La falsa ilusión del crédito

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“En todas partes las ilusiones de la vida son del mismo tipo, la variedad es un engaño de la refracción” — Garet Garrett, Where the Money Grows, 1911.

Las falsas ilusiones sazonan los asuntos humanos tanto pasados como presentes. Y tal vez no se encuentre más generosamente este engaño como en materias monetarias, particularmente en lo que se refiere a la naturaleza y consecuencias del crédito. A medida que chisporrotea la economía, varios comentaristas y políticos nos dicen que la forma de salir de este lío es rebajar los tipos de interés, aumentar el gasto y, en consecuencia, asumir más deuda.

Un escritor fallecido hace tiempo que fue capaz de abrirse paso entre esta espesa niebla fue Garet Garrett, particularmente en su libro A Bubble That Broke the World, que vio la luz ya en el verano de 1932. Para entonces Garrett ya era un periodista experimentado y un crítico mordaz de la locura fiscal.

“Desde John Law y su Burbuja del Mississippi”, advertía Garrett, “los individuos han estado utilizando continuamente el mismo plan bajo distintos disfraces”. Ésta era la falsa ilusión del crédito, en la que las deudas nunca tenían que liquidarse y con dinero fácil podía crearse prosperidad de la nada. Siempre estudioso de la historia de las burbujas, especialmente en relación con las explosiva combinación de papel moneda y su respaldo público, Garrett vio que la “forma general de esta falsa ilusión universal puede indicarse por tres de sus características familiares”.

La primera de ellas es “la idea de que la panacea para la deuda es el crédito”. En otras palabras, la falsa ilusión de que la mejor manera de aliviar a los deudores es hacerles más fácil adquirir más deuda. Greenspan y su tropa han trabajado duro en este aspecto, bajando los tipos de interés e inyectando dinero en la economía. En un año, el tipo de los fondos de la Fed ha caído del 6,75% al 1%.

La oferta monetaria también continúa expandiéndose. La llamada “Oferta monetaria amplia” (M3) se ha incrementado en alrededor de un billón de dólares, un 14%, durante las últimas cincuenta y dos semanas. ¡Pedir prestado! ¡Gastar! El Jefe de la Fed de Dallas McTeer nos dice ha todos que extendamos la mano y compremos todoterrenos. Han ayudado a difundir una cultura de gastadores y deudores. Como se ha informado ampliamente, el ahorro medio estadounidense es mísero, incluso para nuestros propios estándares (olvidemos compararnos con los japoneses). Solía pasar que la gente argumentaba que el pujante mercado bursátil hacía subestimar el verdadero nivel de ahorro. Aún así, tras casi dos años de precios a la baja, ese argumento ya no se sostiene.

La segunda característica familiar es “una doctrina societaria y política, ahora ampliamente aceptada, que empieza por la premisa de que la gente tiene derecho a ciertas comodidades de la vida”. Esto es, tiene derecho incluso aunque no pueda pagarlas. Por tanto el crédito debería estar disponible para que la gente pueda adquirir casas, coches y otras cosas. El gobierno y sus empresas patrocinadas (GSE, por sus siglas en inglés) luchan por hacer fácil a los estadounidenses comprar casas al ofrecer un mercado sencillo de hipotecas y subvencionar la industria con ventajas fiscales y su garantía implícita. Ahora mismo las GSE tienen, por ejemplo, más de la mitad de las hipotecas locales. La mayoría de la gente parece creer que es mejor para todos poseer sus propias casas, sin que importen costes y riesgos. La consecuencia de este tipo de pensamiento es, por supuesto, más deuda.

La tercera de las características familiares de Garrett es “el argumento de que la prosperidad es un producto del crédito”. Con ello se ignora el pensamiento económico y de hecho invita a una cierta hostilidad. Suele pasar que la prosperidad sea el resultado de crear riqueza real: hacer mejor las cosas, ofrecer servicios más eficientemente, crear y multiplicar el capital. El crédito o la disponibilidad de deuda no es en sí mismo creador de prosperidad. El resultado de este pensamiento es que se olvidan las verdaderas máquinas de la prosperidad.

El propósito común de todas estas características es estimular la deuda y de hecho han logrado su objetivo. Por ejemplo, la deuda como porcentaje del ingreso disponible es más alta que nunca, por encima del 100%. Ya en 1990 la deuda representaba más del 80% del ingreso disponible. En 1982, estaba en el rango del 60%. (Ver Why the bear market is just beginning, por David Tice).

