Sueños marxistas y realidades soviéticas

3

[Este ensayo se publicó originalmente en 1988, por el Instituto Cato. Está recogido en el capítulo de 4 de Great Wars and Great Leaders: A Libertarian Rebuttal (2010)]

El marcado contraste que establecía Alexis de Tocqueville entre Estados Unidos y la Rusia zarista (“el principio del primero es la libertad; el de la segunda, la servidumbre”)[1] se hizo mucho más agudo después de 1917, cuando el Imperio Ruso se transformó en la Unión Soviética.

Como Estados Unidos, La Unión Soviética es una nación fundada sobre una ideología distintiva. En el caso de Estados Unidos, la ideología era fundamentalmente el liberalismo lockeano: sus máximas expresiones son la Declaración de Independencia y la Declaración de Derechos de la Constitución de EEUU. La Novena Enmienda, en particular, respira el espíritu de la visión mundial de la América de finales del siglo XVIII.[2] Los Fundadores creían que existen derechos naturales individuales que, juntos, constituyen un marco moral para la vida política. Traducido a ley, este marco define el espacio social dentro del que interactúan voluntariamente los hombres; permite la coordinación espontánea y el ajuste mutuo continuo de los diversos planes que formulan los miembros de la sociedad para guiar y llenar sus vidas.

La Unión Soviética se fundó sobre una ideología muy diferente, el marxismo, tal y como lo entendía e interpretaba V.I. Lenin. El marxismo, con sus raíces en la filosofía hegeliana, era una revuelta bastante consciente contra la doctrina de los derechos individuales del siglo anterior. Los líderes del Partido Bolchevique (que cambió su nombre a Partido Comunista en 1918) eran prácticamente todos intelectuales revolucionarios, de acuerdo con la estrategia establecida por Lenin en su obra de 1920, ¿Qué Hacer?[3] Eran ávidos estudiosos de las obras de Marx y Engels publicadas en vida o poco después y conocidas por los teóricos de la Segunda Internacional. Los líderes bolcheviques se veían como los ejecutores del programa marxista, como lo llamados por la Historia para realizar la transición apocalíptica a la sociedad comunista anunciada por los fundadores de su fe.

El objetivo que heredaron de Marx y Engels era nada menos que la consecución final de la libertad humana y el fin de la “prehistoria” de la raza humana. Era el sueño prometeico de la rehabilitación de Hombre y su conquista de su lugar apropiado como amo del mundo y señor de la creación.

A partir de la obra de Michael Polanyi y Ludwig von Mises, Paul Craig Roberts ha mostrado el significado de la libertad en el marxismo (en libros que merecen ser mucho más conocidos de lo que son, ya que proporcionan una clave importante de la historia del siglo XX).[4] Reside en el eliminación de la alienación, es decir, de la producción de bienes, la producción para el mercado. Para Marx y Engels, el mercado representa no solo el ámbito de la explotación capitalista, sino, más esencialmente, un insulto sistemático a la dignidad del hombre. A través de él, las consecuencias de la acción del hombre escapan de su control y le afectan de formas malignas. Así, la idea de que los procesos de mercado generan resultados que no eran parte de la intención de nadie se convierte, para el marxismo, en la misma razón para su condena. Como escribió Marx de la etapa de sociedad comunista antes de la desaparición total de la escasez:

La libertad en este ámbito puede consistir solo en el hombre socializado, lo productores asociados, regulando racionalmente su intercambio con la Naturaleza, poniéndola bajo su control común, en lugar de ser gobernados por las fuerzas ciegas de dicha Naturaleza.[5]

Esto se hace mucho más claro en Engels:

Con la apropiación de los medios de producción por la sociedad, se elimina la producción de bienes de consumo y con ella el dominio del producto sobre los productores. La anarquía de la producción social es reemplazada por la organización consciente de acuerdo con un plan. Toda la esfera de las condiciones de vida que rodean a los hombres, que gobernaban a los hombres hasta que ahora, llegan bajo el dominio  y control consciente de los hombres, que se convierten por primera vez en los señores reales y conscientes de la naturaleza, porque en eso se convierten, en señores de su propia organización social. Las leyes de su propia actividad social, que afrontaban hasta entonces como leyes ajenas de la naturaleza, controlándoles, son aplicadas entonces por los hombres con completo entendimiento y así dominadas por ellos. Solo a partir de entonces harán los hombres su propia historia con total consciencia; solo a partir de entonces las causas sociales que ponen en marcha tienen, en la mayor proporción y en constante aumento, también los resultados pretendidos. Es el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad.[6]

