahora de esto?
Porque a pesar del éxito del movimiento de la libertad en socavar los fundamentos intelectuales del intervencionismo del estado, las verdades económicas más básicas aún han de ser absorbidas por la opinión pública. De hecho, hace solo dos años, el Public Religion Research Institute descubría que dos tercios de los estadounidenses apoyaban aumentar el salario mínimo a 10$ la hora. Entre estos defensores está un 41% de autodefinidos como seguidores del Tea Party y un 43% de “estadounidenses que más confían en Fox News”: loas que afirman defender la libertad económica.
Sin duda los libertarios han avanzado mucho. La economía austriaca es hoy más popular que nunca. Incluso en la colina del Capitolio las ideas de moneda fuerte, austeridad financiera y libertad económica se han hecho imposibles de ignorar. Pero si dos tercios del pueblo estadounidense mantienen el apoyo a la defectuosa idea del salario mínimo, a los libertarios todavía les que mucho por hacer.
[1] Fair Labor Standards Act. United States Department of Labor. http://www.dol.gov/whd/flsa/. [2] Fair Labor Standards Act of 1938, as amended (revised May 2011). US Wage and Hour Division. http://www.dol.gov/whd/regs/statutes/FairLaborStandAct.pdf.
Publicado el 11 de febrero de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.