Las cosas no son muy distintas en el mundo empresarial: las empresas medias tienen bastante deuda. Como indica John Puchella, de Moody’s: “La relación deuda no financiera – patrimonio ha aumentado del 77,4% a finales del 2000 al 81,2% a finales de septiembre”.

¿No es evidente cuál es la debilidad fatal de una acción como esta? Una vez iniciada, no puede detenerse hasta que llegue a su terrible final. Garrett escribe: “cuando los acreedor no consiguen presentar más rápido que otros acreedores demandas de reclamación de deuda, la burbuja explota”. Parece que ahora estamos en eso. El consumidor estadounidense medio es una mula cargada de deuda. El crédito fácil y más deuda no le ayudarán.

En el corazón de esas acciones (su única lógica) está que la deuda no ha de liquidarse sino posponerse aumentando la deuda del deudor.

¿Qué pasa cuando estalla la burbuja? Garrett escribía: “entonces vas a la cárcel, como Ponzi o te suicidas como Ivar Kruegar”. Salvo que nuestro sistema monetario está tan infectado, su enfermedad tan avanzada que solo un cambio radical puede detener el interminable ciclo vicioso de auge y declive.

Cuando explota la burbuja, el efectivo vuelve a ser el rey. La gente lo mantiene algo más estrechamente. La deuda vuelve a ser real, al no estar ya velada por la ilusión del dinero fácil.

La deuda es estupenda en la subida. Compras una casa o acciones y suben y tu deuda sigue siendo la misma, acumulando algún tipo de interés que esta por debajo del tipo de anticipar las acciones y apreciarse las casas. Pero cuando los precios caen, la deuda se convierte en un amo cruel. Los precios de los activos (esa casa y esas acciones) caen y la deuda sigue ahí, amenazando mientras cada vez una mayor parte de tu patrimonio se disuelve como un antiácido en el agua.

El problema del crédito reside por tanto en el corazón de la burbuja. Y en el corazón del problema del crédito está la moneda fiduciaria y la banca de reserva fraccionaria.

Eso es lo que preocupa a todos esos recalcitrantes tipos de inversión de la vieja escuela. Por eso siempre están piando acerca del patrón oro. El patrón oro no trata del oro, nunca lo ha hecho. El oro solo resulta ser el metal que se convirtió en la moneda elegida. Primero fue la plata. El dólar estadounidense fue originalmente plata, lo mismo que la libra esterlina. Pero el oro tiene ciertas características que la gente parecía preferir. Era inalterable, difícil de obtener y maleable.

Este último punto es bastante interesante. Garrett, al hablar del arte de los antiguos fabricantes de pan de oro, escribe que “entre dos piezas de buen cuero hechas con los intestinos de un buey, puede aplanarse hasta el imperceptible grosor de un 1/300.000 de pulgada, de forma que un grano troy [unos 60 mg.] permite cubrir 56 pulgadas cuadradas [más de 361 cm2].

El patrón oro trata de tener dinero que no este bajo el control de gobiernos y sea difícil de inflar. Como escribió Ludwig von Mises en su clásico La teoría del dinero y del crédito, “la prevalencia del patrón oro consiste en el hecho de que hace a la determinación del poder adquisitivo de la unidad monetaria independiente de las medidas de los gobiernos. (…) Les hace imposible inflar”.

El valor real de un dólar 100% oro, defendido por Murray Rothbard entre otros, es que elimina el enlace entre política y dinero. Anula el ciclo económico, haciendo imposible acumular dólares obre dólares en un precario castillo de naipes. Sacar más oro de las minas es la única manera de aumentar las existencias de dinero.

La inflación, las enormes deudas públicas, la acumulación del crédito y los periodos de crisis no son parte de la economía del libre mercado, aunque se les relacione habitualmente por la gente antimercado.

Hablar de oro puede sonar gruñón, anticuado, poco práctico, no realista, improbable, lo que quieran y el oro ha sido sin duda desprestigiado por eso, pero afrontemos los hechos. Como escribió Ludwig von Mises hace mucho tiempo “solo tenemos la alternativa entre dos utopías: la utopía de la economía de mercado, no paralizada por el sabotaje del gobierno, por un lado, y la utopía de la completa planificación totalitaria por el otro. Esta elección de la primera alternativa implica una decisión a favor del patrón oro”.


Publicado el 20 de diciembre de 2000. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.