Así que la libertad del hombre se expresaría en el control total ejercitado por los productores asociados en la planificación de la economía y, con ella, de toda la vida social. Ya las consecuencias no pretendidas de las acciones del hombre no traerían desastres y desesperación: no habría esas consecuencias. El hombre determinaría su propio destino. Quedaba si explicar cómo podía esperarse que millones y millones de individuos independientes actuaran con una mente y una voluntad, pudieran repentinamente convertirse en el “Hombre”, especialmente cuando se alegaba que desaparecería el estado, la maquinaria indispensable de coacción.

Ya en tiempos de Marx y Engels (décadas antes del establecimiento de la Unión Soviética) había quienes tenían una idea inteligente de quien iba a sumir el papel protagonista cuando llegara el momento de poner en escena el heroico melodrama “El hombre crea su propio destino”. El más famosos de los primeros críticos de Marx fue el anarquista ruso Michael Bakunin, para quien Marx era “el Bismarck del socialismo” y que advertía de que el marxismo era una doctrina idealmente apropiada para funcionar como la ideología (en el sentido marxista: la racionalización y ocultación sistemática) de las reclamaciones de poder de los intelectuales revolucionarios. Llevaría, advertía Bakunin a la creación de “una nueva clase”, que establecería “el más aristocrático, despótico, arrogante y despreciable de todos los regímenes”[7] y reforzaría su control sobre las clases productivas de la sociedad. El análisis de Bakunin fue extendido y desarrollado por el polaco Waclaw Machajski.[8]

A pesar de este análisis (o tal vez como confirmación del mismo), la visión marxista iba a inspirar a generaciones de intelectuales en Europa e incluso en América. En el curso de la enorme carnicería sin sentido que fue la Primera Guerra  Mundial, el Imperio Zarista se hizo pedazos. Un pequeño grupo de intelectuales marxistas se apropió del poder. ¿Qué podía ser más natural que, una vez en el poder, trataran de llevar a la práctica la visión que era todo su propósito y objetivo? El problema era que la audacia de su sueño solo era igualada por la profundidad de su ignorancia económica.

En agosto de 1917 (tres meses antes de tomar el poder), así es como Lenin, en Estado y revolución, caracterizaba las habilidades necesarias para dirigir una economía nacional en la “primera fase” del comunismo, la que él y sus asociados estaban a punto de empezar:

La contabilidad y control necesarios para esto han sido simplificados al máximo por el capitalismo, hasta que se han convertido en operaciones extraordinariamente sencillas de mirar, registrar y emitir recibos, al alcance de cualquiera que pueda leer y escribir y conozca las cuatro reglas de la aritmética.[9]

Nicolái Bujarin, un importante “viejo bolchevique” escribió en 1919, junto con Yevgeni Preobrazhenski, uno de los textos bolcheviques más ampliamente leídos. Era el ABC del comunismo, una obra que tuvo 18 ediciones soviéticas y fue traducida a 20 idiomas. Bujarin y Preobrazhenski “fueron considerados como los dos mejores economistas del Partido”.[10] Según ellos, la sociedad comunista es, en primer lugar, “una sociedad organizada”, basada en un plan detallado, calculado con precisión, que incluye la “asignación” de trabajo a las diversas ramas de la producción. Respecto de la distribución, según estos eminentes economistas bolcheviques, todos los productos se enviarán a almacenes comunales y los miembros de la sociedad tomarán de ellos de acuerdo con sus necesidades definidas por ellos mismos.[11]

Las menciones favorables a Bujarin en la prensa soviética se consideran ahora señales alentadoras de las glorias de la glasnost y en su discurso del 2 de noviembre de 1987, Mijaíl Gorbachov le rehabilitó parcialmente.[12] Debería recordarse que Bujarin fue el hombre que escribió: “Procederemos a la estandarización de los intelectuales: los manufacturaremos como en una fábrica”[13] y que dijo, justificando la tiranía leninista:

