La inversión de la unión estadounidense de Lincoln

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[Parte 5 de “La tradición de la secesión en Estados Unidos”, un escrito presentado en la conferencia de 1995 del Instituto Mises “Secesión, estado y economía”]

La grandeza moral de Lincoln se basa en el mito de que guerreó contra el sur para abolir la esclavitud. En el mejor de los casos, es una noble mentira pensada para legitimar el régimen unionista. Lincoln pensaba que la esclavitud era inmoral, pero lo mismo pasaba con  Robert E. Lee. Y Lee, a su costa, liberó los esclavos que había heredado, mediante matrimonio, de la familia de George Washington. Solo en torno al 15% de los sudistas tuvieron alguna vez esclavos y la gran mayoría de ellos tenían de uno a seis. Jefferson Davis era un ilustrado dueño de esclavos que decía que una vez la Confederación consiguiera su independencia, significaría el fin de la esclavitud. El gabinete confederado acordó abolir la esclavitud cinco años después del cese de hostilidades a cambio del reconocimiento de Gran Bretaña y Francia. Los sureños no estaban luchando para conservar la esclavitud, sino lisa y llanamente porque estaban siendo invadidos. Y el norte indudablemente no los invadió para abolir la esclavitud.

Tampoco debería sorprender esto considerando la negrofobia que prevalecía en todas partes del norte. Era asumido por la vasta mayoría de los estadounidenses, al norte y al sur, que Estados Unidos era una forma de gobierno europea blanca y que las poblaciones india y africana no eran (y nuca serían) partícipes completas en esa forma de gobierno. Por ejemplo, los negros fueron excluidos de los territorios del oeste. Oregón se convirtió en estado en 1859 y su constitución, que fue aprobada con una votación de ocho a uno, declaraba que

Ningún negro o mulato libre que no resida en este estado en el momento de la adopción de esta constitución vendrá, residirá o estará en este estado o poseerá ninguna propiedad inmobiliaria o firmará ningún contrato o mantendrá ningún pleito en él y la asamblea legislativa proveerá leyes penales para la expulsión de todos estos negros o mulatos libres por funcionarios públicos y para su exclusión efectiva del estado y para el castigo de las personas que los traigan al estado o los empleen o amparen en eso.[1]

La constitución de Indiana contenía la misma prohibición. El estado de Illinois de Lincoln prohibió la entrada de africanos salvo que pudieran registrar un bono de 1.000$. Los africanos libres en los estados del norte estaban severamente regulados. La siguiente regulación está en los estatutos revisados de Illinois de 1833:

Si cualquier persona permitiera o tolerara que cualquier (…) sirviente o sirvientes de color, en el número de tres o más, se reúnan en el exterior de su casa, su patio o establo, con el fin de bailar o divertirse, ya sea de noche o de día, la persona o personas que cometieran esta falta serán sancionados con una multa de veinte dólares.

Y era responsabilidad de todos los “jueces de instrucción, jefes de policía, magistrados y jueces de paz” que conocieran esas reuniones llevar a los “sirvientes a la cárcel del condado y a la vista de las pruebas, ordenar que todos y cada uno de (…) los sirvientes sean azotados sin exceder de treinta y nueva azotes en sus espaldas”.[2]

Las leyes de emancipación en el norte anterior a la guerra estaban pensadas para que el norte se librara de su población africana. Normalmente declaraban que los hijos de lo esclavos nacidos después de cierta fecha, al llegar a cierta edad, ser emanciparían. Esta significaba que los esclavos adultos no eran liberados y que las familiar podían venderse en el sur antes de que los niños alcanzaran la edad de emancipación. La emancipación llevó a una reducción de la población africana en el norte, no a un aumento, como pasó en el sur. La propia solución de Lincoln al problema de la raza fue la colonización masiva de africanos y propuso conseguir terrenos en África y otros lugares para este fin. Incluso los abolicionistas cuidaban de apuntar que no era que amaran a los esclavos, sino que odiaban a los amos y que la emancipación no significaba en absoluto la igualdad social y política con los blancos.

