El fascismo económico y la élite del poder

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El estado (la organización de los medios políticos) es la institución que permite que una clase ociosa e improductiva de parásitos viva a costa de la gente normal trabajadora, cuyos medios son la actividad industriosa y en intercambio consensuado en el mercado. Sin embargo, no tendríamos que suponer que el sector indigente de la sociedad, aquellos que reciben ayudas sociales del estado, sean necesariamente los principales parásitos de los medios políticos. Más bien libertarios del libre mercado, desde Albert Jay Nock a Murray Rothbard y Butler Shaffer han demostrado que en la economía estatista del robo y la redistribución de riqueza, es la élite (poderosos y protegidos participantes en el comercio) la que más se beneficia. Histórica y empíricamente, este fenómeno del mando de la élite de los aparatos de gobierno es visible e inconfundible en su expresión, particularmente en lo que se refiere a la economía estadounidense del siglo XX. El historiador económico Robert Higgs ha argumentado que la economía estadounidense evolucionó hasta una variante del corporativismo o “tripartismo”, un fascismo económico definido por la colusión formal entre ciertos intereses clave y distintas ramas del estado. “El corporativismo”, escribe Higgs, “afronta directamente el problema de las facciones; en la práctica, resuelve el problema del pueblo contra los intereses al declarar francamente que los intereses, cuando se organizan y canalizan apropiadamente, son el pueblo” (cursivas añadidas).[1] Como toda permutación de la idea totalitaria, el corporativismo descrito por Higgs trata de sumergir al individuo dentro de la anatomía del estado Leviatán, del que debemos ahora considerar como parte muchos actores nominalmente “privados”.

A estas empresas, en su sociedad con el estado, se las “concede un monopolio representativo deliberado”[2] como pago por un nivel de control ejercido por el gobierno. Los triángulos de hierro que forman el trpartismo fascista detallados por Higgs recuerdan la tesis del innovador estudio sociológico de C. Wright Mills, The Power Elite. En su obra magna publicada por primera vez en 1956, Mills da cuenta de una élite entremezclada constituida por un “directorio político”, los “señores de la guerra” del establishment militar y los “jefes de las corporaciones” al mando de las burocracias de los Grandes Negocios.[3] Difícilmente resultante del verdadero mercado libre defendido por los libertarios, los problemas y crisis sociales y económicas que vemos que nos rodean son en realidad los frutos podridos del estatismo de la élite. Y la guerra, tantocomo motor de todo un paradigma económico como de su correspondiente estructura psicológica y sociológica, ha sido el recurso preferido por el estado estadounidense, cargando a la sociedad pacífica y productiva con un gobierno de clase. La economía permanente de guerra, el ejercicio inacabable de saqueo que ahora constituye una parte aterradoramente grande de la economía en su conjunto, debe necesariamente equilibrarse con una antisocial adoración del estado. Como escribió Vicesimus Knox: “El miedo es el principio de todo gobierno despótico y por tanto los déspotas hacen de la guerra su primer estudio y deleite”.[4] La existencia de una economía dirigida y controlada por las grandes empresas, cuya configuración deriva de intervenciones del estado en capas, depende crucialmente de las actitudes populares respecto del estado. Solo una confianza del público en el juicio y el conocimiento de la élite evitaría un sistema construido sobre los tipos de sometimiento que la élite gobernante estadounidenses afirmaba hipócritamente desafiar en dos guerras mundial.

Esencialmente relacionada con estas ideas de las relaciones en la práctica entre Grandes Negocios y Gran Gobierno, está la propuesta de la revista de corta vida de Rothbard, Left and Right. Al presentar la revista, Rothbard decía que el título “destaca nuestra convicción de que las categorías actuales de ‘izquierda’ y ‘derecha’ se han convertido en equívocas y obsoletas”.[5] Las designaciones de izquierda y derecha se han convertido en particularmente problemáticas cuando consideramos al conservadurismo estadounidense moderno como una “defensa estéril del status quo”.[6] El acuerdo con el estatismo bélico alcanzado por la élite política durante el siglo XX indudablemente no era liberal en ningún sentido coherente o significativo: casi una antítesis del liberalismo del que Mises y Hayek se consideraban legatarios.