La coacción proletaria, en todas sus formas, desde las ejecuciones al trabajo forzado, es, por muy paradójico que suene, el método de moldear la humanidad comunista a partir del material humano del periodo capitalista.[14]

La transformación del “material humano” a su disposición en algo superior (la fabricación del Nuevo Hombre Soviético, Homo sovieticus) era esencial para su visión de los millones de individuos en sociedad actuando juntos, con una mente y una voluntad[15] y era compartida por todos los líderes comunistas. Fue para este fin, por ejemplo, que Lilina, la esposa de Zinoviev, hablaba de la “nacionalización” de los niños, para moldearlos como buenos comunistas.[16]

El más elocuente y brillante de los bolcheviques los dijo más sencillamente y mejor. Al final de su Literatura y revolución, escrito en 1924, León Trotsky puso las famosas y justificadamente ridiculizadas últimas líneas: Bajo el comunismo, escribió, “El ser humano medio ascenderá a las alturas de un Aristóteles, un Goethe o un Marx. Y sobre esta cumbre surgirán nuevas alturas”. Esta deslumbrante profecía estaba sin embargo justificada en su mente por lo que había escritos en las páginas precedentes. Bajo el comunismo, el hombre “reconstruirá la sociedad y a sí mismo de acuerdo con su propio plan”. Se transformará “la vida familiar tradicional”, se obviarán las “leyes de la herencia y la selección sexual ciega” y el propósito del hombre será “crear un tipo biológico social superior o, si queréis, un superhombre”.[17] (La cita completa puede encontrarse en el artículo sobre Trotsky en este volumen).

Creo que lo que tenemos aquí, en la evidente terquedad de Trotsky y los demás bolcheviques, en su prisa por reemplazar a Dios, la naturaleza y el orden social espontáneo por una planificación total y consciente de ellos mismos, es algo que trasciende a la política en cualquier sentido normal de la expresión. Puede ser que para entender de qué se trata debamos ascender a otro nivel y que más útil para entenderlo que las obras de los economistas y teóricos políticos liberales clásicos sea la soberbia novela del gran apologista cristiano C. S. Lewis, Esa horrible fortaleza.

Los cambios fundamentales en la naturaleza humana que los líderes comunistas empezaron a realizar requieren, por la naturaleza del caso, un poder político absoluto en unas pocas manos directoras. Durante la Revolución Francesa, Robespierre y otros líderes jacobinos buscaban transformar la naturaleza humana de acuerdo con las teorías de Jean-Jacques Rousseau. No fue la única, pero sin duda fue una de las causas del Reinado del Terror. Los comunistas descubrieron pronto lo que habían aprendido los jacobinos: que esa empres requiere que el Terror se erija como sistema de gobierno.[18]

El Terror Rojo empezó pronto. Es su célebre discurso de noviembre de 1987, Gorbachov limitaba el Reinado Comunista del Terror a los años de Stalin y declaraba:

Muchos miles de personas dentro y fuera del partido fueron sometidas a medidas completamente represivas. Esa, camaradas, es la amarga verdad.[19]

Pero en modo alguno esta es toda la amarga verdad. A finales de 1917, los órganos represivos del nuevo estado soviético se habían organizado en la Cheka, posteriormente conocida por otros nombres, incluyendo OGPU, NKVD y KGB. Los diversos mandatos bajo los que operó la Cheka pueden apreciarse en una orden firmada por Lenin el 21 de febrero de 1918: que todos los hombres y mujeres de la burguesía sean reclutados en batallones de trabajo para cavar trincheras bajo la supervisión de la Guardia Roja y “aquellos que se resistan sean fusilados”. Otros, incluyendo los “especuladores” y agotadores contrarrevolucionarios, habían de “ser fusilados en la escena de su crimen”. A un bolchevique que protesto por el modo de expresarse, Lenin le replicó: “¿No imaginarás sin duda que lleguemos a la victoria sin aplicar el terror revolucionario más cruel?”[20]

El número de ejecuciones de la Cheka que equivalían a un asesinato legalizado en el periodo desde finales de 1917 a principios de 1922 (sin incluir a las víctimas de los Tribunales Revolucionarios y el propio Ejército Rojo ni a los insurgentes matados por la Cheka) se ha estimado en 140.000 por una autoridad en la materia.[21] Como referencia, consideremos que la cifra de ejecuciones políticas bajo el represivo régimen zarista de 1866 a 1917 fue de alrededor de 44.000, incluyendo las de la Revolución de 1905 y posteriores[22] (excepto en que las personas fueron ejecutados lo hicieron tras juicios) y la cifra comparable para el régimen revolucionario francés del Terror fue de 18.000 a 20.000.[23] Está claro que con el primer estado marxista había llegado algo nuevo al mundo.