La esclavitud estaba más asegurada en 1860 que nunca. El Tribunal Supremo en la sentencia de Dred Scott, había declarado que los africanos no eran ciudadanos y el Congreso aprobó una enmienda constitucional que eliminaría para siempre la regulación de la esclavitud de las manos del gobierno central. Lincoln dijo que no tenía autoridad ni inclinación para interferir con la esclavitud en los estados en que era legal. Podía tolerar la esclavitud como medio de controlar lo que casi todos veían como una población exótica y ajena. Lo que no podía tolerar era una disolución de la Unión, una pérdida de ingresos del sur y una zona de bajos aranceles en su frontera sur. Este fue el hilo constante que siguió la política de Lincoln de 1860-1865. No reconocería las convenciones del pueblo de los estados sureños y no negociaría con sus comisionados. Iría inmediatamente a la guerra para obligar a los estados del sur profundo a volver a la Unión. Y era esta actuación la que Virginia, Carolina del Norte, Tennessee y Arkansas no podían tolerar. Se habían opuesto al radicalismo del sur profundo y sus parlamentos habían votado firmemente permanecer dentro de la Unión. Pero no responderían a la solicitud de tropas de Lincoln para obligar a mantener un estado dentro de la Unión: consideraban a esto no solo inconstitucional, sino inmoral. Y tenían razón en esto. Pero el mito de Lincoln es tan fuerte y está tan entremezclado con la identidad estadounidense que los propios estadounidenses nunca han sido capaces de afrontar al completa inmoralidad y barbarie de la decisión de Lincoln de invadir el sur y buscar una guerra total contra la población civil.

A esto podemos añadir que el prejuicio moderno contra la secesión también ha servido para ocultar la inmoralidad de la invasión. Aquí había una unión de estados soberanos de solo setenta años de edad. Estos estados habían afirmado originalmente su soberanía en leyes de secesión del imperio británico y la propia Unión se había formado por una ley de secesión a partir de los Artículos de la Confederación. Virginia, Nueva York y Rhode Island se habían reservado el derecho a secesionarse en sus ordenanzas ratificando la Constitución y la secesión era parte del discurso político en todas las secciones a lo largo del periodo anterior a la guerra. Esta unión, mediante conquista, compra y anexión, en cincuenta años había alcanzado unas diez veces su tamaño original. La República de Texas, habiéndose independizado de México, llevaba en la Unión solo quince años. La secesión es desestabilizadora en que produce repentinamente nuevas mayorías y nuevas minorías. Pero la anexión es desestabilizadora exactamente de la misma manera. La expansión rápida lleva a cambiar rápidamente mayorías y minorías y a conflictos de intereses grandes e importantes.

En 1860 seguía abierta una alternativa entre renegociar el pacto entre los estados para formar uniones más perfectas, como John Quincy Adams aconsejaba de debería ocurrir, o una sección más poderosa tendría que conquistarlo todo y reconstruirlo a su propia imagen, subordinando todo lo demás a sus propios intereses. Toda la antigua tradición estadounidense de autogobierno de los pueblos apuntaba a la primera vía. Lincoln eligió la segunda y al hacerlo estaba de acuerdo con la tendencia al consolidacionismo de las sociedades industriales de los siglos XIX y XX. Los sureños, con gran esfuerzo, buscaron defender esa antigua idea estadounidense del autogobierno, una idea que fue marginada de las conciencias estadounidenses después de que el ejército del norte de Virginia se rindiera en Appomattox. Pero no se ha extinguido y tiene más arraigo en el mundo hoy que nunca al ponerse en cuestión los leviatanes consolidados de los siglos XIX y XX. La invasión rusa de Chechenia es considerada ampliamente como bárbara, pero los rusos tienen un mejor derecho para gobernar Chechenia del que tenía Lincoln para coaccionar a once estados americanos contiguos dentro de la Unión.

