¿Habéis tenido alguna vez la sensación de que nadie en la élite del poder de Washington quiere ocuparse seriamente de la mayor amenaza económica para la prosperidad futura que afronta hoy Estados Unidos: la creciente deuda pública y los déficits asociados a esta? El problema, como apuntaba Murray Rothbard hace 20 años:
Por tanto los déficits y la deuda acumulada son una carga creciente e intolerable sobre la sociedad y la economía, tanto porque aumentan la carga fiscal como porque drenan progresivamente recursos del sector productivo al parásito e improductivo sector “público”. Además, siempre que los déficits e financian expandiendo el crédito bancario (en otras palabras, creando nuevo dinero) las cosas empeoran aún más, ya que la inflación de crédito crea una permanente y creciente inflación de precios así como oleadas de “ciclos económicos” de auge y declive.
En 1992, cuando Rothbard escribió lo anterior, la deuda de EEUU se estaba aproximando a los 4 billones de dólares (hoy está cerca de los 17 billones) y la política de la Reserva Federal era relativamente benigna comparada con la actual flexibilización cuantitativa, que está monetizando en la práctica una porción significativa de la deuda pública recientemente creada. El “dividendo de la paz” del final de la Guerra Fía y la falsa prosperidad de los dos auges económicos creados por la Fed hicieron que el problema fuera menos urgente y permitiera a los políticos dar una patada a seguir. Ahora es urgente una solución, pero no es probable que se dé. “Must Default Be Avoided at All Costs?”, de David Henderson es un buen lugar para empezar a revigorizar una discusión seria sobre una aproximación moral a la disminución del tamaño del gobierno federal hasta un nivel menos destructivo.
Henderson escribía:
Bruce Bartlett, en The Benefit and the Burden, su libro sobre impuestos, escribe que el impago “constituiría un robo enormemente inmoral de billones de dólares de quienes prestaron dinero al gobierno federal de buena fe”. En mi reseña de este libro, yo comentaba. “¿De verdad? ¿Es peor impagar a acreedores que asumieron un riesgo que tomar dinero por la fuerza a contribuyentes que no tienen otra alternativa?” [Cursivas añadidas]
Henderson piensa que es probable que el impago se acabe produciendo y, dadas las tendencias actuales y las demás alternativas, como la alternativa más moral. Jason J. Fichtner y Veronique de Rugy defienden que “El impago debe evitarse a toda costa y no debería ser una opción sobre la mesa” ((“The Debt Ceiling: Assets Available to Prevent Default“, 25 de enero de 2013). Pero Henderson no está de acuerdo:
No estoy seguro. El gobierno de EEUU ha cavado un hoyo profundo. Los compromisos que ha creado con distinta gente deben romperse. No hay forma factible, por ejemplo, de que el gobierno de EEUU sea capaz, de aquí a 20 años, de pagar todas las prestaciones de Medicare, Medicaid y Seguridad Social que se ha comprometido a pagar. Uno de los compromisos a considerar romper es el compromiso de pagar la deuda. [Cursivas añadidas]
Para un alegato prolongado a favor del impago, Henderson recomienda “Some Possible Consequences of a U.S. Government Default”, de Jeffrey R. Hummel. Como en muchas áreas, Rothbard fue un líder. Escribiendo en el número de junio de 1992 de Chronicles (pp. 49–52), Rothbard defendió el repudio de la deuda nacional. En su extensa explicación, que he usado frecuentemente como lectura para los Principios de Macroeconomía durante la década de 1990, Rothbard establece claramente la diferencia entre deuda pública y deuda privada, así como el alegato moral para el repudio o impago de la deuda pública.