En el periodo leninista (es decir, hasta 1924) entra asimismo la guerra contra el campesinado que era parte del “comunismo de guerra” y las condiciones de hambruna, que culminaron con el hambre de 1921, que se debió al intento de alcanzar el sueño marxista. La mejor estimación del coste humano de estos episodios está en torno a los 6.000.000 de personas.[24]

Pero la culpabilidad de Lenin y los viejos bolcheviques (y del propio Marx) no acaba aquí. Gorbachov afirmaba que “el culto a la personalidad de Stalin indudablemente no era inevitable”.

“Inevitable” en una gran palabra, pero si no se hubiera producido algo similar al estalinismo, habría sido casi un milagro. Desdeñando lo que Marx y Engels habían hecho objeto de burla como mera libertad “burguesa” y jurisprudencia “burguesa”,[25] Lenin destruyó la libertad de prensa, abolió todas las protecciones contra el poder policial y rechazó todo atisbo de división de poderes y controles y equilibrios en el gobierno. A los pueblos de Rusia se les habría evitado una inmensa cantidad de sufrimiento si Lenin (y Marx y Engels antes) no hubieran rechazado tan bruscamente la obra de hombres como Montesquieu y Jefferson, Benjamin Constant y Alexis de Tocqueville. Estos escritores se preocuparon por el problema de cómo frustrar la siempre presente inclinación del estado hacia el poder absoluto. Expusieron, a menudo con cuidadoso detalle, las disposiciones políticas necesarias que eran necesarias, las fuerzas sociales que debían promoverse para evitar la tiranía. Pero para Marx y sus seguidores bolcheviques, no era más que “ideología burguesa”, obsoleta y sin relevancia para la futura sociedad socialista. Cualquier brizna  de descentralización o división del poder, la más mínima sugerencia de una fuerza que contrarreste a la autoridad central de los “productores asociados”, iba directamente en contra de la visión de la planificación unitaria de toda la vida social.[26]

El daño entre los campesinos fue aún mayor bajo la colectivización de Stalin[27] y la hambruna de 1933: esta vez deliberada, pensada para aterrorizar y aplastar a los campesinos, especialmente en Ucrania. Nunca sabremos toda la verdad de este maligno crimen, pero parece probable que tan vez 10 o 12 millones de personas perdieran la vida como consecuencia de estas políticas comunistas, tantas o más que el total de todos los muertos en todos los ejércitos en la Primera Guerra Mundial.[28]

Uno se queda atónito. ¿Quién podría haber pensado que en pocos años lo que los comunistas iban a hacer en Ucrania rivalizaría con las terribles carnicerías de la Primera Guerra Mundial: Verdún, el Somme, Passchendaele?

Murieron en el infierno,
Lo llamaron Passchendaele.

¿Pero qué palabra usar entonces para lo que hicieron los comunistas con Ucrania?

Vladimir Grossman, un novelista ruso que experimentó al hambruna de 1933, escribió acerca de ella en su novela, Todo fluye, publicada en Occidente. Un testigo de la hambruna en Ucrania declaraba:

Así llegué a entender que lo principal para el poder soviético es el Plan. Cumplir el Plan. (…) Padres y madres trataban de salvar a sus hijos, ahorrar un poco de pan y se les decía: Odiáis a nuestro país socialista, queréis arruinar el Plan, sois parásitos, kulaks, desalmados, reptiles. Cuando tomaban el grano dijeron a los miembros del koljós que se les alimentaría con el fondo de reserva. Mintieron. No dieron grano a los hambrientos.[29]

Los campos de trabajo para “enemigos de clase” se habían establecido con Lenin, ya en agosto de 1918.[30] Fueron enormemente agrandados bajo su sucesor. Alexander Solzhenitsyn los comparó con un archipiélago extendido por el gran mar de la Unión Soviética. Los campos crecían cada vez más. ¿A quién se enviaba allí? A cualquiera con sentimientos zaristas persistentes y a miembros recalcitrantes de clases medias, liberales, mencheviques, anarquistas, sacerdotes  y laicos de la Iglesia Ortodoxa, baptistas y otros disidentes religiosos, “destructores”, sospechosos de toda condición y luego kulaks y campesinos por centenares de miles.