Esta más amplia experiencia nos permite revisar de una forma nueva la moralidad de la decisión de Lincoln. Se ha dicho que aunque la Unión se concibió originalmente como un pacto entre estados soberanos que conllevaba un derecho de secesión, evolucionó hacia la idea de una Unión indivisible, orgánica, en la que la secesión era imposible. Sin embargo esta idea llegó tarde y no fue recibida universalmente en 1860. Los sureños evidentemente no la creían, ni tampoco muchos norteños. Hubo una tremenda oposición a la invasión del sur por Lincoln. Para mantener el poder, se vio obligado a suspender el derecho de habeas corpus en todo el norte mientras duró la guerra, con decenas de miles de prisioneros políticos. Se cerraron unos 300 periódicos de la oposición. Los candidatos demócratas, críticos con la guerra, fueron arrestados por los militares y se usó al ejército para asegurar victorias republicanas en las elecciones, incluyendo la elección de Lincoln en 1864.[3]

Pero la barbaridad de suprimir once estados americanos contiguos en 1861 puede verse mejor con un experimento mental. Hay, al contrario de en 1861, todos han realizado un juramento de lealtad afirmando una unión orgánica. (Es significativo que el origen del juramentos se encuentre en los juramentos de lealtad confederados que se requirieron para recuperar la ciudadanía). Supongamos que California, por una disputa con el gobierno central sobre inmigración, acción afirmativa, aborto o algún otro asunto, reclamara, en una convención legalmente realizada del pueblo del estado, la soberanía bajo la Décima Enmienda y recuperara aquellos poderes que había delegado en el gobierno central y se saliera de la Unión. California es un gigante económico. Su población es mayor que la de veintidós estados de Estados Unidos juntos. Supongamos entonces que otros estados, originalmente a favor de la Unión, vieran que les interesaba confederarse con California y que once estados contiguos acabaran forman una confederación occidental y enviaran comisionados a Washington para negociar el pagos de las propiedades federales y establecer un tratado. ¿Estarían justificados los estados orientales en iniciar una guerra agresiva para “salvar la Unión”? Tal vez se pensaría que una exhibición de fuerza haría que la gente se lo volviera a pensar. Pero si quedara claro que el pueblo, con gran sacrificio, estaba determinado a obtener su independencia, ¿podría una política de guerra dirigida ahora contra la población civil estar moralmente justificada solamente para conservar la Unión?

O, por variar el experimento mental, los abolicionistas del norte habían argumentado desde la década de 1830 que los estados del norte deberían secesionarse de la Unión. Los movimientos secesionistas  habían aparecido intermitentemente en Nueva Inglaterra desde 1803. Supongamos ahora que unos pocos estados de Nueva Inglaterra se independizaran por la esclavitud, el arancel y los gastos nacionales para las mejoras internas. Otros estados, reticentemente, podrían encontrar que les interesaba unirse a esta unión de forma que en el momento en que Lincoln entraba en Washington en 1861 se encontraría afrontando la secesión de estados del norte y siendo presidente de unos Estados Unidos dominados por el sur, una Unión que incluiría lo once estados de la Confederación y casi seguramente Kentucky, Missouri, Maryland, Delaware y quizá otros. ¿Esperaríamos que Lincoln ignorara a los comisionados de esta Confederación del Norte e iniciaría una guerra para “salvar la Unión”? ¿Estaríamos celebrando bajo su liderazgo la marcha de tierra quemada hasta el mar de Stonewall Jackson, el incendio de Boston y la rendición de Grant a Lee en Scranton, Pennsylvania?

Por supuesto, no habría pasado nada de esto. Primero, es improbable que lo sureños, que habían argumentado durante mucho tiempo que la Constitución es un pacto entre estados soberanos que conlleva un derecho de secesión, hubieran percibido la secesión del norte como traición. Segundo, el Partido Republicano era un partido puramente regional abiertamente hostil a los intereses sudistas. Y Lincoln, como su líder, fue el primer y único presidente regional en la historia estadounidense. Había recibido solo el 39% del voto popular y no tenía respaldo fuera del norte. Su objetivo de principio a fin fue avanzar en el programa político del Partido Republicano, que podría calificarse como el del eje industrial Nueva York-Chicago. El objetivo regional del Partido Republicano se declaró abiertamente por parte de uno de sus líderes más elocuentes. Wendell Phillips declaró:

Es justamente lo que hemos intentado conseguir. Es el primer partido regional nunca organizado en este país. No reconoce su propio rostro y se llama a sí mismo nacional, pero no lo es: es regional. El Partido Republicano es un Partido del Norte juramentado contra el sur.[4]

