Probablemente sea seguro admitir que el llamado Tercer Mundo ha sido siempre difícil de entender en los países más desarrollados al estilo occidental. Ha habido varios esfuerzos recientes con visiones a nivel de tierra de problemas en estas áreas. Hernando de Soto y Jim Rogers han escrito ambos libros en años recientes que muestran muchas facetas de la existencia del tercer mundo. Lo que ambos tienen en común es una visión de que las opiniones y teorías que prevalecen acerca del tercer Mundo son en su mayoría erróneas.
El libro de Rogers no da retratos de corrupción política y trazos acerca de la poca ayuda monetaria que acaba realmente en manos de quienes se pretende. El libro de Soto examinaba la falta de derechos de propiedad al estilo occidental y el enredo legal en que se encuentran los miembros más pobres de estas sociedades y que les impide realizar contratos básicos, ahogando así cualquier crecimiento significativo del capital.
Dado el nivel de distorsión en lo que leemos en los medios generales, cualquier pensamiento contrario a esas ideas debería valorarse enormemente. Sudha Shenoy es la autora de un maravilloso pequeño escrito titulado “Austrian Theory and the Undeveloped Areas: An Overview”, publicado por primera vez en 1991 y recientemente disponible en el Instituto Mises. Shenoy proporciona una visión específicamente austriaca sobre muchos asuntos relacionados con estas regiones relativamente pobres y su escrito merece una audiencia mucho mayor.
El escrito se concentra en los países menos desarrollados. Los países menos desarrollados se definen no tanto por lo que tienen en común, como en lo que les falta en comparación con naciones más desarrolladas. Por tanto, la composición del estudio es una mezcla diversa que incluye países latinoamericanos como Argentina y Brasil, países africanos como Chad y Níger y países asiáticos como Tailandia e India.
Las peculiaridades económicas y sociales de estas regiones, advierte Shenoy, son mucho mayores que las diferencias encontradas entre países desarrollados. Ahí reside una advertencia del peligro de usar solo las generalizaciones más amplias. Una comprensión sensata de los países del Tercer Mundo ha de encontrarse en el análisis concreto de los países. Sin embargo existen algunos hilos comunes.
Mucha de la incomprensión se basa en un mito. Y mucho de ese mito deriva de una metodología defectuosa. La predilección de la profesión económica por cifras y estadísticas por encima del análisis lógico riguroso ha sido su perdición en muchos campos de investigación. Aquí no es distinto, especialmente porque mucha de la investigación de los países menos desarrollados, en palabras de Shenoy, “debe basarse completamente y sin duda en las estadísticas generadas por los gobiernos de estas áreas, una debilidad fatal, en mi opinión. Sin embargo muchas comparaciones ortodoxas entre los países más pobres y sus primos más ricos empiezan con la comparación de cifras de renta nacional. Shenoy muestra agudamente los defectos de esta aproximación.
Shenoy usa el ejemplo de la cifra por cabeza de 140$ al año, una cifra de 1985 para uno de los países menos desarrollados más pobre. Evidentemente, esta cifra es absurdamente baja desde una perspectiva estadounidense, pero “resulta que en los países más pobres la gente no solo vive con esa renta nacional, sino que se multiplican a lo que escuchamos que es un ritmo desastroso”. Dada la amplia brecha entre la comparación de las cifras por cabeza y la realidad de la gente viva, ¿qué sentido tiene una comparación así?
Para Shenoy, no tiene sentido. Es una comparación clásica que implica las proverbiales peras y manzanas. Las cifras por cabeza muestran solo la producción física y no pueden tener en cuenta evidentes diferencias cualitativas, Como apunta Shenoy, “las cifras absolutas no pueden capturar la realidad: que la enorme mayoría de la población en el mundo subdesarrollado produce y consume bienes y servicios que difieren en naturaleza y en tipo de los que se encuentran en regiones desarrolladas”. Existen diferencias extremas en los tipos de bienes producidos en los países menos desarrollados comparados con los más desarrollados.
Shenoy usa el ejemplo de la dieta de la gente que vive en Tailandia, que consume principalmente arroz y productos subtropicales, y en Túnez, que come sobre todo mijo, dátiles y productos que se encuentran solo en regiones áridas. Hay enormes diferencias en los hábitos alimenticios y asimismo una tremenda variedad en lo que está disponible para comer. Los alimentos en los países menos desarrollados a menudo han de ser procesados por los consumidores antes de comerse, en claro contraste con muchos alimentos disponibles en los países desarrollados. Así que aunque podrían ser posibles ciertas comparaciones amplias de naturaleza cualitativa acerca de la prosperidad o de la falta de ella en estas regiones, es difícil entender qué podría lograr una comparación cuantitativa de rentas.
Además de las cifras por cabeza, se usan a menudo otros indicadores sociales, como las tasas de alfabetización y la edad a la que se empieza a trabajar. Shenoy demuestra que también estas son señales ambiguas de prosperidad y el uso de estas estadísticas puede generar casos en que las cifras por cabeza e indicadores sociales se contradicen entre sí.
La aproximación de Shenoy es tan sensata y sus argumentos tan lógicos que es casi sorprendente que no se oigan o usen más frecuentemente en otros medios. Abruman por su simplicidad. Por ejemplo, tal vez no haya crítica más frecuente de los países menos desarrollados que su uso de “mano de obra infantil”. Pero Shenoy simplemente tiene en cuenta las esperanzas de vida en muchos países menos desarrollados y los niveles más bajos de capital para explicar el uso de lo que consideramos una mano de obra infantil inapropiada. La esperanza de vida en las áreas desarrolladas (unos 75 años) es mucho mayor que la que encontramos en los países menos desarrollados, en donde los 55-60 años es la cifra más común y en donde, en algunas de las regiones más pobres, puede ser tan baja como 40-50 años.