Durante la Gran Purga de mediados de la década de 1930, los burócratas e intelectuales comunistas fueron ellos mismos las víctimas y en ese momento hubo cierto tipo de pensador en Occidente que empezó a advertir los campos y las ejecuciones por primera vez. Se enviaron más masas de seres humanos después de las anexiones del este de Polonia y los estados del Báltico; luego fueron los prisioneros enemigos de guerra, las “nacionalidades enemigas” internas y los prisioneros soviéticos de guerra retornados (vistos como traidores por haberse rendido) los que fueron a los campos después de 1945: en palabras de Solzhenitsyn: “grandes bancos de gris denso como arenques del océano”.[31]

El más notable de los campos fue Kolymá, en el este de Siberia (en realidad, un sistema de campos de cuatro veces en tamaño de Francia). Allí la tasa de mortalidad puede haber llegado al 50% anual[32] y el número de muertes fue probablemente del orden de 3.000.000. La cosa continúa. En 1940, estuvo Katyn y el asesinato de oficiales polacos; en 1952, los líderes de la cultura yiddish en la Unión Soviética fueron liquidados en masa[33] (ambos nimiedades para Stalin). Durante las purgas hubo probablemente unos 7.000.000 de arrestos y uno de cada diez arrestados fue ejecutado.[34]

¿Cuántos murieron? Nadie lo sabrá nunca. Lo que es seguro es que la Unión Soviética ha sido el osario pestilente de todo el terrible siglo XX, peor incluso del que crearon los nazis (pero tuvieron menos tiempo).[35] La cantidad total de muertes debidas a la política soviética (solo en el periodo de Stalin), muertes por la colectivización y la hambruna del terror, las ejecuciones y el Gulag, es probablemente del orden de 20.000.000.[36]

Mientras avanza la glasnost y estos hitos de la historia soviética son descubiertos y explorados en mayor o menor grado, cabe esperar que Gorbachov y sus seguidores no dejen de apuntar con un dedo acusador a Occidente por el papel que representó en enmascarar estos crímenes. Me refiero al lamentable capítulo de la historia intelectual del siglo XX que incluyó a los compañeros de viaje del comunismo soviético y sus alabanzas del estalinismo. Los estadounidenses, especialmente los universitarios, están familiarizados con los errores del macartismo en nuestra propia historia. Así debería ser. El acoso y la humillación pública de personas privadas inocentes son inicuos y el gobierno de EEUU siempre debe seguir los patrones establecidos por la Declaración de Derechos. Pero indudablemente deberíamos también recordar e informar a los jóvenes estadounidenses acerca de los cómplices en un orden muy distinto de errores: los intelectuales progresistas que “adoraron el templo de la planificación” soviética[37] y mintieron y eludieron la verdad para proteger al hogar del socialismo, donde se martirizó a millones. No solo George Bernard Shaw,[38] Sidney y Beatrice Webb, Harold Laski y Jean-Paul Sartre, sino, por ejemplo, el corresponsal en Moscú del New York Times, Walter Duranty, que decía a sus lectores, en agosto de 1933, en medio de la hambruna:

Cualquier reportaje de hambrunas en Rusia es hoy una exageración o propaganda maliciosa. La escasez de comida que ha afectado a casi toda la población en el año pasado y particularmente a las provincias productoras de grano (Ucrania, norte del Cáucaso, la región del bajo Volga) ha causado sin embargo graves pérdidas humanas.[39]

Por su “objetivo” reportaje desde la Unión Soviética, Duranty ganó un Premio Pulitzer.[40]