Charles Adams ha demostrado que el programa republicano no podía tolerar una zona de bajos aranceles hacia el sur y que el norte se había acostumbrado que el sur financiara la mayoría de los ingresos federales mediante su comercio exportador.[5] Y fue justamente este temor de lo que significaría un sur económicamente independiente para los intereses industriales del norte lo que presentaba Charles Bancroft, escribiendo en 1874, como justificación para la invasión del sur:

Aunque una guerra tan gigantesca fue un mal inmenso, permitir el derecho de secesión pacífica habría sido ruinoso para la empresa y el ahorro del trabajador industrioso y el hábil hombre de negocios del norte. Habría sido la mayor calamidad de nuestra época. Había menos que temer en la guerra.[6]

Millón y medio de personas murieron, fueron heridos y desaparecieron en la guerra. La defensa de los aranceles proteccionistas rara vez ha sido tan feroz o tan cruda.

La postura de estadista conservador de Lincoln acerca de preservar una unión indivisible no puede tomarse en serio. No solo no heredó una unión así, la única unión que le interesaba conservar era una unión que estuviera dominada por la ambición industrial del norte. Y fue exactamente esto los que hicieron Lincoln y el Partido Republicano después de su muerte.

Pero Lincoln también tenía un argumento filosófico para declarar la guerra a los estados sudistas que muestra el prejuicio contra la secesión que es propio de la idea de un estado moderno. En un mensaje al Congreso el 4 de julio de 1861, Lincoln justificaba haber elegido la guerra frente a un acuerdo negociado que permitiera a los estados del sur formar su propia unión:

Este asunto abarca más que el destino de estos Estados Unidos. Presenta a toda la familia del hombre la cuestión de si una república constitucional o una democracia (un gobierno del pueblo por el mismo pueblo) puede o no mantener su integridad territorial contra sus propios enemigos internos. (…) Nos obliga a preguntar: “¿Existe en todas las repúblicas esta debilidad propia y fatal? ¿Debe un gobierno necesariamente ser demasiado fuerte para las libertades de su propio pueblo o demasiado débil para mantener su propia existencia?”[7]

Aquí tenemos el argumento familiar de que un estado moderno no puede permitir el desmembramiento territorial por la secesión. Por supuesto, fue el mismo argumento que utilizó Jorge III para someter a las colonias americanas. Pero Lincoln tenía en mente no solo algún tipo de estado moderno (que podía incluir una monarquía), sino un estado republicano moderno. Basados en la libertad, esos estados son más tendentes a la disolución. Así que la guerra que estaba empezando era una lucha dramática por ver si un estado republicano moderno era realmente posible. El mismo tema resonaría en el discurso de Gettysburg. Si se permite la secesión, le sigue la anarquía. Como dijo Lincoln en otro momento, si un estado puede secesionarse, entones el condado de un estado puede secesionarse y una parte de ese condado puede secesionarse, etc. Y si fracasaba el experimento americano del autogobierno, el mundo debía volver a la monarquía.

Hay aquí varias confusiones. Primero, el gobierno de Estados Unidos en 1861 no era el gobierno de un estado moderno. Más bien era un gobierno central de una unión federativa de estados. Disponía solo de poderes enumerados y estos estaban delegados por estados soberanos. El gobierno central era el agente de esos estados y los estados eran los directores en el pacto federativo. Los propios estados eran estados modernos: habían afirmado esta situación en la Declaración de Independencia y habían sido reconocidos por el mundo como tales. Como estados modernos, contenía la habitual prohibición legal contra la secesión. Un condado no podía secesionarse legalmente de un estado estadounidense, pero no existe esa prohibición contra un estado ejerciendo su poder federativo y saliéndose de la Unión.