La mayoría de la gente en los países desarrollados no empieza a trabajar hasta que tiene unos 15 años de edad. Shenoy apunta que 15 años es aproximadamente el 20% de la esperanza de vida en las áreas más desarrolladas. Sin embargo, utilizando las esperanzas de vida en países menos desarrollados y aplicando el 20% nos da una cifra entre 8 y 12 años, un periodo de tiempo en el que empiezan a trabajar muchos en países menos desarrollados. Shenoy escribe: “Si pudieran permitirse retrasarse hasta que tuvieran 15 años, entonces habría pasado un 25% a un 37% de su esperanza de vida y si se aplicara esta misma escala a áreas desarrolladas, se supondría que la gente entraría en el mercado laboral solo en edades entre 19 y 28 años”.
En la historia temprana de los países desarrollados, la edad laboral solo se retrasó al acumularse capital y aumentar los niveles de vida. Shenoy nos da el ejemplo de Inglaterra durante los siglos XVII y XVIII, donde el trabajo empezaba con 8 años. Concluye: “donde la vida termina pronto, también tiene que empezar pronto”.
A menudo escuchamos las tasas de analfabetismo en países menos desarrollados. Sabemos que la alfabetización no puede ser un prerrequisito para el progreso y el desarrollo económico, ya que de otra manera la humanidad nunca habría superado el nivel de los desaliñados habitantes de las cavernas. Las poblaciones analfabetas, nos enseña la historia, han dado asombrosos saltos en el progreso y el desarrollo. Es esencialmente la misma historia que la de la mano de obra infantil. Cuando la gente dice que los países menos desarrollados son pobres y atribuye parte de esto al analfabetismo, está poniendo el proverbial carro delante de los bueyes (la falacia llevada al extremo en este artículo del New York Times sobre Brasil). Shenoy escribe: “la alfabetización, en resumen, es una forma de inversión”, una inversión que se hace posible solo al mejorar los niveles de vida.
También se considera un gran mal el crecimiento de la población, pero Shenoy nos muestra cómo pensar de forma distinta acerca de este tema. Nos ofrece historias que demuestran cómo el crecimiento de la población a menudo acompaña a un rápido desarrollo económico. Shenoy tiene el cuidado de mantener las cifras y estadísticas de crecimiento de la población dentro del contexto histórico de la región a estudiar, un paso que produce conclusiones sorprendentes. Por ejemplo, la población de la India se multiplicó por, 3,6 entre 1871 y 1987, mientras que “Gran Bretaña alcanzó este mismo porcentaje en 104 años, es decir 12 años menos que la India”. Una diferencia muy importante es que Gran Bretaña alcanzo su crecimiento unos 100 años antes.
La sorprendente conclusión es que “si comparamos las características demográficas de Gran Bretaña (de 1801 a 1914) con las de la India (durante los años de 1871 a 1987), encontramos lo siguiente: el crecimiento de la población británica fue más rápido y proporcionalmente mayor y su porcentaje urbano fue unas tres veces superior”. Como los niveles de vida en Gran Bretaña son hoy relativamente altos, parecería debilitar los argumentos de la masa anti-población de que su crecimiento debería ser una gran preocupación. Shenoy deja claro que el crecimiento de la población es una manifestación de la mejora en los niveles de vida y que hace falta crecimiento económico para soportarlo.
Hay muchas más comparaciones y temas de los que se ocupa el escrito. Lo anterior da solo una impresión de parte de su pensamiento.
Un aspecto final de la obra de Shenoy es que utilizar la teoría austriaca del capital lleva ciertas conclusiones inevitables respecto de los problemas del Tercer Mundo. Entre estas está la idea de que el crecimiento y extensión del capital en una piedra angular necesaria para aumentar el nivel de vida de los países menos desarrollados (un hecho que es cierto en todos los casos), un proceso que facilitan los mercados libres. La teoría austriaca del capital enseña que este es una mezcla variada de bienes que entran en una cadena de producción y que la producción requiere tiempo. Alargar y profundizar este proceso significa extender el tiempo entre la inversión y el consumo.
Shenoy escribe: “Al extenderse la estructura de capital, el flujo de bienes y servicios finales aumenta en cantidad, mejora enormemente en calidad y se convierte en infinitamente diversa”. Es un proceso asombroso y se encuentra en la misma raíz de la actividad del mercado. Esta estructura extendida del capital también aumenta la especialización y un mayor intercambio.
Shenoy señala que las economías de mercado al estilo occidental se desarrollaron en un proceso histórico único en el que la evolución legal y social apoyaba el intercambio del mercado. Por tanto, lo que hace falta para aumentar los niveles de vida en los países menos desarrollados es una evolución o desarrollo de sociedades que apoyen los intercambios del mercado. De nuevo es evidente la vitalidad y riqueza de los mercados abiertos como solucionadores de problemas. El trabajo de Shenoy nos muestra que en el área del desarrollo de los países menos desarrollados, “encontramos en los escritos de los antiguos austriacos un penetrante marco analítico cuyo potencial sigue sin descubrirse”.
Publicado el 21 de enero de 2004. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.