O, por tomar otro compañero de viaje prácticamente al azar, deberíamos tener en mente el valioso trabajo de Owen Lattimore, de la Unievrsidad Johns Hopkins. El profesor Lattimore visitó Kolymá en el verano de 1944, como auxiliar del vicepresidente de Estados Unidos, Henry Wallace. Escribió un encendido reportaje sobre el campo y su alcaide jefe, el comandante Nikishov, para el National Geographic.[41] Lattimore comparaba Kolymá con una combinación de la Compañía de la Bahía de Hudson y la Tennessee Valley Authority.[42] El número de estadounidenses influyentes compañeros de viaje fue, de hecho, legión y no puedo pensar en ningún principio moral que justifique nuestro olvido de lo que hicieron y lo que hicieron ayudándolo.

En su discurso del 2 de noviembre, Gorbachov declaraba que Stalin era culpable de “crímenes enormes e imperdonables” y anunciaba que una comisión especial del Comité Central iba a preparar una historia del Partido Comunista de la Unión Soviética que reflejaría las realidades del gobierno de Stalin. Andrei Sakharov ha pedido que se exponga completamente “toda la terrible verdad de Stalin y su época”.[43] ¿Pero pueden los líderes soviéticos realmente permitirse decir toda la verdad? En el Vigésimo Congreso del Partido en 1956, Nikita Khrushchev revelaba la punta del iceberg de los crímenes estalinistas y Polonia se levantó y tuvo la lugar la inmortal revolución húngara, cuando hicieron

Grande hazañas en Hungría
Que sobrepasan toda creencia humana.

¿Qué significaría revelar toda la verdad? ¿Podrían por ejemplo los líderes comunistas admitir que durante la Segunda Guerra Mundial “las pérdidas infligidas por el estado soviético sobre su propio pueblo rivalizarían con cualquiera que los alemanes pudieran infligirles en el campo de batalla”? ¿Que “los campos de concentración nazis fueron versiones modificadas de los originales soviéticos”, cuya evolución había seguido con cuidado el liderazgo alemán? ¿Qué, en resumen, “la Unión Soviética no es solo en estado asesino original, sino el modelo”?[44] Si lo hicieran, ¿cuáles podrían ser esta vez las consecuencias?

Pero el hecho de que las víctimas del comunismo soviético nunca puedan ser completamente reconocidas en sus patrias es la principal razón por la que, por justicia histórica, debemos tratar de mantener su memoria viva en Occcidente.

 


[1] Alexis de Tocqueville, Democracy in America, vol. 1 (Nueva York: Vintage, 1945), p. 452. [Publicado en español como La democracia en América].

[2] “La enumeración en la Constitución de ciertos derechos no ha de interpretarse como que niega o menosprecia otros que retiene el pueblo”. No hace falta decir que el gobierno de EEUU raramente ha estado a la altura de su credo proclamado o siquiera cerca de ello.

[3] V. I. Lenin, What Is to Be Done? Burning Questions of Our Movement (Nueva York: International Publishers, 1929). [Publicado en España como ¿Qué hacer? (Barcelona: Debarris, 2000)].

[4] Alienation and the Soviet Economy: Towards a General Theory of Marxian Alienation, Organizational Principles, and the Soviet Economy (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1971) y (con Matthew A. Stephenson) Marx’s Theory of Exchange, Alienation, and Crisis (Standford: Hoover Insitution Press, 1973). [Esta última, publicada en España como Marx: cambio, alienacion y crisis   (Madrid: Unión Editorial, 1974)].

[5] Karl Marx, Capital: A Critique of Political Economy, vol. 3, Friedrich Engels, ed. (Nueva York: International Publishers, 1967), p. 820. [El capital].

[6] Friedrich Engels, “Socialism: Utopian and Scientific”, en Karl Marx y Friedrich Engels, Selected Works (Moscú: Progress Publishers, 1968), p. 432.

[7] Ver, por ejemplo, Michael Bakunin, “Marx, the Bismarck of Socialism”, en Leonard I. Krimerman y Lewis Perry, eds., Patterns of Anarchy. A collection of Writings in the Anarchist Tradition (Garden City, N.Y.: Anchor/Doubleday, 1966), pp. 80-97, especialmente p. 87. Para una explicación de los problemas teóricos implícitos en un análisis de la “nueva clase” de la sociedad soviética y una crítica del intento de James Burnham de generalizar la interpretación de las sociedades no marxista, ver Leszek Kolakowski, Main Currents of Marxism (Oxford: Oxford University Press, 1981) vol. 3, The Breakdown, pp. 157-166.