Describir, como hizo Lincoln, a Virginia y los demás estados del sur como “enemigos internos” amenazando con el autogobierno y a suprimir mediante guerra no es solo un absurdo espectacular, también revela una irreverencia arrogante y una ceguera moral. El primer parlamento autogobernado en el hemisferio occidental se fundó en Virginia. Más grandes estadistas y juristas han provenido de Virginia que de cualquier otro estado. El liderazgo de Virginia fue esencial para ganar la guerra a Gran Bretaña durante el periodo de los Artículos de la Confederación y al formar la Unión. En su ordenanza de ratificación, Virginia como estado soberano afirmaba el derecho de secesión y declaraba este derecho para cualquier otro estado. El hombre llamado frecuentemente “padres de la Constitución, James Madison, siempre describió la Constitución como un pacto entre estados soberanos. En 1830, Madison podía decir que no era aún seguro que la Unión funcionara. En 1861 estaba claro que la Unión, como asociación voluntaria de sociedades políticas independientes, había fracasado.

¿Qué habrían hecho los grandes virginianos George Washington, Thomas Jefferson, James Madison, Patrick Henry, George Mason, John Randolph, John Taylor y “Lighthorse” Harry Lee? Todos apoyaban la Unión, creían que la Constitución era un pacto entre los estados y eran ante todo virginianos. Así que cuando los estados del sur profundo discutieron la secesión, Virginia pidió una convención del pueblo para decidir sobre el asunto y la convención votó con firmeza permanecer en la Unión. Fue solo después de que Lincoln hubiera decidido la guerra y reclamado tropas cuando la convención se volvió a convocar y votó secesionarse. Madison había dicho en el Federalist que el gobierno central no podía coaccionar a un estado. Para asegurarse de que se había expresado la voluntad del pueblo, el juicio de la convención se sometió al pueblo de Virginia, que apoyó la secesión por un margen de cinco a uno. Tennessee también estaba a favor de la Unión, pero, en un referéndum los votantes decidieron independizarse por un margen de dos a uno después de la decisión de Lincoln de declarar la guerra. Los estados pro-Unión de Carolina del Norte y Arkansas se secesionaron por la misma razón.

Tratar, como hizo Lincoln, a los pueblos de estados enteros que habían realizado actos deliberados y legales de autogobierno, como delincuentes comunes y como “enemigos internos” levantó profundos sentimientos de resentimiento e injusticia que solo podían sentir un estadounidense que hubiera recibido con la leche de su madre el principio, incluido en la Declaración de Independencia, del autogobierno de sociedades moral y políticamente independientes.  Como deja claro el caso de Robert E. Lee, esta sensación de resentimiento no tenía nada que ver con la esclavitud, una institución que pensaba que estaba camino del olvido. Fue este resentimiento estadounidense profundamente sentido el que permitió a todo el sur, en el que el 85% de la gente no poseía esclavos, movilizarse y hacer espectaculares sacrificios para resistir a un ejército invasor, cuyo gobierno estaba intentando destruir, y destruyó efectivamente, la libertad corporativa de sus sociedades políticas. Era este sentido de honor de estado lo que tenía en mente Hamilton cuando dijo en el Federalist que el gobierno central nunca podría guerrear contra un estado estadounidense y el que reafirmó de nuevo ante la convención del estado de Nueva York: “Coaccionar a un estado sería uno de los proyectos más descabellados nunca pensados. Ningún estado sufrirá nunca ser utilizado como instrumento para coaccionar a otro. Uno no puede imaginar a los grandes virginianos de su tiempo en desacuerdo.

Herman Melville, que tenía buen ojo para la hipocresía del unionismo industrial del norte, escribió:

Quien mire a Lee debe pensar en Washington
Con dolor debe pensar y esconder el pensamiento
Tan profundo con doloroso significado está cargado.[8]

A esta imagen conservadora y retrógrada deberíamos añadir la imagen “avanzada y “progresista”: quien mira a Lincoln ha visto a los consolidacionistas Bismarck y Lenin.

Así que la inversión de Lincoln de la concepción estadounidense original del autogobierno debe ella misma invertirse. Como observaba cínicamente H.L. Mencken en el discurso de Gettysburg, no eran las fuerzas de la Unión las que estaban luchando por el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo (una frase que Lincoln tomó de Webster), sino el pueblo de los estados sudistas. Y la guerra no era un concurso dramático para ver si era posible un estado republicano moderno. Virginia y el resto de los estados sudistas eran republicas modernas estables y autogobernadas cuyos ciudadanos eran leales y estaban capacitados en el arte del autogobierno. Si no hubieran sido conquistados, hay todas las razones para pensar que habrían durado indefinidamente.