Mises y Hayek heredaron ese liberalismo coherente y comprensivo de, entre otros, Charles Comte y Charles Dunoyer, pensadores políticos franceses que escribieron a principios del siglo XIX. En tiempos de Comte y Dunoyer, muchas ideas muy distintas y contradictorias se declaraban liberales; las suyas eran una representación “industrialista” que ponía al estado firmemente y sin ambigüedades en oposición a la sociedad económica no violenta, cuyos principios no eran coactivos no maquinaciones gubernamentales, sino en comercio armonioso. El “industrialisme” de Comte y Dunoyer, era por tanto en buena parte un antecedente de la famosa distinción de Oppenheimer de los medios políticos y económicos para acceder a la riqueza. La industria y el intercambio iban a ser venerados como los umbrales definitorios de un sistema social y económico libre y justo, uno desprovisto de los viejos privilegios de las clases gobernantes que se remontaba a toda la historia. Como dijo Rothbard, frente a las clases productivas (que comprendían “trabajadores, empresarios, productores de todo tipo”), las clases no productivas utilizaban “el estado para gravar con tributos a los productores”.[7] En buena medida un reproche al orden establecido, las ideas de libre mercado de la revista industrialista de Comte y Dunoyer, Le Censeur européen tenían implicaciones radicales y por tanto muy poco conservadoras: una esperanza de reemplazar el gobierno con “la administración de cosas”[8] (una expresión acuñada por Comte y usada después por Saint-Simon). Igual que hizo Rothbard cientos de años después, Comte y Dunoyer incluyeron análisis económicos (ehredados principalmente de Jean-Baptiste Say) en los que, con narraciones históricas y filosóficas, mostraban una idea única y libertaria de clase. Sus propuestas económicas derivaban de una aproximación metodológica holística, estableciendo una división histórica entre “los devoradores” (“las avispas”)  y “los industriosos” (“las abejas”).[9] De hecho, Comte y Dunoyer defendían una sociedad sin clases, aunque no en el sentido de igualdad absoluta o el fin de la propiedad privada. Si el mercado libre era verdaderamente el medio de “disolver las clases gobernantes”,[10] entonces era al privilegio y el monopolio, apoyados por el poder colectivo del estado a lo que había que oponerse, y no a la propiedad y el comercio legítimos.

Los medios políticos pueden no ser tan fáciles de ver, tan relucientes o tan directos como eran en tiempos de Comte y Dunoyer: la banca centralizada bajo el Sistema de la Reserva Federal, las subvenciones públicas actuales y las barreras regulatorias de entrada probablemente no sean tan fácilmente distinguibles para el hombre común como eran las afrentas contra el libre mercado que existían en tiempos de Comte y Dunoyer. Pero estos instrumentos interconectados para obligar y explotar a la sociedad que los acogen son igual de amenazantes, si no más. Donde podía esperarse que quienes vivieran bajo la tiranía de los viejos sistemas monárquicos podrían comprender completamente la naturaleza de clase del gobierno estatista que les rodeaba, hoy en su mayoría se ven equivocados por la retórica democrática que disfraza al estado estadounidense. Wall Street, Banks, and American Foreign Policy, de Rothbard hubiera sido una lectura instructiva para, por ejemplo, la masa de Ocupa que equivocadamente atribuyen nuestros problemas económicos actuales al libre mercado. Las relaciones entre la economía de guerra, el sistema bancario centralizado de la Reserva Federal y los poderosos bancos de Wall Street son, como se demuestra en el libro de Rothbard, una característica definidora del capitalismo monopolista de estado que ha prevalecido.

Actualmente, tras la maduración de las conexiones identificadas por Mills, Rothbard, Higgs y otros, la economía se ha “centralizado (…) en una burocracia altamente estructurada bajo la dirección y control efectivos de los intereses de los principales negocios”.[11] No podemos en modo alguno decir que tenemos un mercado libre, ya que las relaciones entre intereses poderosos y gobierno federal son tan fuertes como siempre. La política es un juego caro y con grandes premios de favores y sobornos, un hecho que libertarios como Comte y Dunoyer constataron claramente hace cientos de años.


[1] Robert Higgs, Against Leviathan, p. 178.

[2] Philippe Schmitter en Higgs, Against Leviathan, p. 179.

[3] Laurance S. Moss, “The Power Elite Revisited”, Left and Right.

[4] Vicesimus Knox, The Spirit of Despotism, p. 68.

[5] Murray Rothbard, The General Line.

[6] Sidney Lens citado en Leonard Liggio, Why the Futile Crusade.

[8] Por tanto el trabajo de Comte y Dunoyer comparte al menos una similitud con el del anarquista socialista Pierre-Joseph Proudhon, de descrédito entre muchos libertarios de la declaración “La propiedad es un robo”. Muchos no saben que Proudhon también elogió la idea del contrato en oposición al gobierno, defendiendo “el reino del contrato, el sistema industrial o económico” como sustituido por el “gobierno militar”. Parafraseándole, Proudhon pretendía la disolución final y gradual del sistema de gobierno dentro del sistema económico.

[11] Butler Shaffer, In Restraint of Trade, p. 22.


Publicado el 5 de marzo de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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