[8] Ver Max Nomad, Political Heretics (Ann Arbor: University of Michigan Press, 1968), pp. 238-241. También, Jan Waclav Makaïske, Le socialisme des intellectuels, Alexandre Skirda, ed. (París: Editions du Seuil, 1979).

[9] V. I. Lenin, State and Revolution (Nueva York: International Publishers, 1943), pp. 83–84. [Estado y revolución].

[10] Sidney Heitman, en el “Nuevo prólogo” a N. Bukharin and E. Preobrazhensky, The ABC of Communism (Ann Arbor: University of Michigan Press, 1966). [Publicado en España como El A.B.C. del comunismo (Barcelona: Fontamara, 1977)].

[11] Ibíd., p. 68-73.

[12] New York Times, nº 3, 1987.

[13] David Caute, The Left in Europe Since 1789 (Nueva York: McGraw-Hill, 1966), p. 179. [Publicado en España como Las izquierdas europeas desde 1789 (Barcelona: Guadarrama, 1966)].

[14] Ibíd., p. 112.

[15] “La tarea principal de los padres de la Revolución de Octubre era la creación del Hombre Nuevo, el Homo sovieticus”. Michel Heller y Aleksandr Nekrich, L’utopie au pouvoir: Histoire de l’U.R.S.S. de 1917 á nos jours (Paris: Calmann-Lévy, 1982), p. 580. Respecto del resultado final, Kolakowski dice. “El estalinismo produjo realmente ‘el nuevo hombre soviético’: un esquizofrénico ideológico, un mentiroso que creía lo que estaba diciendo, un hombre capaz de actos voluntarios incesantes de automutilación intelectual”. Kolakowski, vol. 3, p. 97.

[16] Heller y Nekrich, p. 50.

[17] León Trotsky, Literature and Revolution [Literatura y revolución] (Ann Arbor: University of Michigan Press, 1971), pp. 246, 249, 254-256.Bujarin expresaba ideas prometeicas colectivistas igualmente absurdas de los logros socialista. Declaraba en 1928 (cuando el dominio de Stalin ya era evidente): “Estamos creando y crearemos una civilización comparada con la cual, el capitalismo tendrá el mismo aspecto que una melodía tocada con  silbato compara con la Sinfonía Heroica de Beethoven”. Heller y Nekrich, p. 181.

[18] Cf. J. L. Talmon, The Origins of Totalitarian Democracy (Londres: Mercury Books, 1961).

[19] New York Times, 3 de noviembre de 1987.

[20] George Leggett, The Cheka: Lenin’s Political Police (Oxford: Clarendon Press, 1981), pp. 56-57.

[21] Ibíd., pp. 466-467

[22] Ibíd., p. 468. La gran mayoría de estas se produjeron como consecuencia del levantamiento revolucionario de 1905.

[23] Samuel F. Scott y Barry Rothaus, eds., Historical Dictionary of the French Revolution, 1789-1799, L-Z (Westport, Conn.: Greenwood Press, 1985), p. 944.

[24] Robert Conquest, Harvest of Sorrow: Soviet Collectivization and the Terror-Famine (Nueva York: Oxford University Press, 1986), pp. 53-55.

[25] Karl Marx y Friedrich Engels, The Communist Manifesto [El manifiesto comunista], en Selected Works, p. 49.

[26] Sobre la responsabilidad de Marx, Kolakowski (vol. 3, pp. 60-61) escribe: “Indudablemente creía que l sociedad socialista sería una sociedad de unidad perfecta, en la que desaparecerían los conflictos de intereses con la eliminación de sus bases económicas en la propiedad privada. Esta sociedad, pensaba, no necesitaría las instituciones burguesas como cuerpos políticos representativos (…) y el estado de derecho para proteger las libertades civiles. El despotismo soviético fue un intento de aplicar esta doctrina”. Ver también ibíd., p. 41.