De hecho todos fueron conquistados y se destruyó el autogobierno. Virginia fue dividida y sus condados occidentales constituyeron en nuevo estado de Virginia Occidental. Lo que Lincoln había presentado como el absurdo de permitir que un estado se independizara, es decir, que los condados de un estado podían asimismo secesionarse, era después de todo legítimo, siempre que siriviera a los intereses industriales del norte. Después de que Lee se rindiera y se hubieran formado gobiernos unionistas en todos los estados sudistas y se hubiera ratificado la Decimotercera Enmienda prohibiendo la esclavitud en los estados sudistas, de repente se encontraron, por un acto arbitrario e inconstitucional del Congreso, expulsadas de la unión y declaradas “provincias conquistadas”.

El argumento de Lincoln y el Partido Republicano de que la secesión era impensable porque la Unión era indivisible aparecía entonces como la hipocresía aprovechada que era. Los estados no podían secesionarse de la Unión, pero podían ser expulsados o, más precisamente, arrasados. Fue durante este periodo de “Reconstrucción” cuando se aplicó la Decimocuarta Enmienda. Estaa enmienda, desde la década de 1950, ha sido manipulada por el Tribunal Supremo para afectar a una enorme transferencia de poder de los estados al gobierno central, haciendo prácticamente imposible a los estados mantener esas comunidades morales sustanciales independientes protegidas por los poderes reservados en la Décima Enmienda. Es adecuado decir que esta enmienda, que tuvo un origen corrupto e ilegal en el Congreso, nunca fue ratificada por los estados y, por tanto ¡no es parte de la Constitución! Fue simplemente declarado por el Congreso como aprobada, algo para lo cual el Congreso no tenía autoridad.[9] Esto demuestra lo mucho que se han alejado algunos estadounidenses de la concepción original del autogobierno.

El conflicto fr 1861-1865 no fue, como dijo Lincoln, una lucha por si un estado republicano moderno podía sobrevivir, sino una lucha por ver si una enorme unión de repúblicas federativas podía sobrevivir sin la consolidación y consiguiente destrucción de la vida moral independiente que una facción dominante inevitablemente buscaría imponer al resto. La experiencia estadounidense sugiere que es improbable, pero debe admitirse que nuestra experiencia con federaciones a tan gran escala es limitada, así que la pregunta sigue abierta. Como hay ventajas evidentes para las uniones federativas, el único remedio es reconocer un derecho legal de secesión para repúblicas que se unan a la federación. El fracaso estadounidense en alcanzar un federalismo genuino de comunidades morales autogobernadas debe quedar como un reto para la Unión Europea. Fue en reconocimiento a este reto por lo que el premio Nobel James Buchanan ha pedido que se escriba un derecho de secesión en la constitución de la Unión Europea. Gracias a un siglo de experiencia, la Constitución de los Estados Confederados de América como instrumento de federalismo parece bastante avanzada a su tiempo.

La breve historia constitucional que he esquematizado que ve la secesión como parte del sistema de controles y equilibrios del federalismo estadounidense es completamente desconocida para la mayoría de los estadounidenses. La razón es que hemos llegado a creer la teoría nacionalista del origen de la Constitución que Lincoln utilizó para legitimar coaccionar a los estados sudistas para que volvieran a la Unión. Platón enseñó que los guardianes de la república pueden tener que contar una mentira noble acerca de sus orígenes. El si la teoría nacionalista es una noble mentira o una innoble mentira es algo que no puedo decir. Creo que es falsa. Se ha dicho que la guerra de 1861-1877 decidió de una vez por todas la cuestión de si un estado estadounidense podía secesionarse. Pero es solo otra manera de decir que el poder crea el derecho, un principio que no puede acomodarse bien a la doctrina estadounidense del gobierno por consentimiento. El gran filósofo escocés, David Hume, enseñó una verdad más profunda, que es que la autoridad política se basa no en el poder sino en la opinión. Un cambio de opinión sobre un punto estratégico puede transformar, en su momento, todo un orden político.