Primero, no hay ningún problema moral con la deuda privada y el repudio de la deuda privada es moralmente reprensible. Como explica Rothbard:
Para pensar sensatamente acerca de la deuda pública, antes tenemos que volver a los principios fundamentales y pensar en la deuda en general. Dicho de forma sencilla, una transacción de crédito se produce cuando A, el acreedor, transfiere una suma de dinero (digamos 1.000$) a D, el deudor, a cambio de una promesa de que D devolverá a A en un año el principal más los intereses. Si el tipo de interés acordado para la transacción es del 10%, entonces el deudor se obliga a pagar dentro de un año 1.100$ al acreedor. Este pago completa la transacción, que, al contrario que una venta normal, tiene lugar a lo largo del tiempo.
Hasta aquí, queda claro que no hay nada “incorrecto” con la deuda privada.
Esencialmente: lo tomas prestado, lo gastas y deberías ser responsable de devolverlo.
Para Rothbard:
En un sentido profundo, el deudor que no puede devolver los 1.100$ que debe al acreedor ha robado propiedad que pertenece al acreedor: no tenemos simplemente una deuda civil, sino un agravio, una agresión contra la propiedad de otro.
¿Qué pasa con la deuda pública? Rothbard proporciona la respuesta:
Si la sacralidad de los contratos debe prevalecer en el mundo de la deuda privada, ¿no debería ser igual de sagrada en la deuda pública? ¿No debería la deuda pública regirse por los mismos principios que la privada? La respuesta es que no, a pesar de que una respuesta así pueda sacudir la sensibilidad de la mayoría de la gente. [Cursivas añadidas]
La razón es que las dos formas de transacción de deuda son completamente diferentes.
Rothbard continúa:
cuando el gobierno pide prestado dinero, no compromete su propio dinero: sus recursos no son responsables. El gobierno no compromete su propia vida, fortuna y sagrado honor en devolver la deuda, sino el nuestro. Es un caballo, y una transacción, de distinto color.
¿Por qué es un caballo distinto?
Por tanto, la transacción de la deuda pública es muy distinta de la de la deuda privada. En lugar de un acreedor con una baja preferencia temporal intercambiando dinero por un pagaré de un deudor con alta preferencia temporal, el gobierno recibe ahora dinero de los acreedores, sabiendo ambas partes que el dinero que se devuelva no vendrá de los bolsillos de políticos y burócratas, sino de las carteras saqueadas de los contribuyentes indefensos, los súbditos del estado.
Ambas partes [los políticos tomando prestado y los miembros del público prestando fondos al gobierno] están contratando inmoralmente participar en la violación futura de los derechos de propiedad de los ciudadanos. Por tanto ambas partes están llegando a acuerdos sobre la propiedad de otros y ambos merecen nuestro desprecio. La transacción de crédito público no es un contrato genuino que tenga que considerarse sacrosanto, no más que cuando los ladrones se reparten el botín por adelantado.
En resumen, como contribuyente no tomaste prestados los fondos, no gastaste los fondos y no tienes obligación moral de devolver los fondos.
La recomendación de Rothbard: “Propongo por tanto una forma aparentemente drástica pero realmente mucho menos destructiva de liquidar la deuda pública de un solo golpe: el repudio directo de la deuda.”. El repudio no es solo una buena solución económica para nuestra crisis fiscal, sino asimismo la solución moralmente correcta. La propuesta más detallada de Rothbard, que era una “combinación de repudio y privatización”, debería considerarse un proyecto para un plan efectivo de reducción de la deuda. Como argumentaba Rothbard, un plan así “llegaría reducir la carga fiscal, estableciendo una sensatez fiscal y desocializando Estados Unidos”. Como ventaja añadida, el impago sería igual de eficaz, si no más, que una enmienda para un presupuesto equilibrado, al reducir la probabilidad de una reaparición futura del problema.
Pero “Sin embargo, para seguir este camino primero tenemos que librarnos de la mendaz mentalidad que combina lo público con lo privado y que trata a la deuda pública como si fuera un contrato productivo entre dos propietarios legítimos”. Los comentarios de Hummel y Henderson evidencian que hay quienes se ocupan seriamente de este asunto, aunque sea con 20 años de retraso.
Publicado el 27 de febrero de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.