[27] La “guerra contra la nación” (la colectivización forzosa de Stalin) no fue el producto de un cínico ansioso de poder. Como ha argumentado Adam Ulam; “Stalin raramente era cínico (…) Era sincero y obsesionado”. Su obsesión era el marxismo-leninismo, la ciencia de la sociedad que señala sin error la vía a la total libertad humana. Si la realidad resultaba rebelde, entonces la causa tenían que ser los “destructores”, categorías y clases enteras de personas dedicadas al sabotaje deliberado. Sin duda el sueño marxista no podía tener defectos. Adam Ulam, Stalin. The Man and His Era (Boston: Beacon Press, 1973), pp. 300-301.

[28] Conquest, Harvest of Sorrow, pp. 299-307. El año de la terrible hambruna fue 1933; después se hicieron concesiones al campesino: una parcela de medio acre que podía trabajar él mismo y el derecho a vender cosechas en el mercado después de cumplir con la cuota del estado. Sin embargo Stalin lamentaba estas “concesiones” al “individualismo”. Ulam, pp. 350-352.

[29] Citado en ibíd., p. 346.

[30] Héléne Carrére d’Encausse, Stalin: Order Through Terror (Londres y Nueva York: Longman, 1981), pp. 6-7.

[31] Aleksandr I. Solzhenitsyn, The Gulag Archipelago, 1918–1956. An Experiment in Literary Investigation, vols. 1-2. [Publicado en España como Archipiélago Gulag, (Barcelona: Plaza & Janés, 1977)].

[32] Nikolai Tolstoy, Stalin’s Secret War (Nueva York: Holt, Rinehart and Winston, 1981), p. 15.

[33] David Caute, The Fellow-Travellers. A Postscript to the Enlightenment (Nueva York: Macmillan, 1973), p. 286.

[34] Robert Conquest, The Great Terror: Stalin’s Purge of the Thirties (Nueva York: Macmillan, 1968), p. 527.

[35] Debería ser lógico que, en lógica y justicia, la enumeración de crímenes soviéticos no pueda exclupar a ningún otro estado (por ejemplo a ninguna democracia occidental) por los crímenes que haya cometido o esté cometiendo.

[36] Conquest, The Great Terror, pp. 525-535, especialmente p. 533. Caute, The Fellow-Travellers, p. 107, estima las muertes en los campos entre 1936 y 1950 en 12.000.000. Añade: “Las políticas de Stalin pueden haber sumado veinte millones de muertes”. Ibíd.,  p. 303.

[37] Caute, The Fellow-Travellers, p. 259.

[38] George Bernard Shaw, expersó su desprecio por los que protestaban cuando la Unión Soviética “liquida juiciosamente a un puñados de explotadores ye speculadores para hacer el mundo seguro para los hombres honrados”. Ibíd., p. 113.

[39] Citado por Eugene Lyons, “The Press Corps Conceals a Famine”, en Julien Steinberg, ed., Verdict of Three Decades. From the Literature of Individual Revolt Against Soviet Communism, 1917-1950 (Nueva York: Duell, Sloan, and Pearce, 1950), pp. 272-273.

[40] Conquest, Harvest of Sorrow, pp. 319-320. Como menciona Conquest, en 1983, el new York Times aún listaba el Premio Pulitzer de Duranty entre los premios del periódico. Si el reportero de Times y otros corresponsales mintieron tan despreciablemente acerca de las condiciones en la Rusia soviética y sus causas, sin embargo pronto otros estaban contado la verdad: Eugene Lyons y William Henry Chamberlin publicaron artículos y libros detallando, por experiencia personal, lo que Chamberlin llamó la “hambruna organizada” que se había estado usando como arma contra el campesinado ucraniano. Ver William Henry Chamberlin, “Death in the Villages”, en Steinberg, p. 291.

[41] Caute, The Fellow-Travellers, p. 102.

[42] Conquest, The Great Terror, p. 354.

[43] New York Times, Nov. 7, 1987.

[44] Nick Eberstadt, prólogo a Iosif G. Dyadkin, Unnatural Deaths in the U.S.S.R., 1928-1954 (New Brunswick, N.J., y Londres: Transaction Books, 1983), pp. 8, 4.


Publicado el 20 de abril de 2012. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email