Por dar un ejemplo, Estados Unidos empezó como un régimen altamente descentralizado de comunidades morales y políticas independientes celosas de su libertad. Estas sociedades políticas crearon un gobierno central como su agente y le concedieron poderes enumerados. Este gobierno era solo una mota en el paisaje político y su presencia apenas se notaba en la vida diaria. De 1865 a 1965 sufrió una transformación, surgiendo como el poder militar y financiero  más consolidado y centralizado de la historia. Las sociedades morales y políticas con vida propia independientemente de la regulación y el control del gobierno central (especialmente el Tribunal Supremo) son hoy prácticamente imposibles. Por el contrario, Canadá empezó como un régimen altamente centralizado bajo la monarquía y ha desarrollado un régimen descentralizado  en la que la secesión como método para proteger la vida moral y política independiente es parte del debate público. Según una tradición en Canadá, este cambio se debió en parte a Judah Benjamin, el antiguo Secretario de Estado de los Estados Confederados de América, que, después de la guerra, huyó a Inglaterra y se convirtió en un abogado eminente. En varios casos ante el Parlamento Imperial, argumentó con éxito a favor de medidas que daban más autonomía a las provincias, poniendo así al federalismo canadiense en camino hacia la descentralización.[10] Declarando el derecho de secesión, Quebec  tal vez haya conseguido ya derechos que la hacen prácticamente un país independiente, haciendo quizá innecesaria la secesión.

Dejadme acabar con esta pregunta. Si Hume tiene razón en que la autoridad del gobierno se basa en la opinión y si la aceptación de la absurda teoría nacionalista del origen de la Constitución planteada por Story, Webster y Lincoln pudiera servir para legitimar el espectacular cambio de un federalismo descentralizado a un nacionalismo imperial consolidado, ¿qué ocurriría si se enseñara a los estadounidenses y estos llegaran a conocer la verdad  acerca de su propia historia constitucional?


[1] Citado en Tol. P. Shaffner, The War in America (Londres: Hamilton, Adams, 1862), pp. 337-338.

[2] Ibíd.,  pp. 339-340.

[3] Johnson, Division and Reunion, pp. 123-128. Ver también el excelente libro de Ann Norton Alternative Americas (Chicago: University of Chicago Press, 1986). Para estudios de Lincoln as como personaje gnóstico, ver M.E. Bradford, “Dividing the House: The Gnosticism of Lincoln’s Rhetoric”, Modern Age 23 (1979): 10-24; ibíd., “The Lincoln Legacy: A Long View”, Modern Age 24 (1980): 355-363; ibíd., A Better Guide than Reason: Studies in the American Revolution (LaSalle, III.: Sherwood Sugden, 1979), pp. 29-57 y pp. 185-203 e ibíd., The Reactionary Imperative (Peru, III.: Sherwood Sugden, 1990), pp. 219-227.

[4] Citado en Bledsoe, Is Davis a Traitor? p. 250.

[5] Charles Adams, For Good and Evil: The Impact of Taxes on the Course of Civilization (Nueva York: Madison Books, 1993), pp. 323-337.

[6] Charles Bancroft, The Footprints of Time: A Complete Analysis of Our American System of Government (Burlington, Iowa: R.T. Root, 1877), p. 646.

[7] Abraham Lincoln, Speeches and Writings, Don E. Fehrenbacher, ed., 2 vols. (Nueva York: Literary Classics of the United States, 1989), p. 250.

[8] Herman Melville, “Lee in the Capitol”, en Battle-Pieces (Amherst: University of Massachusetts Press, 1972), p. 232.

[9] Forrest McDonald, “Was the Fourteenth Amendment Constitutionally Adopted?” The Georgia Journal of Southern Legal History 1, nº 1 (Primavera-Verano de 1991): 1-20.

[10] Claudius O. Johnson, “Did Judah P. Benjamin Plant the States Rights Doctrine in the Interpretation of the British North America Act?” The Canadian Bar Review 15, nº 3 (Septiembre de 1967): 454-477.


Publicado el 1 de marzo de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original en inglés se encuentra aquí.

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